Sunday, January 06, 2008

El comelibros Álvaro Bisama

Forn Domecq


Donoso lo entendió: toda novela se escribe para vengarse de una familia. O para comprenderla. Por supuesto, la anterior no es una premisa muy original, pero viene al caso cuando se lee María Domecq, el último libro de Juan Forn cuyo sentido central es (mientras se pasa y repasa por el árbol genealógico) configurar un relato que juega voluntariamente en el límite del mismo rótulo de "novela".

María Domecq es así, y de este lado de la cordillera. Pero me desvío. En el libro de Forn, un tal Juan Forn (escritor profesional y enfermo amateur) busca y encuentra las señas de una rama oculta de su familia: el brazo completo que desciende de su bisabuelo almirante (prócer, villano, héroe romántico que inspiró el comidillo del que salió "Madama Buttefly") y que termina en las ramas de María Domecq, compositora ocasional de muzak y enferma profesional.

Pero todo lo anterior es la excusa. De modo intermitente y siempre en primera persona, María Domecq luce como crónica, confesión, diario íntimo y manual de historia. Y como novela, sobre todo como novela; esa clase de relato que termina convirtiendo todo en equipaje novelesco, una ficción aglutinadora que devora y trasforma su obra anterior y sugiere, de paso, que la novela siempre es el roman-À-clef de la Historia.

Forn había hecho antes ese gesto. Frivolidad narra con precisión el zeitgeist menemista y Puras mentiras (con su gente perdida, playas vacías, tormentas y voces superpuestas) el páramo y la confusión posterior. María Domecq agrega más precisión y amplitud a tal maniobra mientras sugiere (como un must) que para comprender al país debemos enfatizar en aquellas minucias míticas (susurros, rumores sin confirmar de leyendas familiares) que ni siquiera alcanzan para convertirse en notas de pie de página del trabajo de los historiadores.

De ahí que, de un modo oblicuo, María Domecq se escriba desde los finales de otros dos libros. Unos finales que son también puntos de fuga. El primero es el de La tierra elegida, la compilatoria de ensayos del mismo Forn, que terminaba con la revisión -en clave crónica- del mito familiar de la esposa japonesa del almirante Domecq. El segundo es de Respiración artificial, de Piglia. Ahí, Emilio Renzi (sempiterno alter ego del autor) debe ver qué hacer con los papeles de otro prohombre del XIX, pariente lejano suyo. En los dos, ese abismo blanco que es la última página se convierte en un páramo.

Porque Forn toma la decisión que nunca le vimos a Renzi. A casi treinta años del texto de Piglia, Forn logra remontar la incertidumbre con la que Respiración artificial concluía, avanzando un paso más allá. Novela sobre la familia, María Domecq es también una novela sobre la novela. Sobre sus límites, enfermedades, desvíos, reencuentros, incestos. Porque comprender cómo se narra a la familia es comprender qué hace que una novela sea tal, qué la vuelve un material tan inestable pero a la vez tan cercano.

Así, la mejor novela de Forn es tal vez la mejor novela sobre Forn o, mejor dicho, sobre cómo un novelista convierte su obra en excusa para ajustar cuentas con su clan, mientras procesa y carga y descarga materiales desperdigados y contradictorios, que no entiende ni entenderá de otra forma. La novela se ofrece (para él, para el lector) como un lugar terminal pero a la vez impreciso, donde se dan cita la enfermedad, la muerte, la memoria, los latidos del corazón y el aire frío de la Historia. La novela como un enigma resuelto que no dice nada pero que, a la vez, permite entender o gritar, sobre casi todo.

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