Wednesday, May 26, 2010

Humor negro

acá

Cine

Acá

Francois de la Rochefoucauld


Frases
Ojos rojos





Entre los momentos hilarantes de la cinta brilla aquel en que Riquelme transmite el partido con Colombia.

Ascanio Cavallo
Este es un documental en serio. Los seis años de registros que envuelve no son un mérito en sí mismo, sino un indicio de la fortaleza del proyecto. Los documentalistas en serio saben que pueden conocer cómo empiezan una película, pero nunca cómo la van a terminar, y que lo más fascinante de su oficio es precisamente esta exposición a la realidad, o, si se prefiere, el sometimiento de las hipótesis a la veleidad de los hechos.

De haberse quedado con las eliminatorias para el Mundial de Fútbol de Alemania 2006, Ojos rojos sería la historia de una depresión, el agónico fracaso de la Selección dirigida en los últimos meses de 2005 por Nelson Acosta. Pero los cineastas tuvieron el tesón y la suerte para entrar en el siguiente proceso, entre el 2007 y el 2010, donde el equipo chileno obtuvo su primera clasificación en 12 años y se convirtió en una de las curiosidades del fútbol sudamericano, bajo la conducción de Marcelo Bielsa. Gracias a eso, el documental pasó a ser una historia de caída y ascenso, de derrota y exaltación.

Bielsa es una pieza clave de esa historia. Que su inteligencia parezca superior a la de los jugadores, los fanáticos y los periodistas es algo que no depende del capital cultural ni del coeficiente intelectual, sino de una visión madura, equilibrada y paciente de la vida. En Bielsa no hay genio, sino algo mucho mejor: discernimiento.

El centro de esa conciencia activa está en los primeros segundos de la película, en una frase en off: "Los seres humanos ganan de vez en cuando, muy de vez en cuando". Los primeros 10 minutos dan cuenta de la dificultad de conseguir el triunfo. Los siguientes 10 regresan a las sombrías derrotas del 2005, con un director técnico que derrocha entusiasmo y empatía, pero no visión.

Sólo entonces se inicia la marcha hacia Sudáfrica. La atraviesa una épica raramente doméstica, la épica de unos jóvenes que, siendo poco más que niños, construyen su gloria de nación y de masas sin necesidad de derramar sangre. La contraparte son los hinchas y los admiradores, que Ojos rojos sintetiza en Sergio Riquelme, periodista y locutor aficionado de la Radio del Lago, de Futrono, que emprende esfuerzos hercúleos para seguir a la Selección. Entre los momentos hilarantes de la cinta brilla, como una gema de la contra-épica, aquel en que Riquelme transmite el partido con Colombia frente a un televisor miserablemente borroneado por las interferencias.

Es fácil imaginar la pesadilla de la sala de montaje: millares de imágenes y la obligación de articularlas con algún sentido. Se puede reprochar a Ojos rojos la ausencia de un retrato más fino de los jugadores, el titubeo entre la épica de la cancha y la sociología del fútbol, la debilidad para traducir la oscilación masiva de la depresión al éxtasis, e incluso una cierta sobreestilización (irse por los bordes, tomar espacios vacíos, magnificar el foley), que a menudo es también su audacia más notoria.

Pero ninguno de esos reproches puede oscurecer el inmenso trabajo, el tesón y los riesgos tomados por uno de los más atrevidos documentales jamás emprendidos en Chile.

Ojos rojos
Dirección: Juan Ignacio Sabatini, Juan Pablo Sallato e Ismael Larraín. 83 minutos.
Raul Brandao
(Portugal, 1867-1930)
Memorias (fragmento)
"Soy un simple espectador de la vida, que no intenta explicarla. No afirmo ni niego. Hace mucho que huyo de juzgar a los hombres, y, a cada hora que pasa, la vida me parece o muy complicada y misteriosa o muy simple y profunda. No aprendo a morir, desaprendo a morir. No sé nada, no sé nada, y no saldré de este mundo con la convicción de que no es la razón ni la verdad las que nos guían: solamente la pasión y la utopía nos llevan a conclusiones definitivas. El papel de los locos es el más importante en este desconsolado planeta, aunque los demás intenten corregirlos y canalizarlos… Por eso comprendo que es tan difícil aseverar la precisión en un hecho cómo juzgar a un hombre con justicia. Todos los días cambiamos de opinión. Todos los días somos empujados a kilómetros de distancia por cualquier cosa delirante, que nos lleva a lugares desconocidos. Siempre sucede que, pasados unos meses desde lo escrito, me llega la duda y el vacío. Siento que ya no me pertenece. Es por ésta razón que no condeno ni explico nada, y huyo antes de descender a mi interior, para que no reconozcan con asombro que soy irracional – de esa forma no discrimino lo que creo y lo que no, y compruebo lo que me pertenece y lo que pertenece a los muertos. "
Rudolf Steiner
La filosofía de la libertad (fragmento)
¿Es el hombre en su pensar y actuar un ser espiritualmente libre, o se encuentra sujeto al dominio de una necesidad absoluta, de acuerdo con las leyes de la naturaleza?. Pocas cuestiones se han tratado con tanta sagacidad como ésta. La idea de la libertad de la voluntad humana cuenta tanto con un gran número de partidarios vehementes, como de adversarios obstinados. Hay hombres que en su apasionamiento moral consideran de escasa inteligencia al que llega a negar un hecho tan evidente como la libertad. Frente a ellos existen otros para quienes el colmo de lo científico es creer que las leyes de la naturaleza quedan interrumpidas en el dominio del actuar y del pensar humano. La misma cosa se considera como el bien más preciado de la humanidad y, al mismo tiempo, como la más grave ilusión. Se ha empleado infinita sutileza para explicar cómo la libertad humana es compatible con los procesos de la naturaleza, a la que también el hombre pertenece. No menor ha sido el esfuerzo con que otros han tratado de comprender cómo ha podido surgir semejante idea absurda. Indudablemente se trata de uno de los más importantes problemas de la vida, de la religión, de la conducta y de la ciencia, como lo ha de sentir todo aquél que lo considere con un mínimo de profundidad”.

John Stuart Mill
Sobre la esclavitud de las mujeres (fragmento)

"Desde luego, la opinión favorable al sistema actual, que hace depender al sexo débil del fuerte, no descansa sino en teorías; no se ha ensayado otra, y, por ende, nadie puede afirmar que la experiencia opuesta a la teoría, haya aconsejado nada, en atención a que no se llevó al terreno de la práctica, y se ignoran totalmente sus resultados. Por otra parte, la adopción del régimen de la desigualdad no ha sido nunca fruto de la deliberación, del pensamiento libre, de una teoría social o de un conocimiento reflexivo de los medios de asegurar la dicha de la humanidad o de establecer el buen orden en la sociedad y el Estado. Este régimen proviene de que, desde los primeros días de la sociedad humana, la mujer fue entregada como esclava al hombre que tenía interés o capricho en poseerla, y a quien no podía resistir ni oponerse, dada la inferioridad de su fuerza muscular. Las leyes y los sistemas sociales empiezan siempre por reconocer el estado material de relaciones existente ya entre los individuos. Lo que en los comienzos no era más que un hecho brutal, un acto de violencia, un abuso inicuo, llega a ser derecho legal, garantizado por la sociedad, apoyado y protegido por las fuerzas sociales, que sustituyeron a las luchas sin orden ni freno de la fuerza física. Los individuos que en un principio se vieron sometidos a la obediencia forzosa, a ella quedaron sujetos más tarde en nombre de la ley. La esclavitud, que en un principio no era más que cuestión de fuerza entre el amo y el esclavo, llegó a ser institución legal, sancionada y protegida por el derecho escrito: los esclavos fueron comprendidos en el pacto social, por el que los amos se comprometían a protegerse y a salvaguardar mutuamente su propiedad particular, haciendo uso de su fuerza colectiva. En los primeros tiempos de la historia, la mayoría del sexo masculino era esclava, como lo era la totalidad del sexo femenino. Y transcurrieron muchos siglos, y siglos ilustrados por brillante cultura intelectual, antes de que algunos pensadores se atreviesen a discutir con timidez la legitimidad o la necesidad absoluta de una u otra esclavitud.”
Circo Freak: “Alicia en el país de las maravillas”
Por Jorge Baradit / LND
En el libro “Alicia en el país de las maravillas” la fantasía es el reflejo del mundo y la literatura define al presente desde el futuro. Vemos la Era Victoriana inglesa y a Londres como una versión a escala-ciudad de internet con lo despreciable y lo extraordinario mezclados sin concierto. Carrol sacó un sombrerero loco como representación sicótica de costumbres rancias y puso a una niña al borde del precipicio de la adultez. Bonus Track: Habla Tim Burton y le contamos cómo es la película que se estrena el próximo 13 de mayo.
Domingo 9 de mayo de 2010 | | LND Cultura


¿Qué es lo que cuenta Lewis Carroll En “Alicia en el país de las maravillas”? ¿De dónde sacó estas ideas tan descabelladas acerca de mundos desquiciados que se doblan sobre sí mismos, repletos de significados torcidos y realidades rabiosamente alteradas? La primera lección que hay que sacar de este libro, que originalmente iba a llamarse “Las aventuras subterráneas de Alicia”, es confirmar que los textos que exploran la ficción son generalmente los que más se acercan a la realidad como la conocemos. La ciencia ficción, por ejemplo se comporta naturalmente como una metáfora muy nítida del contexto histórico y la fantasía es un reflejo ampliado de nuestra realidad más cercana. Es curioso declarar que la literatura que mejor describe el presente es la del futuro y la que mejor refleja la realidad es la fantasía. Eso hizo “Alicia en el país de las maravillas” en su momento, convertirse en el reflejo histérico de un momento particularmente demencial de la historia británica: la Era Victoriana.
El momento en que una isla se convirtió en el centro del planeta, un cruce internacional portuario que acumulaba restos extraños de cargas en tránsito de las más variadas latitudes, convirtiendo sus ciudades en cuadros alucinados repletos de inmigrantes de extrañas culturas, animales exóticos, aromas poderosos, colores nuevos, idiomas desconocidos e historias de marineros acerca de prodigios exagerados por el escorbuto y el opio.
Londres como una versión a escala-ciudad de la internet, lo bueno, lo malo, lo despreciable y lo extraordinario mezclados sin concierto. El planeta entero constreñido en una isla donde todo parecía fuera de contexto: una avestruz en el jardín de una mansión, un mandarín chino en la ópera, un selknam patagónico vestido de levita tomando el té en casa de Lord Chattnam. Londres era el Tokio más demente, pero en su versión cyberpunk siglo XIX. En medio de esta vorágine de información cruzada y sin traducir, campeaban las aterradoras costumbres sociales inglesas de la época: represivas, limitantes y castradoras, la vida como una representación teatral 24/7, sometida al manual de instrucciones más rígido y ridículo de occidente, el arte de vivir elevado a la categoría de suplicio maníaco obsesivo. El sombrerero loco como la representación sicótica de las costumbres victorianas.
UN GRITO EN LA NOCHE
“Alicia en el país de las maravillas” no es más que el grito de terror de un escritor que, a través de ese ejercicio meditativo alucinógeno mántrico que puede ser la escritura, es capaz de sacarse la neblina de los ojos y ver durante un instante la verdad: la realidad es monstruosa. El libro, publicado en 1865, no es un texto para infantes, es la forma lúcida en que un niño ve el circo freak que se despliega frente a él en el borde de su pubertad, como quien despierta de pie al borde de un acantilado al que debe saltar. La extrema lucidez del niño que despierta de su sueño de infancia y ve a todos los emperadores desnudos del mundo, todas las atrocidades, todas las injusticias y los sinsentidos, todo el horror y el espanto al que después nos insensibilizamos para poder seguir funcionando, operando avecinados con el horror.
Leer “Alicia” como un descenso a los infiernos de la realidad, sólo para constatar que no hay salida, que el regreso no es la promesa del hogar como en ese otro viaje pesadillesco y lleno de connotaciones iniciáticas como es el “Mago de Oz”, de Frank Baum, sino la validación de una verdad demoledora: no hay otra escapatoria posible que no sea la ceguera, la aceptación de las normas, la civilización y el rito, es decir, la adultez. Frente al horror no hay otra escapatoria que la insensibilidad. Ese es el verdadero cáliz que hay que beber para transformarse en adulto y poder operar en medio del espanto. “Te estábamos esperando”, le dice el sombrerero loco a Alicia.
El libro es descarnado, no hay redención, no hay Beatriz ni Grial, sólo el viaje a través del absurdo horrendo que es el mundo fabricado por el monarca, el burócrata y el mandamás. Alicia es una espectadora, la sonda que sale a ver la realidad y que nos cuenta la desnudez de las cosas desprovistas de moral o mensaje reivindicador. No hay dios, no hay orden, no hay atisbo de cordura, sólo consensos sin sentido abrazados por la gente para no rodar por el caos.
CIERRA LOS OJOS
Anoche conversábamos con amigos en una mesa acerca de muchos temas. Bernardita Ojeda, la “Nycteris”, me dio cátedra acerca del libro de Carroll. Hablamos de lo bien que calzaba la Alicia de Disney en los años 50 norteamericanos, su propia Era Victoriana al amparo de la bomba atómica. También hablamos de otras cosas, hablamos de un libro que enseña cómo suicidarse dejando un cadáver bello, hablamos de una generación que está reemplazando los hijos por gatos, de la posibilidad de que el único periodismo posible sea el terrorismo noticioso apocalíptico on line, hablamos de niños que fabrican droga a partir de medicamentos de libre expendio, hablamos de una mujer que exhibía a su hijo deforme como un alien a cambio de monedas, de un tipo que fabricaba anfetaminas caseras diseñadas por los nazis, de la posibilidad de que Chile termine siendo declarado inhabitable por los constantes terremotos y que un país completo deba ser evacuado, de una historia acerca de alguien que fumaba muertos y de que la soya modificada genéticamente que se vendía en EEUU le producía pelos en las encías a roedores de prueba.


