Monday, January 14, 2008

Historias de amor

Por Francisco Mouat franciscomouat@gmail.com

Leí hace unas semanas una entrevista al escritor español Miguel Delibes en la revista dominical del diario El País. La leí porque me sedujo el título, "me cansa pensarme", porque alguna vez vibré con su libro Los santos inocentes, y porque con sus 87 años a cuestas ya no tendrá muchas nuevas oportunidades de dar una entrevista lúcida y sentida: "Ya no me verás nunca mejor de como estoy ahora".

La conversación se paseó especialmente por el recuerdo de su esposa, Ángeles, muerta bastante joven, en 1974, una mujer que "con su sola presencia aligeraba la pesadumbre del vivir". Contaba Delibes, viudo fiel hace tantos años, que el último verano lo pasó durmiendo mal, y esperando a que amaneciera para levantarse a mirar la fotografía de Ángeles que abre la edición de sus obras completas. Hacia el final de la entrevista, le preguntaron qué otra cosa lo aliviaba, qué le ayudaba a sobrellevar la evidencia del dolor, y él respondió: "Los potingues de farmacia, mis hijos, mis amigos, el deseo de anteponer la dignidad a la pura queja".

El entrevistador citó en un momento una frase de Leonardo Sciascia sobre la felicidad, aquello de que es apenas un instante, y Delibes le contestó: "La opinión de Sciascia no es una novedad. El estado de felicidad no existe en el hombre. Existen atisbos, instantes, aproximaciones, pero la felicidad termina en el momento en que empieza a manifestarse. Nunca llega a ser una situación continuada. Cuando no tienes nada, necesitas; cuando tienes algo, temes. Siempre es así. Total, que nunca se consigue".

A casi todo el mundo le gusta leer historias de amor. Recibí para el año nuevo un e-mail de Lucy Reyes, viuda desde hace seis meses de Rafael Verdugo Haz, profesor universitario de ciencias. Igual que Delibes, Lucy no deja de vivir intensamente la ausencia de su pareja, y me invita a su departamento porque cree que Rafael estaría muy contento de que yo visite su biblioteca y elija algunos de sus libros para llevármelos conmigo.

Pactamos un día y una hora con Lucy, y nos encontramos a almorzar. Jamás me sentí un intruso en su casa. Disfrutamos un almuerzo sano y sabroso, acompañado de buen vino tinto. Lucy me habló larga y detalladamente de Rafael, de los más de cuarenta años que estuvieron juntos: me mostró el lugar de la mesa del comedor donde instalaba su silla de ruedas en la que terminó sus días, por una insuficiencia renal irremediable que lo obligó a dializarse los últimos diecisiete años de su vida; y cuando estuvimos en su escritorio revisamos libro a libro las estanterías. Lucy me pidió que por favor escogiera algunos de ellos, y tomé, entre otros títulos, las Obras completas de Oscar Wilde y todas las novelas de Stefan Zweig. Al final nos tropezamos con un libro póstumo de poemas de Jorge Teillier, En el mudo corazón del bosque. Lo abrí en la última página y le leí a Lucy en voz alta: "Si alguna vez/ mi voz deja de escucharse/ piensen que el bosque habla por mí/ con su lenguaje de raíces".

Sé que Lucy estuvo emocionada todo ese rato en que escarbábamos en las estanterías de Rafael, su marido, un hombre valiente que un buen día de mayo de 2007 tomó la decisión de no asistir más a las sesiones de diálisis, cansado ya, no tanto de vivir como de la enfermedad que lo tenía sin fuerzas para sostenerse en este mundo. El día en que le contó a Lucy que no se dializaría más, ella y su familia sintieron miedo, pero pronto todos comprendieron, Lucy, sus hijos, el equipo médico que lo atendía, sus amigos, que había que respetar la voluntad de un hombre que al menos quiso elegir una manera digna de morir. Rafael Verdugo Haz escribió durante años una historia de amor, y Lucy me la cuenta porque sí, en su departamento luminoso de la comuna de Ñuñoa, y yo les doy gracias, a ella y a Miguel Delibes, por alimentar nuestras vidas.

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