Tuesday, February 26, 2008

Un optimista es el que cree que todo tiene arreglo. Un pesimista es el que piensa lo mismo, pero sabe que nadie va a intentarlo.
Jaume Perich (1941-1995) Humorista español.
El optimista cree en los demás y el pesimista sólo cree en sí mismo.
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) Escritor británico.
Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad.
Winston Churchill (1874-1965) Político británico.
El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas.
William George Ward (1812-1882) Escritor y teólogo inglés, uno de los líderees del
El optimista tiene siempre un proyecto; el pesimista, una excusa.
Anónimo
Mi pesimismo no es sino una variedad del optimismo.
Jean Cocteau (1889-1963) Escritor, pintor, coreógrafo.
No soy pesimista. Soy un optimista bien informado.
Antonio Gala (1930-?) Dramaturgo, poeta y novelista español.
El optimismo es la creencia de que todo es hermoso.
Ambrose Bierce (1842-1914) Escritor estadounidense.
A mal tiempo, buena cara.
Refrán
El pesimista sabe rebelarse contra el mal. Sólo el optimista sabe extrañarse del mal.
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) Escritor británico.
Siempre que puedas, mantente cerca de los que tienen buena suerte.

Autor: Proverbio latino


Si, a fin de cuentas, su optimismo resultara injustificado, almenos habria vivido de buen humor.

Autor: H. G. Wells


Un optimista es un fulano que cree que lo que va a pasar tardará en pasar.
Algunas personas miran al mundo y dicen ¿Por qué?. Otras miran al mundo y dicen ¿Por qué no?. George Bernard Shaw

El optimismo es un elemento vigorosamente constructivo, cuya influencia en el individuo equivale a la del sol en la vegetación. Orison Swett Marden

El optimismo le permite al hombre llevar la cabeza en alto, reclamar el futuro para sí y no cedérselo al enemigo. Dietrich Bonhoeffer

El optimista cree en los demás y el pesimista sólo cree en sí mismo. Gilbert Keith Chesterton

El optimista dice: 'Déjame hacerlo a mi'. El pesimista dice: 'Ese no es mi trabajo' Autor desconocido

El optimista dice: 'Puede ser muy difícil pero es posible'. El pesimista dice: 'Puede ser posible, pero es muy difícil. Autor desconocido

El optimista encuentra una respuesta para cada problema. El pesimista ve un problema en cada respuesta. Autor desconocido

El optimista es una parte de la respuesta. El pesimista es siempre una parte del problema. Autor desconocido

El optimista se equivoca con tanta frecuencia como el pesimista, pero es incomparablemente más feliz. Napoleón Hill

El optimista siempre tiene un proyecto. El pesimista siempre tiene una excusa. Autor desconocido

El optimista ve siempre luz en la oscuridad. El pesimista siempre ve oscuridad en medio de la luz. Autor desconocido

El pesimista sabe rebelarse contra el mal; sólo el optimista sabe extrañarse del mal. Gilbert Keith Chesterton

El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas. William George Ward

El sol brilla en todas partes, pero algunos no ven más que sus sombras. Arthur Helps

La condición esenciadísima para ser optimista es tener una absoluta confianza en uno mismo. Wallace Stevens

Lo bueno de ser optimistas es que, cuando las cosas no salen bien, uno está seguro de que mejorarán. Hughes

Los optimistas aceptan a los demás como son, y no malgastan energías queriendo cambiarlos, sólo influyen en ellos con paciencia y tolerancia. Marta Tonetti

Mantén tu rostro hacia la luz del sol y no veras la sombra. Helen Keller

Me encanta despertar cada mañana. Sé que será un nuevo día que no he vivido antes. Buenos días, mundo, aquí estoy. Hay Louise

No anticipéis las tribulaciones ni temáis lo que seguramente no os puede suceder. Vivid siempre en un ambiente de optimismo. Benjamín Franklin
Optimista es el que os mira a los ojos, pesimista, el que os mira a los pies. Gilbert Keith Chesterton

Optimista es el que os mira a los ojos, pesimista, el que os mira a los pies. Gilbert Keith Chesterton
Soy optimista. No creo que el mundo esté perdido, porque el hombre puede ser bueno y creo que la civilización nos lleva a la bondad. Adolfo Bioy Casares

Un optimista piensa que éste es el mejor de todos los mundos posibles. El pesimista tiene miedo de que eso sea cierto. Ralph Waldo Emerson

Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad. Winston Churchill
Una Vida Crítica
Higiene intelectual
15 de febrero de 2008
Daniel Villalobos www.civilcinema.com


"Nunca pude ver cómo los deberes de un crítico, que consisten en gran medida en hacer dolorosas observaciones en público sobre los más sensibles entre sus prójimos, pueden conciliarse con los modales de un caballero”. George Bernard Shaw

La reciente antología de textos sobre cine publicados por Héctor Soto a lo largo de cuarenta años en distintos medios chilenos viene a poner los puntos sobre las íes: respecto no sólo a la posición del autor como el crítico de cine más importante e influyente que hayamos tenido, sino además sobre la necesidad de leerlo con la perspectiva que da la recopilación y la distancia del tiempo.

El volumen –editado por Alberto Fuguet y Christian Ramírez- reúne en 517 páginas una larga lista de textos breves donde Soto desmenuza, ataca, defiende y alaba a películas de diverso pelaje. Están, desde luego, Clint Eastwood, Woody Allen y Martin Scorsese (los cuales tienen sendos capítulos dedicados a sus filmografías) pero también están Las Tortugas Ninjas, Sexo con Amor, Top Gun e incluso una mediocre cinta de Cantinflas (Su Excelencia, 1967). El criterio de elección, gracias a Dios, no fue la calidad de las cintas, sino de los textos. Lo que es razonable, ya que Soto nunca ha sido un gran propagandista. Como crítico de cine, está en las antípodas de gente como Roger Ebert o incluso Jonathan Rosenbaum. Más que concentrado en promover la asistencia de público a las películas de sus amores, en la mayor parte de su carrera ha preferido emitir juicios mesurados en la forma y apasionados e incluso arbitrarios en la esencia. Sus textos no son material de afiches o promociones y es difícil citar una frase de una de sus críticas que englobe su opinión sobre la cinta en particular.

Soto no predica. Opina. Y el volumen permite asistir al desarrollo de esas opiniones, a la manera en que un autor encuentra su voz, su estilo personal, su mirada respecto al medio. La antología en ese aspecto es un logro de parte de sus editores, si bien tanto en el prólogo como en el epílogo se echen de menos algunos datos duros sobre Soto y un análisis sobre su importancia como crítico más allá de la abierta admiración que Fuguet y Ramírez le profesan.

El volumen también permite, claro, sentarse a discutir con Soto, distinguir aquellas opiniones o miradas que sobreviven y siguen iluminando, de aquellas que resultaron miopes con el paso de los años o que siempre lo fueron. El mismo autor, como explica Fuguet en el prólogo, tenía serias dudas sobre el valor de recopilar textos antiguos, pero lo cierto es que si Una vida crítica permite discernir cuánto de arbitrario hay en su mirada sobre el cine, también es un material inmensamente valioso no tanto para quienes lo han seguido por años como para aquellos que apenas le conocen y tienen aquí la chance de averiguar por qué tanta reverencia hacia su figura.


Los primeros textos del volumen –en orden cronológico- tienen un valor más que nada histórico. Hay escaso rastro en esos textos (desde Por Unos Dólares Más hasta La Hora del Lobo) de la lucidez de décadas posteriores y si bien sus textos sobre Ruiz y Littin en los ’60 son interesantes como piezas de opinión, son confusos y laboriosos comparados con las fulminantes dos carillas que se volvieron su trinchera en la Mundo Diners y en la Capital. El Soto de los sesenta es un conferencista apasionado que se enreda con las tarjetas. El de los ochenta y noventas es un maestro de la frase precisa, del mot juste, un escritor que hizo artículo de fe la frase de Octavio Paz que citó en una de sus reseñas: la claridad en el discurso a estas alturas del partido es un asunto de higiene intelectual. Otro aspecto que salta a la vista leyendo el volumen de tapa a tapa: lo mejor y más perceptivo de Soto está en sus comentarios sobre el aquí y el ahora. No es bueno revisitando cine clásico ni sacando lustre a viejas carreras. Tampoco es un buen profeta: ni Paul Thomas Anderson ni Wes Anderson, por ejemplo, han cumplido las promesas que anunció a raíz de sus primeras cintas.

La mayoría de sus perfiles (agrupados en la sección Rostros) son farragosos y no muy interesantes. El texto sobre Bazin, siendo ilustrativo, suena más a folleto de exposición que a un artículo de vigor real, lo mismo que Siete Miradas sobre Hitchcock, que apila sin mucha gracia varios de los lugares comunes ya más que sabidos sobre el director inglés. Mención especial, eso sí, merece su hermoso relato-comentario sobre el último día de vida de Fassbinder, o el sentido texto sobre un entonces desconocido Oliver Assayas.

Donde Soto se suelta la corbata y pela el cuchillo es en las columnas sobre estrenos de la cartelera. Sus mejores textos por lo general no superan los cinco o seis mil caracteres y es notorio el esfuerzo cuando elige escribir críticas o perfiles que superan esa extensión. En apenas dos carillas y algo, Soto es capaz de pulverizar una vaca sagrada (Nacido para Matar), canonizar una buena película (Amantes) e incluso hacer una convincente defensa de lo indefendible (El Aviador).

Amigo de la chatarra cuando es noble, escéptico frente a esa entelequia entendida tradicionalmente como cine-arte, Soto puede llegar a emocionar cuando aplaude sin pedir permiso pequeñas cintas de terror o ciencia-ficción, cuando rescata del fango a una cinta como Annie comparándola con E.T. o cuando construye a lo largo de los años la defensa del cine de Eastwood.

Tal vez por su admiración por Pauline Kael y Andrew Sarris, por su abierta repugnancia frente a lo que llama “la academia” y por su sostenido interés por la relación emocional que las películas establecen con el espectador, Soto no teme ser arbitrario. Su negocio no es ser justo, ni siquiera convincente. El sobreentendido es que su opinión sobre una película –al menos en el pequeño campo de los textos que firma- es la última palabra digna de decirse y lo demás son pajas y caldos de cabeza. De ahí que su estilo a ratos destile soberbia e incluso aires de mono sabio. De ahí también que resulte tan extraño leerlo escribiendo en primera persona (La Mirada de Ulises, Apocalypse Now Redux), cuando es paradójicamente la tercera la que le permite reiterar una y otra vez el dogma de que en el cine lo que vale es la experiencia personal.

Desde esta perspectiva, la del francotirador de butaca que no tiene empacho en declarar perdido a un cineasta de la talla de Fellini o en levantar el prestigio de un artesano como Joe Dante, leer las críticas de Soto sobre películas chilenas de los ’70 a principios de los ’90 es una experiencia dolorosa. No por la calidad de los textos, sino por la innegable sensación de presenciar al autor caminando sobre huevos. Mal que mal, en plena dictadura, con una serie de factores extra-cinematográficos en juego y un entorno poco dado a los grises y a las sutilezas, decir que un estreno nacional era insalvable o derechamente una pérdida de tiempo puede haber sonado incluso cruel.
Pero en otro sentido, esas tortuosas reseñas de Caiozzi, Agüero, Justiniano y Perelman permiten apreciar un ángulo distinto (uno más) del talento retórico de Soto: pueden ser textos resguardados, con un tono de disculpa que roza el paternalismo, pero jamás son perdonavidas. Más aún, la mayoría de ellos son justos y necesarios y en conjunto aportan uno de los vistazos más lúcidos y menos gastados sobre esa etapa del cine nacional.

Y es por eso tan interesante comprobar que Soto –quien nunca ha ocultado su escepticismo hacia la producción local- ha ido afilando su mirada hacia el cine chileno en los últimos años y se ha vuelto más despiadado y asertivo respecto a éste en paralelo al desarrollo técnico y expresivo que ha tenido en épocas recientes. Dicho de otra forma, que Soto se saque los guantes a la hora de hincarle el diente a Machuca, La Sagrada Familia o FiestaPatria es, de alguna manera, un halago al medio.

¿Son discutibles o defendibles las teorías de Soto sobre el cine? Es una pregunta válida, sobre todo porque la idea de que sus textos son simples reacciones de un espectador altamente ilustrado se sostiene sólo en apariencia: sus textos están llenos de generalizaciones e hipótesis sobre por qué la emoción vale más que la razón, por qué el psicoanálisis es una cruz para los cineastas, por qué la “verdad” siempre ilumina más que la teoría y por qué el consumo indiscriminado de cine industrial merece más respeto que el “último manual de semiología fílmica” (¿y por qué no pueden ir los dos de la mano?).