Hablamos de cosas que pasan. Como “Alicia en el país de las maravillas”, viaje que nos saca el velo de los ojos y muestra la vida como realmente es: un torbellino caótico en donde nos equilibramos apenas sobre un diminuto orden acordado, con los ojos cerrados para no volvernos locos.





TIM BURTON Y EL ESTRENO DE “ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS”
“El libro de Carroll sería igual de impactante si se publicara hoy”
Su reinterpretación del mundo creado por Lewis Carroll se ha convertido en uno de los éxitos más sólidos de la taquilla mundial y que llega retrasado por el terremoto a Chile. Aquí, Tim Burton admite que las complejidades de “Alicia en el país de las maravillas”, que integra animación con actores de carne y hueso y todo tipo de efectos especiales, convirtió el rodaje en uno de los más complicados de su carrera.
Por Gabriel Lerman / La Vanguardia
-¿En qué se inspiró para recrear este mundo?
-Usé muchísimas fuentes. Aunque no usamos los dibujos de la primera edición de “Alicia en el país de las maravillas” (obra de John Tenniel), hay algo en ellos que coincide completamente con lo que se cuenta en la historia. Nos inspiraron mucho, y también, los diálogos de Lewis Carroll, como el poema de Jabberocky, donde todo es ligeramente absurdo y abstracto, pero extrañamente bello y muy poético.
-¿Vio muchas versiones de Alicia antes de crear la suya?
-A ver, vi montones de versiones. Lo interesante es que fueron muy pocas las versiones cinematográficas de Alicia que tuvieron éxito, salvo la de Disney, que fue muy popular. Si fracasaron fue porque trataron de hacer una adaptación literal de los textos de Carroll, y los libros de Alicia son maravillosos, pero son libros. Las historias son muy absurdas y no tienen una estructura lineal.
-¿Por qué cree que esta historia no pasa de moda?
-Porque está muy presente en nuestra cultura popular. Estos personajes están ahí, en nuestro subconsciente, sin que sepamos cómo llegaron. Como en nuestro filme, que uno se pregunta: “¿He estado realmente allí? ¿Conozco a esa gente?”. Y te respondes: “Creo que sí, que los conozco, pero ¿cómo los conozco?”. Hay algo en este material que se conecta con cierto estado onírico, y parece que es algo que has visto en un sueño. Si Lewis Carroll hubiese escrito estos libros en la actualidad serían tan impactantes como lo fueron entonces. Provocaría la misma sensación de inestabilidad que produjo en su momento. Son personajes que funcionan como símbolos de algo muy profundo.
-Se dice que Carroll era adicto a las drogas.
-No puedo responder por él…
-¿Pero tuvo que ponerse en cierto estado mental para recrear este mundo?
-Es que yo siempre estoy en cierto estado mental muy particular, esté trabajando en el cine o no, lo cual puede ser muy bueno y puede ser muy malo. Lo cierto es que esta historia y muchos otros buenos ejemplos de literatura infantil funcionan muy bien capturando ciertos elementos muy extraños de la vida cotidiana que parecen muy fantásticos, pero que están profundamente conectados con la realidad.
Opinión: Literatura digital, del haiku al twitt
El límite de 140 caracteres de Twitter sirve para la escritura de un aforismo.
POR EDMUNDO PAZ SOLDÁN - 10/05/2010 - 09:04
El poeta mexicano Aurelio Asiain (@aasiain) ha escrito en twitter: "Sólo por prejuicio, también, consideramos alta literatura un haiku de Basho o una copla de Lorca y no tantos twitts que no lo son menos". Pienso en esto al leer los twitts de Cristina Rivera Garza (@criveragarza), una escritora que está señalando algunos de los caminos más interesantes para hacer literatura en Twitter.
Cristina usa twitts para desarrollar sus metacomentarios sobre la escritura en Twitter. Por un lado, los twits pueden servir para leer otros géneros: "Podría verse de esta manera: un artículo son tres o cuatro twitts rodeados de texto". También: "Un cuento es a veces un twitt dentro de contexto de otro tipo de muchas palabras". Así, Cristina pone en práctica algo que está en el principio de cualquier ecología mediática: un nuevo medio hace que los otros se desplacen, les cambia de posición. El cine nos ha permitido leer de otra manera al teatro, los emails nos permiten entender las cartas desde otra perspectiva.
Cristina acuña el concepto de "twittnovela", y dice: "La twittnovela es un TL escrito por personajes". Aquí, hay que entender TL como "timeline", lo que aparece de manera vertical en la pantalla y va cambiando a medida que se registran nuevos twitts de aquellos a quienes seguimos. Es decir, la twittnovela está escrita por varios autores de manera no intencional, pero habría siempre un responsable: el dueño del TL.
Cristina sugiere que en todo TL se puede encontrar un par de "secuencias narrativas escritas por 'personajes'". También: "Como en cualquier TL, en la twittnovela importa la manera en que un twitt se deja afectar/deformar por otro". La anécdota puede ser lineal en la narrativa tradicional, pero en la TL-novela, lo que importa es "la producción plural de una estructura". La TL-novela es una versión contemporánea y experimental de la novela entendida por Bajtin: polifonías y yuxtaposiciones que dan como resultado una serie de textos.
Una opción narrativa de Twitter, entonces, viene dada por el TL particular de cada usuario en Twitter. Pero también existen, y son más, los twitts emparentados con la poesía, en los que el límite de los 140 caracteres sirve para la escritura de un aforismo o un haiku. Cristina tiene varios: "Uno se entera de cada cosa en sueños"; "Nada acontece realmente en otro lugar"; "En otras palabras: todo es otras palabras".
Se puede leer al ítalo-argentino Antonio Porchia y al francés Edmond Jàbes como poetas del Twitter avant-la-lettre. Pienso en algunos aforismos de Porchia: "Un corazón grande se llena con poco"; "Las dificultades también pasan como pasa todo, sin dificultad". De la misma manera, Jàbes: "Una frase es pura cuando está sola"; "Las palabras solo expresan su propia soledad"; "El filósofo nace con la filosofía; el pensador, con el pensamiento; el poeta, con el mundo".
Si los aforismos de Porchia y Jàbes pueden leerse también como twitts, se podría generalizar y decir: todo el género literario del aforismo podría verse como una versión pre-tecnológica de los twitts. Sin embargo, hay diferencias. La más importante tiene que ver con el medio: los twitts se hallan intrínsecamente relacionados con el universo digital, con la red. Uno puede hacerle un retwitt a un twitt que le gusta, uno encuentra un twitt poético yuxtapuesto con otros que no tienen nada que ver con la poesía. El espacio de la escritura en Twitter es también una red de diálogo. Cristina Rivera Garza ha escrito: "En realidad la literatura no importa; importa escribir". Darle importancia a la escritura es uno de los caminos más eficaces para hacer alta literatura. Y eso es lo que hace esta escritora mexicana en Twitter.
Académico italiano escribe tratado filosófico sobre "Lost"
"Filosofía pop" es lo que dice hacer Simone Regazzoni para sacar la reflexión de las aulas y llevarla al público común. "Lost, la filosofía" es su última apuesta y ya está en Chile.

Por Sebastián Cerda, Emol
SANTIAGO.- En la lista de los diez libros más vendidos en Chile, en el apartado "no ficción", hace ya un buen rato que entre ensayos, autoayuda y algo de política viene figurando un título definitivamente no tradicional.

"La filosofía de House" retuerce las tramas de que dan vida a la serie protagonizada por el doctor del mismo apellido, además de los distintos postulados que entre una aventura y otra enuncia el pragmático médico.

La figuración en el ránking no sólo da cuenta de la conocida y creciente popularidad que esa serie y el género mismo tienen en Chile, sino además de la inquietud por descifrar acabadamente los recovecos por los que los hábiles guionistas norteamericanos hacen circular las intrigantes historias.

Por esto, los fanáticos de "Lost" también pueden estar felices: Ya llegó a las librerías "Lost, la filosofía" (Grijalbo, $9.000), un libro subtitulado "Las claves de la serie" y que se orienta precisamente a ello: A desmenuzar los aspectos centrales de la producción, que ya lleva seis temporadas haciendo que sus seguidores se agarren la cabeza a dos manos desentrañando los misterios de la isla.

"Lost, la filosofía" fue escrito por el italiano Simone Regazzoni, un catedrático de la Universidad Católica de Milán que anteriormente ya había puesto sus conocimientos a disposición de la saga "Harry Potter" y también de "House".

La "rama" de la disciplina ha sido bautizada por el propio autor: "Filosofía pop". Bajo ese rótulo, Regazzoni se permite "hacer filosofía, de manera rigurosa, pero no académica, con y a través" de las series. De este modo, su análisis puede llegar al más amplio público, y no sólo a estudiosos.

El recorrido parte con los más evidentes reconocimientos —la isla de "Lost" como alegoría del mundo y diversos personajes bautizados con nombres tan filosóficos como Locke y Roussaeu— para luego adentrarse en un análisis que tiene como ejes los postulados de Derrida, Hume, Heidegger y Nietzsche, entre otros.

Las reflexiones pueden asomar sesudas, pero no dejan de ser abordables, por lo que este "juego" en que Regazzoni se embarca termina por cumplir con su doble función: Por un lado, teorizar hasta lo impensado en torno a "Lost", para transformarla en una serie de postulados, más que de simple intriga o suspenso; por otro, acercar la reflexión filosófica a un público que entre ver televisión y leer a Platón o a Sartre, tiene su opción más que definida.
Héctor Soto recomienda:
Cantando bajo la lluvia
La mejor película musical de todos los tiempos es también una reflexión sobre el cine. Rara vez la exaltación de la plenitud y la alegría de vivir sintonizó tanto en las coreografías de esta cinta con el rigor de la geometría euclidiana. Todo fue el producto de la colaboración entre Gene Kelly, actor y bailarín, y Stanley Donen, coreógrafo, y ambos compartieron el crédito de la dirección. Debbie Reynold alguna vez dijo que superar las desdichas de su infancia y filmar Cantando bajo la lluvia fueron sus dos más duras experiencias de su vida.
Súper Cool
Son tres adolescentes que tratan de liberarse, con ocasión del último día y de la última fiesta del colegio, del estigma de virginidad antes de partir a universidades que tal vez los separarán para siempre. Cruda, ordinaria, ingeniosa y entrañable, esta comedia dirigida por Greg Mottola y producida por Judd Apatow fue la gran revelación del 2007.
Rocky V
La quinta entrega de esta saga –también dirigida por John G Avildsen- no fue el taquillazo que estuvo llamado a ser en 1990. De regreso de Rusia, Rocky está arruinado, vuelve a sus orígenes modestos, adopta a un pupilo que le traiciona y tiene problemas con su hijo. Pero no hay imposible en la vida del personaje de Sylvester Stallone.

Iron man
Ahora que está en cartelera Iron Man 2 puede ser el momento de revisar la primera. Y convenir que mucho más interesante que la parafernalia tecnológica de la cinta es el cinismo del protagonista y de la ironía con que Robert Downey Jr. asume su rol.
El señor de la guerra
Película de Andrew Niccol estrenada el 2005. Tiene mucho de farsa y su propósito es desenmascarar el tráfico de armas. El protagonista es un sujeto que ha prosperado en el negocio y que ha de enfrentarse no sólo a la Interpol y a siniestros competidores sino también a un enemigo más complicado: su propia conciencia. Un tributo al efectismo.

