Tuesday, January 22, 2008

Las calles de San Francisco
Zodíaco


Fecha de publicación: 31/05/2007
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Por Joel Poblete

Entre los indudables aciertos de esta notable cinta figura su capacidad para jugar con las expectativas del espectador. De partida, y lo que primero sorprende, por lo que muchos esperaban de esta nueva cinta del realizador David Fincher: por el sólo hecho de que estuviera centrada en la investigación en torno al "Zodíaco", un asesino en serie que durante años conmocionó a San Francisco y sus alrededores a partir de fines de los años 60, no habría sido extraño que el cineasta desarrollara un relato tenso, oscuro, ágil y trepidante, como en el filme que lo lanzó a la fama hace poco más de una década, Los siete pecados capitales. Y sin embargo, nos encontramos con una narración sobria, pausada, donde los recursos visuales y dramáticos recuerdan a la tradición del cine clásico estadounidense, en particular a algunos de los títulos más emblemáticos de los años 70, precisamente la década en la que se centra la parte medular de la acción. Son escasos los momentos en los que se cuela algún efectismo como los que en el pasado hicieran que más de alguien mirara con desdén al sólido artesano que Fincher ha demostrado ser, lo que con sólo seis películas ya lo ubica entre los nombres más atractivos y estimulantes del mainstream hollywoodense. De hecho, esos movimientos de cámara o efectos visuales que demostraban su virtuosismo en su filmografía previa acá sólo aparecen en contadas escenas (como cuando la cámara sigue el recorrido de un taxi desde las alturas, o en un montaje en el que aparecen sobreimpresos en pantalla los códigos que envía el Zodíaco, y en la ágil recreación virtual de la construcción del emblemático edificio Transamerica Pyramid de San Francisco, por ejemplo).




Y si ya se juega con las expectativas del público a través de esa dificultad de reconocer al Fincher que antes no dejaba de lados sus vínculos iniciales con la publicidad y el videoclip, también ocurre algo parecido por el giro que va adquiriendo la trama: si uno piensa que va a contemplar el clásico juego del gato y el ratón en el que la astucia del criminal se enfrenta con la agudeza de los investigadores que al final llega a imponerse en un inevitable desenlace que resuelve todos los cabos sueltos, esta no es su película. Aunque en un principio todo avanza con un ritmo que atrapa al espectador desde las primeras escenas, paulatinamente iremos advirtiendo cómo en Zodíaco lo que está al centro de todo no es saber la identidad del culpable para darle su castigo, sino la burocracia que a punta de malentendidos y torpezas va entrampando la pesquisa con su cadena de pistas falsas y momentáneas victorias, y particularmente lo que recorre la película es la obsesión que guía a tres hombres implicados en el caso: el inspector Dave Toschi (un sólido y convincente Mark Ruffalo), el periodista policial Paul Avery (Robert Downey Jr., tan divertido e indispensable como siempre) y el caricaturista Robert Graysmith (Jake Gyllenhaal), que intenta descifrar los códigos que envía el asesino.

Entonces, quienes pensaban que la película ofrecería festines de sangre, balaceras y persecuciones en auto, se equivocaron. Acá, tras dos horas y media de complejas pesquisas, un desfile de nombres, unos cuantos falsos culpables y varias divergencias entre las policías de distintas zonas, la sensación de frustración del público puede ser tan grande como la de los investigadores: aunque hacia el desenlace se vislumbra la solución, el caso nunca fue totalmente resuelto, y por eso en Zodíaco vemos cómo pasan los días, los meses, los años y cambian las décadas (el filme parte a mediados de 1969, y la última escena transcurre a comienzos de los años 90), y todo sigue sin una respuesta definitiva.

