Monday, January 21, 2008

Ráfagas de Pitol

ÁLVARO BISAMA

1. No sé por qué leí esta semana El desfile del amor, de Sergio Pitol. No tenía razón alguna, aunque, hay que decirlo, tampoco es que se necesiten demasiadas razones para leer a Pitol. 2. Pitol como un improvisado oráculo veraniego, al modo de los aforismos de Canetti. 3. Lo que importa: simplemente fui a la pieza donde tengo los libros y saqué el de Pitol y lo fui devorando lentamente, a través de la semana. Me sorprendió su rabia espesa y su belleza monstruosa; ese humor bestial que termina siendo gélido o agrio y que viene de la novela policial, de aquella desazón que siente el lector cuando las pistas convergen en el horror o la decepción. 4. El desfile del amor es una novela sobre las moscas del poder, que son las voces que va recolectando Miguel del Solar, el historiador/detective del relato, mientras investiga una balacera acontecida en su infancia, en el edificio en que vivía. Dichas voces se explayan sobre todo: vidas y pecados, obsesiones y violencia, revolución y crimen. Eso es todo: las voces y el misterio (la triangulación de las coordenadas exactas de la muerte de un joven alemán en el evento). 5. Pero a Pitol, eso -lo del crimen- no le interesa demasiado. 6. Las voces dejan mudo a Del Solar, el que, vacío, es la excusa para Pitol para parodiar, vengarse o dar vueltas por una ciudad que no es la que conocía, por un país que no es en el que creció. 7. Pitol es consciente del fracaso de su libro como policial. De su imposibilidad. "Me doy muy bien cuenta del elemento grotesco de esta parodia de investigación policíaca que realizo", dice Del Solar mientras se va borrando de las vidas y las desgracias de los otros. 8) Hay una sugerencia ahí: la novela policial debe ser leída desde acá como una parodia. 9) Como algo medio deforme que subvierte la tensión del thriller, la necesidad de la violencia rota en el cliffhanger, la adrenalina de la pistas falsas. 8. Pitol escribe desde una calma aparente, acicateado por la farsa que puede resultar siendo la memoria de su país. 10. Que el detective sea un historiador no es menor. Que el historiador protagonice sin protagonizar la novela, tampoco. Que el pasado deba ser resuelto al modo de un crimen, menos. 11. La novela ha envejecido bien: hace gala de su excentricidad, del gusto por el anacronismo que aparece en los ensayos de su autor. El libro es de 1984. Aún él no explotará globalmente como ensayista perfecto y memorialista disléxico. Pero hay un lazo ahí. Pitol hace que su narrador actúe como testigo y poseedor del secreto. Un observador medio demoníaco, un viajero que nunca regresa y, si lo hace, no entiende nada de nada. 12. Dice Pitol, en El arte de la fuga (en el making off que incluye de la novela), mirando una foto de una fiesta de la época, de esos confusos años cuarenta: "Gente muy elegante al lado de intelectuales con chaquetas de aspecto proletario, actores, escritores, dirigentes comunistas, condesas y princesas, intelectuales mexicanos, luminarias de Hollywood. (...) Una comedia de errores". 13. Me gusta esa idea. La de la novela como fiesta o comedia. O la de escribir y leer novelas que expliquen la mudez y los secretos de esas imágenes de gente con la boca cerrada o mostrando sus dientes ante la cámara. 14. Pitol escribe sobre eso; sobre ese carnaval congelado que no es más que el diario de un náufrago sobre el tiempo perdido, acaso la sugerencia de una ficción, el relato de un crimen sin cadáver.

Que el detective sea un historiador no es menor. Que el historiador protagonice sin protagonizar la novela, tampoco. Que el pasado deba ser resuelto al modo de un crimen, menos.

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