El Hombre Araña
La convocatoria es a un programa doble porque después, a las 22 horas, va El hombre araña 2. Aparte de ser un buen cruce entre el cine y el comic, el aspecto más interesante de esta serie es que Sam Raimi, el director, trabajó los poderes del protagonista más como una fatalidad que como una bendición y más como una proyección de las seguridades e inseguridades de un joven todavía inmaduro que como el efecto de haber sido mordido por una araña bien especial.
Inteligencia artificial
Quiso dirigirla Stanley Kubrick, pero llegó a ser una de las películas más sombrías de Spielberg, un realizador habitualmente optimista. David es un niño-robot creado por un científico y adoptado por un matrimonio para compensar la eventual muerte de su hijo. Pero el chico no muere y el niño-robot termina siendo abandonado en un bosque. En principio es sólo un artefacto. Si bien hay pocos directores más sensibles al tema de la infancia sin cariño, la cinta se enreda más de la cuenta en sus efectos especiales y en sus pretensiones filosófico-tecnológicas. Pero, como casi todo el cine de Spielberg, funciona. Con Haley Joel Osment, Jude Law y William Hurt.
Noches púrpura
Fue su primera película americana del hongkonés Wong kar Wai y si bien tiene atmósfera y algo de look, la verdad es que falla por el lado de los personajes y de la trama. Tampoco las actuaciones –Jude Law, Natalie Portman, Norah Jones- son gran cosa.
King Kong
Este remake de Peter Jackson del clásico de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack puede tener más densidad en los decorados, más efectos desde luego y un erotismo quizás más explícito. Pero no alcanza ni el rigor ni la belleza trágica de la cinta original. Con Naomi Watts, Adrien Brody y Jack Black
Los dueños de la noche
Robert Duvall es un oficial de policía que tiene dos hijos. El menor salió como él quiso y también entró a la policía; el mayor se deslumbró con la noche, las mujeres y la plata fácil, hasta que un atentado a su hermano lo hace tomar conciencia del mundo al que se está metiendo. Gran película sobre la familia, dirigida por uno de los cineastas más acreditados del momento: John Gray (Los amantes).
Frost/Nixon
Richard Nixon era ya un cadáver político y un ciudadano arruinado cuando aceptó comparecer a una tanda de entrevistas con el británico David Frost, un periodista más vinculado al mundo de la farándula que al de la alta política. La cinta, basada en una obra de teatro de Peter Morgan y dirigida por Ron Howard, es la historia de dos tentativas: la de un mandatario por blanquearse ante la historia y la de un periodista por tomar definitivamente en serio su oficio. Buenísima caracterización de Frank Langella. Vale la pena.

Vivir al límite
Ambientada en Bagdad, esta realización intenta rescatar la experiencia cruda, amenazadora, confusa, crispada y desesperante de la guerra. La historia está centrada en tres personajes y en seis o siete operaciones de desactivación de bombas. Película un tanto bruta, su eje no está en la reflexión sino en el comportamiento y las sensaciones. Lo mejor, la observación paciente, obstinada, detallista, decidida y extrema a los datos más próximos de la realidad. Lo más discutible, la mistificación del oficio y la falta de contexto de la guerra.

Una historia violenta
¿Puede el mismo individuo que es un padre de familia ejemplar ser el energúmeno que en otro momento incurrió en las más despiadadas formas de la violencia? ¿Qué continuidad puede haber entre uno y otro personaje? David Cronenberg, cineasta interesante pero un tanto sobrevalorado, se planteó algunas de estas preguntas y, más que responderlas desde la perspectiva ética, creyó aclararlas desentrañando las lógicas de la conducta humana en distintos entornos y contextos. Con Viggo Mortenssen, Maria Bello y Ed Harris.
Sintonía de amor
Una joven periodista a punto de casarse parte a Seattle para ubicar al viudo que llamó al consultorio sentimental de una radio. Su caso le interesa y obviamente engancharé con él pronto, porque esta es una comedia romántica. Cuatro años después de Cuando Sally conoció a Harry, Nora Ephron, que había sido la guionista, quiso repetir el éxito de esta cinta. Lo consiguió sólo a medias. Una comedia simpática pero también melosa. Con Tom Hanks y Meg Ryan.
Ciudad de dios
Pobreza, violencia y efectismo al gusto de lo que la conciencia liberal europea quiere ver y quiere saber de América latina. El director Fernando Meirelles es generoso en la entrega de la mercadería. Cinta abiertamente sobrevalorada.

Cloverfield: Monstruo
Con un presupuesto relativamente bajo para el cine de desastre (30 millones de dólares) esta cinta de Matt Reeves tomó una opción radical. Alejándose del optimismo gringo, toda la cinta se filmó con el grano de una cámara digital que lleva uno de los personajes. La historia gira en torno a un grupo de jóvenes que se había juntado para una celebración y ahora intenta salvar el pellejo durante ataque a Manhattan de un monstruo al que nunca la cámara consigue mostrar totalmente. El resultado puede ser agotador visualmente, pero tiene su dignidad.

Lost

Luego de seis temporadas, la serie “Lost” llegó a su fin dejando mucho más preguntas que respuestas para sus seguidores.
La incertidumbre fue la forma y el fondo de la serie. “Aunque muchos pensamos que la serie se había perdido tanto como su famoso título, uno igual quiere saber el final de todo. Finalmente, su nacimiento y éxito no se puede entender sin el 11 de septiembre del 2001 y funciona como símbolo de la incertidumbre que nos gobierna hasta ahora. Muchas preguntas, ninguna respuesta, cultura pop y la realidad de los primeros años del siglo mezclados en una juguera”.
J.J Abrams unió su bagaje de cultura pop con el atentado a las torres gemelas. El mismo avión despedazándose una y otra vez y luego el caos, la soledad multicultural y no saber qué pasa realmente. En la serie y en la realidad todos buscamos respuestas, pero no las hay. Nunca las hubo. Jacob se los dice a los elegidos en el penúltimo capítulo: ‘Yo no los saqué de vidas felices, ustedes estaban solos y buscando algo que no podían encontrar’. Aunque parezca una excusa de su innecesario alargamiento, la serie finalmente unió a los espectadores a esa lógica. De una u otra forma, muchos sabíamos que la decepción llegaría al final. Con cualquier final”.

The King

Reportaje sobre Stephen

Saturday, May 08, 2010

Remix Urbano,
De Federico Sánchez
Sábado 08 de Mayo de 2010
I love Mendoza!

Por circunstancias de la vida, terminé en Mendoza, Argentina durante este fin de semana, y la verdad es que la idea de visitar este lugar me pareció fantástica desde un principio, pues, de alguna manera, me crié aquí... Y justamente en la época en que ¡Argentina era alucinante!
Pero al llegar aquí, y hacer el city tour de rigor, me encontré con una ciudad ¡extraordinaria!
Vamos por partes...
1- El centro de la ciudad es un lujo, con veredas amplias y una arborización comparable a la de nuestra calle Lyon en Providencia, cosa que no es poco si consideramos las condiciones originarias de Mendoza: seco, seco, seco...
2- Las plazas del centro conforman un sistema de espacios públicos que cuenta con una plaza central, la "Independencia" y cuatro secundarias (España, Chile, Italia y San Martín) y que tiene por objeto, además de generar el encuentro urbano, el de albergar a los habitantes de la ciudad ¡en caso de sismo! Grandes árboles, piletas de agua en funcionamiento, y muuuuucha gente dispuesta a vivir junto a otros, a convivir... ¡Qué maravilla!
3- El parque San Martín, aunque un poco descuidado, es un gran parque que cuenta con todo lo necesario para "salir" de la ciudad, estando aún en ella, su laguna artificial, el club de remo, ¡un espectáculo digno de ser imitado!
4- El hotel (Hyatt Park Plaza) desde el que estoy escribiendo es buen caso para tomar como referencia cuando se trata de recuperar edificios patrimoniales y combinarlos con construcciones y programas contemporáneos... ¡Qué gusto!
5- Y para terminar, la peatonal Sarmiento, una especie de paseo Ahumada, pero plagado de cafecitos y restaurantes que se apoderan del espacio público, transformándolo en una gran plaza larga, ¡fantástica!
En fin, hasta aquí voy... y de verdad, me queda todo el sábado y domingo por delante para seguir gozando de los beneficios de una ciudad a la escala humana... Yo sé, las comparaciones son odiosas, pero, por qué no imitar algunas de las virtudes que nuestros vecinos tienen...
Por qué no apoderarnos del centro de nuestras ciudades, en vez de abandonarlos reemplazándolos por suburbios agringados.
¡Vamos Chile, que se puede!
Post data: no hay perros callejeros, tal vez todos se han hecho cargo del problema...
Si exagerásemos nuestras alegrías, como hacemos con nuestras penas, nuestros problemas perderían importancia.
"Dices que me analizo demasiado, pero a mí me parece que aún no me conozco lo suficiente; cada día que pasa descubro algo nuevo. Viajo por dentro de mí como por un país desconocido, pese a haberlo recorrido ya cien veces"
Un hombre serio

Hay en Un hombre serio un ejercicio cabalístico, un movimiento continuo entre la bondad y la fatalidad.


No hay cineasta en la historia, de Luis Buñuel a Jiang Zhiang-ke, que no haya tenido que expresar el sentimiento de extrañeza ante el mundo a través del encuadre. Poco sirven para esto la narración o la dramaturgia: son la mirada desusada, la fijación visual, la duración y el ángulo del plano los que pueden hacerse cargo de eso que los franceses llaman détachement, la mezcla entre distancia y perplejidad frente a lo raro que puede ser el mundo.

Los hermanos Coen son especialistas en el encuadre extrañado. Posiblemente heredan esa sensibilidad de gente como Arthur Penn y Terrence Malick, y la han traspasado a cineastas como Wes Anderson y Sam Mendes, pero sigue siendo su marca de fábrica, y ello les asegura una presencia eminente en el cine norteamericano de estos días, aunque cosas como El amor cuesta caro estén bastante lejos de No es país para viejos. El desequilibrio es parte de la filmografía de los Coen, como suele serlo de cada una de sus películas.

En esta cinta, el "hombre serio" no es el protagonista, Lawrence Gopnik (Michael Stuhlbarg), sino su mejor amigo, Sy Ableman (Fred Melamed), que después de seducir a su mujer pretende conducir el divorcio ajeno de manera civilizada; Sy es la perfecta expresión de la chutzpah, convertida en una burla de la desgracia del otro. Aunque es difícil imaginar a un sujeto más serio que Gopnik, judío, profesor de física, esposo y padre preocupado, vecino apacible, la desgracia lo convierte en un inesperado pelele de las circunstancias.

Sólo que aquí las circunstancias pueden ser una remota maldición hebrea, una línea oscura de la Torá o la simple acumulación de estupideces que cualquiera enfrenta en una vida corriente. Hay en Un hombre serio un ejercicio cabalístico, un movimiento continuo entre la bondad y la fatalidad, entre la fe y la ciencia, entre la libertad y el determinismo, que empuja continuamente a pensar qué puede estar detrás de tantos infortunios en alguien que no los merece.

Un hombre serio no da respuesta a este misterio. Al contrario. Después de que parece que sus protagonistas comienzan a encontrar algún respiro, la película se cierra con la inminencia de nuevos desastres. Como una historia de fatalidad, es mucho más sombría que No es país para viejos o Quémese después de leerse. Y, dadas sus personalísimas pinceladas, quizás esté más cerca del corazón extrañado y pesimista de los Coen.