En la mirada de Soto, el cine es un arte que se construye desde la emoción y esa emoción es la del director. Poco espacio hay en este libro para actores, guionistas, fotógrafos y otros artistas ligados a la producción de películas, y si Soto nunca dice con todas sus letras que gran parte de sus prejuicios y aciertos viene de la teoría de autor, eso no significa que no lo proclame en cada uno de los textos que firma.
Es desde esa posición que Soto puede, por ejemplo, escribir una crítica sobre Haz lo Correcto que debe estar entre lo más fino y certero que me haya tocado leer sobre cualquier filme en cualquier época. Y es desde allí que puede además publicar una nota donde compara Las Tortugas Ninja con El Cocinero, El Ladrón, Su Mujer y Su Amante sólo para masacrar la cinta de Greenaway con una ferocidad que no puede menos que compartirse a veinte años de distancia: en verdad, las modestas tortugas tenían harta más dignidad que los devaneos estéticos del director inglés.

Las preferencias generales de Soto son bastante claras. Poca paciencia con los cineastas que se compran el cuento del arte y la trascendencia y la metafísica, y mucho interés por quienes, como dijera en una entrevista, “prefieren abrirse las venas”. De ese lado, Greenaway, Ruiz, Rivette y mucho del cine europeo experimental o comprometido que alguna vez la generación de cinéfilos de Soto veneró. De este lado, Eastwood, Cassavettes, Hitchcock, Almodóvar, Cimino, Coppola. Y en el medio gente como Spielberg, un cineasta con cuya obra Soto ha tenido una relación de amor-odio desde E.T. hasta La Guerra de los Mundos.

Pero si Una Vida Crítica es lectura imprescindible para cualquier cinéfilo nacional o de otras latitudes no es por la pasión con que el autor despliega sus preferencias: bastante de eso tenemos ya visitando cualquier blog de cine en la red. Lo que hace al volumen un texto valioso es la posibilidad de comprobar –una y otra vez- el talento como escritor de Soto, la soltura de su pluma y la claridad con que expone su juicio. Lo que lleva a una de las comprobaciones más extrañas al leer el libro: que las reseñas más entusiastas de Soto no suelen ser sus mejores trabajos, y que se siente mucho más cómodo discutiendo cintas menores o problemáticas (como Haz lo Correcto) o saltándole al cuello a títulos que considera infumables (como El Maestro de Música).

¿Fueron los años ’80 la mejor etapa de su carrera? Al menos fue la década en que tuvo un alto y sostenido nivel de calidad. También fueron los años en que muchos de los autores que más le interesan –como Scorsese- estaban en pleno funcionamiento. También fue el período clave en que el auge del video obligaría a toda una generación de cinéfilos a formar su gusto frente a la pantalla del televisor antes que en un cine-club piojoso, un fenómeno generacional del que Soto nunca se dio por advertido en sus escritos de la forma que lo ha hecho con el DVD. Fue además la década de la revista Enfoque, la publicación especializada donde Soto colaboró activamente por años. Y también –no menos importante- los ’80 fueron la década en que Soto parecía estar dispuesto a ver todo lo que se le pusiera a tiro. Sus reseñas de esos años se mueven entre la producción B (Pesadilla/Pesadilla 2), los blockbusters (Top Gun), el cine-arte puro y duro ( Fanny y Alexander) y las rarezas (Vivir para Contar). En los siguientes lustros, Soto se fue poniendo más selectivo, lo que de seguro le evitó más de una frustración como espectador, pero nos privó de sus comentarios frente a algunas deliciosas chatarras más recientes.

Mientras tantos críticos han ido y venido, desapareciendo o mutando, Soto ha seguido ahí, en distintas trincheras, escribiendo siempre con derroche de adjetivos (una película puede ser a la vez “audaz, emocionante, arrolladora”) y escasez de citas cinéfilas. Soto debe ser uno de los críticos menos dados a la enumeración de trivias en la historia del gremio, lo que viene siendo un alivio en esta época donde Imdb y Wikipedia nos han inundado de papanatas con carnet de expertos.

A lo largo de su carrera, como todo crítico, ha tenido aciertos magníficos y opiniones inentendibles, como defender un mamarracho de la talla de El Aviador o la carrera de Woody Allen post-Crímenes y Pecados. También ha mirado con poca simpatía a cineastas como Michael Mann o Raúl Ruiz (en su etapa francesa) y ha patentado la clase de arbitrariedades anecdóticas que son también la gracia de cualquier crítico con personalidad: inexplicable es, por ejemplo, la furia de ninja justiciero con que le cae encima a cineastas como Greenaway o Jane Campion, comparada con la simpatía que le despierta Robert MacNamara (Niebla de Guerra), el político y ex –ministro estadounidense que participó en actividades bastante más siniestras que perpetrar malas películas.

Y al final de todo ¿en qué consiste el estilo Soto? Está conformado, me atrevo a decir, por un respeto permanente a la precisión y al buen uso del lenguaje. Recurre pocas veces a la descripción de una escena, a la cita de un diálogo o a la frase entre comillas. Hay pocas referencias al lenguaje coloquial o a los dichos de moda, y es un alivio comprobar que la gran parte de los textos de la antología parecen escritos ayer, en el sentido de que sus juicios pueden ser discutibles o lucir –en algunos casos- polvorientos o dignos de revisión, pero no la forma en que los expresa. Leer este libro y luego dar un rápido vistazo a lo que se considera hoy crítica de cine en la prensa escrita chilena es una triste manera de comprobar que Soto puede tener herederos en cuanto a su moral, pero no respecto a su oficio. Por estos días en el gremio, nadie está escribiendo con el nivel de pureza conceptual y de ritmo que este crítico tuvo en la mejor etapa de su larga carrera, y la edición de este volumen –el primer gran acontecimiento cinéfilo del año en el país- bien puede contribuir a remediar semejante vacío.

Los críticos, no es ningún secreto, suelen extraviarse o perder interés con los años. El estadounidense Kent Jones decía en una entrevista que escribir sobre cine era un oficio para gente joven en la medida que implicaba ver –devorar- grandes cantidades de basura junto con las buenas películas. De ahí, reflexionaba, que una persona mayor tuviera menos que decir sobre el cine reciente en la medida que su paciencia con los malos filmes se hacía más volátil. Es un juicio discutible, pero válido, considerando que incluso titanes del gremio como los norteamericanos Andrew Sarris y Jonathan Rosenbaum han perdido la influencia que alguna vez tuvieron.

O tal vez los tiempos cambian, para bien o para mal, y la crítica de cine tal como Soto la conoció y ejerció en las últimas tres décadas, se está batiendo en retirada frente a las comunidades de blogueros, programas de farándula y solapistas que hoy por hoy campean en los medios. Sin embargo, en críticas de cintas tan recientes como OldBoy o Radio Corazón, Soto vuelve a sorprender e incluso a provocar. Y si el cine está en evolución o involución –dependiendo de cómo se mire- lo cierto es que la publicación de Una Vida Crítica obliga a mirar hacia atrás, a pensar en el presente e incluso a preguntarse por el futuro. Soto puede no haber tenido jamás ambiciones como realizador, pero su aporte al medio va mucho más allá del que jamás lograrán algunos directores a los cuales destrozó o defendió a lo largo de décadas. Bien por él. Bien por nosotros.
Voz activa

Voz activa es la voz en la cual el sujeto realiza, ejecuta o controla la acción del verbo, es decir, es un sujeto agente: "Pedro come pan". El verbo come está en voz activa, porque su sujeto Pedro realiza la acción del mismo.

Por el contrario, la voz pasiva es aquella en la que el verbo posee un sujeto que padece la acción, es decir, es un sujeto paciente, y no la realiza, ejecuta o controla, como ocurría en el caso de la voz activa: "Las peras son comidas por María y Pedro". Aquí el sujeto, las peras, no realizan la acción, y el verbo, son comidas, está en voz pasiva, que en español se forma con el verbo ser en el tiempo de la activa más el participio del verbo de la activa.


Voz pasiva
La voz pasiva es una construcción o conjugación verbal en algunas lenguas por la cual se presenta al sujeto como pasivo (sujeto paciente), mientras que la acción ejecutada por el verbo es desempeñada por un complemento (complemento agente) y no por el sujeto agente del verbo en voz activa. Se conjuga con el verbo ser en su misma persona.

El griego, el latín, entre otras lenguas, poseen morfemas específicos para la voz pasiva; en castellano lo más parecido que hay es el morfema se de la llamada pasiva refleja ("Se vende piso" = "Un piso es vendido por alguien").

El inglés, el castellano y otras lenguas neolatinas o románicas utilizan construcciones perifrásticas para formar la voz pasiva: Verbo ser en el tiempo de la activa + participio del verbo que se conjuga. Por ejemplo, la conjugación pasiva correspondiente "He saludado a un amigo" es "Un amigo ha sido saludado (por mí)".

Las oraciones activas y pasivas están relacionadas según el siguiente esquema:

Activa: Sujeto (gramática) + verbo + Complemento directo

Pasiva: Sujeto paciente (complemento directo de la activa) + verbo Ser + Participio del verbo + Complemento agente (sujeto de la activa)

En español solo pueden construirse oraciones con verbos transitivos, aunque hay un número reducido de verbos transitivos que no admiten la construcción pasiva, como por ejemplo, "haber" o "tener". Las oraciones "Hay un perro" y "Tengo un gato", ambas con un complemento directo, no pueden transformarse en pasivas; "Un perro es habido" y "Un gato es tenido por mí" son incorrectas.

La voz pasiva

Existen formas verbales donde una persona es la que realiza la acción, o que tiene la posibilidad o el deseo de realizarla. A eso es a lo que llamamos un verbo en voz activa.

Sin embargo, existe otra posibilidad, que es que la acción del verbo, el efecto de ella, ya sea un beneficio o un daño, recaiga sobre una persona: a eso llamamos un verbo en voz pasiva.

Esta conjugación verbal se construye utilizando el verbo ser como auxiliar, y el participio del verbo cuya acción se desea expresar.

Por ejemplo:

- Yo soy amada por mi familia
- Las flores eran regadas por el jardinero
- Ustedes serán recibidos muy bien.
Como has visto en los ejemplos, el verbo conjugado según la persona y el número correspondiente es el verbo ser, aunque el participio del verbo que lo acompaña también debe estar en concordancia con ellos.

La voz pasiva refleja

Se da en ciertas construcciones en voz activa con el pronombre se, y que tienen significado pasivo: Se construyen pisos. El sujeto gramatical representa al ser que recibe la acción: "pisos". Se es un morfema que pone de manifiesto que el sujeto gramatical debe interpretarse como objetivo, no desempeña ninguna otra función sintáctica, se puede analizar como morfema de voz pasiva. El agente de la acción no está especificado.

Ejemplos:

- Se vienen a casa
- Se cosen pantalones
- Se coce comida
- Se habla español
- Se venden bicicletas.

La reflexiva impersonal

Se usa la reflexiva impersonal para indicar un sujeto general o indeterminado. El verbo siempre está en la 3a persona del singular.

Ejemplo:

- Se come bien en ese restaurante.
- Se aprende a andar antes de correr.
- Se piensa que el español es fácil de aprender.

Monday, February 25, 2008

Richard Ford habla del rol de los libros

Ganador del Pulitzer y el Pen/Faulkner, Richard Ford espera la traducción al español de "The lay of the land", última parte de su famosa trilogía protagonizada por Frank Bascombe. En entrevista con Qué Pasa, el escritor norteamericano -uno de los indispensables de la narrativa contemporánea- habla del rol de los libros, de cómo escribió su última novela con lápiz pasta y sobre una casa flotante en las costas del Atlántico y de la necesidad de juntar ánimo para arremeter un nuevo proyecto literario.
Por Gonzalo Maier QUÉ PASA




"Como todo buen chico comencé leyendo a Faulkner. Después pasé a Frank O'Connor, un irlandés, y lo que obtuve fue una sensación de que algo no calzaba entre la vida y lo vivido".


Era 1985 cuando recibió el llamado. Al otro lado de la línea, su agente dijo que no le quedaban muchas más oportunidades. O le presentaba un buen manuscrito o definitivamente las editoriales le terminarían de cerrar las puertas. El ultimátum, por suerte, rindió frutos. Porque con ese llamado de atención nació "El periodista deportivo", la primera de las novelas de Richard Ford (63), que sería calificada hasta el cansancio de perfecta, genial y representativa de un país gigante.

Ford -encumbrado hoy como uno de los autores indispensables de la narrativa contemporánea- fue incluso más allá y convirtió ese impulso en una trilogía de novelas protagonizadas por el escritor, periodista y agente inmobiliario Frank Bascombe. Así fue como una década después de "El periodista deportivo", apareció "El día de la independencia". Y el año pasado publicó la tercera y última entrega de la serie, bajo el título "The lay of the land". Al igual que sus dos predecesoras, será traducida al castellano por Anagrama. Con fecha tentativa de lanzamiento para mediados del próximo año.