Pero al mismo tiempo es fascinante esa capacidad de sumergir a quienes ven la película en su casi rutinaria sucesión de datos y fechas, esa marea que supera al más hábil de los policías que termina por agobiar también al espectador menos paciente y que sólo busca entretención fácil e inmediata. Por eso, cuando entremedio de esto aparecen de improviso los crímenes, el impacto es aún mayor: la atmósfera de terror e incertidumbre que Fincher alcanza en estos espeluznantes momentos es indiscutible, tanto como las que en su momento lograra en Alien 3, Los siete pecados capitales y La habitación del pánico; pero en esos títulos todo el metraje estaba recorrido por una sensación atemorizadora, mientras acá al incluirlos en medio de una investigación fría y detallista y filmarlos con precisión, realismo y sentido del tempo y composición visual (por ejemplo, la imagen de la pareja sorprendida a orillas del lago con un fondo casi idílico tras ellos), sin ceder al morbo ni ser demasiado gráfico, consigue una efectividad aún mayor. Tanto como la de otras dos escalofriantes escenas: el interrogatorio de tres policías a un sospechoso y la conversación que el caricaturista sostiene en un sótano.




El inteligente guión basado en el libro que escribió Graysmith, tan obsesivo y lleno de detalles como la investigación misma, acierta al deslizar detalles de humor, y en conjunto con la sólida puesta en escena del realizador permite que en paralelo a la historia policial seamos testigos de un acertado retrato de una sociedad en permanente cambio y expansión, y cuyo nivel de paranoia podría extrapolarse a la de estos años. Es la primera vez que Fincher aborda sucesos reales en una película, y el clasicismo fílmico y narrativo que exhibe lo convierte en un verdadero cronista de época, que va mucho más allá del lógico look en el vestuario y la dirección de arte, para además apoyarse en el espléndido trabajo del director de fotografía Harris Savides (fundamental en títulos de Gus Van Sant como Gerry, Elefante y Last days, y que ya trabajó con Fincher hace diez años, en Al filo de la muerte) que hace parecer como si la cinta se hubiera filmado realmente en los años 70.

Efectivamente, la casi enfermiza obsesión de Graysmith, que pone en riesgo su vida, revolucionando su hogar y su convivencia familiar, no está muy lejos de la que se apoderaba paulatinamente de Richard Dreyfuss en Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) de Spielberg, o la de Robert Redford y Dustin Hoffman en Todos los hombres del presidente (1976) de Alan J. Pakula, con la que Zodíaco guarda evidentes lazos; por la precisión y detallismo de la investigación, por la sensación de temor e inseguridad que recorría la cinta, por estar ligada al mundo periodístico (la redacción de los diarios y cómo están filmadas es muy similar en ambas) y por la forma de capturar la historia en imágenes, es una inspiración obvia en la que debe haberse fijado Fincher. No es casual que haya convocado para componer la muy adecuada y oportuna música incidental a David Shire, el autor de la partitura del filme de Pakula, que da una verdadera clase magistral de cómo incluir la música sólo cuando es estrictamente pertinente, no inundando la historia de acordes majaderos y previsibles como tantos jóvenes colegas. Y por cierto, las canciones de la banda sonora también juegan un rol estratégico, como esos créditos iniciales con Soul sacrifice de Santana, y el estupendo y casi aterrador uso de Hurdy Gurdy Man de Donovan, en el primer crimen y en los créditos finales.

Aunque se pudo contar todo en menos tiempo y el ritmo pierde fuerza a mitad del metraje, amenazando con caer en la monotonía para recuperarse notoriamente en la última media hora, a Zodíaco le falta muy poco para convertirse en una auténtica obra maestra, pero de todos modos es desde ya uno de los mejores títulos estrenados este año. Absorbente, inteligente y madura, no carece de riesgo al ir en contra de lo que el establishment de Hollywood le pide a toda película con pretensiones de taquilla: no da respuestas fáciles, no satisface todas las necesidades de su público, no se la juega por entretener sin mayores exigencias. No es de extrañar que en Estados Unidos tuviera sólo un discreto paso por cartelera.

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