A serious man Ascanio Cavallo




Réplicas

Francisco Mouat
Los terremotos no avisan ni se pueden predecir. Llegan de súbito y sacuden furiosamente a la Tierra por unos pocos minutos y a veces, como ocurrió ahora, esos minutos parecen la eternidad o el fin del mundo. Después del sacudón, si el epicentro está cerca del mar o en el mismo fondo del mar, lo más seguro es que venga un tsunami y olas gigantescas arrasen lo que encuentren a su paso en la costa con una fuerza incontrarrestable. Los que son sismólogos profesionales suelen decir, después de cada terremoto, que los estaban esperando. No lo dicen para hacerse los interesantes, sino para simplemente explicitar que mientras nosotros vivimos en la inconciencia sísmica, ellos se concentran en estudiar las fallas del subsuelo profundo y saben que, en algún momento, de esas fallas emergerá un acomodo de piezas, una feroz liberación de energía que, si tarda demasiado en llegar, puede causar mucho daño.
Como tampoco se trata de profesionales que disfruten alarmando a la población, los sismólogos acostumbran a hacer su trabajo de manera más o menos discreta, están siempre monitoreando, a veces los entrevistan para que les contesten con algún rigor a los adivinos que presagian desastres cada año, y entre sus filas hay quienes insisten en que es preciso educar a la población para minimizar todo lo que se pueda el poder destructor de terremotos y tsunamis.
Uno se pregunta: esos cientos de ciudadanos que se aprestaban a celebrar la tradicional Noche Veneciana en la pequeña isla Orrego, frente a Constitución, en medio de pequeñas embarcaciones adornadas especialmente para esta fiesta, ¿cómo podrían haber pensado en las aprensiones de los sismólogos o en que Chile es un país de terremotos la madrugada del sábado 27 de febrero de 2010, antesala del gran festejo con que coronarían sus vacaciones en el balneario más emblemático de la Séptima Región? Esos ciudadanos, sin poder sospecharlo, estuvieron en el sitio incorrecto, demasiado cerca del epicentro, el día en que se consumó el segundo terremoto más feroz de la historia de Chile.
Somos efectivamente un país de terremotos, y supongo que no nos gusta pensar demasiado en ello porque no tenemos cómo modificar a la naturaleza. Ella nos muestra cada tanto, con sus espasmos salvajes, nuestra condición precaria, frágil. Y lo hace muchas veces en pocos días: primero agrietando la tierra, destruyendo nuestras construcciones, matando gente, desatando olas gigantescas, dejando a tanto ciudadano sin casa, huérfano, viudo, sin hijos; y luego, esa misma devastación que corta la luz y el agua y bloquea los caminos nos hace mostrar el lado más salvaje y oscuro del alma humana, esa condición de cucarachas que nos ocupa en situaciones límite, como escribía certeramente el otro día Héctor Soto.
Me demoro un poco en empezar a digerir lo que pasó, lo que está ocurriendo en este momento en el borde costero, en Pichilemu, Cahuil, Llico, Iloca, Duao, Cobquecura, Constitución, Pelluhue, Curanipe, Dichato, Cocholgüe; en algunas calles de Maipú, el barrio Matta, Santiago Poniente; en Curicó, Lolol, Chanco, Empedrado.
Hemos visto demasiadas cosas en la televisión, hemos escuchado la voz de la tragedia en la radio, hemos hecho marcas en el mapa de un país otra vez fracturado. Una señora vela a sus muertos en la mitad de una calle semidestruida, en Talca, junto a un grupo de deudos que toman té sentados en círculo en sillas de lona al lado de los escombros. Un hombre en el centro de Constitución agradece frente a un micrófono haber encontrado a su familia: muerta, pero real, no desaparecida en el fondo del mar o bajo la pesada estructura de un edificio nuevo en el centro de Concepción. Un camión cargado de ataúdes llega a uno de los sitios de la tragedia para apurar los entierros e impedir, hasta donde se pueda, que los habitantes del lugar sigan sintiendo el olor de la descomposición del cuerpo humano.
En mitad del caos, la imagen sugerente del Chupete Suazo celebrando en silencio los goles que anotó el sábado en el último partido del Zaragoza: la camiseta de su equipo levantada, y bajo ella otra camiseta blanca con la leyenda Fuerza Chile.
Cada uno de nosotros escribe su propio terremoto: hay cientos, miles de relatos que cobran fuerza, millones de réplicas que se escuchan a lo largo y ancho de un país en movimiento: Juan busca a Pedro, un hijo busca a su madre, un abuelo a su nieta, una familia a otra familia que ha desaparecido o de la que no ha podido saber nada. Yo busco a mi amigo Tito Matamala que vive solo en un piso alto de un edificio más o menos nuevo del centro de Concepción, en la misma calle donde la televisión acaba de mostrar caos y destrucción. Les tenemos terror a los edificios nuevos. Debiera ser al revés, ¿no? Es la ironía del progreso, de los especuladores, de aquellas empresas sin escrúpulos que prefieren disminuir costos y aumentar las ganancias haciendo el trabajo a medias. Concepción está aislado. No hay cómo comunicarse para saber de Tito. Mi hijo José me dice que en su facebook busque algún amigo o amiga de Tito y le escriba, a ver si tiene noticias. Lo hago. El sábado a última hora recibo un llamado: Tito está vivo, albergado en la casa de unos amigos en Chiguayante. Su departamento, en malas condiciones, aunque no habrá que demolerlo, creen. Sus pocas cosas, rotas. Sus libros, en el suelo. Su colección de plastimodelismo, que había ido creciendo desde que era un niño, totalmente destruida. Pero Tito está vivo, y asustado. El domingo a las dos de la tarde recibo un llamado suyo. Me emociona escuchar su voz. Lo abrazo telefónicamente. Tito Matamala, un duro, se pone a llorar. Sus lágrimas contienen, estoy seguro, el dolor de saberse parte de un pedazo de Chile que una vez más vivió en el límite. ¿O esto también lo olvidaremos?
Renacer toma su tiempo.




Tito Matamala: "Concepción es como La Noche de los Muertos Vivientes"
En un infierno dice estar viviendo el escritor Tito Matamala. El terremoto lo hizo dejar su departamento en el centro de Concepción. Presenció saqueos en los supermercados y la organización de los vecinos para defender sus casas. "Se perdió la cordura y la humanidad", dijo.
Estaba en mi departamento en un quinto piso viendo tele, por supuesto pilucho. Fue un solo remezón. Se apagó todo. No veía nada, sólo sentía que se caían todas mis repisas con mi preciosa colección de maquetas de autos y aviones. La perdí prácticamente toda. La valentía no es uno de mis fuertes, pero saqué valor y en medio del movimiento me puse unos pantalones, una camisa que encontré y salí con chalas pisando los aviones.
Mi departamento está en avenida Chacabuco, cerca de la Universidad de Concepción. Es vecino de un edificio recién construido que no resistió. Lo van a tener que demoler. El mío, de 17 pisos, aguantó. Adentro todo se fue al piso. Tengo una biblioteca inmensa en el suelo. Fueron 35 años juntando libros y armando maquetas. Ver ese desastre desató mi primer llanto. Mientras amanecía veíamos las explosiones del edificio de ciencias químicas de la universidad, que se quemó hasta las raíces. A las siete me di cuenta que no tenía nada que hacer ahí. Me armé de valor para entrar al edificio y ponerme zapatillas y una chaqueta. Después bajé a mi bodega al piso -3 para sacar la bicicleta. Tengo unos amigos muy queridos en Chiguayante y llegar donde ellos era la única posibilidad que tenía de sobrevivir.
El mayor acto de valentía que he tenido en la vida fue ir a Chiguayante en bicicleta con las réplicas en marcha. Recorrí 25 kilómetros a la orillas del río Bío-Bío en 55 minutos. El desastre era absoluto. Las casas de adobe en el suelo, el camino estaba muy fracturado, derrumbes en los cerros, el paso sobrenivel al llegar a Chiguayante estaba caído. Por suerte, mis amigos no se habían ido. Ahí me he quedado, porque a mi departamento no sé cuándo podré volver.
En la mañana del domingo salí a recorrer Chiguayante y vi los primeros atisbos del saqueo. Llegué tarde al pillaje. Estaban sacando de los negocios bolsas con papel higiénico y harina en quintales, todo lo demás ya se lo habían robado. "Puta, ya no queda ni una huevá", le escuché decir a un tipo. Afuera de un minimercado la gente estaba tomándose las últimas cervezas. Alguna vez voy a escribir una novela sobre esto. Las botellas de cerveza vacías en la calle es la imagen del Apocalipsis.
Al mediodía del domingo viajé a Concepción en auto a mi departamento. Me tocó ver en el Unimarc y en el Supermercado Diez cómo la gente se lo llevaba todo. Hay una imagen de un viejo que se llevaba un carro con cajas de Chivas Reagal y encima de todo, el extintor del supermercado. Hay un montón de gente que estuvo robando todo el día completo. No llegó ni un carabinero, ni un militar. El lunes al mediodía la gente seguía sacando de los supermercados con un relativo orden. Los carros del supermercado se veían a diez cuadras de Chiguayante. Es traumático. Después empezó el asunto de los incendios. Estoy en el infierno en este momento.
Me estoy quedando en un barrio de clase media, muy retirado. Creo que ahí estoy a salvo. Se organizaron los vecinos y no dejan entrar a nadie. Chiguayante tiene de todo. En el sector de Schaub hay casas de más de 100 millones de pesos. Luego hay una clase media. Después hay un sector que se llama Leonera y desde esa población viene la gente a robar, a asaltar, a agarrar lo que haya. Aunque no he visto más saqueos. En todo el sector de Chiguayante las calles están cerradas con barricadas por los vecinos, armados con todo lo que tienen: estoques, trinches. Es psicosis, por supuesto, pero es comprensible. Hay riesgo de que ocurra el saqueo.
Me acuerdo de La noche de los muertos vivientes, la película de George Romero en que los muertos reaparecen y empiezan a comerse a la gente. Estamos en La noche de los muertos vivientes en Concepción. Lo que está ocurriendo es que se perdió la cordura y la humanidad completamente. Esto de que los vecinos defiendan sus barrios en principio me parece bien, pero es una señal preocupante. No están funcionamiento bien las cosas. Las autoridad reaccionó tardísimo. Quedamos abandonados.
Ayer partimos a Curicó. No demoramos 10 horas porque el camino está cortado en muchas partes. Cuando veníamos nos encontramos con cuatro o cinco convoyes de militares. Espero ver más cuando vuelva a Concepción. Todavía tengo el recuerdo de que en la dictadura me daba miedo ver a los milicos en la calle y ahora es lo más tranquilizador del mundo. Algo pueden disuadir. Porque a la poblada no hay cómo detenerla. Ya perdió el miedo.
Mi amigo está comprando las últimas cosas en Curicó y nos volvemos en seguida. Nos aprovisionamos como para ir a la guerra. Porque allá no hay nada. Volvemos al infierno.



Alberto Fuguet: "En Chile ni la literatura ni la gente toma en serio los sismos"
Según el autor de Mala onda y Las películas de mi vida, nuestro país, a pesar de estar tan marcado por fenómenos sísmicos, cultiva una suerte de olvido sistemático y deliberado.
El sábado pasado Alberto Fuguet recibió el llamado de la periodista de la Radio Nacional canadiense con la que había quedado de conversar cuando ella estuviera en Chile.
El programa para el cual trabaja postula que la mejor manera de conocer los países es conociendo a sus escritores y por eso ella lo había contactado. El problema es que con el terremoto de la madrugada del sábado él olvidó de la cita. Ella, en cambio, no; al revés, como se había venido leyendo en el avión Las películas de mi vida, estaba muy impresionada tanto de la novela, que le parecía una notable introducción al país al que había llegado, como del eventual contacto de Fuguet con el zeitgeist (espíritu del tiempo) nacional.
"Exageraba, desde luego", dice Fuguet. "No es que yo esté marcado por el trauma de los terremotos. Hasta el del sábado pasado, jamás había vivido uno que realmente me impresionara. Mi lazo con los terremotos era más que nada cinematográfico. Pero, dicho eso, creo que desarrollé cierta sensibilidad al tema cuando me propuse escribir una novela sobre el crecimiento de un chico en dos países, en dos mundos distintos, California y Santiago. Teniendo ambas regiones un clima parecido, mediterráneo, me di cuenta sin embargo que eran realidades bien distintas en términos de conciencia sismológica. Yo cuando estudié de niño allá, siempre supe que Los Angeles era una ciudad vulnerable por la proximidad a la falla de San Andrés. Nos decían que lo éramos menos que San Francisco, (terremoto de 1906 en foto), pero igual lo teníamos muy presente. En cambio, cuando volví a Chile, me llamó la atención que no obstante ser un país muy sísmico, nadie hablara del tema y que la sismología como ciencia, como preocupación, rankeara muy bajo".
Esa percepción, unida a que el habla nacional está plagada de modismos y expresiones geológicas (donde se dice se vino todo abajo, donde la palabra réplica se usa con enorme libertad, donde cualquiera se refiere a las fisuras de tal o cual persona o cosa o dice "me quitaron el piso"), lo dejó intrigado y -como estaba buscando una metáfora que también le permitiera hablar de política- se dio cuenta que podía estar frente al proyecto una novela potente en sus manos.
"Es curioso que en Chile la palabra cataclismo esté más asociada a convulsiones políticas que a los terremotos. La política la hacen los hombres, los terremotos la naturaleza. También es curioso, según me dijo alguna vez un sismólogo, que la sismología esté entre las especializaciones menos requeridas de nuestro país. Me dijo que estaba al mismo nivel del sacerdocio. De hecho, en Chile la astronomía le gana a la sismología". En el libro de Fuguet se lee: "Sabemos mucho de las estrellas, pero no tenemos ni idea acerca del suelo que pisamos". El trabajó en su novela sobre todo en el nivel de los sobreentendidos de orden político y cultural. Quería desplegar la metáfora de un país al que le cuesta verbalizar sus realidades, porque prefiere olvidarlas. El protagonista de su novela es un sismólogo que se da cuenta que en ese mecanismo hay algo así como un impulso de supervivencia. "No tomamos muy en serio a la naturaleza -dice Fuguet-. La desafiamos construyendo en los mismos lugares donde sabemos que hay fallas geológicas comprobadas. La provocamos construyendo mal. La tomamos para la chunga cuando los periodistas de televisión envían despachos señalando que está saliendo vapor y agua por efecto de una falla geológica en las proximidades del Mercado Central, engañando a la gente sólo para decirles después que la emergencia se debe a la llegada de la Muñeca Gigante. No quiero ponerme grave, pero es como para pedir explicaciones".
"Un terremoto nunca llega solo" dice el epígrafe de su novela y la frase es nada menos de Charles Richter.