Cuando el teléfono sonó ese 1985, Richard Ford vivía en New Jersey junto a Kristina -con quien ya lleva casado 38 años- y tenía un manuscrito para ofrecer. No estaba aún terminado y el argumento era sobre un joven novelista renunciado prematuramente que pretendía vivir como periodista deportivo, lidiando con la muerte de un hijo y un inesperado divorcio. Su nombre era Frank Bascombe y su vida, un desastre. La novela, en la que sucede poco más que el desvarío del protagonista, fue un éxito y una sorpresa. Les gustó a todos: desde los círculos académicos reacios a las novedades hasta a los fanáticos lectores de best sellers. Una extraña y heterogénea categoría en la que Ford no tardaría en entrar. Además, el libro fue escrito casi al mismo tiempo que "Rock Springs", un conjunto de relatos minimalistas que aumentaría la fama de su autor, se colaría constantemente en los rankings de los mejores conjuntos de cuentos y consolidaría la extraña etiqueta de los "realistas sucios", que unía a Ford con Tobias Wolff y Raymond Carver, sus dos grandes amigos con los que compartiría bastante más que el gusto por las frases cortas.

Ford, a fin de cuentas, sabía perfectamente de qué hablaba. Su primer libro, "Un trozo de mi corazón", lo había publicado en 1976 y el segundo, "La última oportunidad", en 1981. Las ventas estuvieron muy lejos de ser buenas y el autor optó por una oferta de trabajo como, precisamente, cronista de deportes. La aventura de Ford, en cualquier caso, fue breve. Incluso, cuando quebró la revista en donde escribía, "Sports Illustrated" lo tentó para sumarse a sus filas, pero él decidió volver a la ficción. Fue justo en ese momento cuando sonó el teléfono.

"El periodista deportivo", un libro que tal como diría George Vecsey tiene tanto que ver con el deporte como Moby Dick con las ballenas, es la búsqueda de Bascombe por encontrar historias llenas de triunfo y gloria dentro su pequeño y personal infierno newjersino. Es un libro donde, además, el protagonista deja de escribir porque sencillamente ya no le interesa. O no puede. Es, en otras palabras, la historia del antihéroe que ya no tiene por qué pelear ni sabe qué hacer. Entonces, buscando el mejor antídoto para su desmoralización crónica, decide llevar una vida completamente normal.

-Ha dicho que la actual literatura estadounidense es un ejemplo de esa misma desmoralización, pero en la política?
-Kundera escribía que en tiempos totalitarios la gente se vuelve adicta a las respuestas y las novelas son el mejor lugar donde encontrarlas. Ciertamente no puedo afirmar que hoy Estados Unidos es totalitario. Remite, en todo caso, a algunas disfunciones democráticas, pero somos nosotros, los ciudadanos, los responsables de eso. Y ciertamente es un tiempo de desmoralización en Estados Unidos. Hay mucha gente sin cobertura médica, sin casa, nuestra política exterior es desastrosa y la gente siente la sensación de tener cada vez menos poder. Cómo el arte y la novela responden a esto es difícil de decir, pero creo que el país se llenó de buenas novelas que se comenzaron a escribir después del 9/11. Y creo que los lectores van a esos libros buscando respuestas.

-Parece que tiene una preocupación especial por los lectores. Alguna vez dijo que le interesaba crear más y más lectores?
-Cuando empecé a escribir lo hice presuponiendo que alguien tenía que leer lo que escribía. Y si no tenía lectores, al menos debía tener lectores potenciales. Para mí -aunque quizá para otros sea distinto- lo ideal sería tener muchos lectores y no unos pocos. Eso me parece lo natural y lo más adecuado para la premisa de la escritura y los lectores. Tal vez sea ególatra, pero tampoco estoy tan seguro porque antes de empezar a escribir ya había sido profundamente afectado por lo que leía.

-¿Y qué leía cuando joven?
-La verdad es que no leí nada hasta los 19. Era disléxico. Pero en algún momento, a esa edad, me forcé a partir leyendo por miedo a desperdiciar mi vida. Como todo buen chico que se respeta a sí mismo comencé con Faulkner. Después pasé a Frank O'Connor, un irlandés, y lo que obtuve de eso fue una sensación de que en la vida había algo más, de que algo no calzaba entre la vida y lo vivido, algo que de algún modo el acto de leer completó y llenó.

El independiente

Hubo un segundo llamado y ése también llegó de improviso. El escenario, esta vez, fue un restorán en París. Ford estaba allí con su señora, en medio de la gira de presentación de "El día de la independencia", cuando lo interrumpieron. Era 1996 y ése su quinto libro. Pero no era uno común y corriente. Era la continuación de la vida de Bascombe, esta vez, como agente de bienes raíces, algo más viejo y ya completamente retirado de su carrera como periodista. Quien interrumpió su comida fue un mayordomo para avisarle que tenía un llamado en la recepción. Era algo extraño. Ford fue a contestar y, cuenta, volvió en silencio. Dijo que era algo sin importancia y siguió comiendo. Sólo al terminar la noche le contaría a Kristina que había sido nuevamente su agente el que llamó. Esta vez para anunciarle que acababa de ganar el Pulitzer por su novela y que, de paso, era el único en ganar ese premio además del Pen/Faulkner por un mismo libro. A Ford, en ese momento, todos lo querían ubicar y él callaba.

Se mantenía en silencio mientras pasaba el tiempo y Bascombe -quien entraba al limbo de personajes neoclásicos como Harry Angstrom, de Updike; y Nathan Zuckerman, de Roth- intentaba rehacer su matrimonio y asumir una nueva vida como corredor de bienes raíces sin sentir mayores remordimientos y sin que nada aparentemente suceda en la superficie. Lo importante en todos los buenos libros, dice Piglia, no se escribe. "El día de la independencia" son sólo un par de días donde Bascombe y su hijo Paul, horrendamente disfuncional, salen de paseo buscando lo que ni ellos saben. Es el relato, tal como en las otras dos partes de la trilogía, del hombre común y corriente, del que no conoce el poder y no tiene ambiciones más allá de encontrar un buen trabajo. Todo eso en seco. Sin barroquismo ni grandes descripciones. De hecho, poco antes de que la imprenta comenzara a rodar, Ford detuvo la impresión para eliminar metros y metros de adverbios.

Las cosas pasan y nada pareciera salir particularmente bien ni mal en la vida del periodista renunciado, "aunque -dice Ford desde su casa en East Boothbay, en la costa de Maine- no creo que Frank sea un perdedor". De hecho, la lectura maniquea entre winners versus losers, tan difundida respecto a sus novelas, le parece que está de más. "Y Estados Unidos -agrega- tampoco es un país lleno de ganadores ni existe una tradición de ellos. Que reduzcan la complejidad de mis libros a eso no me parece bien".

-Las tres novelas suceden en torno a feriados: la primera en Viernes Santo, la segunda en un 4 de Julio y la última en el Día de Acción de Gracias. ¿Por qué?
-Lo hice porque pensaba que la mayor parte de mis lectores podría usar sus propios recuerdos y experiencias de esos feriados y de ese modo ambientar mejor las novelas. Y así, además, le entregaba más verosimilitud a los libros. Activar con el libro los recuerdos de uno es capitalizar una función importante de cualquier pieza de ficción.

Además lo que me interesaba era poner a esos feriados en acción, poder escribir sobre ellos y enterarme de que tenían otras cosas además de las obvias que ya sabemos. Fue un desafío intelectual: pensar sobre esos feriados e imaginar nuevas formas de entenderlos.

-¿Y cómo fue que planeó la trilogía? ¿Sabía cómo avanzaría la vida de Bascombe a través de los libros?
-Yo nunca planeé una trilogía. Los libros siempre crean una necesidad que satisfacen ellos mismos. Pero a la vez eso no quiere decir que la necesidad haya existido desde antes, que fuera previa a los libros. Sólo apareció, por eso mismo es arte.

Escritura flotante

Cuando Ford terminó el volumen de cuentos "De mujeres con hombres", sabía que la próxima tarea literaria que tenía por delante no era sencilla: poner punto final -o al menos eso asegura él- a uno de los personajes literarios más entrañables de las décadas del 80 y 90. Ocurrió a fines de 1999 y tras vivir en 17 lugares distintos. Esa vez Ford se acababa de mudar a Maine, el estado más al norte de Estados Unidos, pero su casa, en cualquier caso, no sería el lugar elegido para escribir. Frente a ella estaba el Atlántico y, en medio de los dos, un pequeño muelle. Y en él, una casa flotante. Que fue donde escribió, durante 4 años, "The lay of the land".

Trabajaba sobre un escritorio y escribía con un lápiz Bic, para luego leerle en voz alta cada página a su mujer, en un ritual que repite libro tras libro desde que terminó un posgrado en Escritura Creativa en 1970. Para el 2000, tiempo en el que transcurre la novela, Bascombe tiene ya 55 años y es un solvente corredor de bienes raíces que ha dejado atrás la literatura y su antigua vida. Descubre también que tiene cáncer a la próstata y espera que Clarissa y Paul, sus dos hijos, lleguen a casa para el Día de Acción de Gracias. Entremedio escribe también una carta al presidente que nunca se anima a enviar y en las 485 páginas de la novela, como en las 848 de las dos anteriores, Ford -como un cirujano plástico de la sencillez- transforma una vez más las situaciones diariamente ordinarias en las más complejas y determinantes.

Sobre el fin de la serie que el próximo año aparecerá en español, Ford dice que imaginó "The lay of the land" "como una novela política, de hecho está ambientada alrededor del 2000 cuando nadie sabía quién iba a ser presidente de Estados Unidos y todo se decidió en la Corte Suprema. Y lo hice intencionalmente para que los lectores le prestaran atención a la historia que pasa frente a nuestros ojos. Escribir políticamente, en un sentido, es la necesidad moral de contestar preguntas que necesitan respuestas".

-¿Y en qué está trabajando ahora?
-No estoy escribiendo nada. Generalmente cuando termino una novela -y antes de convencerme de que un siguiente libro es una buena idea- dejo pasar el tiempo hasta que todo vuelve a cero. Pero recuperarme de "The lay of the land" ha requerido más tiempo del usual.


Tres novelas para Bascombe

El Periodista Deportivo
El Día de la Independencia
The Lay Of The Land
Oscar 2008: ¿El año del cambio?
La selección de películas nominadas para la premiación de hoy es una de las más consistentes del último tiempo, el promedio de edad de los realizadores uno de los más bajos, y se afirma el imperio de las productoras independientes frente a los estudios. Los premios más conservadores de la industria fílmica han comenzado a sacudirse el polvo. Por fin.



Christian Ramírez

Hasta cierto punto, la entrega del Oscar es un ejercicio de masoquismo. Cinéfilo o no, uno se obliga a abanderarse por películas que, si bien representan los estándares de calidad de la industria cinematográfica ha fijado para sí misma, rara vez son un paradigma en términos de calidad, maestría y sutileza.

Es lo que explica que ganadoras del premio a Mejor Película, como "El paciente inglés", "Chicago" y "Una mente brillante" compartan el mismo galardón con "Los imperdonables", "Belleza americana" y "El retorno del rey", a sabiendas de la distancia sideral que separa a las unas de las otras.

Integrada en su mayoría por blancos, angloparlantes y mayores de 50 años, la Academia no se inventó para ir en busca de vanguardia, riesgo y nuevas tendencias, pero si miramos a los nominados de la edición número 80 -programada para hoy- la impresión es la contraria. ¿Qué pasó? ¿Cuándo cambió el panorama? ¿Esta gente se habrá contagiado de la moral del "cambio" que, desde la aparición de Obama, tiene apasionada a buena parte de la sociedad civil norteamericana?

De seguro que no, pero parece que el Hollywood que favorecía el cambio gradual -y que por años reservó a "revolucionarios" e inconformistas como los hermanos Coen, Tarantino, Charlie Kaufman y Alexander Payne un premio de consuelo (el Oscar al Mejor Guión)-, de pronto ha comenzado a jugar con otras reglas.

Recambio generacional

La primera clave hay que buscarla en la carrera por la Mejor Película. De las cinco seleccionadas, "Michael Clayton" es la única que por temática y estructura se acerca a lo que debería ser una cinta "nominable": un drama, con abogados, cuestionamientos morales y una estrella (George Clooney). Las cuatro restantes -todos filmes gestionados por productoras pequeñas o subsidiarias de estudios más grandes- han explotado a rabiar su perfil de independientes y la sensación de que, antes de representar los intereses de sus productores, son productos de un autor.

Lo siguiente es el nivel de los involucrados. Al contrario de años en que se han nominado verdaderas brutalidades al premio mayor ("Ghost", "El príncipe de las mareas", "Claroscuro", "Chocolate", entre otros inmortales desperdicios), el promedio de esta entrega es particularmente alto. No será 1975 -la mejor competencia de la historia: "Barry Lyndon", "Tarde de perros", "Tiburón", "Nashville" y la ganadora, "Atrapado sin salida"-, pero la edición 80 ya tiene un aspirante a clásico ("Petróleo sangriento"), la consagración de una pareja de cineastas ("Sin lugar para los débiles") y una corajuda adaptación literaria ("Expiación"). Incluso "Juno", el filme más débil según la crítica, pero uno de los mejor recibidos por los votantes de la Academia, es un ejemplo en términos de humor, puesta en escena y sentido de la oportunidad.

