Tuesday, January 01, 2008

El cómic, otra lengua

Road StoryAlberto Fuguet y Gonzalo Martínez

Novela Gráfica

Hay dos cosas que destacar de Road Story, la novela gráfica de Gonzalo Martínez (dibujante chileno criado en viejas revistas como Trauko y Bandido y, ahora, partícipe de la industria yanqui con trabajos en editoriales como Avatar Press) y Alberto Fuguet. Lo primero tiene que ver con que se trata de la primera historieta en llegar al mesón de novedades de las librerías chilenas en un buen tiempo. Contrabando posible gracias al nombre -o la marca- de Fuguet, es un gesto que se agradece. Tal presencia viene a remediar (simbólicamente y por un rato) la invisibilidad del género en nuestra cultura local. Lo segundo es más complejo: la pregunta sobre cuál es el valor de Road Story como historieta, más allá de su importancia contextual.

No es una pregunta menor. Road Story trabaja sobre un viejo cuento de Fuguet que antes había sido publicado en McOndo y cuya segunda versión era uno de los puntos más altos de Cortos. En esta tercera encarnación, el relato se convierte en algo más; en la excusa para que Gonzalo Martínez se extienda por más de cien páginas en la ruta que Simón, un chileno decidido a borrarse, realiza en la frontera entre Estados Unidos y México. No hay demasiadas peripecias para este protagonista disléxico. Deja de hablar, se corta el pelo, da vueltas, desea perderse, desea encontrarse, conoce a una chica tan confundida como él. Mientras, asiste al espectáculo de su propio vacío, representado casi siempre por un desierto colonizado por la música mex tex y los neones de las cantinas.

Pero Martínez desborda las premisas sugeridas en el relato de Fuguet. Los mejores momentos de la historieta son aquellos donde se desmantela la narración por medio de páginas completas o viñetas concentradas en detalles nimios mientras intenta escarbar en el silencio o la confusión de su protagonista. Es ahí donde su trazo (despojado de cualquier achurado accesorio; poderosamente refrendado por los semitonos de Demetrio Babul) es capaz de pesquisar la precariedad interior de sus personajes y proyectarla sobre los grises de la página. Tales efectos se dan en Road Story de modo progresivo, como si sobre la marcha sus autores descubrieran la efectividad de hacer descansar el peso emocional del relato en los tiempos muertos y los diálogos cortados que señalan lo complejo y lo vacío de la empresa de desaparecer en la propia mudez.

Esa profundidad logra que el cómic sortee el riesgo que supone intentar una "novela gráfica" (nombre de combate para cómics de mayor complejidad gráfica o emocional y que, en cierta medida, suponen el desarrollo de la mirada personal de sus autores), logrando un matiz adulto posible gracias a su narración sin estridencias. Porque ése tal vez sea el mejor aporte de Martínez: aquella posibilidad de internarse en lugares a los que el texto original de Fuguet no pudo o no quiso llegar, superando la mera idea de operar como una adaptación. Esa distancia entre versiones no es menor. En Road Story los dibujos de los paisajes de la frontera, las piezas de motel y las aspas del ventilador apuntan los detalles de un universo donde se dispara la tragicomedia de un héroe que aprende a hablar en otra lengua: la de sí mismo. Esa lengua es la de Fuguet, pero también, cómo no, la del propio Martínez.

Álvaro Bisama

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