Semana muy benéfica para planes de renovación en cualquier ámbito. Se aclaran ciertas confusiones amorosas. Tienes más fuerza para sanar o salir de problemas, siente tus capacidades. Controle sus impulsos. Sus acciones pueden dañar a terceros. Actúe siempre de manera impecable y se sentirá bien consigo. El pasado ya no existe. Visualizar el resultado ayuda al éxito.

Apropósito
1. m. Breve pieza teatral de circunstancias:
asistí a la representación de un apropósito muy divertido.
♦ No confundir con la loc. adv. a propósito.

Un hombre que no ha pasado a través del infierno de sus pasiones, no las ha superado nunca.
Carl Gustav Jung
Hay muy buenas protecciones contra la tentación, pero la más segura es la cobardía.
Mark Twain


Chicago blues


Éste es un viaje musical. Un viaje a la cuna del blues eléctrico, a la ciudad de Muddy Waters y Willie Dixon, al sitio donde, hace ya seis décadas, comenzó una revolución que sentaría para siempre las bases de la música popular. Un viaje hacia la historia y la actualidad del blues de Chicago.

Vea más imágenes

Texto y fotos: Sebastián Montalva W., desde Chicago, Estados Unidos.
Para McKinley Morganfield, Chicago también era la Tierra Prometida.
Buscando fama y fortuna, había llegado desde el delta del Mississippi, en el sur de Estados Unidos, con una guitarra y un montón de canciones en su cabeza. Pero las cosas no serían fáciles: era plena Segunda Guerra Mundial y él, claro, era sólo un negro más del sur que venía a Chicago en busca de una vida mejor, tal como lo habían hecho miles de su generación algunos años atrás.
Pero McKinley Morganfield no se rindió. Confiado en su talento, comenzó a tocar y tocar sus canciones en los suburbios del sur de Chicago, donde había llegado. Primero, en las fiestas caseras de amigos y conocidos. Más tarde, en las pequeñas y atestadas tabernas para negros que comenzaban a proliferar en la ciudad.
Un día, McKinley Morganfield tuvo la oportunidad que buscaba: tras deambular por algunos estudios de grabación, logró persuadir a los hermanos Phil y Leonard Chess -los dueños de un entonces pequeño y desconocido sello independiente llamado Chess Records- para que grabaran sus canciones. El éxito fue inmediato. El single I can´t be satisfied, de 1948, golpeó a la escena local como nadie esperaba.
Entonces comenzó la revolución: sin siquiera imaginarlo, McKinley Morganfield -más conocido como Muddy Waters, por haber pasado su infancia jugando en las turbias aguas del río Mississippi- daría inicio a un movimiento que cambiaría para siempre la historia de la música popular: el blues eléctrico de Chicago.
Sesenta y dos años después, el espíritu de Muddy Waters sigue vivo en Chicago. Esta vez, en la voz de Harmonica Hinds, un cincuentero bluesman que está cantando, en un bar de la ciudad, Hoochie coochie man, viejo clásico de Waters escrito por otro héroe del blues: Willie Dixon. Harmonica Hinds está solo con una guitarra eléctrica, una armónica y un pandero en sus pies. "Everybody knows I'm here!", canta Hinds y, de cierto modo, el espíritu del viejo Muddy Waters vuelve a sentirse en el escenario.
El local se llama Buddy Guy's Legends, y pertenece a otra leyenda -esta vez, viva- del blues de Chicago: el guitarrista Buddy Guy, inspirador de famosos músicos blancos como Eric Clapton y Stevie Ray Vaughan. Son cerca de las dos de la tarde de un frío día en la ciudad, y sólo somos unas pocas personas viendo el show de Harmonica Hinds.
Escuchamos en silencio.
En el escenario, Hinds toca con pasión. El lugar, lleno de mesas, es oscuro y huele a fritura. De las paredes cuelgan discos de vinilo, guitarras eléctricas (hay una autografiada por Jeff Beck, otra por B.B. King), fotos de músicos, recortes de prensa y, justo arriba de las mesas de pool, una pintura con cuatro rostros dibujados tal como los presidentes estadounidenses del monte Rushmore, pero esta vez en negro: son los "presidentes" del blues: Howlin' Wolf, Little Walter, Sonny Boy Williamson y, por cierto, Muddy Waters.
"El blues es mi vida", dice Hinds cuando termina de tocar y nos sentamos a conversar en una de las mesas del club. Muddy Waters nos mira desde el fondo. "El blues es lo que hago. Son todas las cosas que he experimentado en mi vida, las buenas y las malas. Es lo que intento expresar musicalmente". Hinds -alto, arrugado, con boina y lentes oscuros- toca armónica desde los veinte años, y toda su vida ha estado ligada al blues. Nació en Canadá, pero vive hace 30 años en Chicago, su hogar, como dice. "Oh yeah, this is home. Chicago es donde la música está pasando. Aquí en la Ciudad del Viento".
Uno podría venir a Chicago, a la Ciudad del Viento (llamada así porque, claro, el viento aquí pega fuerte), a una de las 10 Mejores Ciudades del Mundo según The Times (2009), sólo para admirar su arquitectura y su imponente skyline frente al lago Michigan. También, para caminar al anochecer por la lujosa Magnificent Mile, llena de exclusivas tiendas y restaurantes. Tal vez, uno podría venir sólo para recorrer el Instituto de Arte de Chicago, uno de los museos más importantes del planeta o, incluso, para pasear por Hyde Park y conocer los barrios donde Obama vivió y se formó políticamente antes de ser presidente.
Pero también, como ahora, uno puede venir a Chicago sólo por el blues. Históricamente, Chicago ha sido una de las ciudades más revolucionarias del mundo: aquí se inventaron los rascacielos, aquí se ideó la primera reacción nuclear, aquí abrió el primer McDonald's... y aquí, por cierto, nació el blues eléctrico, estilo musical que, finalmente, originaría el rock and roll y toda la revolución que vendría después (ver recuadro).
Sin embargo, aunque la ciudad reconoce y "vende" al mundo esta historia musical, las huellas del blues de Chicago no están del todo visibles. Es cierto: hay muchos clubes de blues en la ciudad, hay música en vivo todo el año; pero, por ejemplo, no existe ningún "museo del blues" como uno tal vez esperaría (estamos en Estados Unidos) ni sitios históricos muy bien indicados: de The Stroll, por ejemplo, el paseo de la calle State, entre la 26 y 38, que en los años 20 concentró la vida jazzera y blusera de la ciudad, hoy no queda prácticamente nada; la casa donde vivió Muddy Waters, en el sur, y donde seguramente se crearon varios clásicos del blues, ya no existe. Y así la lista sigue.
El blues es un arte de negros. Y por lo mismo, en una ciudad donde según el propio Times aún hay "comunidades bastante segregadas y algunas áreas claramente rudas", su legado aún parece esperar el definitivo reconocimiento. La diferencia racial está presente en Chicago: basta caminar un poco por el centro para ver que los que piden dinero son, siempre, negros. ¿Los taxistas? Casi todos negros. Incluso, en los propios escenarios de los clubes de blues, fotos de Obama-presidente son exhibidas como símbolo de orgullo. Koko Taylor, la llamada Reina del Blues, quien también hizo su carrera en Chicago, explicaba esta situación en el libro I was there when the blues was red hot, del músico y profesor de Columbia College Fernando Jones, una de las figuras de la actual escena del blues de Chicago: "Yo creo que todos los jóvenes, hombres, mujeres, ricos, pobres, blancos o negros, especialmente los negros, deberían apreciar el blues porque el blues es un recuerdo de la esclavitud", decía Taylor. "De allí es de donde vie
ne y de donde todo comenzó. El blues es nuestra cultura".
En Chicago podrías leer que el auténtico blues está en la zona sur, en los barrios de los negros. Sin embargo, la mayoría de los clubes están en la zona norte. Es cierto, son más turísticos y el público es mayoritariamente blanco, pero sabiendo elegir bien (ver recuadro) la experiencia resulta memorable. Y no menos auténtica.
"Nací en el sur de Chicago y estoy feliz de estar aquí. Es un lugar importante para tocar, es cool y reconocido", dice el propio Fernando Jones en una sala de Columbia College. Jones se crió en una familia de blueseros e incluso tocó con Willie Dixon, su mentor, como dice. "A veces la gente dice que los clubes del norte son comerciales, pero yo no coincido: aunque es un ambiente diferente, a menudo los músicos tocan lo que creen que el público quiere escuchar. Y eso no es necesariamente verdad. ¿No sería mejor que tú volvieras a casa y dijeras: Man, escuché una canción de Nelly Travis (una artista local) que dice One, two, four, six, y no me la puedo sacar de la cabeza. Eso se vuelve a clásico".
Jones se refiere a temas clásicos del blues, como Hoochie coochie man o Sweet home Chicago, que tarde o temprano suenan en casi todos los shows de blues de la ciudad. "Como sociedad de músicos de blues necesitamos crear nuevas canciones que sean fáciles de aprender y de tocar, y que las próximas generaciones puedan cantar. Odiaría irme al cielo, o al infierno, y encontrarme con Muddy Waters, Howlin' Wolf y Willie Dixon, y que me dijeran Hey man, nos gusta lo que hiciste con el blues, pero, you know, tú no hiciste nada".
Miércoles. Nueve de la noche. Llueve en la ciudad. Unas veinte personas hemos llegado al Blue Chicago, club de la calle Clark, para ver al guitarrista Linsey Alexander, que hoy tocará con la cantante Nelly Travis, dos créditos locales. La banda está sobre un pequeño escenario cubierto por una alfombra e iluminado por varios focos de colores. Sobre él, cuatro músicos: baterista, bajista, guitarrista y el viejo Linsey Alexander, que comienza a cantar. Su voz suena dura y desgarrada. "¡No quiero a una mujer que aspire cocaína todo el día!", canta Alexander y Nelly Travis -negra, rubia, gorda-, sentada en la mesa del frente, agrega: "You don't want that shit, baby". De pronto, el segunda guitarra, un veinteañero blanco de boina, jeans y camisa, comienza a hacer un solo. Sus notas, pulcras y precisas, sacan aplausos. La audiencia no despega los ojos del escenario.
"¡Nada mal para un white boy!", dice Linsey Alexander, mirando de reojo a su guitarrista. El público, casi cien por ciento blanco, lanza una risotada.
Es irónico, pero fueron los blancos los que hicieron mundialmente famoso a los blueseros negros de Chicago. Es decir, conocimos a Muddy Waters y compañía, sobre todo, por los Rolling Stones (quienes se llaman así en honor a una de sus canciones), por Eric Clapton y los Yardbirds, por Led Zeppelin, por todas las bandas de rockeros ingleses que un día -y a miles de kilómetros de distancia- descubrieron a todos estos grandes músicos y los discos que grababan, sobre todo, en los hoy legendarios Chess Records.
La sede principal de Chess está, todavía, en South Michigan Avenue, una de las arterias principales de Chicago, específicamente en el número 2120, dirección inmortalizada por el tema homónimo que los Rolling Stones grabaron aquí en 1964. Sin embargo, ya no funciona: tras la venta final del sello en 1975, el edificio estuvo abandonado por años, hasta que en 1993, fue comprado por la viuda de Willie Dixon para crear aquí la Blues Heaven Foundation (www.bluesheaven.com), una fundación, museo y centro cultural dedicado no sólo a contar la historia del blues, sino también a proteger a los músicos locales.
Aunque pequeño, escondido y de bajo perfil (lo atiende sólo una persona), hoy es el único lugar de Chicago que permite revivir todo este mito. Un sitio al que, cada año, fanáticos del blues, del soul y del rock and roll llegan casi como una peregrinación.
En el viejo edificio de Chess Records se respira historia: ahí están las paredes inclinadas de la sala de grabación y la mesa de sonido que produjo el mítico Chess sound; ahí está la misma escalera por donde subían Mick Jagger y Keith Richards y Muddy Waters y todas las leyendas; ahí están los discos famosos que se grabaron aquí y que se exhiben en las paredes (Maybellene, de Chuck Berry; Evil, de Howlin' Wolf); ahí está la guitarra eléctrica de Buddy Guy, el traje de lentejuelas de Koko Taylor, el sombrero de Willie Dixon... Ahí está todo.
Salgo de Chess Records y camino por la legendaria South Michigan Avenue. Dejo atrás el número 2120 y reviso mi libreta: hoy, a las nueve, toca Toranzo Cannon en el B.L.U.E.S., en el 2519 de N. Halsted Street. Ya es de noche, y aún está lloviendo en Chicago. Entonces no puedo evitarlo: los versos del clásico Same old blues, de Freddie King, comienzan a sonar en mi cabeza: "Es la lluvia / Es el mismo viejo blues".
Sonrío. Todavía lo están haciendo.
Los orígenes
El primer foco del blues estuvo en la zona del delta del Mississippi. Pero luego, durante la Gran Migración del siglo 20, se trasladó hacia el norte, a la industrial Chicago.
Allí, el blues se hizo más popular. Las audiencias fueron en aumento y, con ello, a los músicos se les hizo imposible seguir tocando con instrumentos acústicos: ya no se escuchaban. Entonces vino la revolución de los llegados a Chicago, como Muddy Waters o Little Walter: aprovechando los avances de la electrónica, decidieron amplificar sus guitarras y añadieron bajo, batería, piano y armónica al blues del sur. De allí al rhythm & blues -y luego al rock and roll, que creara, también en Chicago, Bo Diddley y Chuck Berry- sólo habría un paso.
Datos esenciales
* Los mejores clubes