Otro punto es el recambio generacional. Seguramente, el Oscar jamás va a cambiar su objetivo básico -la difusión de las películas norteamericanas por todo el universo conocido-, pero los rostros que uno ve sentados en la transmisión de la ceremonia sí que van siendo reemplazados. Ocurrió a mediados de los años 60, cuando los realizadores que venían de la TV se infiltraron por todas partes, y también una década más tarde cuando los movie-brats (Coppola, Lucas, Spielberg y los suyos) aparecieron de la nada robándole nominaciones a los veteranos. De ahí en adelante, la hegemonía de estos renovadores fue combinándose con la de los artesanos alineados con la industria y con las aspiraciones de actores transformados en directores. Bueno, ya no más.

En 2007, Martin Scorsese -el único de los brats que se estaba quedando sin Oscar- levantó por fin la estatuilla con 64 años cumplidos. En esta temporada, el panorama es distinto: ninguno de los participantes tienen edad para jubilar y, salvo por los favoritos Joel (53) y Ethan (50) Coen, ambos en su época de mayor actividad creativa, todos los demás se encuentran en su "juventud" cinematográfica. Esto cuenta tanto para P.T. Anderson (37), quien está en vías de convertirse en un verdadero monstruo fílmico, como para el pintor Julian Schnabel (56), que siempre ha considerado al cine como una actividad paralela; pero sobre todo se aplica a los noveles Tony Gilroy y Jason Reitman (30), los que ya han ganado bastante con el hecho de haber sido incorporados a la lista final pasando por alto a directores con mayores pergaminos (David Cronenberg, Tim Burton, David Fincher).

Ahora, si bien la disminución del promedio de edad en la mayoría de los votantes está generando nominados cada vez más jóvenes, su efecto con el tiempo será más y más profundo. Ya están apareciendo voces dentro de la Academia que abogan por cambiar los sistemas de elección en ciertas categorías, y eso, en términos del conservador Oscar, sí que sería un acontecimiento. La víctima más obvia sería la votación por Mejor Documental, que ha resultado ser excesivamente estacional y no deja lugar para la diversidad: en su momento pasó por alto filmes extraordinarios ("Grizzly man", de Werner Herzog), y hoy es pasto casi exclusivo para producciones inspiradas por la guerra de Irak.

Firme candidato a enmienda es también el Oscar a la Mejor Banda Sonora, cuyas reglas de calificación por porcentaje de música original dentro de un filme son vetustas: este año afectaron a la brillante suite sinfónica que Jonny Greenwood -guitarrista de Radiohead- compuso para "Petróleo sangriento" y que fue descalificada a última hora porque incluía porciones del Concierto para violín de Brahms y los Fratres, de Arvo Pärt.

El mundo y Hollywood

Por último, el gran escándalo de 2008 y de casi todos los años: la Mejor Película Extranjera. Incluso los oficiales encargados del tema en la Academia se molestaron porque "4 meses, 3 semanas y 2 días", del rumano Christian Mungiu -ganadora de Cannes y del mejor filme europeo 2007-, no pasó la preselección.

Se cree que muchos de los votantes (que en esta categoría superan largamente el promedio de 60 años) ni siquiera se preocuparon por verla, así como en su tiempo no se han molestado por mirar los filmes de Kiarostami, los hermanos Dardenne y Wong Kar-wai, entre otros, dejando el premio totalmente al margen de las nuevas cinematografías.

El tiempo dirá si vale la pena pedirle peras a este olmo. Lo realmente importante es que sí o sí, esta noche la Academia premiará a una película que vale la pena. A su modo, cada una merece su Oscar.

Vapuleadas y olvidadas

Si la media de calidad de las nominadas es la mejor en muchos años, eso ocurre porque el total de la producción fue el que mejoró. Desde 1999 -aquellos días de "Magnolia", "¿Quiéres ser John Malkovich?", "Elección", "El club de la pelea", "Sexto sentido" y "El informante"- que no había tal cantidad de estrenos comerciales de interés, varios de los cuales esta vez quedaron marginados de las categorías mayores.

De partida, "Sweeney Todd", eliminada del juego por sangrienta, gótica y escaso impacto comercial. También quedó fuera "La conspiración" (In the valley of Elah), quizás el drama más macizo y emocionante de la lista de elegibles, pero que se resintió porque su director Paul Haggis quedó al debe tras el inexplicable triunfo de "Crash", hace un par de años.

Al menos las dos anteriores (con una nominación de consuelo cada una) tuvieron más fortuna que la increíble "Control" -la vida del vocalista de Joy Division escenificada por Anton Corbijn- y la cuasi legendaria "Zodiac". Esta última ya acumula votaciones para mejor filme de la década, pero la Academia actuó como si nunca hubiera existido.

Y una mención especial para "Hacia rutas salvajes" (Into the wild), la adaptación que Sean Penn dirigió a partir del libro homónimo de Jon Krakauer, sobre un veinteañero que deja atrás casa, familia y carrera para abrazar el muy americano sueño de vivir en la naturaleza... sólo que no calcula los costos. Ni idea de cuándo se estrenará por estos lados (ya está disponible en DVD), pero se trata de una cinta única, brillante y enervante, apasionante y desgarrada. Da lo mismo si la tomaron en cuenta o no (tiene una nominación): Penn no la hizo para ganar premios.

Festival de Viña 2007

Y llegó a su fin una nueva versión del Festival de Viña del Mar. Extraña versión la que pasó. Más asientos vacíos que de costumbre y más ganas de hacer zapping al verlo por TV. Peter Frampton mucho más simpático de lo que lo recordaba.
Salomón y Tutu-Tutu pilló con bajón al monstruo y éste volvió a la saludable tradición de degustar su plato favorito. Kramer emergió como una increíble nueva figura del humor, la competencia folclórica e internacional se consolida como la aburrida entretención del entretiempo festivalero y la elección de la reina Pilar Ruiz pasó casi desapercibida, perdiendo todo el glamour de elecciones anteriores, pareciéndose más a la elección de la Miss café con piernas. De hecho, la Policía de investigaciones realizó un procedimiento de rutina a la reina del festival y a su manager, para verificar el nombre verdadero de la colombiana, (su nombre real es Nilssen Dufay Ruiz) pues no estaba registrado su apodo de fantasía, acción que está facultada según la Ley de Extranjería.
Nada nuevo bajo el sol. Un sedado Miguel Bosé señalando: “Con todo respeto, pero antes la Quinta Vergara era más mágica”. Una pareja de animadores tirando cada uno para su lado y hablando un inglés parecido al de Lucho Jara, el grupo chileno Sinergia y Giolito y su Combo tocando a horas imposibles, oberturas dignas de las galas de Rojo, Rocío Marengo con su insoportable voz abarcándolo todo y Jessica Cirio con Pops no entendiendo nada.
Buddy dijo adiós a la Quinta. El reggeatón volvió a triunfar, Marco Antonio Solís volvió a triunfar, Chayanne volvió triunfar, los dinosaurios “rockeros” de siempre volvieron a triunfar, la gente continuó pifiando cuando en la competencia nombran a nuestros países vecinos y Felipe Avello se sigue burlando de todo como el crítico más lúcido de la flaite farándula chilensis. Lo mejor, la sorprendente rutina de Kramer, la elegancia y calidad sin aspavientos de Nelly Furtado, el bagaje de Vicentico y la conexión con el público de Franco de Vita. Chile tiene al festival que se merece, ¿Nos merecemos tan poco?
En todo chileno hay un mounstruo muchachos.


CHICAS LINDAS
Por Francisco Ortega

Es lugar común, pero vaya que es cierto eso de que las películas son como la vida. Más que por los premios, cifras de taquillas, actuaciones o guión, nos ganan por sus momentos, su sentido del humor, su capacidad de convertirse en mejores amigos que los verdaderos amigos. Personal pero válido: podría enumerar diez filmes que me han hecho sentir mejor que mucha gente que conozco. Tal vez por eso, hoy me siento mucho más cerca de Billy Wilder que de Hitchcock. O de Richard Linklater que de David Lynch. Y claro las películas también nos enamoran, pero por sobre sus epifanías, diálogos y canciones precisas, nos enamoran con algo tan simple como sus chicas lindas.
Señoritas como Ellen Page, Juno en Juno, tan normal, tan pequeña y tan perfectita que duele mirarla. Me explico, uno puede fantasear con la “Jessica” de turno (Alba/Biel/Simpson etc), pero nada más. No es igual que Anna Paquin en La Hora 25, por ejemplo.. Como me decía un buen amigo, las rubias de ojos azules son para reality, mientras que las chicas lindas de verdad, esas corren por un carril muy distinto. Y esa es la pista por la que acelera Ellen Page, maravilla canadiense de 20 años, feminista por elección, fanática de Pink Floyd por un ex novio, lectora de cómics de superhéroes, jugadora ocasional de soccer y dueña de la mirada más triste del nuevo cine independiente. Tres tomas que la definen aún mejor: transparente mutante en X-Men III, caperucita electrónica, perversa y castradora en Hard Candy, finalmente ácida adolescente en Juno. Sumar que es la nueva actriz con mejor futuro según la revista Entertainment Weekly es redundar. No es casual que una de las mejores escenas del Juno remita tan directo a ese pequeño clásico que es Chicas Lindas, de Ted Demme. Dos niñas/mujeres de nombre raro (Juno en una, Marty en la otra), coqueteando en el borde con un hombre maduro/inmaduro (Jason Bateman en una, Timothy Hutton en la otra, ambos músicos, ambos tremendos), un baile (en una pista de hielo uno, en un sótano el otro) interrumpido. ¿Qué pasa cuando tienes 40 años, tu vida más o menos armada y encuentras al amor de tu vida y esta tiene 13 o 14 años? Hay preguntas que es mejor no responder, para eso están las películas. Ellen Page ahora, Natalie Portman recién saliendo de la pubertad hace unos años.
¿Por qué es tan fácil enamorarse de una chica como Ellen Page? La razón es la misma por la que tantos nos pegamos con Winona Rider como adolescente gótica y frikiada en Beatlejuice. O con la ya mencionada Natalie Portman antes de Episodio I. O con Marion Cotillard en El Gran Pez, cuando nadie se percató de su existencia. O con Rose Byrne, en esa joya del cable que es Damage. Porque ninguna de ellas parece más linda que cualquier chica que uno puede encontrar en Providencia. Enojonas, divertidas, insoportables, queribles como un buen partido de fútbol o una canción triste de Bruce Springsteen. Tal vez Juno no sea la mejor película del mundo, pero escuchar a Ellen Page hablar de la diferencia entre un Gibson LesPaul y una Fender Stratocaster vale el precio de cualquier entrada. Y en esa secuencia final, cuando Ellen/Juno reconstruye su mundo con risa y llanto, uno entiende de golpe demasiadas cosas. Si estás solo, que necesitas urgente a una Ellen/Juno en tu vida. Si estás con alguien, que ese alguien se parece más a Ellen/Juno de lo que ella jamás pensó.
Las chicas lindas siempre nos gustan más que las rubias de reality y cuando las mujeres entiendan esta lógica masculina, muchas cosas se van a solucionar en sus locas cabezas. Porque las chicas lindas, las verdaderamente lindas, nunca son las más bellas del baile, pero vaya que nos vuelan el rostro y nos desarman los esquemas. Y en esa ecuación los pelos lisos, las piernas eternas y las bondades de la cirugía plástica tienen la partido perdido. Y por goleada.
Jorge Peña Hen

Por Francisco Mouat


Aprieto play en el pequeño equipo de música que hay en mi escritorio, y escucho la voz del gran maestro chileno Jorge Peña Hen, entrevistando a niños de su orquesta sinfónica infantil durante las giras que alcanzaron a hacer, en los años sesenta y comienzos de los setenta, a Lima, a Buenos Aires y a distintas ciudades del país. ¿Saben las generaciones de hoy quién fue Jorge Peña Hen? ¿Saben cuánto hizo por enseñar y difundir la música y por transmitirle pasión y entusiasmo a los pequeños músicos que fue reclutando aquí y allá? En la grabación que escucho, los niños le hablan a la grabadora artesanal que sostiene en sus manos Peña Hen: Omar Galleguillos, una niña llamada Isabel, uno de apellido Urquieta que a la vuelta de Perú hace votos para que los profesores que los han acompañado hayan quedado satisfechos y contentos con los conciertos que dieron. Finalmente el maestro Peña Hen les dirige unas palabras: no quiere perder la oportunidad de decirles que esta gira a Lima ha sido un éxito, que ellos están siendo pioneros de una nueva manera de cultivar la música en América Latina, que está feliz, lleno de satisfacción y orgullo, porque veinte años atrás, cuando llegó a instalarse en La Serena, no había músicos, no había instrumentos, no había dinero, y ahora las orquestas infantiles viajan esparciendo su música.

Esto sucedía, está dicho, hace cuarenta años, a fines de los sesenta, comienzos de los setenta. Lo más conmovedor de escuchar la voz alegre de Peña Hen, de percibir en su tono el encanto por la música que les transmite a sus discípulos, de reparar en su aproximación ingenua y cariñosa cuando les dice que cada uno de ellos está cumpliendo una función dentro de la música, cuando los alienta a seguir avanzando, cuando les marca que tal vez inconscientemente ya están sintiendo dentro de sí que son músicos o que van a serlo en el futuro, es saber, como sabemos, que poco tiempo después, cuando sobreviene el golpe militar de septiembre de 1973, Jorge Peña Hen es primero detenido y luego fusilado el 16 de octubre en el regimiento Arica de La Serena por la maldita Caravana de la Muerte.

