Tuesday, January 22, 2008

Super ratón
Ratatouille

Fecha de publicación: 28/06/2007

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Por Alejandro Fernández Almendras

A final de Ratatouille, la última maravilla animada de Pixar, un oscuro crítico gastronómico que responde al nombre de Anton Ego, se confiesa. En la voz grave de Peter O'Toole de la versión original, el hombre de aspecto cadavérico, habitante de una lúgubre mansión cuyo plano cenital recuerda un ataúd, dice que bien sabe que el peor intento artístico, el mayor fracaso, vale más que lo que tenga que decir un crítico, pues allí donde el artista arriesga, el crítico se mueve sobre terreno seguro, despotricando a diestra y siniestra sus supuestas verdades. Pero eso no es siempre así, agrega, pues a veces el crítico también corre riesgos, ninguno mayor que el de defender lo nuevo y lo desconocido en medio de la mediocridad y el conformismo. Así, continúa, ha podido al fin entender la frase del célebre chef Gusteau, "cualquiera puede cocinar". "No se trata en realidad de que cualquiera pueda cocinar, sino que el talento puede surgir en cualquier parte", sentencia el crítico.

La verdad es que al pensar en casi todas las cintas de Pixar, no puedo sino concordar con el gran Gusteau y con Anton Ego, pues difícilmente uno podría esperar una reflexión sobre la crítica y el arte como ésta en una cinta de ratones animados. Más sorprendente aún es que un tema como este no sea sólo un adorno o un desvarío o esté cargado de ironía autoconsciente, sino que sea el centro mismo de una película entrañable y graciosísima, en que una vez más no solamente da cuenta de una pericia técnica más allá de todo halago, sino también de un cuidado por la historia, un conocimiento de las estructuras clásicas de la narrativa cinematográfica y una preocupación por los personajes y por el ritmo que ya se quisieran muchas cintas con personajes de carne y hueso.




Ratatouille narra la historia de Remy, un ratón que vive en la campiña francesa junto a su enorme familia ratonil, y que tiene una particular debilidad por la comida, por sus sabores y olores, y especialmente por la combinación de ellos. Remy admira secretamente esa extraña costumbre de los humanos de cocinar y por eso, mientras sus camaradas recolectan basura, él se la pasa fisgoneando en la cocina de una anciana aficionada al programa de cocina de Gusteau, el ídolo y guardián espiritual de Remy. Pronto el padre de Remy repara en el talento natural de su hijo y lo pone al servicio del clan, pero no para cocinar, sino para rastrear el veneno en la comida que recogen de la basura, algo que para Remy debe ser lo más parecido a trabajar en una fábrica de cajas o en una línea de ensamblaje de partes de automóviles.

Tras varias peripecias, Remy llega a París y cae nada menos que en la cocina del restaurante de su difunto ídolo, Gusteau, lugar al que llega también Linguini, un atolondrado joven que será el gran aliado y amigo de Remy en su transitar por el espinudo mundo de la alta cocina del alicaído restaurante, regido tras la muerte de Gusteau por el malvado chef Skinner, quien pretende convertir el legado del maestro en una atracción para turistas y una infinidad de cajas de comida congelada.

Es cierto que a nivel de guión Ratatouille no propone nada nuevo. Todo o casi todo lo hemos visto ya muchas veces. Los resortes emotivos, los villanos, las subtramas amorosas y de suspenso, las fases de entrenamiento y aprendizaje, etc., todo ya nos es más que conocido y algunas escenas, como la noche en que Remy aprende a darle órdenes a Linguini, suenan un poco forzadas o curiosamente inverosímiles, incluso dentro del contexto de una cinta en la que un ratón habla el lenguaje humano y entiende la jerarquía y división del trabajo en una cocina cinco estrellas. Sin embargo, no deja de sorprender la precisión y confianza con la que el director y guionista Brad Bird (Los increíbles) mueve los hilos de la historia y lleva adelante la disparatada idea de hacer una fábula del arte, la crítica y el mercado en un ambiente lleno de ratones saltarines, autos, calles y paisajes de juguete, villanos arquetípicos y escenas de acción y persecuciones a granel.



Desde hace tiempo que está claro que las cintas de Pixar no son únicamente para niños, pero con Ratatouille se llega a un nuevo extremo y se marca tal vez un nuevo hito. Terminar una cinta como ésta con un discurso como el de Anton Ego es un paso arriesgado, pero que gracias al virtuosismo de las animaciones, al cuidado puesto en la trama y al cariño e ingenio utilizado en crear cada personaje, permiten que la cinta sea algo más que comida rápida y entretenimiento desechable. Muchísimo más que una cinta de ratones animados.

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