Buddy Guy's Legends: propiedad del guitarrista Buddy Guy, los propios músicos de Chicago lo valoran por el buen trato que reciben. Esencial. 754 S. Wabash Ave.; www.buddyguys.com

B.L.U.E.S.: abierto en 1979, es tan pequeño que los músicos suelen tocar al lado de las mesas. Y el repertorio es casi siempre original: temas para turistas como Sweet home Chicago o The thrill is gone rara vez suenan. 2519 N. Halsted St.; www.chicagobluesbar.com

Lee's Unleaded Blues: no es fácil dar con él: está en un sitio poco conocido de la zona sur. Pero el viaje, por la onda y la música, vale la pena. 7401 S. South Chicago Ave. www.leesunleadedblues.com

Rosa's Lounge: algo alejado, su dueño es un simpático baterista italiano. Obama hizo actos de campaña senatorial aquí: una gran foto en las paredes lo demuestra. 3420 W. Armitage; www.rosaslounge.com

Blue Chicago: un oscuro pasillo, un pequeño escenario, una barra de cervezas y pocas mesas. Buenos shows de blueseras locales, como Nelly Travis. 536 N. Clark St.; www.bluechicago.com
* La mejor disquería

Jazz Mart: dice ser la disquería de jazz y blues más grande del mundo. Basta una mirada: hay miles de cedés y vinilos. 27 East Illinois; www.jazzmart.com
* El mejor libro

Today's Chicago Blues: de Karen Hanson, aborda la escena actual del blues de Chicago y lista cada uno de los clubes de la ciudad. US$15,95 en Amazon.
Texto y fotos: Sebastián Montalva W., desde Chicago, Estados Unidos..
Sueños

FRANCISCO MOUAT
Escribí está crónica antes del terremoto y el tsunami. Hablaba en ella de sueños. De cómo ellos conviven con la realidad, que en estos días se parece a una pesadilla en un pedazo importante de Chile. Leo ahora este texto, después de lo sucedido, y decido publicarlo porque lo peor que podría ocurrirnos en este momento es que nuestros sueños se pulvericen. Estamos en el tiempo de la emergencia, vendrán pronto el luto y el duelo, y la reconstrucción. Hagamos fuerza y que ella irradie. Hay muchos, demasiados chilenos que la necesitan.
No sé cuál es la explicación científica, pero en aquellas semanas de vacaciones en que dormí no menos de ocho horas diarias sin interrupciones, solía despertar en medio de unos sueños muy intensos que luego podía ir recordando a la hora del desayuno. ¡Qué grato es sorprenderte a ti mismo en las mañanas con unas historias descabelladas en las que fuiste protagonista! ¡Qué importa que fuera en un sueño! ¿Acaso la manoseada realidad tiene por sí un estatus que la hace superior a la fantasía, a lo vivido imaginariamente?
Vives en la luna, suelen reprocharles los esclavos de la realidad a los que anhelan despegarse aunque sea un centímetro de la tierra a la que no quieren vivir atornillados. ¿No somos acaso un embutido de realidad y ficción? ¿Cuánto de verdad puede agazaparse en la sombra o en la imaginación, cuánto de hechizo puede provocarte el misterio, lo no revelado, lo que apenas se insinúa, lo que se sospecha o se intuye que puede abrigarte en medio de la tormenta? ¿Por qué me gusta cierta música, algunas películas, determinados libros, la naturaleza menos intervenida por el hombre, aquellos cuadros y las fotografías capaces de convertir una fracción de segundo en un mundo? ¿No es acaso el arte un modo de ponernos otra piel, de estimular la imaginación y el pensamiento, de sacudirte la inercia de vivir como un autómata mañana, tarde y noche?

En uno de mis sueños de vacaciones, acompañaba en un globo aerostático a un desterrado de vuelta a su país, vaya uno a saber cuál era. Ingresábamos al territorio desde el cielo, y en este globo él traía algo así como una casa completa a cuestas, muy sencilla en todo caso. Yo testificaba y narraba en el sueño el regreso de este exiliado a su tierra, que por supuesto no se parecía en nada al Chile urbano que habito cotidianamente. Ya no recuerdo cómo era ese territorio al que íbamos llegando, pero del sueño me queda la idea del desplazamiento, del viaje, del retorno a las raíces. Los sueños se van desvaneciendo, contienen además el brillo dramático de finales abiertos o son interrumpidos con el despertar cuando menos se espera.
Tal vez estar poco menos de tres semanas en una zona campestre no tan diferente a como se vivía hace un siglo en ese mismo lugar, desprendido de los ruidos de gran ciudad a los que me he acostumbrado toda mi vida, me empujó en estas vacaciones a ciertas esencialidades. A pensar, por ejemplo, en lo que más me gusta. A seguir soñando con hacer lo que más quiero. Anoche soñé con un amigo que me trajo no hace mucho un libro desde Brasil. Me traía ahora una colección completa de esos libros, venía una historia de trenes y otra de caminantes y otra de futbolistas. Yo pensaba en el sueño que me pondría muy contento si pudiera editar en Chile libros como esos, con ese diseño, sencillo pero cuidado y digno, de formato más o menos pequeño. Desperté pensando que lo primero que haría llegando a mi taller sería buscar ese ejemplar para verificar de inmediato si me gustaba tanto como en el sueño. Ahora lo tengo aquí enfrente, y sí, me gusta mucho: es un libro de materiales nobles, tiene una ilustración muy bonita en la tapa. ¿Por qué no pensar en libros artesanales, desprovistos de industria, que vayan a un encuentro cara a cara con sus lectores, que sabrán apreciar la nobleza del papel, el tacto suave de la portada, el tipo de letra, y ojalá especialmente las historias narradas, los versos, las fotografías? Si me gustan tanto los libros, como me doy cuenta que es así, si vivo junto a ellos, si ellos me nutren, ¿por qué no ocupar una parte de mi energía en soñarlos primero y luego fabricarlos sin perderme ninguna de las etapas propias de su maduración, hasta hacerlos tan reales como un plato de tallarines en su salsa?
No me importa la cantidad de libros que sea capaz de proponer en el tiempo. Idealmente serán pocos, los justos. Lo relevante será ir concibiéndolos de a uno, y disfrutándolos. He hablado preliminarmente con libreros amigos, y he encontrado en ellos una acogida que no sospechaba. La idea es no perder la esencia del oficio, el artesanado. La idea mía, al menos, no es ganarme los porotos publicando libros. No quiero someterlos a esa ingrata misión. Prefiero dejarlos libres. Que vuelen con alas propias, o que se empolven y se olviden fácilmente si ése es su destino.





El Guardián De J.D. Salinger


Tomás Eloy Martínez escribió esta crónica sobre J. D. Salinger hace 20 años y, hasta donde se sabe, nunca ha sido publicada.