Demasiada impotencia. Jorge Peña Hen debió seguir celebrando su cumpleaños cada 16 de enero, para consagrarse al arte y la música, que eran sus máximas pasiones. Me une a Peña Hen el cariño que siento por su hija María Fedora y haber nacido el mismo día que él, pero 34 años después. Él tendría hoy apenas un año más que mi padre, quien vive y goza de buena salud. Yo ya tengo 46 y a él lo acribillaron a balazos, totalmente indefenso, cuando tenía 45. Yo ya soy más viejo que lo que él alcanzó a vivir. ¿Por qué le arrancaron la vida de un modo vil y cobarde?

En otro momento de la grabación que escucho, está de gira en Buenos Aires con su orquesta. Peña Hen va nombrando, mientras esperan el subte para ir a Palermo, a algunos de sus dirigidos: el "Guatón" Carvajal, Yerko, la "Porota" Núñez, Valencia, la Soledad, el Pato Rojas, la Cecilia Arriagada, la Silvana, quien debutó –nos enteramos– con un hermoso concertino de Weber en Argentina. Pienso en esos nombres, y me pongo en su pellejo. No mucho tiempo después de viajar con Jorge Peña Hen, se enteraron, siendo niños o adolescentes, que a su maestro, el mismo que los dirigía con su batuta y les tarareaba la música y las entonaciones, lo había tumbado una ráfaga de balas en un regimiento militar levantado en la ciudad a donde había ido a radicarse en los años cincuenta.

Solo y extrañado mientras estuvo detenido, en sus últimas semanas siempre esperó que lo soltaran pronto. Y alcanzó a escribir, porque eso era su vida, una partitura musical con palos quemados de fósforos. La mañana del 16 de octubre de 1973, lo arrancaron violentamente de su celda y pocas horas después lo mataron junto a otros catorce chilenos. Jorge Peña Hen era socialista, y lo acusaban de adquirir y distribuir armas. Qué ironía. Qué vergüenza.
Sin lugar para los débiles

Ascanio Cavallo

La impronta puritana de los hermanos Coen reaparece con toda su fuerza. Esta vez viene acompañada de un estudio sobre el mal; no el mal con pretextos que ha descrito Hannah Arendt, sino el mal a secas, el inatajable e incomprensible, introducido en esta película por el relato del viejo sheriff Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones) acerca de un adolescente que no deseaba otra cosa que matar.

La historia es ciento por ciento Coen, aunque está basada en una novela de Cormac McCarthy. En 1970, en el oeste de Texas, un pobre diablo, Llewelyn Moss (Josh Brolin), que malvive en la pobreza con su esposa, encuentra por casualidad los restos de un intercambio de coca que ha salido mal: autos perforados, sangre por doquier y muchos muertos. Además del cargamento de droga, hay dos millones de dólares en efectivo.

Moss se lleva los dólares, pero, con la mala conciencia de no haber ayudado a un moribundo, regresa al lugar justo cuando la mafia ya se hace cargo. Moss logra huir, herido: es el comienzo del calvario que siempre espera a los personajes de los Coen cuando participan de un crimen.

Ese calvario es Anton Chigurh (Javier Bardem), un sujeto que escapa de la ley asesinando a un policía con sus esposas. Chigurh es una fuerza del mal en estado puro, a la que no asiste ninguna piedad humana; su sonrisa ancha y gélida parece la última cortesía de la muerte. Su mortífero tanque de aire comprimido y sus armas con silenciadores lo hacen pasar como un susurro por ciudades y pueblos, dejando un reguero de asesinatos. Y ahora Chigurh va a la caza de Moss, quien huye al encuentro de la frontera de México.

Chigurh lo sigue sin prisa y sin estridencia, con la precisión de un asesino experto. La cercanía del peligro excita y mejora la limitada inteligencia de Moss. De los muchos hombres tontos que pueblan la filmografía de los Coen, éste es primero al que el instinto de supervivencia le sacude la modorra intelectual.

En paralelo, el sheriff Bell no hace mucho más que reflexionar. En este mundo de hombres jóvenes violentos, donde se mata y se muere sin razón, ya no hay lugar para los viejos como él. Más que la imagen del perdedor –otra figura recurrente en los Coen–, el sheriff representa la rendición ante un panorama donde el pecado y el mal resuelven sus problemas a solas, lejos de la ley.

En su parsimoniosa lucidez, en la generosidad con que deja espacio aun a los personajes más pequeños, en la inteligencia con que construye su ajedrez moral, Sin lugar para los débiles es una de las mejores películas de los hermanos Coen.

No country for old men

Dirección: Ethan y Joel Coen.

Con: Tommy Lee Jones, Javier Bardem, Josh Brolin, Woody Harrelson.

Duración: 122 minutos

Ascanio Cavallo.

Sunday, February 03, 2008

Lo que ando buscando es gente que le gusten los flims, que rallen la papa con los flims, y que les guste hablar de los flims. ¿Han cachado esos críticos que pareciera que no les gusta NADA? Bueno, a mí me dan lata esas críticas, así que ya saben. No quiero pericos que me vengan a decir que todo lo que a mí me gusta es malo, quiero compadres que abran así cada pepa en el cine y después salgan alucinando. HERMES
Viernes 1 de febrero de 2008

Morir en público

Por Alberto Fuguet

Debuta esta nueva columna cinéfila–audiovisual–digital, la cual compartiré con Francisco Ortega, y me sugieren partir indagando en la conmoción que produce morir en público, sobre todo si el que muere es extremadamente joven y famoso. Porque la combinación es clave y sólo se entiende así. De que es una tragedia lo es, pero sobre todo es algo que supera una noticia y produce algo parecido a una conmoción, porque si es impensable y horroroso que alguien muera tan joven, lo es más si esto sucede en público y si la memoria de él va a quedar plasmada en celuloide para siempre.

Los actores jóvenes que mueren no envejecen nunca y, por eso, pasan de alguna manera a ser inmortales. ¿Se convertirá Heath Ledger en leyenda? Lo más probable es que sí. Internet lo está ayudando, además. Es probable que sus fotos sean eventualmente afiches porque algunas de las películas buenas que hizo (porque hizo algunas francamente impresentables) sincronizaron con la educación sentimental de su target. Quizás por eso todos hablan y se conmocionan hoy con Heath Ledger y casi nadie se ha fijado mucho en Brad Renfro. Aunque hagas cintas con Todd Haynes, Ang Lee y Terry Gilliam y hayas estado nominado al Oscar, si te encuentran muerto desnudo y con pastillas cerca, todo lo que hiciste por ser respetado termina siendo material de tabloide. En Chile, de hecho, fue portada de un tabloide.

Lo curioso es que Renfro también fue encontrado en una cama muerto. ¿Por qué uno y no el otro? Renfro era piola, olía a resentimiento y daño, al parecer no se podía confiar del todo en él. Era autodestructivo y cayó en la heroína. Su muerte de alguna manera podía ocurrir. Se sabe: la gente siempre quiere más y está más interesada en los ricos. O al menos así es hoy. Ahora Coppola va a cenar a Zapallar con la ministra de Cultura; antes, hubiera ido a una peña con algunos actores cesantes. Todo al final es timing. Quizás en los 70, Brad Renfro (que compartía un departamentucho en Hollywood y no arrendaba un loft de 23 mil dólares al mes) se hubiera transformado en algo así como en el Lenny Bruce del cine. Hoy, fue lanzado a la morgue mientras Ledger a la estratósfera. Ledger parecía que iba a vivir para siempre y nunca envejecería. Parecía sano y la gente llora a los sanos y se aleja de los enfermos y los suicidas. Si es verdad que Ledger tenía, como parece, un pasajero oscuro dentro de él, y no podía dormir, su exterior era más simpático, cariñoso y parecía siempre recién duchado. También tenía más dinero y, algo que le interesa a Hollywood, había generado más dinero. Seguro que generará aún más con su Batman póstumo. Dicen que Warner Bros. está preocupada por cómo lanzar en unos meses The Dark Knight. Por favor.

¿Cuál fue mejor actor? Difícil decirlo. Renfro tuvo una carrera más irregular y, por otra parte, sus tropezones con la ley y las drogas opacaron su ruido fílmico. Además, no tuvo romances mediáticos. Ledger, según me entero googleando su nombre, no logró la fama con El secreto de la montaña, sino que, para miles, estalló con Diez cosas que odio de ti y lo que hizo fue clave: maduró y se la jugó en paralelo con su público; empezó - tal como James Dean y River Phoenix- a tocar en forma paralela temas que estaban en el aire. Por eso fue aceptado y abrazado como un vaquero gay porque sus espectadores no tenían problemas ni con los vaqueros ni con los gays, y sí podían conectar con una historia de incomunicación y separación forzada (amor en los tiempos del messenger).


Renfro también hizo cintas interesantes, pero claramente sus opciones tuvieron menos legitimidad: partió como parte del imaginario de John Grisham; brilló en Apt Pupil, la mejor cinta sobre la dictadura chilena que nunca se hizo en Chile, basada en un cuento de Stephen King; y cayó en las manos de Larry Clark en Bully, una cinta sobre esto del bullying que se adelantó a su tiempo. La gente no conectó con un tipo al que lo ridiculizan todo el día. Su obra maestra, Ghost World, se basó en una novela gráfica, la dirigió un outsider como Terry Zwigof y, una vez más, Renfro fue el blanco de las bromas, ahora de dos chicas tan precoces como ácidas. La gente puede sentirse loser, pero para indentificarse, ese perdedor o ese ser marginal debe ser el héroe, no un secundario. Ledger lo entendió; Renfro claramente no.

Saturday, February 02, 2008

Buena crítica a una buena película

Entre copas
En la mente del mejor amigo
febrero de 2005
Francisco Ortega
Revista Wikén, El Mercurio

Entre copas
Sideways
2004
Dirección: Alexander Payne
Guión: Alexander Payne, Jim Taylor

Elenco: Paul Giamatti, Thomas Haden Church, Virginia Madsen, Sandra Oh

Jerry Lewis lo decía, que habían dos tipos de hombres. Los “Jerry Lewis” y los “Dean Martin”. Y el muchacho sabía de qué estaba hablando. Los primeros son aquellos que conquistan y se convierten en centro de atención, gracias a sus historias, sus cuentos, su personalidad y sentido del humor. Los Jerrys son capaces de conquistar a la más bella de las mujeres, pero sudando la gota gorda, esforzándose mental y oralmente. Los Deans, por su parte, no necesitan de nada externo. Basta que entren a una habitación para llevarse todas las miradas (femeninas y masculinas) del lugar. Puede que un Jerry haya terminado convirtiéndose en el corazón de una fiesta, que las chicas le coqueteen y que más de alguno de los presentes lo envidie, pero si aparece un Dean todo está perdido. El Dean es puro físico, rudeza y pelotudez. El Dean, al contrario que el Jerry puede comportarse y hacer lo que se le antoje, total el mundo ya le pertenece. Es odioso, imbécil, superficial y leso, más que nada porque le funciona serlo. Simplemente es parte de su naturaleza. Lo más curioso de la ecuación es que en las resultados finales el Jerry Lewis siempre quiere ser como el Dean Martin, aunque diga lo contrario. O, para acercar más esto a la película que nos corresponde, el Miles (Paul Giamatti) siempre quiere ser como el Jack (Thomas Haden Church). Son adversarios, fuerzas contrarias, quizás archienemigos, pero no pueden vivir el uno sin el otro. Y así ha sido desde que la geometría masculina inventó eso que llamamos mejor amigo.

