Tuesday, January 22, 2008

Un niño espera
El laberinto del fauno


Fecha de publicación: 22/02/2007

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Por Jorge Morales

Se puede decir que hoy el creador de fábulas cinematográficas por excelencia es Tim Burton. El cine de Burton ha creado y adaptado –o adoptado- a un conjunto de personajes que perfectamente podrían ser los antiguos protagonistas de los relatos infantiles fantásticos. Sin embargo, parte de su estilo es mirarlos con recelo, ironía, riéndose de la moraleja evidente u oculta de sus historias, haciendo comedia con cada uno de sus elementos, quitándoles gran parte de su carga original circunspecta y melancólica. Si bien –pese a este ejercicio de desacralización- el talento de Burton se las ingenia de alguna forma para emocionar (el mejor ejemplo es El joven manos de tijera), es un cine que asume el género desde una perspectiva ajena incluso a la naturaleza propia de estas historias, como fue el caso de La leyenda del jinete sin cabeza que es literalmente una parodia.




Una historia como la de El laberinto del fauno perfectamente podría adscribirse al universo de Burton. Pero si él la hubiera dirigido la forma que tendría de abordarla carecería de la seria y solemne gravedad con que el mexicano Guillermo del Toro asumió la dirección y que se está convirtiendo, si recordamos El espinazo del diablo (2001), en la impronta de un estilo. La película casi no tiene humor y a diferencia de otras cintas similares (personas, generalmente niños, que viven situaciones angustiosas y que a través de resortes mágicos encuentran la "salvación" –por ejemplo, La cenicienta-), la crueldad está relacionada con un personaje de un realismo perturbador. El "malo" no es una bruja o un lobo feroz sino un militar fascista. El franquismo –la cinta transcurre en los estertores de la guerra civil española- es un ejemplo concreto del horror institucionalizado, del terrorismo de Estado, y en el personaje del militar, se concentran todas las particularidades de ese gobierno (incluida la caricaturización misma de su extrema maldad): la intolerancia, el desprecio, el autoritarismo, el machismo, la insensibilidad ante el dolor del otro, la autosuficiencia, el mesianismo. Todas las ideologías totalitarias funcionan sobre la base del sometimiento. Hay una verdad única e inmutable y cualquier asomo de discrepancia, cualquier atisbo que esté en contra de esa verdad, es perseguida. Por eso todos los sueños míticos que tiene la joven Ofelia –hijastra del militar- de un universo paralelo, de un reino donde ella es una princesa, son por un lado una vía de escape hacia la felicidad frente el ambiente enrarecido en el que vive (el sufrimiento de su madre que padece un embarazo complicado) y, por otro, una forma de subversión, algo así como una rebeldía inconsciente frente al dolor. Hacia el final de la película esta salida fantástica toma ribetes heroicos y convierte esa rebelión imaginaria en una proeza real. Lo que no es raro ya que la ilusión de un mundo mejor (o la utopía revolucionaria) es la catapulta para rebelarse ante la opresión de la realidad. Ofelia, nombre que viene del griego "ayuda" (la caritativa, la que socorre), pasa de ser víctima a heroína e inclusive una mártir cristiana por su hermano (su entrega es similar a un conocido pasaje bíblico). Su protección (por omisión) a las fuerzas republicanas es inocente pero finalmente política.

No es difícil conectar El laberinto del fauno con El espíritu de la colmena (1973), la obra maestra del español Víctor Erice. La corta pero contundente filmografía de Erice tiene como una de sus principales fuentes de inspiración al cine, así como Guillermo del Toro hace un ejercicio similar a partir del comic y el relato fantástico. En los tres largometrajes de Erice, El espíritu de la colmena, El sur (1983) y el documental El sol del membrillo (1992), toma el tema de la representación artística (el cine) como un método que trata de retener (e inventar) la realidad. En El sur, un viejo romance secreto (real o ficticio) del padre con una actriz de cine, en El sol del membrillo, los denodados esfuerzos del pintor Antonio López por capturar los rayos del sol en un membrillo como una analogía del cine. En El espíritu de la colmena, que transcurre en la misma época de El laberinto…, Ana es una niña que después de ver e impresionarse con Frankenstein (1931) de James Whale en el cine, comienza a elaborar la realidad a partir de esa fantasía cinematográfica. Al toparse con un perseguido soldado republicano que huye de las fuerzas franquistas –oculto en un granero de su fundo-, Ana lo cuida y protege como si fuera el mismo monstruo. Aunque la niña no vive una situación dolorosa, sus padres son como fantasmas y están encerrados en su parcela en el campo, indiferentes a la realidad que los rodea. Indiferencia similar a la madre de Ofelia que tapa sus ojos frente al violento comportamiento de su marido. En el fondo, la resignación cómplice que hubo frente a la dictadura de Franco.




Entonces, Ana construye la realidad a partir de la fantasía, mientras Ofelia (cuyo imaginario infantil es el mundo de los libros) quiere liberarse a partir de la fantasía de una realidad que ya conoce. La fantasía se convierte en el refugio de sus carencias afectivas. Niños desamparados, hijos de padres crueles, enfermos o fríos buscando refugio en mundos fantásticos, en mitos y leyendas, donde sentirse acogidos, aunque igualmente desafiados y rechazados (Frankenstein que mata sin querer a la niña en la película que ve Ana, el fauno que pone pruebas a Ofelia).

Todos los aciertos técnicos (una fotografía y dirección verdaderamente deslumbrantes) de El laberinto del fauno no hacen sino acentuar el tono angustioso. Este es un cuento infantil completamente hecho para adultos y es un paso superior en la singular carrera de Guillermo del Toro.

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