Por Tomás Eloy Martínez
Nunca imaginó Jerome David Salinger, ni siquiera en el terreno mágico de sus ficciones, el perverso poder de la correspondencia. Tal vez por rechazar otros frentes (entrevistas, fiestas sociales, conferencias) descuidó el flanco epistolar que terminaría por destruir su preciado anonimato de 30 años.
Tras las huellas del equilibrio absoluto, lejos de las maldiciones de la civilización moderna, encerrado en una cabaña de Cornish, New Hampshire, con su esposa, Claire Douglas, sin luz eléctrica ni agua corriente, el escritor despertó una mañana de 1984 y cumplió religiosamente con los ritos de su rutina: descubrir las cartas escondidas en el buzón de la calle.
Un sobre alborotó su curiosidad, pero no lo abrió inmediatamente. Prefirió antes beber un trago de café caliente.
J. D. Salinger abrió por fin aquella carta, que distraía su retiro voluntario en Cornish, y descubrió las ambiciones del remitente, Ian Hamilton. Crítico literario y biógrafo profesional, este interlocutor desconocido pretendía relacionar su vida y obra en un libro. Para ello necesitaba que Salinger respondiera varias preguntas, ya sea en un encuentro personal o a través de varios cuestionarios por escrito.
"Los pocos datos esquemáticos que se han publicado acerca de su vida", justificó el escritor británico Hamilton, en un vano intento por convencerlo, "son a veces contradictorios y quizás ha llegado el momento de poner los puntos sobre las íes".
Salinger nunca respondió y, sin ánimo de acumular basura en su escritorio, destruyó la carta. Sin embargo, el arduo empeño por proteger su privacidad comenzaba a derrumbarse.
Lo que todo el mundo sabe es que J. D. Salinger sentó la fama en sus rodillas por unos pocos días de juventud (a través de la agitada vida nocturna de Greenwich Village en Nueva York) y la descubrió amarga. De ahí en adelante nacieron los rumores. El escritor evitó puntualmente los diálogos literarios con la prensa, los encuentros sociales y académicos, y las apariciones en sitios públicos de moda. Cada tanto tiempo cobraba el sentido de una realidad tangible ante la aparición de algún relato que perturbaba el sueño de los adolescentes.
Después de graduarse en una academia militar de Pensilvania y fracasar en los estudios, su padre olvida las decisiones democráticas y lo conduce a Polonia, para que descubra los secretos de la industria del jamón. Pocos podrán imaginar a Salinger en la nieve de Bydgoszcz matando cochinos. Él tampoco encontró cómodo aquel oficio y regresó a Estados Unidos, para continuar fracasando en la universidad antes de ir al frente, en 1945.
Alistado en la contienda europea, Salinger sufre depresiones y brotes de desesperación. Su único confidente es Ernest Hemingway, a quien le comenta por carta que ha ido a parar con su tristeza a un hospital en Nuremberg. Cierta angustia colérica, provocada por el fervor patriótico de aquellos momentos, lo hundía en una cama sin remedio.
Al salir de baja, toma una determinación apresurada: viajar a París. Los arrebatos de locura no lo dejan en paz. Se casa con una francesa a la que no ama y ocho meses más tarde exige el divorcio, para regresar a Estados Unidos.
El año 1951 es inolvidable para Salinger. Publica El cazador oculto/El guardián en el centeno (The Catcher in the Rye) y confirma una sospecha: esas páginas contenían lo que muchos jóvenes querían leer sobre el oscuro e incomprensible mundo de la adolescencia. Las ediciones se agotan. El escritor había atrapado el lenguaje coloquial de los años '50 para elaborarlo literalmente, sin poses culturales, y lo devolvía convertido en verdades para la inadaptación juvenil en su país.
Ernest Hemingway leyó con fruición esta obra inicial. Salinger se animaría más tarde a inmortalizar el encuentro con su mentor a través de unas líneas literarias que distorsionan su publicitada modestia: "En un abrir y cerrar de ojos, Papá dejó aparecer su Luger, le voló la cabeza a una gallina y dijo: 'Dios mío, qué talento"'.
Si estos elementos no bastan para sentar a Salinger en el banquillo de cualquier biógrafo, no queda más remedio que señalar su voluntario alejamiento del mundo. Después de publicar El cazador oculto/El guardián en el centeno cae en los brazos del misticismo hindú y se vuelve a casar, esta vez con una jovencita de 19 años, Claire Douglas, con quien comparte el ambiente bucólico de la campiña de New Hampshire, cual amish que odia los adelantos técnicos de la humanidad.
Cualquiera de estas circunstancias podía despertar el sueño de esos señores que acostumbran a meter la nariz en los asuntos ajenos. Si Salinger hubiera tratado de aparecer en la prensa todos los días, su descanso definitivo en Cornish quizá hubiera permanecido virgen. Claro, los entrometidos, al igual que los recaudadores de impuestos, nacen con un olfato peculiar para suponer que las apariencias siempre engañan.
Hamilton sabía de antemano que Salinger no respondería su carta, aun cuando se esforzó por aclarar que no era el "fan" enloquecido de una revista chismosa. El crítico no perseguía una biografía tradicional. Su intención se acercaba más a una búsqueda del corvo, en donde los fracasos y los triunfos del proyecto importarían de una manera similar. Intentaba probar también qué ocurría cuando se aplicaban los sistemas biográficos ortodoxos a un personaje que huía de cualquier notoriedad.
Sin ayuda del escritor, Hamilton envía una docena de cartas a todos los Salinger que se encuentran en la guía telefónica de Manhattan. Allí indaga sobre el origen del apellido y la relación que los une al escritor. Las respuestas fueron decepcionantes: enrevesadas redacciones ofrecían datos vagos sobre la genealogía y negaban conocer al creador de Holden Caulfield, el narrador y protagonista de El cazador oculto/El guardián en el centeno.
Más entretenida fue la carta de Salinger. Molesto porque una hermana y su hijo, ambos residentes en New York, habían recibido el cuestionario, reclamaba tal acoso a su vida privada con rabia.
Hamilton toma una determinación: no molestará más al autor ni a su familia. Durante cinco años entra y sale de universidades y escuelas públicas. Merodea bibliotecas y librerías. Necesitaba oír serenamente la voz en primera persona del biografiado: ¿Sonaba nerviosa por las dudas o inspirada en una enorme seguridad? ¿Pedante o lejana por la humildad? Uno de los primeros hallazgos apareció en unas cartas enviadas a Whit Burnett, director de la revista Story (donde Salinger había publicado unos textos). Allí el tono era inverosímil, sometido por una adulación amanerada y por unas ínfulas tremendas de autopromoción. De estas misivas surgió el sueño de Salinger a los 21 años que una de las publicaciones de vanguardia de Estados Unidos, The New Yorker, aceptara sus textos. La verdadera sorpresa vendrá meses después: el editor de Londres Hamish Hamilton (no parentesco) entrega a Ian Hamilton 30 cartas de su presa, escritas entre 1951 y 1960.
Un día, en este caso el 30 de julio de 1985, el libro, In Search of J. D. Salinger: A Writing Life (1935-65), encuentra su final. El crítico envía el manuscrito a Random House. La casa editora acepta la investigación, extiende un cheque de adelanto por los derechos de autor y pone en marcha la maquinaria comercial: fija una fecha para la aparición en las librerías, prepara un ejemplar para los críticos, diseña la portada y toma una foto del autor. En Inglaterra la casa editora Heinmann compra los derechos y el periódico The Observer decide publicar el texto en capítulos.
A esta altura todo marchaba sobre ruedas. Menos las exigencias profesionales de Hamilton. Había descubierto con tristeza que ése no era el libro que anhelaba. Demasiado respeto y nerviosismo lo oscurecía. Intentaba demostrarle a Salinger que no era un oportunista. Pero tenía más datos del autor de los que habían aparecido a lo largo de su vida. Las cartas obtenidas permitían atrapar el tono de Salinger, su presencia real.
El colapso surgió a través de una carta de una empresa de abogados (Kaye, Collier y Booze) de New York, enviada a Random House, Heinmann y The Observer. Allí se comunicaba que Salinger había leído las galeradas del libro y que no soportaría bajo ningún aspecto la publicación de un libro que utilizaba sus cartas personales. Si no se modificaba esta situación, emprendería una acción legal.
Hamilton viajó de Londres a Estados Unidos sin cambiarse de ropa y redujo la cantidad de citas directas, hasta el punto de que no quedaran más de 10 palabras por carta. Las palabras originales de las correspondencias sufrieron una minuciosa labor de exterminio, y surgieron otras, ya de la cosecha del crítico. Y se estableció un nuevo manuscrito para la revisión del escritor ofendido.
El remedio resultó más nocivo que la enfermedad inicial. Salinger apeló al Tribunal Supremo de Justicia y éste le dio la razón. El original fue destruido definitivamente por Hamilton, quien concentró sus energías y talento con otro libro, In Search of J. D. Salinger, en donde relata el enfrentamiento con el secreto mejor guardado de las letras norteamericanas. El texto rezuma odio por cada uno de sus poros. "Quiere ser un santo, pero su problema es el de quien tiene un carácter opuesto a la santidad".
Excéntrico e impenetrable, Salinger acudió a los 69 años a los tribunales. Allí lo entrevistaron durante seis horas, la conversación más larga que haya concedido alguna vez a personas extrañas. De este testimonio existe una copia legal a disposición del público.
En septiembre de 1988 se acumulan 100 trabajos sobre el escritor en la prensa de Estados Unidos. Suficientes materiales permitían elaborar conjeturas e hipótesis: todo New York poseía una fotocopia del libro destruido de Hamilton, y por US$10 cualquier curioso podía acercarse a la oficina de "Copyrights" de Washington, para revisar las cartas del conflicto.
Lo que no se ha dicho hasta ahora es la razón secreta que empujó a Hamilton, connotado biógrafo del poeta norteamericano Robert Lowell, a iniciar esta aventura. Sus palabras son elocuentes. "Aunque puede que parezca ridículo oírme decir esto, lo que más me espoleó fue el enamoramiento, que me desbordó a los 16 años y que nunca llegué a superar".
En aquel entonces había leído El cazador oculto/El guardián en el centeno. Fue una lectura sin aliento, en la que descubrió el efecto sagrado de la literatura. Jamás soñó, durante aquel estado de gracia, que muchos años después terminaría unido al nombre de ese Dios - Salinger - como su enemigo acérrimo.
(Nota editorial: Tomás Eloy Martínez falleció el 31 de enero de 2010 en Buenos Aires, Argentina, a los 75 años.)

Por Tomás Eloy Martínez.
Fresia
El sánguche salvador

El sentido común, el menos repartido por el orbe, no abunda en materia de nuevos locales para comer. Pero a veces se manifiesta, como ocurre con Fresia, una sanguchería 2.0, con espíritu de picada y más de un plus. Tienen caldos, clásicos de la barra pop y combinaciones varias entre panes (ver www.fresiasangucheria.cl). Y dejando a un lado algunos problemas del tipo réplica (no había fricandela ni churros, bú), califica para lugar de esos que ganan adeptos. Pero tendrán que espabilarse (se pidió schop ámbar, llegó rubio).
Y bien: con servilletas de papel y listos, llegó una mechada completa ($2.900), blandita y abundante, un lomito italiano en regla ($3.200) y un churrasco pobre (o sea, con cebolla y huevo frito, $3.200). Todo rápido -no a velocidad Fuente Alemana, pero harto rápido-, con buena disposición y sonrisa atenta. De una buena selección de cervezas (no había Torobayo, otra réplica), una Imperial y el mentado schop Capital ($1.700).
Aparte de recomendarles que el sándwich llegue en un plato más grande, con una afinada el Fresia estaría de pelos, como diría Bart. Y con el mote con huesillos ($900) para terminar, se refuerza esta idea.
Antonia López de Bello 104. 7891040.

Por Esteban Cabezas
La guerra de los libros

Amos Oz y el filósofo palestino Sari Nusseibeh, en Barcelona, en 2004. | Santi Cogolludo
• La primera traducción árabe de Amos Oz aviva las suspicacias
'La puerta del Infierno' podría ser el 'alter ego' de 'Una historia de amor y oscuridad'. Ambas novelas están basadas en la memoria y las dos hablan de un pueblo perseguido. El autor de la primera, el libanés Elías Khoury, se felicita de que la segunda, obra del israelí Amos Oz, haya sido traducida al árabe por primera vez. "Por supuesto que tenemos que leer esta novela" dice Khoury.
Aunque sea, para enfurecerse. "No se puede colocar a la víctima (los palestinos) y al agresor en el mismo plano. Dicen que esta obra debería servir para que los palestinos aprendan a construir un estado en base a la historia del pueblo judío. Me pregunto cuál es el mensaje. ¿Es que por el hecho de ser un pueblo de refugiados tienen que convertir a otro pueblo, el palestinos, en refugiado?. He leído ese libro y muchos otros de autores judíos, pero no para recibir lecciones de moral" explicó Khoury a EL MUNDO.es.
La controversia generada en torno a la traducción de 'Una historia de amor y oscuridad' y su total ausencia de las librerías libanesas -ese a que se había anunciado su distribución hace semanas- son un reflejo de cómo las seis décadas de conflicto han conseguido eclipsar a la cultura. Una máxima que alcanzó el paroxismo cuando el ministro de cultura egipcio, Farouk Hosny, amenazó con quemar cuanto libro israelí encontrara en la biblioteca de Alejandría. Aquella declaración, a la postre, truncó su candidatura a la dirección de la Unesco.
La traducción de autores judíos israelíes en el mundo árabe es tan mínima como polémica ante el acoso de grupos militantes que ven en estas ediciones un esfuerzo hacia la llamada "normalización" con Tel Aviv.
"Traer libros de autores israelíes siempre es polémico. Líbano e Israel están todavía en guerra y esa realidad política es más poderosa que cualquier consideración cultural" opina un librero de Beirut que no quiso ser identificado.
Egipto y Jordania, los dos únicos países que mantiene un tratado de paz con Israel, son los principales artífices de estos amagos de acercamiento cultural. De hecho Oz ya había visto como 'Mi Michael' fue llevada al árabe en Egipto en 1994 y 'Soumchi', tres años más tarde en Jordania. Títulos como 'El viento amarillo' de David Grossmans o 'La carretera hacia Ein Harod' del difunto Amos Kenans figuran también entre las obras disponibles en las librerías egipcias y jordanas.
De hecho, editoriales como Dar al-Arabiyya de Egipto o Dar al-Galil (Jordania) han traducido más de un centenar de libros del hebreo como 'Viktoria' del escritor y activista pro derechos humanos Sami Michael o el mismísimo 'Un lugar bajo el sol' de Benhamin Netanyahu.
Pero ni siquiera El Cairo ha podido evadir la repercusión del conflicto y, hace sólo tres años, la aparición de la novela romántica Yasmin de Eli Amir generó un inusitado furor mediático y una ingente avalancha de críticas.
El subdirector del semanario 'Octubre' -vinculado al régimen egipcio-, Hussain Serag, responsable de la traducción, se quejó entonces de la falta de atención que presta el mundo árabe a la literatura en hebreo. "Israel ha traducido todo sobre nosotros (los árabes) y nosotros no hemos hecho lo mismo. La cultura y el arte no se deberían dejar influir por la política porque (son cosas) que carecen de nacionalidad", declaró.
500 días con ella