Hace exactamente un año, cuando me tocó escribir de Capitán de Mar y Guerra: La Costa más lejana del Mundo, apunté acerca de la existencia del género masculino en el cine. Películas que tienen sexo, que digan lo que digan siempre funcionan mejor en el lado “testosterónico” del público. Entre Copas es de esa clase de filmes. La cinta, dirigida por Alexander Payne (About Schmidt), más que una pieza de ficción es la proyección de la mente de un mejor amigo, una entidad con personalidad propia que nos dice –como espectadores machos- a que ritmo funcionan las cosas en el interior de nuestras cabezas. En cuatro palabras, Entre Copas es la historia de dos amigos. Un escritor sensible, fanático del vino e insoportablemente profundo (Giamatti) y un actor con poco seso y demasiada palabrería (Haden Church). Con la excusa de la boda de este último, Payne los induce en un tour de force a través de los viñedos del sur de California. En el trayecto, tanto físico como interno, los dos protagonistas se pondrán al día (gran secuencia con la madre de Giamatti) y explorarán sus semejanzas y diferencias. Y he aquí un inteligente truco de la narración. Si bien, en la superficie es el personaje de Giamatti quien lleva el eje de la narración, la moral del filme descansa finalmente en los hombros de Haden Church. Jack (Haden Church) es un “Dean Martin” que camina por la superficie de las cosas, que no tiene más peso intelectual que una pluma, que es torpe y un pelmazo a la primera impresión, pero que por dentro arrastra un corazón con más tonelaje que el Titanic. En las antípodas, Miles (Giamatti) se ha convertido en un lastre social, un “Jerry Lewis” que se ciega ante la realidad de las cosas, que ha encontrado en la depresión un lugar común y cómodo. Y aunque en lo externo nos parecería un tipo más interesante para conversar, e incluso para entablar una amistad, lo cierto es que su cuento de hombre sensible (y novelista frustrado), acaba siendo tan insufrible como sus esnobistas –pero divertidos- comentarios acerca del vino. Miles se sabe superior a Jack, su ego reconoce que su mejor amigo es en el fondo un pelotudo, pero por lo mismo lo envidia y quiere ser como él. Porque a pesar de que Jack es el típico matón molestoso del curso, también es una gran persona, cosa que Miles –a pesar de su llanto y sensibilidad- no puede decir de si mismo. Payne se ríe del estereotipo del nuevo hombre, el homo emocional que hizo nata en las revistas de tendencias de hace diez años. Decían entonces que el modelo masculino del futuro era aquel que aprendía a expresar su lado femenino. El personaje de Giamatti lo hizo y se convirtió en un cacho. Un traje mal planchado que termina siendo rescatado por ese idiota encantador que uno siempre tiene cerca, ese amigo medio tonto, pero tremendamente grande en su simpleza. El cowboy está de vuelta y le seca las lágrimas al llorón. Lo rescata del lugar común en que se ha convertido su existencia, mal que mal siempre era Dean Martin quien incitaba a Jerry Lewis a sacar lo mejor de si.

Payne es un director de riesgos y personajes, que conoce la naturaleza masculina por experiencia y no por receta. Y esto se nota. La obsesión de Miles por el vino, estira ese fanatismo que sólo se da en los hombres y que tiene que ver con esas entrañables pasiones que nos levantan los deportes, la música e incluso los autos y los aviones. Sabe el director de Election que los hombres somos fanáticos compulsivos y que ahí radica nuestro lado más infantil y auténtico. Cada línea que Miles le dedica al vino no es más que una versión más sofisticada –sólo un poco- de un niño hablando de su juguete favorito o del mejor gol del fin de semana. Entre Copas es un filme de dos amigos hablando de fútbol pero sin fútbol. Pero también es un filme acerca de dos amigos con dos mujeres. Personajes que hay que decirlo, más que reales parecen extensiones de los propios egos de los personajes principales. Con su elegancia, excesiva verborrea y fanatismo por el vino, Maya (una extraordinaria Virginia Madsen) parece más el sueño de Miles que un mujer concreta, del mismo modo que la vertiginosa Stephanie (Sandra Oh) funciona como una respuesta a los deseos de Jack. Reales o fantasías, lo cierto es que los momentos que van construyendo la película desde la aparición de estas dos mujeres, están entre lo mejor que se ha visto en la pantalla grande en harto tiempo. Se agradece que Payne no le tenga miedo a los largos diálogos y aún más extensos silencios, a las miradas y a las palabras tontas dichas al azar. Sabe que entre un hombre y una mujer se dice muchas tonterías. Y que entre un hombre y su mejor amigo estas mismas tonterías pueden tener un sentido mayor que la vida.

Giamatti está perfecto, pero Haden Church (a quien conocimos en la sitcom Ned & Stacy) está soberbio, igual que Virginia Madsen, gran actriz perdida en el tiempo y las malas películas. Phedon Paramichael pone el ojo de la cámara con la misma simpleza preciosa que le vimos en La Vida Continúa. Virtudes formales podríamos enumerar por montones, al filme le sobran. Al final, lo realmente importante es que Entre Copas es de esas películas escogidas que funcionan más allá del formato fílmico y nos dicen grandes verdades acerca de nosotros mismos. Como la relación entre el par de amigos que nos narra, el filme de Payne es capaz de darnos un buen abrazo y también un perecido puñetazo. Entre Copas hace bien y eso es infinitamente superior a decir que es una gran película, que en este caso también lo es. De las mejores.
El anarquismo primitivista o anarcoprimitivismo es una crítica anarquista de los orígenes y progreso de la civilización que a la vez forma parte del ecologismo radical.


Bandera representativa del anarcoprimitivismoLos primitivistas mantienen que el cambio de caza-recolección hacia la subsistencia de la agricultura dio lugar a la estratificación social, coacción y alienación. Ellos abogan por volver a una vida no-"civilizada" a través de la desindustrialización, la abolición de la división del trabajo o la especialización, y abandonar la tecnología. De todas formas, hay numerosas formas de primitivismo no-anárquico, y no todos los primitivistas apuntan al mismo fenómeno como fuente de los problemas de la civilización moderna. Algunos, como Theodore Kaczynski (Unabomber), ven únicamente la Revolución Industrial como un problema, otros apuntan hacia varios hechos históricos tales como el monoteísmo, la escritura, el patriarcado, el uso de herramientas de metal, etc.

Algunos anarquistas tradicionales rechazan esta crítica de la civilización mientras que otros la apoyan aunque no se consideren a sí mismos primitivistas (Por ejemplo, Wolfi Landstreicher). Los anarco-primitivistas se distinguen habitualmente por enfocarse en la práctica de conseguir un estado asilvestrado a través de la "resalvajización". Algunos también promueven un retorno al nudismo.
Theodore Kaczynski

Theodore John Kaczynski
Nacimiento: 22 de mayo de 1942
Chicago
Ocupación: Escritor y periodista


Theodore John Kaczynski, más conocido como Unabomber (22 de mayo de 1942) es un terrorista estadounidense de origen polaco que intentó luchar contra lo que entendía que eran los efectos malignos del progreso tecnológico. Realizó varios atentados con carta bomba durante un período de casi 18 años, con un resultado de 3 personas muertas y 29 heridos. En el momento de su detención era el hombre más buscado por el FBI.


Foto de la policía de Theodore KaczynskiAntes de conocerse su identidad el FBI se refería a él como UNABOM (acrónimo de "universidad, aerolínea y bomber, vocablo que en inglés significa terrorista que usa bombas, bombardero).

Variantes del apodo Unabomber tales como Unabomer aparecieron también durante algún tiempo en los medios de comunicación de Estados Unidos.

La colección especial de la Biblioteca de la Universidad de Michigan (llamada colección de Labadie) alberga la correspondencia de Kaczynski con más de 400 personas desde su detención en abril de 1996. Se espera que la colección crezca. Los nombres de la mayoría de los que han mantenido correspondencia con Unabomber serán mantenidos en secreto hasta 2049.


Infancia
Nacido en Chicago, Ted Kaczynski era un niño intelectualmente dotado. De él se conoce además que era extremadamente tímido y distante. Durante su infancia, Kaczynski padeció una severa alergia a su medicación. Permaneció hospitalizado durante semanas y bajo un régimen severo.
DE MEMORIA CHILENA.CL

La novela policial en la literatura chilena

La crónica roja como crítica social


Aun cuando el género policial ha sido cultivado por escritores de la talla de Edgar Allan Poe, Gilbert Keith Chesterton y Arthur Conan Doyle, y ha despertado el interés de otros como los argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, quienes crearon la ya mítica colección “El séptimo círculo”, no han sido pocas las ocasiones en que crítica y academia han tendido a considerarlo más un subgénero que una forma seria de expresión literaria. La novela policial ha compartido esta condición con la ciencia ficción, siendo estos géneros asociados al folletín y a la literatura de diversión.

Tal vez por eso, el desarrollo de la novela policial en nuestro país ha sido menos vigoroso que en otras latitudes de Latinoamérica, por no mencionar la historia del género en Europa y Estados Unidos. Sin embargo, esto no ha impedido que autores como Alberto Edwards -quien creó al detective Román Calvo- y Luis Enrique Délano hayan realizado incursiones en el género.

En los últimos años la novela policial, particularmente en su vertiente “negra”, ha experimentado un notorio impulso, en buena medida gracias a la obra de Ramón Díaz Eterovic, que ha hecho del género su fuerte, desarrollando un mundo literario rico y variado que gira en torno al detective Heredia, protagonista sempiterno de sus novelas.

Junto a este autor, destacan los nombres de otros que han desarrollado una labor en esta línea creativa, o han incorporado elementos de ella en su obra, como Poli Délano, Roberto Bolaño, José Román, Roberto Ampuero, Marco Antonio de la Parra, Gregory Cohen, Jaime Collyer, Gonzalo Contreras y Luis Sepúlveda, entre otros.

Este género se ha desarrollado en dos vertientes principales, la novela deductiva o de enigma, -al estilo Sherlock Holmes-; y la novela negra, surgida en los oscuros años del macartismo norteamericano y magistralmente cultivada por Dashiell Hammett y Raymond Chandler.

En Chile se ha desarrollado principalmente la novela negra, posiblemente debido a que esta corriente permite una descarnada crítica social, creando frescos de personajes ubicados en los márgenes de una sociedad violenta, donde reinan el poder, la impunidad y el dinero, y en la que el protagonista suele operar como un outsider, uno más de entre los marginales que habitan un paisaje netamente urbano y que viven de acuerdo a códigos éticos desahuciados por la sociedad del éxito y el individualismo.

En el contexto post-dictatorial, la novela policial chilena -o lo que se ha dado en llamar el neopolicial chileno- se ha centrado en la crítica a las instituciones, la impunidad y el crimen de origen político, situación que comparte con la cada día más vigente novela negra latinoamericana. Como señala el profesor Eddie Morales en su “Aproximación a la novela neopolicial de Ramón Díaz Eterovic”, “el género policial negro en Chile ha pasado a constituirse en una forma de representar la realidad nacional”. O, como más directamente asevera el mismo Díaz Eterovic, el género ha “ocupado el lugar de la novela social”.
A propósito del atentado a las Torres Gemelas, Martin Amis escribió que el terrorismo suscita una indignación generalizada que podríamos llamar "vergüenza de especie". Surgido del horror, el libro de Abad Faciolince despierta la sensación opuesta, la dignidad de la especie: un justo sabe que va a morir y acepta el desenlace; su hijo no venga el crimen: redime una vida.

¿Quién gana cuando pierde un hombre? En El olvido que seremos resuena la pregunta incontestable: "Muerte, ¿dónde está tu victoria?".

Durante veinte años, Héctor Abad Faciolince siguió el precepto de Quiroga de no escribir bajo el imperio de la emoción. Aguardó el momento -incierto y acaso imposible- de recuperar el dolor como si perteneciera a otra persona.
Autor de "El club de la pelea" Nuevo libro:
El temible Chuck
Para marzo se espera la llegada a Chile de "Rant", la historia de Buster Casey, un precoz asesino serial elevado a la categoría de mito por quienes lo conocieron. Una vez más, Chuck Palahniuk articula un relato sobre la violencia sin remedio.

Patricio Jara REVISTA DE LIBROS EL MERCURIO

Probablemente, no hay un acto público más sublime al que pueda aspirar un novelista que la lectura abierta de pasajes de su obra. Un salón, un micrófono, una luz adecuada y la atención absoluta de la audiencia; un fraseo con voz afectada, gestos medidos y, finalmente, los aplausos. Aunque, en el caso de Chuck Palahniuk, a esto debieran sumarse arcadas, chillidos y desmayos en el respetable. Desde la publicación de su novela Fantasmas (2006), los encuentros del autor con sus lectores han terminado así. Ciertas palabras hacen que a varios les baje la presión, palidezcan y se desplomen. Hay más de sesenta casos registrados y cientos de testigos del alboroto. Todo a causa de un pasaje llamado "Guts", la forma vernácula de referirse al tracto gastrointestinal, en el inicio de una novela sobre escritores encerrados en un castillo donde todo termina, lógicamente, en guts esparcidas por el suelo.

Pero la historia viene de antes: con la aparición de El club de la pelea (1996), para muchos la literatura recobró parte de su carácter como producto peligroso. De pronto, las librerías se llenaron de tipos que en muchos años no habían tomado un libro, de hombres y mujeres marginales que leyeron la novela como un manual de guerrilla y que, finalmente, al saber que tales clubes para descargar la rabia a puñetazos eran producto de la ficción, no dudaron en fundar los propios en diversos puntos de Norteamérica y Europa.

En muy poco tiempo, Palahniuk (1964) dio el mismo paso de Stephen King con Carrie, en 1974, y de Bret Easton Ellis con Menos que cero, en 1985: romper con el arquetipo y renovar los escenarios donde se cuentan historias que antes parecían confinadas a nichos marcados, como el terror o la alegoría a la decadencia de un modelo social. Sus personajes son saboteadores, tipos que hacen trampa y se rebelan; gente con empleos infernales, mal pagados pero hiperconscientes de su derecho a la insurrección; son los que nunca gastarán saliva predicando en contra de la Coca Cola y, en cambio, irán derecho a dinamitar una planta embotelladora o bien lazarán un camión repartidor por el barranco.

