Monday, January 14, 2008

Asuntos infernales
Un mundo de dobles opuestos

Christian Ramírez
Artes y Letras, El Mercurio

Asuntos infernales
Mou gaan dou
2002
Dirección: Andrew Lau
Alan Mak
Guión: Felix Chong, Alan Mak

Elenco: Andy Lau, Tony Leung, Eric Tsang, Anthony Wong

Diseñada originalmente para convertirse en megaéxito, el filme honkonés que Scorsese acaba de rehacer como Los infiltrados opera con la suficiente sutileza y energía para ser considerado harto mas que un simple hit comercial. De hecho, visto en DVD puede llegar a convertirse en una experiencia adictiva.

Pocas cosas hay más esquemáticas que la estructura de un policial: elementos como perseguir a los malos, asegurar el imperio de la ley, proteger al inocente y establecer las fronteras de lo moral, están presentes (o deberían estarlo) en casi todas las producciones del género, menos por un asunto de repetición que por un asunto de lógica interna. Si llegan a faltar, el espectador tiende a echarlos de menos de inmediato, sea que esté viendo un recocido televisivo o una sofisticada producción de un reputado director.

La cosa cambia, sin embargo, cuando son estos lugares comunes –estas paradas obligadas de la historia– los que se tuercen, se someten a cuestionamiento y quedan al centro de la trama. Tal vez ahí radica el hechizo que ejerce sobre su audiencia Asuntos infernales, película honkonesa de 2002 que Martin Scorsese acaba de rehacer como Los infiltrados. Los gringos no pudieron resistirse. Mal que mal llevan esos ganchos argumentales casi incorporados en su sistema.

La ciudad y el cielo

Comentando hace unas semanas el filme de Scorsese en el Village Voice, el crítico J. Hoberman hizo el mejor alcance enunciado por un occidental acerca del argumento de Asuntos infernales: “su punto de partida es tan extraordinario que sorprende que recién haya aparecido en pantalla, tras más de cien años de historia del cine”. Y uno tiende a darle la razón. Dos muchachos se infiltran en la policía de Hong Kong y en la mafia: Ming (interpretado por Andy Lau), es uno de los favoritos del padrino local, quien ha seleccionado a sus mejores aprendices para infestar las fuerzas de orden. Yan (encarnado por Tony Leung), en cambio, es la gran promesa de la escuela de policías y de inmediato su superior decide convertirlo en un agente encubierto, alguien lanzado sin honor directo a la delincuencia. Años pasan –al menos diez– y ambos demuestran ser brillantes en lo que hacen, quizás demasiado: lo que originalmente era un disfraz se ha convertido en su segunda piel y el medio que era su hogar, en el mundo que ahora combaten. Sus propios jefes llegan a dudar de su competencia y de que a estas alturas aún tengan claro sus objetivos. Hasta cierto punto, cada uno se ha vuelto el doble opuesto del otro. En su sombra.

La premisa es vieja como el hilo negro, sólo que la cinta –dirigida por Andrew Lau y Alan Mak– la ejecuta con un notorio sentido de la belleza y la pasión. Todo en la trama tiene su contrario: Ming versus Yan (el bueno-malo contra el malo-bueno), sus respectivas mujeres –una simpática dueña de casa con delirios de novelista, y una comprensiva y paciente siquiatra–; los jefes de rigor, a cargo de dos leyendas del Hong Kong cinema: Tony Wong (como el policía) y el increíble Eric Tsang (como el mafioso). Incluso el mundo en que habitan parece fracturado en la mitad. Por un lado la ciudad a nivel del suelo, centro neurálgico de una mentira que no para de crecer y enredarse; un medio infestado de celulares, escaso contacto interpersonal y limitado a espacios clausurados. Por otro una metrópoli de rascacielos recortados contra un imposible e intenso cielo azul; un conjunto de altísimas azoteas y espacios abiertos, donde los personajes se dan cita para hablar sin máscaras y en el que la comunicación todavía se maneja dentro de un horizonte de verdad.

El detalle no es casual: no por nada esas tomas fueron diseñadas por Christopher Doyle, el director de fotografía de Wong kar-Wai, y que actuó como consultor de la producción en el tiempo libre que le dejaba el interminable rodaje de 2046. La participación del refinado Doyle da una idea del nivel de metas fijadas por la productora Media Asia en el destino de su material: una megaproducción cargada de estrellas, rasgo que comparte con el filme de Scorsese, ya que a nivel asiático Andy Lau, un celebrado cantante pop, y Tony Leung, el actor más respetado de su generación, son más que un contrapeso a sus respectivos émulos estadounidenses, Matt Damon y Leonardo DiCaprio. El resultado fue un éxito monstruoso y gatilló la aparición de Asuntos infernales II y III, efectivas precuela y secuela de la historia original, de modo que la persistente tendencia de cierto cine oriental en orden a absorber modelos occidentales y hacerlos completamente suyos, dio la vuelta completa.

Volver al origen

Por mucho que Hoberman defienda lo hermoso de la premisa del filme –más notable aún, en la medida que se resuelve de un modo tan efectivo y coherente–, hay dos modelos que Asuntos infernales y, hasta cierto punto, casi todos los policiales asiáticos aún se toman muy en serio. El primero es bastante reciente: Fuego contra fuego (1995), de Michael Mann, donde el malo y el bueno (otra vez dos estrellas, De Niro y Pacino) se rodeaban el uno al otro, hasta que reconocían que estaban hechos de la misma madera. El otro está casi olvidado en occidente, pero en Hong Kong es reconocido como la madre de este subgénero de identificación y persecución hasta las últimas consecuencias: Manhattan Sur (1985), de Michael Cimino.

Conocida en DVD como El año del dragón, la cinta enfrenta a un policía y a un mafioso que van anulando uno a uno los rasgos que los diferencian (raza, nación, moral) hasta que acaban convertidos en monstruos equivalentes. Si John Woo pasó vergüenza intentando repetir el esquema en productos americanos como Contracara, los realizadores de Asuntos infernales reflejan muy bien su grado de asimilación de esta poética de los extremos. Una que deja espacio tanto a los laberintos mentales del traidor oficial Ming como al desagarrado romanticismo del infiltrado Yan. Los dos anhelan “regresar a casa”, volver a su centro; aunque no están completamente seguros de que ello pueda hacerse, o de que quieran intentarlo. Y, en términos del género policial, eso es un más que respetable y óptimo lugar común.

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