Ascanio Cavallo
El mejor chiste de esta película lo dice el narrador en off, cuando explica que la principal convicción de su protagonista se debe a "una mala interpretación de la película El graduado", además de "una temprana exposición a la triste música pop británica". La convicción de Tom Hansen (Joseph Gordon-Levitt) consiste en que nunca podrá ser feliz si no encuentra a la mujer que le está destinada. Lo gracioso es que, en efecto, esa es la peor manera de entender El graduado, una película mucho más concentrada en desnudar la crisis de la familia norteamericana de los 60 que en proponer cualquier tipo de predestinación amorosa.
Tom, un arquitecto treintañero que trabaja redactando frases para tarjetas de saludo, está seguro de que halla a la mujer de su vida cuando aparece en su oficina la nueva asistente Summer Finn (Zooey Deschanel), una joven bella, delicada y sensual, con la que comparte algunos gustos y cierta sensibilidad estética. Sólo que Summer no está en busca de una relación amorosa, ni siquiera de una relación estable, sino sólo de una amistad libre y sin compromisos. Esto la convierte, a ojos de Tom, en una mujer incomprensible, un completo misterio.
Agudamente, el director debutante Marc Webb elige una estrategia narrativa fracturada. El relato parte en el día 290, regresa al 1, pasa al 3 y al 8 y luego salta al 154, para volver al 11, y así por delante. Esta estructura refuerza la idea de la dificultad de Tom para comprender a Summer. Dado que el narrador conoce el desenlace de los 500 días, la permanente perplejidad de Tom se convierte en el verdadero tema de la narración: es el estado en que permanece desde el comienzo hasta el final de su relación con Summer.
De este modo, la película no es tanto la historia de un romance, sino de la manera en que lo vive el protagonista. Y por ello el salto de un día a otro no sigue el patrón lineal de acumulación de información, sino que opera por asociaciones emocionales, como una conciencia que reconstruye sus propias ilusiones (y las idealiza) y sus propios tropiezos (y los magnifica).
No es que se trate de una narración de vanguardia. A su manera singular, es también una comedia clásica, dosificada con astucia, revestida con un humor inteligente y centrada en un protagonista que ofrece todas las ambivalencias posibles.
Al fin, 500 días con ella es el retrato agudo, divertido y perceptivo, de un temperamento neurótico alimentado por la cultura popular -la música, el cine- y estimulado por una idea del destino en la que se funda gran parte de la comedia romántica. Sólo que en esa idea -opinable como puede ser- no cree nadie en esta película, empezando por el mordaz y distante narrador. Y menos un espectador razonablemente consciente de El graduado.
(500) Days of Summer
Dirección: Marc Webb. Con: Joseph Gordon-Levitt, Zooey Deschanel, Geoffrey Arend, Chloe Moretz. 95 minutos.







Réplicas (2)

Francisco Mouat
Joaquín Edwards Bello escribió una vez que los terremotos son "lecciones de humanidad" y "devuelven a cada uno su valor real". También decía que después de los terremotos, los chilenos "se nivelan en el hoyo". No hay cómo desmentirlo.
Un par de días después del terremoto, les pedí a algunos de mis amigos y conocidos que se reportaran. Recibir sus respuestas fue como empezar a escribir el guión de una película de fragmentos. Mauricio y la Ange habían estado vacacionando a veinte minutos de Iloca, pero regresaron la tarde del viernes 26 de febrero a Santiago. El papá de Mauricio, nacido y criado en Constitución, juntaba ayuda en una camioneta para partir pronto al sur. Mario Peña aún no tenía noticias de su madre, que vive sola en Chanco. La casa de adobe en Santiago Centro donde viven la Marcela y la Elito había resistido "como una valiente". Manuel y la Beatriz estaban ellos muy bien, gracias, pero apoyando a una amiga que tenía a una hija en problemas. La casa de la abuela de la Berni en Parral se vino abajo, pero todos los que vivían allí se salvaron. La mamá de la Camila estaba asustada por los robos y saqueos en Concepción: hacían turnos entre los vecinos para "cuidarse". La Mónica, que es de Concepción, que vivió el terremoto del 60, dice que éste fue mucho peor. Su gente está sufriendo: su hermana, en Dichato, vio cómo el mar se llevaba su casa, incluyendo la magnífica biblioteca que había formado a lo largo de su vida. Conozco esa biblioteca: la Mónica me prestaba libros de su hermana con relativa frecuencia. Sabina vive sola en un piso doce. Tuvo tanto miedo, que ahora está con estrés post traumático. Jaime había estado visitando en Empedrado la casa donde nació su madre en 1909, al lado de Chanco. Ese día alojó en Constitución. Ahora le parece que todo eso fue, sin saberlo, una trágica despedida. Macarena está hundida, le duele la guata y la cabeza, anda con una pena enorme y llora. Ricardo apunta, escueto: "Se me movió el piso, compadre. A todos, creo". Armando, cuya familia es de Lolol, no deja de pensar en sus vacaciones infantiles en Iloca y Duao. Dice que Llico también sufrió. Que el mar se llevó las casas de pescadores amigos y una hostería, la Miramar, donde se comía rico y se reunían con los primos y parientes de Curicó. Su oficina de Ñuñoa tendrá que abandonarla, y la casa de sus abuelos en Lolol quedó muy dañada. Recién había conseguido una pega con una agencia que tenía oficina en Huechuraba. Justo en esos edificios nuevos que quedaron buenos para nada. La Gaby está atiborrada de radio y televisión. Después me dirá que al cabo de dos o tres días se cambió al silencio: ya sabía lo que tenía que saber. María Teresa venía llegando de Pelluhue y Curanipe. Se vinieron antes, a pesar de los reclamos de la hija menor, porque el hijo mayor llegaba desde Uruguay y ella quería recibirlo como una buena madre. A José se le cayó su casa en San Bernardo. Carolina dice que no le pasó nada, puras frivolidades: "Nada que Casa Ideas no pueda solucionar". Magdalena se quedó atada a su cama, sin moverse un centímetro, paralizada por el miedo. Pensó que eran sus últimos momentos y que el corazón le iba a explotar. Magdalena es catalana y éste era su primer terremoto. Mariana estaba en Las Cruces. Cuando volvió a su casa, se encontró con una ampliación no planificada al patio del vecino.
Del Coke Chamorro, que vive en el sector El Palillo de la isla Juan Fernández, arrasado por el tsunami, supe por una magnífica casualidad que estaba vivo: lo vi en la televisión. Era uno de los tantos rostros anónimos que decían frente al micrófono que habían arrancado al cerro y habían visto cómo el mar se llevaba todo. No quedó nada de sus casas, salvo ellos mismos.
¿Y Raúl? Raúl es ingeniero, y fue pocos días después del terremoto a revisar el estado en que había quedado el hotel Radisson en la Ciudad Empresarial. Cuando leí la noticia en el diario, no asocié que Raúl era Raúl. Su hija Andrea me avisó el sábado por correo electrónico. Raúl cayó al vacío desde el piso once del hotel. El lunes de la semana pasada lo despedimos junto a su familia y sus amigos en la parroquia del Colegio Hispanoamericano. Junto a sus restos, Andrea colocó el manuscrito de un autorretrato que Raúl escribió un año atrás. Busco entre mis carpetas el texto original: "Nos casamos con Florencia cuando yo tenía 17 años y ella 18. Estuvimos juntos treinta años hasta que un lamentable accidente cambió nuestras vidas. A todos nos ha costado rehacer el camino, especialmente a mi hija menor, Andrea, que era muy cercana a su madre. A pesar del dolor vivido, me siento afortunado de estar en esta tierra disfrutando las cosas simples de la vida. Me gusta ir al cine a ver películas de cosas cotidianas, sin mucha ficción ni efectos especiales. Me gustan los deportes. Me gusta sentir una brisa de viento en mi cara".
Réplicas (3)

Francisco Mouat
El terremoto no nos abandonará en mucho tiempo. No hablo de pasarnos la vida saltones y en estado de alarma permanente. Hablo de sus huellas, de las secuelas más profundas que este terremoto deja en cada uno de nosotros. ¿O alguno de ustedes pudo rápidamente desentenderse de él?
Tito Matamala me escribe desde Concepción, su ciudad; manda fotos del desastre, de los escombros amontonados en las esquinas, de la desolación. Continúa albergado en casa de amigos en Chiguayante y escribe para intentar sanarse. No sabe aún si podrá volver a su departamento y vencer el miedo. Aunque lo arreglen, aunque los peritos hayan confirmado que estructuralmente se salvó y no hay que demolerlo, Tito sigue tiritón, y dice que el que diga lo contrario es un mentiroso.
Una pareja de amigos, Marcela y Juan, vienen llegando de Concepción. El hijo de un trabajador de la empresa de Marcela fue sepultado días atrás, y ambos acompañaron a la familia al entierro. El niño tenía doce años, y le cayó un muro encima. Marcela y Juan vieron a una ciudad desorientada: gente caminando por las calles sin brújula, la vista perdida. Vieron, por ejemplo, a una señora muy bien vestida ratear una casa abandonada y llevarse una almohada.
María Teresa fue a Pelluhue y Curanipe antes del terremoto junto a su marido y su hija menor. En Curanipe alojaron en el hotel Piedra Negra. El domingo 21 de febrero amaneció luminoso. Se levantaron contentos y fueron a tomarse unos jugos naturales en un puesto atendido por jóvenes colombianos. Sentados en la plazoleta, a un costado de la municipalidad, disfrutaron un jugo de mango y otro de piña y vieron a lo lejos el mar que tranquilo estaba. Decidieron almorzar en una hostería junto a la playa. Una pareja de artistas llegó a amenizar la jornada. Él tocaba el acordeón y ella la guitarra. El primer tema del dúo sorprendió a María Teresa: "Han brotado otra vez los rosales, junto al muro del viejo jardín, donde tu alma selló un juramento, amor de un momento que hoy llora su fin". Era la misma canción que le gustaba cantar a su mamá. Después siguieron con una tonada: "Mandé tejer una manta, mi vida, de tres colores, de verde, rojo y de negro, la manta de mis amores". La canción favorita del papá de María Teresa. Tanta coincidencia. Mi amiga se prendió, aplaudió entusiasta, fue generosa con la propina y recibió de manos de los artistas una tarjeta de visita que hoy tengo aquí enfrente, en colores y con los instrumentos dibujados: "Juanita y Miguel. Acordeón y guitarra. Música chilena y mexicana", más el número de dos teléfonos celulares que nunca contestaron cuando, después del terremoto, María Teresa quiso saber de ellos. Días más tarde, viendo las noticias, ella escuchó entre las víctimas del tsunami en Curanipe los nombres de Juanita y Miguel. Eran parte de una familia de trece personas, de las que sólo se salvó una niña adolescente que se aferró a la vida agarrada de un árbol.
Juanita y Miguel habían viajado a Chanco para participar en la tradicional cumbre ranchera "Guadalupe del Carmen", y habían decidido quedarse el resto del verano en un camping en Curanipe, para poder cantar en ferias y restaurantes.
Juanita y Miguel vivían en Padre Hurtado, cerca de Santiago. Fueron enterrados en el cementerio de Malloco, hasta donde llegó María Teresa el domingo 14 de marzo. Frente a la tumba rezó, lloró, quiso verbalizarles su gratitud por ese momento mágico en que había reencontrado a sus padres escuchando remotas melodías. María Teresa y su marido abandonaron el cementerio a las seis de la tarde en medio de una brisa ligera que, dice ella, le ayudó a refrescar el alma.

Francisco Mouat.


Hagiografía
La hagiografía es la biografía de un santo. El autor de la hagiografía es el hagiógrafo.
Aunque el término se utilizaba únicamente para este fin en la tradición cristiana desde sus orígenes en la Antigüedad tardía, e incluso se refería más propiamente al estudio colectivo de los santos (vidas de santos) en vez de el de uno en particular, actualmente se usa de forma extendida para referirse no sólo a las biografías de figuras equivalentes de religiones no cristianas, sino a las de personas que, para su biógrafo, reúnen méritos tan excepcionales y están a un nivel tan separado del resto que en la práctica les trata como a santos. El uso del término, en estos casos, suele ser peyorativo, por quien quiere criticar la falta de objetividad del autor.
En el siglo IV , tras la conversión de Constantino, se compilaron muchos martirologios, narrando (muchas veces con gran realismo y truculencia, lo que contribuyó no poco a su éxito) las excepcionales circunstancias de los mártires durante las persecuciones. Las vidas de santos se leían como sermones y se catalogaban en calendarios anuales o menaion (de menaios, mes en griego), de los que se hacían versiones cortas, del santo de cada día, o synaxarion. Las hagiografías elegidas por un compilador para formar un libro de vidas de santos, se denominaban paterikon (del griego pater, padre). En Europa Occidental, la hagiografía más divulgada en la Baja Edad Media y el Renacimiento fue la Leyenda Áurea de Jacopo da Vorágine y, durante la Edad Moderna, las Acta Sanctorum comenzadas por el jesuita Jean Bolland.

Blog Archive