Buena parte de las claves del mundo de Palahniuk (y del mito, si se quiere) están en Stranger than fiction, un pequeño libro de crónicas rebautizado por sus traductores como Error humano (Debolsillo, 2007). En una veintena de relatos en primera persona, deambula por los escenarios que sustentan su narrativa; se inmiscuye entre la gente que hace, como se dice, que sus novelas tengan sangre. Y el lector encuentra justamente eso: a un autor vampirizando sutilmente a sus fuentes para que le cuenten todo lo que él después empleará en su aparente ficción. La línea, se sabe, es difusa. Y Palahniuk dice al respecto: "Les sorprendería la cantidad de tiempo que el novelista tiene que pasar con gente a fin de crear esa voz individual y solitaria. Ese mundo en apariencia aislado. Es difícil llamar ficción a alguna de mis novelas".

De cualquier modo, Asfixia, para la cual asistió por medio año a terapias de adictos al sexo, es bastante más que la historia de un chico que finge atorarse en los restoranes para no pagar la cuenta; Nana abre un mundo mucho más complejo que aquella peligrosa canción de cuna de origen africano, como Monstruos invisibles, cuyo detonador está en las líneas de conversación telefónica pagada, es un relato sobre la belleza y la deformidad en el sentido más estricto del término. Y para todas ellas Palahniuk ha necesitado, previo al encierro de la escritura, salir, aprender y contaminarse. Los hombres y mujeres que habitan sus relatos, antes de abrir la boca, primero tienen un empleo que los define.

"Tiendo a darle a cada personaje una educación y un conjunto de habilidades que limiten su visión de mundo", apunta en el prólogo a sus crónicas. "Una modelo ve el mundo como una serie de competidoras por la atención del público. Una mujer de la limpieza ve el mundo como una serie interminable de manchas que quitar".

El propagador

Pese a que no todas sus novelas han tenido el mismo recibimiento y la crítica lo mida con sospechosa severidad, tanta es la devoción que Palahniuk despierta entre sus lectores que el sitio oficial del autor fue bautizado como The Cult y es un verdadero supermercado de productos relacionados con su obra, donde además de recomendaciones y talleres literarios, se reciben donaciones para mantenerlo activo. Además, Palahniuk probablemente sea el único autor por cuyas novelas se imprimen camisetas y sus seguidores las compran (y se las pelean) hasta agotarlas.

Para los próximos meses, se contempla la llegada a las librerías nacionales de Rant, un relato coral sobre la vida y obra de Buster Casey, un chico convertido en asesino y de quien todos se permiten decir algo hasta apoderarse de él e investirlo como figura pop, lo que en cierta manera ocurre con todos los asesinos en serie de Estados Unidos. Palahniuk aquí ocupa más que nunca las artimañas del buen reportero para sumar voces y nada más que voces en torno a un sujeto que se arma y desarma desde la visión de los otros. De allí, entonces, que su curiosa definición del género novela como "nada más que una combinación de historias cortas", parezca cobrar sentido.

Buster "Rant" Casey, que recibe su apodo de una onomatopeya irreproducible, lidera un grupo de chicos cuyo principal deporte nocturno es salir a estrellar autos en una ciudad donde la sobrepoblación ha traído el caos. Dotado de una maldad a toda prueba y de agudeza sensorial como pocos -puede saber qué comió su novia o qué problema tuvo en la cola del banco nada más que probándola-, por momentos el personaje deja a Jean-Baptiste Grenouille, de El perfume, como un ingenuo cachorro.

Rant es una novela sobre la rabia o, más bien, sobre la enfermedad de la rabia; sobre el contagio, sobre la violencia sin remedio o bien cuando el único remedio es la violencia. Es la corta vida de un chico cuya declaración de principios no da pie a objeciones: "Hay gente que nace humana. Al resto nos cuesta toda la vida conseguirlo".

Snuff: la fiesta de la primavera

Para el 20 de mayo de este año está fechada en Estados Unidos la aparición de Snuff, su décima novela. Su protagonista es Cassie Wright, una estrella de cine porno que se anima a romper el récord mundial de sexo ante las cámaras con 600 hombres non stop. Narrada desde los personajes Mr. 72, Mr. 137 y Mr. 600, se inspira en Annabel Chong, pionera de estos desafíos (251 hombres en 1995), marca que, por cierto, ya ha sido ampliamente superada en la realidad. La novela es definida como "salvaje y mortalmente divertida; una investigación profunda a la presencia de la pornografía en la vida contemporánea". Para su campaña promocional, Palahniuk anunció la distribución de miles de muñecas inflables.
Parque Submarino de Caldera
Maravillas bajo el agua

Esta zona, junto a la Isla Grande de Atacama, al sur de Bahía Inglesa, es una de las primeras tres áreas marinas y costeras protegidas que el Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF, por su sigla en inglés) desarrolla en nuestro país. Basta sumergirse un rato allí para entender por qué la escogieron.
Intoxicación

Francisco Mouat franciscomouat@gmail.com

Fui a pasar un fin de semana familiar a Chicureo, a la casa de unos amigos. El encuentro se coronó el domingo con un asado a la hora de almuerzo, en el que de aperitivo nos bajamos unos locos de miedo. No comía locos hacía mucho tiempo, y estaban tan blandos, tan sabrosos; rociados de jugo de limón y aderezados con una mayonesa casera de primer nivel.

Al día siguiente viajé temprano a Puerto Montt, a la Feria del Libro, y viví nuevamente un día magnífico. La cercanía del mar, la vista desde la pieza del hotel, la brisa del sur, caminar por la costanera, la presentación del libro frente a un público atento y cálido, y, por supuesto, el almuerzo y la comida a la que me llevaron los amables organizadores, cuyo único detalle –nada es perfecto– fue que en ambos casos se repitió exactamente el mismo menú. Estaba tan rico que ni chisté, y preferí, en cambio, echarlo a la talla en la cena, cuando veía que vivíamos calcada la escena del almuerzo: pisco sour de buena calidad, ceviche, copa de vino reserva, salmón a la plancha con papas cocidas, y de postre una suerte de panacota con salsa de frambuesa, de chuparse los dedos.

La factura empezó a cobrarse un par de horas después, a las dos de la mañana, cuando intentaba dormir en la pieza del hotel y algo me lo impedía. Empecé a padecer eso que la medicina llama elegantemente gastroenteritis aguda, y la gracia duró varias horas consecutivas. La noche y la madrugada transcurrieron entre la cama y el baño, primero corriendo y después gateando. A las ocho de la mañana abrí las cortinas de la pieza, para cerciorarme de que no se trataba de una pesadilla. Ahí estaba el mismo mar del día anterior, esta vez bajo un cielo nublado. Sentía como si me hubiera pasado un camión por encima. No tenía ganas de nada. Alcancé a especular si habían sido los locos del domingo, o los ceviches del lunes, antes de seguir vomitando. Llamé a una amiga querida de Puerto Varas, para que me socorriera con remedios y compañía. Llegó al rato con gotas para las náuseas y pastillas para cortar la diarrea. Las crisis expulsivas empezaron a bajar en intensidad, y fue imponiéndose una jaqueca que no me abandonó en todo el día, y que se hizo cada vez más aguda. Partimos a Puerto Varas con mis cosas, y ahí traté en vano de descansar. No pegué un ojo. A las seis de la tarde mi amiga me llevó al aeropuerto. Esperando el embarque, veía a la gente pasar a mi lado y envidiaba la tranquilidad que lucían en sus rostros. Entendí en ese momento el valor supremo de estar vivo en condiciones más o menos normales, y no querer azotar tu cabeza en contra de una muralla para apagar el dolor. De vuelta en Santiago, ya de noche, mi mujer me llevó a una clínica para que me hidrataran e inyectaran un calmante que me permitiera descansar y finalmente dormir. Me quedé un día entero en la clínica. Cuando desperté en la mañana, entre enfermeras y conectado al suero, me sentía estupendamente bien, la presión normal, la cabeza despejada. Leí, dormité, hablé por teléfono, ingerí en todo el día una taza de té, dos jaleas y un dedal de caldo, y en la tarde empecé a sentir hambre. Pensé en churrascos, en un completo del Dominó que me comí hace unos días, hasta en un ceviche. Junto con darme el alta médica me entregaron los resultados de los exámenes de sangre que me hicieron cuando llegué a la clínica. ¿Será cierto lo que dicen? Lo más probable es que los doctores quieran que yo me someta a una dieta estricta en todos los sentidos. ¡Que desastre! ¡Qué vida me espera! Algunos de nosotros vivimos amenazados por papeletas de laboratorio y no tenemos cómo hacernos los tontos. O sí sabemos. Al menos hoy, sé que almorzaré jalea y agua mineral sin gas. Mañana es un misterio.
Por fin sueltas el pasado. ¿De qué te queires despojar?. Tienes sabiduría ¿La usas?
Abres una fase romántica. Tu disciplina vale oro, tómala. Generosidad
Miguel Serrano Fernández (*Santiago de Chile, 1917). Escritor y diplomático chileno. Pertenece a la generación literaria de 1938. A pesar de ser sobrino del poeta Vicente Huidobro, se independizó de la influencia que éste ejerciera sobre muchos jóvenes de la época.

Biografía
A causa de la muerte de Héctor Barreto, escritor socialista y su gran amigo de aquellos años, incursionó en la política de izquierda hasta que la masacre de los nacistas chilenos de 1938, conocida como la Matanza del Seguro Obrero, hizo que se interesara por el nacionalsocialismo, llegando a colaborar con el Movimiento Nacional-Socialista de Chile y, durante la Segunda Guerra Mundial, a apoyar decididamente a Adolf Hitler, editando la revista La Nueva Edad y deseando participar directamente en la Guerra, lo que no le fue posible por diversas circunstancias. Mas, en cambio, durante esos años que se le dio, de forma increíble, la posibilidad de llegar a enterarse del trasfondo esotérico del movimiento nazista alemán . Es por ello que Miguel Serrano sostiene que Hitler no murió en Berlín y que logró trasladarse a la Antártida, por la creación del disco volante, junto a los ciento veinte submarinos desaparecidos con toda su tripulación.

Después de su viaje a la Antártica (formando parte de la expedición oficial chilena de 1947) –en busca de la Base alemana de esas regiones subpolares–, fue, en 1953, nombrado Embajador de Chile en la India, donde buscó las entradas al monte Kailás, según el, antípoda del Melimoyu, en el sur patagónico chileno. La antípoda geografica del Melimoyu esta en el Desierto del Gobi, en Mongolia.

Una vez abandonada la diplomacia, en 1972 y de haber sido embajador de Chile en Yugoslavia y en Austria, se instaló en la Suiza italiana, en Montagnola, en la vieja Casa Camuzzi, donde un día también habitara su amigo Hermann Hesse, y allí se dedicó a escribir algunos de los libros en los que revela todo su conocimiento sobre el Hitlerismo Esotérico, además de haber publicado obras puramente literarias como Los Misterios o Las Visitas de la Reina de Saba, que fuera prologado por Carl Gustav Jung, una de las muchas personalidades mundiales cuya amistad cultivó hasta el final, como también la de Jawaharlal Nehru, Indira Gandhi, el Dalai Lama o Ezra Pound, entre otros.

Desde 1980 vive en Chile, con sus mismos ideales, a pesar de declarar que el Kali Yuga se aproxima a su final irrevocable.

Sus libros se hallan publicados en varias lenguas europeas y asiáticas: castellano, inglés, alemán, francés, italiano, portugués, hindi, griego, japonés, persa, serbo-croata y ruso.

Miguel Serrano (1917-)

Toda mi obra es el fruto de una experiencia interior,
que se va desarrollando cada día de mi vida.
Por eso nunca he podido hacer literatura
ni considerarme literato
en el sentido de ir inventando temas e historias
Miguel Serrano

La obra de Miguel Serrano, según él mismo señala, debería leerse como una única gran obra, en la que cada uno de sus libros entrega una parte de sus vivencias y pensamiento como autor. En efecto, desde su primera publicación, Antología del verdadero cuento en Chile (1938), se perciben los temas presentes en toda su obra posterior: el misterio de América, el destino de este continente y la pregunta por su identidad. En este primer libro, además, presentó a la Generación Literaria de 1938, de la que fue parte, y que el mismo denominó como la “generación secreta”.

En la década de 1930, Serrano comenzó a escribir sus primeros textos, impulsado por su amigo Guillermo Tapia quien le aconsejó que escribiera para superar los meses de aburrimiento en que estuvo inmovilizado como resultado de un accidente. Por esos años también, comenzó a frecuentar grupos de intelectuales que se reunían en San Diego ―Guillermo Atías, dirigente del Partido Comunista, Santiago del Campo, el poeta Julio Molina Müller y Héctor Barreto―, con quienes compartió su interés por la literatura.

Su inclinación hacia la política nació también en esa década. Su adhesión al comunismo se produjo tras la muerte de su amigo Héctor Barreto en manos de los nacionalsocialistas, y se terminó cuando su tío Vicente Huidobro le propuso que combatiera en la guerra civil española. En cambio, simpatizó con las ideas y postulados del nacionalsocialismo luego de la masacre de 60 miembros de dicho partido en la torre del Seguro Obrero en 1938.

