Monday, January 28, 2008

La Cruzada de George Clooney


Se hizo famoso a una edad en que otros de su generación ya pasaban de moda. Y se preocupó no sólo de estar en el cine, sino que de trascender con opiniones por las que se ha convertido en el blanco de críticas. Pero no le importa. Convertido en mensajero de la paz por la ONU, viaja al corazón de áfrica para estar con los refugiados. aquí habla de sus motivaciones.


Por Luis Miranda V. REVISTA EL SÁBADO EL MERCURIO

Miren a George Clooney. Se jacta de la mirada segura y la postura relajada que el envejecimiento otorga a algunos hombres. Tiene razón. Clooney prácticamente era un Don Nadie antes de comenzar a hacerse viejo: un actor de cara bonita, como hay miles en la industria del cine y la televisión norteamericana, que sólo llegaba a estelarizar series mediocres o papeles secundarios desechables. Con algún talento, pero sin carisma. Un buen actor de reparto con el tiempo contado.

"Muchas de las primeras películas que hice no tuvieron gran éxito", admite. "Por eso, no me encasillaron en un rubro determinado y tuve la oportunidad de probar diferentes tipos de cine... para seguir fracasando".

Pero eso fue hasta que las arrugas le cercaron los ojos y las canas le regalaron cierta sabiduría y distinción a su rostro. En el momento en que para muchos el cuerpo y la mente comienzan su declive natural, para George Clooney significó un renacimiento profesional y hasta personal. Como si se tratara de una adolescencia tardía, se convirtió en un hombre de experiencia y en un actor sólido.

Cuando se produjo este cambio, Clooney obtuvo en Hollywood la categoría de estrella.

"La edad no perdona", explicó en 2006 a un periodista español, "pero con un poco de suerte te hace la vida más fácil, porque te sientes más cómodo con quién eres. No tienes ya que demostrar nada".

Clooney, recién a los 33 años logró un papel consagratorio. Y en una serie de televisión. El éxito de ER, que relataba la vida en un centro de urgencias médicas en donde George oficiaba como uno de los doctores más eficientes y galanes del hospital, permitió que la industria del cine se fijara en este actor. Las audiciones comenzaron a llegar y Clooney, mientras más años iba teniendo, más prestigio iba acaparando.

Llegaron películas como Batman y Robin, de 1997; La delgada línea roja, de 1998; Tres reyes, de 1999; La tormenta perfecta, de 2000, y La gran estafa, de 2001. En la mayoría de los casos, Clooney se limitó a interpretar un personaje básico, pero eficiente: el tipo de ser humano tranquilo, seguro, capaz de reírse de sí mismo, incluso en los peores momentos. Y si tenía puesto un smoking Armani con la camisa abierta, tanto mejor.

Las estrellas no necesitan romperse el alma actuando. Las estrellas hacen una y otra vez el mismo papel. Un superstar realiza hasta el cansancio los mismos gestos, dibuja la misma sonrisa y la idolatría está asegurada. Y por añadidura, los millones de ganancias para los estudios y para el propio señor Clooney.

La experiencia que fue adquiriendo a través de los años le permitió entender que podía seguir siendo una estrella y, a la vez, un actor de calidad, un productor serio y hasta un director de respeto.

Con los hermanos Coen, directores independientes de prestigio, realizó dos actuaciones memorables en los filmes ¿Dónde estás, hermano? y El amor cuesta caro en donde, lejos de intrepretar su rol de galán maduro en transnoche, se convirtió en un correctísimo actor de comedia negra. En Buenas noches, y buena suerte, de 2005, cobró tres dólares por actuar en el filme: un dólar por el guión, otro por dirigir la película y un tercer dólar por protagonizarla. Su trabajo fue retribuido con seis nominaciones al Oscar.

"No hay nada malo con los taquillazos", explicó un año después. "Lo único es que no son más que eso, éxitos de taquilla. A mí me gusta hacer películas, pero si encima hago cosas que den que pensar, pues tanto mejor. En ocasiones es bueno lo de levantar polémica. Unas veces se gana y otras se pierde, pero disfruto en el proceso. Además, lo contrario sería una inconsciencia por mi parte".

Si algo claro tiene Clooney en su vida es consistencia. Un tipo que pasó su juventud en el oscurantismo, vive la vida sin excesos, pero sin una pizca de miedo. Por eso es un actor que tiene opinión política, es una figura que critica a su gobierno y es la estrella que se ofrece para mediar en la huelga de guionistas de Hollywood.

A la vez, viajará este mes a Sudán para protestar en contra de la limpieza étnica en la región de Darfur. "Yo no soy un político", aclara, "así es que sólo voy a llamar la atención allá. Intentaremos adentrarnos más profundamente en Darfur y llevar cámaras a los campamentos más duros. Y tener conversaciones. Eso es, básicamente, lo que yo puedo hacer. Si pones gente famosa en sitios feos, la gente mira".

Por este motivo, Clooney ha recibido ataques de que es un actor con opinión interesada. Que su accionar busca potenciar y promocionar sus películas. Que si sale o no con Renee Zellweger. Que si va a tener hijos o si le preocupa ganar más o menos dinero por filme.

George, hijo de un periodista televisivo, fuerte, honesto, con puntos de vista, no permite que a su edad se le restrinjan sus pensamientos. Para él, un norteamericano feliz de vivir en un país de oportunidades, aquello va en contra de los fundamentos de la nación en la que vive.

"Mi deseo es promover la discusión, no adoctrinar a nadie", declara. "Soy de la opinión de que es mejor escuchar a ambos lados. Bill O'Reilly se pasó media hora de programa diciendo que mi carrera estaba acabada por culpa de mis ideas. No puedo menos que aceptar la crítica. ¡Cómo voy a defender la libertad de expresión sin que digas nada en mi contra! Creo que soy mayorcito y puedo aguantar los golpes".

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