Sunday, January 20, 2008

Literatura de Ciencia Ficción en Chile de WWW.MEMORIACHILENA.CL

El difícil y desconocido viaje a otros universos desde el fin del mundo

Considerada muchas veces una suerte de hermana menor en la familia de la literatura, la ciencia ficción en nuestro país ha sido víctima permanente del olvido y la despreocupación, lo que hace muy difícil no sólo rastrear su historia, sino incluso acceder a algunas de las fuentes que se suponen fundacionales en su desarrollo. En muchas ocasiones, sólo el silencioso y persistente trabajo de investigación y difusión realizado por los seguidores del género -como el francés Remi-Maure, la norteamericana Andrea Bell y los chilenos Moisés Hassón, Omar Vega, Marcelo Novoa, y la revista electrónica de creación y difusión del género fantástico TauZero- nos permiten tener una aproximación a la dispar y heterodoxa historia de la ciencia ficción en Chile. Algunos estudios sitúan como la primera novela de anticipación que llegó a nuestro país a L’An deux mille quatre cent quarante, del francés Louis Sebastian Mercier. De acuerdo con José Toribio Medina, esta novela fue proscrita en estas tierras en 1778 por decreto del Rey de España, preanunciando la condena al silencio que parece pesar sobre la ciencia ficción en Chile.

Aun cuando no se puede hablar de una verdadera escuela del género en nuestro país, se pueden contar al menos unas cien obras de ciencia ficción chilena, suponiéndose que resta todavía hallar una gran cantidad de material que permanece en el desconocimiento y del cual posiblemente ya ni siquiera existan copias disponibles, como sucede con la que se cree es la primera obra de ciencia ficción escrita en Chile, El espejo del mundo o El espejo del futuro, atribuida a un inglés que Vega identifica como David Tillman y Novoa como Benjamín Tallman, que habría publicado su obra en 1875. Sin embargo, y a pesar de existir algunas publicaciones previas que podrían ser vistas como parte del género (como Ocios filosóficos y poéticos en la Quinta de las Delicias escrita por Juan Egaña en 1828), el inicio de la ciencia ficción chilena se puede fijar en 1877 con la publicación de Desde Júpiter, de Francisco Miralles.

Desde ese momento, y centralmente durante el siglo XX, la ciencia ficción chilena transitó caminos dispares, siendo cultivada por numerosos escritores -desde Pedro Sienna a Ariel Dorfman- que dejaron una obra heterogénea y dispersa. Sobresalen por su recurrencia los textos de política ficción y las obras utópicas referidas a civilizaciones perdidas como la Atlántida o la Ciudad de los Césares, tópicos visitados por escritores como Manuel Rojas, Luis Enrique Délano, Luis Thayer Ojeda, Hugo Silva, Fernando Alegría -quien publicó la antología Leyenda de la ciudad perdida- y Manuel Astica Fuentes, cuya novela Thimor abre esta línea temática en 1932.

Sin embargo, a partir de la década de 1950 y de la mano de la publicación de Los altísimos de Hugo Correa, la ciencia ficción chilena inició su época más fructífera, contando con exponentes permanentes del género encabezados por el mismo Correa, quien ha sido incluido en numerosas antologías extranjeras y traducido a diversos idiomas, y al que se suman autores como Elena Aldunate y Antoine Montagne (Antonio Montero).

Hoy, con la publicación de obras como Flores para un cyborg de Diego Muñoz, y la antología Años luz de Marcelo Novoa, la literatura de ciencia ficción parece estar tomando un nuevo impulso, que quizás abra finalmente la puerta de una historia desconocida y fascinante.

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