Luego, en 1947, realizó una importante expedición a la Antártica, que presentó en una conferencia titulada La Antártica y otros mitos (1948). De esta experiencia también naió la obra Quién llama en los hielos (1957).

En los años siguientes, entre 1953 y 1970, Miguel Serrano se dedicó al ejercicio de la diplomacia. Entre todos los países que visitó, la India y el hinduismo lo marcaron profundamente. Publicó una serie de libros sobre este tema: Los Misterios (1960), Las visitas de la Reina de Saba (1960), La serpiente del Paraíso (1963). Su interés por el hinduismo lo compartió con Herman Hesse, a quien conoció en 1951, y que visitó con mayor frecuencia tras radicarse en Europa a partir de 1964.

De regreso en Chile, en la década de 1980, se dedicó a los temas del nacionalsocialismo y publicó la Trilogía del hitlerismo esotérico: El cordón dorado: hitlerismo esotérico (1980), Nos. Libro de la Resurrección (1980) y Manú: por el hombre que vendrá (1991).

Desde 1990 reside en Valparaíso. Su retorno a esta ciudad, Miguel Serrano la compara con el regreso de Ezra Pound a Venecia “una ciudad moribunda. No quiero decir que Valparaíso lo sea, pero ambas son poéticas, donde el entorno físico se compensa con la trascendencia espiritual”.
A PROPÓSITO DE VOLODIA...MIGUEL SERRENO POR FRANCISCO ORTEGA

La siguiente frase es cursi y la van a leer, de seguro, por todos lados. Hoy 1 de febrero del 2008, el mundo literario y político criollo llora, la pérdida de Volodia nos deja sin una de las mentes más lúcidas de la historia chilena del siglo pasado. Sin embargo, serán los mismos quienes llorarán cuando Miguel Serrano muera, lo digo porque el caballero está también en sus últimas, refugiado a veces en Santiago, en su departamento frente al Santa Lucía, y en otras en su parcela suteña a los pies del Melimoyú, volcán donde según sus palabras se esconde la Ciudad de los Césares y la entrada al secreto mundo subterráneo. Serrano y Volodia eran amigos, camaradas de generación literaria, partícipes de eternas conversaciones y entre ambos no sólo había respeto, también admiración. Serrano es dueño de una de las mejores prosas criollas, superior en todo sentido a la de Volodia, pero el viejo es Nazi. Y nazi esotérico y eso es sinónimo de desprecio y condena. Sin embargo, ¿que diferencia hay entre ser nazi y comunista? ¿Por qué Volodia a pesar de ser comunista, tiene todo el respeto abierto de la comunidad literaria y artística? ¿Cual es la razón de que quienes admiramos el trabajo literario de Serrano tengamos que confesarlo en voz baja o en blogs, por temor a ser vilipendiados (o lo que es peor) apuntados como nazis? Si me preguntan, creo que tanto el nazismo como el comunismo son extremos politiocamente no sólo cuestionables sino despreciables. Al amparo de ambas ideologías se asesinó, torturo, persiguió y humilló a millones de seres humanos, en su gran myoría inocentes. Bajo el yugo de la cruz gamada y la bandera roja de la hoz y el martillo, los judios, gitanos y homosexuales de la Europa de primera mitad del siglo XX fueron practicamente exterminados, sin embargo por alguna extraña razón el comunismo tiene mejor prensa que el nazismo. Suele pasar, así es la vida. Volodia, el escritor, murió y hoy Chile entero le expresa sus respetos. Espero que cuando Serrano cierre la puerta, ocurra lo mismo, nos olvidemos de nazis y neonazis ridículos (aunque temo que su funeral va a estar plagado de esos pasteles, como el de Volodia lo estará de los otros) y sepamos homenajear al escritor detrás de la idea. Serrano es nuestro Lovecraft, nuestro Tolkien incluso, uno de los mejores exponente de la literatura fantastica a nivel mundial, un mitopeta que merece harta más atención de la que tiene. una atención crítica, de análisis, de descubrimiento.

IN MEMORIAN

VALENTIN (VOLODIA) TEITELBOIM VOLOSKY (1916-2008)
JULIO MARTÍNEZ 23 Junio 1923 - 02 Enero 2008
PATRICIA VERDUGO
HEATH LEDGER
BRAD RENFRO

Friday, February 01, 2008

Entrañables perdedores del primer mundo o por qué me caen bien estos gringos de mierda



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Reparto
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Courteney Cox Arquette
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Temporadas 10
Episodios 236 (Lista de episodios)
Producción
Duración 22 min. aprox.
Transmisión
Canal original NBC
Fechas de emisión 22 de septiembre de 1994 – 6 de mayo de 2004

Friends es una serie de televisión estadounidense, creada por Marta Kauffman y David Crane emitida por vez primera el 22 de septiembre de 1994 en la cadena NBC. Trata sobre la vida de un grupo de jóvenes —Rachel, Ross, Chandler, Phoebe, Joey y Monica— que residen en Nueva York que quieren pasarlo lo mejor posible, se suceden tanto buenos como malos momentos pero con una crítica cómica a los temas más trascendentales de la actualidad. Inmediatamente después del éxito en su país, comenzó su difusión por todo el mundo con similares resultados.

La serie está compuesta de diez temporadas de unos 24 capítulos, excepto la última, que tuvo 18 capítulos. Una vez finalizada se rueda Joey, un spin off sobre la vida del personaje homónimo en Los Ángeles.

Personajes

Rachel Karen Green (Jennifer Aniston): Es la menor del grupo, y amiga de Monica desde la infancia. Hija del doctor Leonard Green y Sandra Green (actualmente divorciados), ha pasado toda su niñez siendo consentida, por ser hija de padres ricos. Tiene dos hermanas, Jill y Amy, tan mimadas como ella. En la primera temporada, decide abandonar su buena vida y dedicarse a trabajar para ganar su sueldo. Aun así, a veces le sale la niña consentida que lleva en su interior. Es extremadamente patosa y torpe, y es incapaz de concentrarse en algo que no le interese.

Monica E. Geller (Courteney Cox Arquette): Es la hermana de Ross, vive en el apartamento donde vivia su abuela. De pequeña era obesa pero adelgazó en su adolescencia cuando Chandler la llamó gorda. Perdió sus kilos, pero no su pasión por la comida. Monica se caracteriza por su obsesión por el orden y la limpieza, es capaz de perder el control si un almohadón no está en el lugar correcto. También es sumamente competitiva. Todo lo que tenga relación con puntos, récords o superación, se lo toma como algo personal, y sólo piensa en ganar a cualquier precio. La mayoría de fiestas o cenas especiales se realizan en su apartamento, ya que es una gran anfitriona, no solo por sus grandes cualidades como cocinera (oficio con el cual se gana la vida en un restaurante) sino porque "compite" con ella misma para hacerlo cada vez mejor.

Phoebe Buffay (Lisa Kudrow): Es la más distraída del grupo. También es quién tuvo la infancia más dura. Su madre biológica las abandonó a ella y a su hermana gemela, Ursula, con quien no se habla, y su madre adoptiva se suicidó cuando ellas eran adolescentes. Además, su padre biológico las abandonó y su padrastro fue a prisión, por lo que acabó viviendo en la calle. Es un poco chiflada y rara y no duda en demostrarlo. Considera normales cosas que los demás ven de locos. A pesar de haber tenido que vivir en la calle robando y vagabundeando, es muy inocente, y sobre todo, muy cariñosa con sus amigos; siempre está ahí cuando ellos la necesitan. Es vegetariana, y ama a todo ser viviente e, incluso, a seres no vivientes. Ejerció de madre de alquiler porque su hermanastro no podía tener hijos con su mujer, quien es mucho mayor que él. Dio a luz a trillizos.

Joseph "Joey" Francis Tribbiani (Matt LeBlanc): Es el menos inteligente del grupo y siempre tarda en entender todo lo que le dicen. Se gana la vida como actor aunque a veces está en la cima, y acto seguido sólo puede protagonizar anuncios. Es fanático de los Knicks y considera enemigo a todo aquel que no esté de acuerdo con él. Es también, de los tres chicos, el que más sabe de mujeres. Se dice que una vez desabrochó el sujetador de una mujer con sólo mirarlo. Le gustan los ligues de una noche, acostándose con cualquier mujer que le atraiga. Al igual que Monica, adora la comida, aunque él no es tan refinado a la hora de comer, ya que se come todo lo que se encuentra, esté caducado, podrido o tirado por el suelo.

Matthew Perry
Chandler Muriel Bing (Matthew Perry): Es el sarcástico del grupo. Esta forma de ser le nació como una respuesta al trauma que le causó la separación de sus padres a los diez años, porque su padre era transexual. Desde entonces, usa el sarcasmo y la ironía para reírse de todos y de todo. Tiene la tendencia a creer que todo el mundo lo considera gay (por la influencia paterna), atributo que él se esfuerza en negar constantemente. De hecho, y para que no se ponga en duda su hombría, siempre intenta hacer "cosas de hombres", aunque no le apetezcan en absoluto. Odia el día de acción de gracias, ya que fue en ese día cuando se enteró de que su padre se entendía con el criado. Desde entonces, todos los días de acción de gracias los pasa de mal humor y se niega a comer pavo.

Ross Eustace Geller (David Schwimmer): Es el hermano mayor de Monica. Es paleontólogo de profesión. Empezó trabajando en un museo pero tuvo que dejarlo por un ataque de ira. En las últimas temporadas es profesor en una universidad. Es el más culto e inteligente, cualidad que demuestra siempre que puede, si bien corrigiendo a alguien o aportando conocimientos cuando nadie le ha preguntado. No puede evitar hablar como un pedante, por lo que a veces sus conversaciones son simplemente aburridas. Se divorció de Carol, su esposa, con quien tuvo a su hijo Ben, al enterarse de que era lesbiana (ella tampoco lo sabía cuando se casaron, lo descubrió más tarde). Desde entonces, se le da fatal ligar con las chicas (Carol fue su primera novia). Se volvió a casar con una inglesa llamada Emily pero se divorció de ella por decir "Te tomo a ti, Rachel" en el altar en lugar de "Te tomo a ti, Emily". Se casó una tercera vez con Rachel durante una borrachera en Las Vegas y de nuevo se divorció. Es doctorado en paleontología, por lo que le gusta que la gente le llame "doctor". A menudo comete el error de creer que todos tienen tanto interés como él sobre los dinosaurios.

Personajes secundarios
Gunther (James Michael Tyler): Administrador del café-bar "Central Perk", al que asisten los seis amigos. Está enamorado de Rachel.
Janice (Maggie Wheeler): Ex-novia de Chandler, conocida por su coletilla "¡Oh, Dios, mío!". También ha salido con Ross
Jack Geller (Elliott Gould): Padre de Ross y Monica.
Judy Geller (Christina Pickles): Madre de Ross y Monica.
Mike Hannigan (Paul Rudd): Novio y, posteriormente, marido de Phoebe.
Richard Burke (Tom Selleck): Uno de los novios que tiene Monica durante la serie.

Trama
La historia comienza con cuatro amigos (Chandler, Monica, Phoebe y Joey) conversando en una cafetería llamada Central Perk. A medida que transcurre el inicio del capítulo piloto aparece el quinto personaje (Ross) y posteriormente la sexta (Rachel). Este encuentro dentro de la cafetería marca el comienzo de una comedia basada en la amistad, los triunfos y caídas, el amor, el pasado y el futuro de un grupo de amigos en la ciudad de Nueva York.


David Schwimmer, actor que interpreta a Ross Geller.Rachel viene de abandonar en el altar al que iba a ser su futuro esposo y ha escapado de su vida de niña rica para entrar en un mundo donde deberá hacerse cargo de su propias necesidades, buscando el apoyo de su única amiga en la ciudad, Monica. Decide quedarse en casa de ella y comenzar una vida normal. Ross, que siempre había estado enamorado de ella encuentra una nueva oportunidad ahora después de su matrimonio fallido con una lesbiana. Su intento no es inútil; sin embargo, entre comienzos y rupturas Ross y Rachel tendrán que esperar diez años para estar juntos definitivamente, pasando por sus vidas dos rupturas, una reconciliación, una boda y una hija llamada Emma.

A pesar de estar latente durante toda la serie el amor entre Ross y Rachel, este no roba protagonismo al verdadero sentido desenfrenado de la serie donde cada uno puede presentar un matiz completo de citas, noviazgos y matrimonios. Otra pareja que sí logró concretar de una manera más rápida y ordinaria su relación fueron Chandler y Monica quienes tras haber pasado desengaños y amores rotos encontraron que la pareja perfecta eran ellos mismos y después de un tiempo escondiendo su relación, finalmente esta salió a la luz.

El toque más puramente humorístico se lo otorgan Phoebe y Joey quienes en la serie dejan entrever muchas veces que podría surgir un romance entre ellos, e inclusive hay casos donde Phoebe dice que terminarían juntos. Finalmente esto no sucede, Phoebe termina felizmente casada con Mike y Joey parte rumbo a Hollywood a realizar su sueño de convertirse en una verdadera estrella.

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