Saturday, January 05, 2008

Noche oscura


Por Francisco Mouat

La otra noche me quedé solo viendo televisión. Primero una comedia romántica, después una entrevista de Cristián Warnken a un sacerdote español llamado Ignacio Larrañaga. Me gustó que al comienzo de la conversación Warnken leyera el poema "La noche oscura" de San Juan de la Cruz. Me dejó en silencio, como cuando lees un libro que te atrapa o cuando terminas de ver una película que te gusta mucho: te quedas sin palabras. Es un momento mágico, un espacio que no tiene para qué rellenarse con nada.

Pero luego del poema el cura se puso a pontificar con un tono de voz no particularmente agradable, sin ninguna vacilación, con un énfasis tan marcado que parecía demasiado convencido de lo que afirmaba, y yo recordé esa frase maravillosa citada por Antonio Tabucchi en Réquiem y recogida por Sergio Pitol en El arte de la fuga: "No me deje solo entre personas llenas de certezas. Esa gente es terrible".

No me gustaba la manera de decir las cosas del cura, tan dueña de la verdad, tan llena de certezas, pero lo escuché con atención, y confieso que me gustó lo que hablaban. Conversaron sobre el sufrimiento humano, y sobre cómo combatirlo para que no se apoderara de tu vida, y de la idea de Dios y de su diferencia con la experiencia de Dios, asuntos infrecuentes en televisión.

Al otro día de ver la entrevista a Larrañaga, leí temprano en la mañana en el diario que había muerto un hijo pequeño de Cristián Warnken, Clemente, de sólo tres años de edad: murió después de ahogarse en la piscina de su casa. Había una foto en el diario de Warnken cargando el ataúd, saliendo de una iglesia. Pensé en la entrevista a Larrañaga, en la que el propio Warnken dijo que cuando las palabras van desapareciendo, se queda el silencio.

Larrañaga ha escrito muchos libros, creo que había dieciséis libros suyos sobre la mesa del entrevistador. En varios de ellos, me imagino, se refiere al peso y el valor de la experiencia: "Una cosa es la palabra amor, y otra cosa es el amor. En nuestra mente tenemos la idea de que el fuego quema, pero otra cosa es meter la mano en el fuego y tener la experiencia de que el fuego quema. Sabemos que el agua sacia la sed, pero otra cosa es tomar un vaso de agua fresca en una tarde de verano y tener la experiencia de que el agua apaga la sed".

Una cosa es pensar en la muerte de un hijo, y otra es vivir la experiencia de que se te muera dentro de tu propia casa, en un accidente doméstico macabro.

Cristián Warnken se quedó por un momento sin palabras, pero muy pronto encontró en ellas el modo de volver a llamar a la vida a su hijo Clemente. Ahora, en el comienzo de su duelo que durará, en distintas fases, toda su vida, serán esas palabras más los abrazos y los silencios de los que lo rodean los que ayuden a mitigar su dolor, junto al poema de San Juan de la Cruz, que él mismo, con entusiasmo, estimó quizás el mejor poema de habla castellana, y que en su estrofa final dice: "Quedéme y olvidéme/ el rostro recliné sobre el amado/ cesó todo, y dejéme/ dejando mi cuidado/ entre las azucenas olvidado".

Tabucchi decía que escribía para un lector que no esperara de él "ni soluciones ni palabras de consolación sino interrogaciones". Había que "estar dispuesto a dejarse visitar, a hospedar lo imponderable, a modificar categorías mentales, estilos de vida, a introducir nuevas formas de aproximación a la condición humana: forzar la suerte antes que condenarse a un anticipado réquiem".

No sé si le van a servir de algo estas palabras alguna vez a Cristián Warnken, que perdió a su hijo de un modo dramático y no conoce ahora más que la experiencia concreta del dolor. Pero las palabras, lo dijiste tú mismo durante la entrevista a Larrañaga, van desapareciendo y se queda el silencio, y en medio del silencio la memoria de un niño que fue una bendición mientras estuvo vivo, y que ahora como recuerdo sabrá darte aliento cuando más lo necesites.

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