Friday, January 11, 2008

Alans Pauls presenta

La mujer es el futuro del hombre, Hong Sang-soo

Veo cine taiwanés para experimentar el Tiempo (Tsai Ming liang), japonés para gozar del Espanto (Takashi Miike) y la Banalidad (Kitano), tailandés para acceder al Más Allá (Apichapong Weerasethakul) y coreano para estar a la moda en Perversión (Jang Sung wo). Hong Sang-soo no es del todo una excepción (siempre hay sexo en sus películas), pero el dialecto erótico que habla no tiene nada que ver con el virtuosismo degenerado del que alardean sus colegas. Como lo prueba en "La mujer es el futuro del hombre", la película que lo consagró, Hong filma algo muy poco filmado: problemas sexuales. No son disfunciones en sentido clínico; son tropiezos, encuentros desafortunados, fallas de sincronización, accidentes provocados por una copa de más, o cierto apresuramiento, o la mala interpretación de un signo… Filma eso que en el cine a lo sumo puede intuirse: el inconsciente torpe -no atormentado- de la sexualidad. Un sexo donde la reciprocidad se ha vuelto problemática. Veo a Hong para ver la puesta en escena de esa rara franqueza erótica, tan reprimida por la compulsión del cine a ser sexy, y también para ver algo, una experiencia, un mood, un estado humano, incluso una "cultura" que desde Antonioni no veía en una pantalla: la experiencia de las noches largas. Los personajes de este filme salen de sus casas y vuelven tarde, demasiado tarde, después de embarcarse en programas inconducentes, cenas sin sentido, encuentros sórdidos. Lo que importa en el cine de Hong nunca es la vuelta; es, en cambio, la dilatación gratuita, irritante, inexorable, de ese intervalo de tiempo errático, que erosiona a sus personajes como una vejez vertiginosa.

Cine

Promesas del este, de David Cronenberg

Cronenberg no deja de sorprendernos. Hace unos años filmó "Una historia violenta", un sobrio tratado sobre los dobles fondos de la vida humana que tenía el anacronismo lacónico de un western. Ahora, cuando ya los fanáticos del gore boqueaban de ansiedad, el canadiense vuelve a cortarse solo y hace "Promesas del este", una historia de mafia rusa en Londres que abraza con inesperada vehemencia las claves de un género imposible: el melodrama. ¿Qué pasó? ¿El maestro de las mutaciones fantásticas se dejó seducir por la banalidad de las primeras planas de los diarios? Los verdaderos cronenberguianos deberían agradecer estos desconciertos. No muchos cineastas después de 30 años de trabajo siguen apostando a incomodar. Cronenberg es radical: cuando nos obliga a preguntarnos en qué demonios se está convirtiendo su cine -cada vez más alejado de la literalidad orgánica y más cerca de los agujeros negros morales-, nos obliga a ser más cronenberguianos. Hay muchas razones para regocijarse con "Promesas del este". Dos son actorales: reaparece Viggo Mortensen, que con Cronenberg adquiere un mágico estatuto de actor clásico, icónico, arcaizante (un Robert Mitchum del siglo XXI, con su mentón percudido, su envaramiento relajado); aparece Naomi Watts, diosa sexy pero cotidiana repatriada de alguna era de oro hollywoodense para inyectarle afecto, intención y sentimentalidad desbordada a un mundo arrasado por la indiferencia. La otra razón es física. Uno de los grandes momentos de "Una historia violenta" era el polvo que la pareja protagónica celebraba a poco de empezada la película: una escena perfectamente convencional, si no fuera porque la posición elegida por los cónyuges -un 69 sutilmente intervenido por el ojo tortuoso del director- fundía sus dos cuerpos desnudos en la fisonomía de un insecto monstruoso. El highlight de "Promesas del este" también es carnal: es la escena larga, cruenta, en que Nikolai (Mortensen) es atacado en un baño turco por dos matones del gang rival. La venganza: un tópico pueril del cine de gángsters. Sólo que Cronenberg decide que en el espacio blanco y sobreiluminado del salón de baños Nikolai esté completamente desnudo y los dos killers abrigados de pies a cabeza. Cada golpe, cada navajazo que tajea el cuerpo de Nikolai lo tajean dos, tres, mil veces: la primera porque lo quieren ver muerto; las demás porque desnudo y en forcejeo con dos cuerpos vestidos casi en exceso, el cuerpo de Nikolai es pálido, azulado, casi transparente, tan frágil y vulnerable como el del bebé que vemos nacer al principio del film y dispara su intriga sangrienta. Es la desnudez lo que hace del cuerpo de Nikolai una pieza de carnicería; la desnudez, el frío y también el pudor, extraño elemento sexual que Cronenberg hace jugar en la escena como sólo supieron hacerlo dos grandes artistas-carniceros del siglo XX: Francis Bacon y Lucien Freud.


Libro

Derrumbe, de Daniel Guebel

No sólo el título de la nueva novela de Daniel Guebel suena a Scott Fitzgerald. También el tema (un escritor maduro se separa de su mujer, que se lleva a su pequeña hija), el tema paralelo (un escritor maduro llega a la conclusión de que es un escritor fracasado) y sobre todo el hecho de que el libro los despliegue a ambos en forma simultánea: todo eso evoca también al autor del célebre "The crack-up", cuya primera línea, si la memoria no me falla, decía: "Por supuesto que toda vida es un proceso de demolición". Brutal, como es su costumbre, Guebel retoma ese por supuesto, piedra angular del pesimismo de Scott Fitzgerald, para ponerlo en el centro de su fábula desconsolada y hacerlo brillar como una evidencia sangrienta. "Derrumbe" desmenuza con saña un desastre amoroso sin retorno, pero su foco ilumina un tipo de desgarramiento bastante ignorado por la literatura de hecatombes conyugales: la tragedia de perder -junto con un matrimonio- la presencia de un hijo. He ahí lo intolerable, la mutilación, la pesadilla absoluta de este escritor que de pronto, separado de su "obra", se pone a reflexionar sobre los fantasmas que atormentan su mito personal: el dinero, la gloria, los premios, el reconocimiento. Todos sabemos que los artistas "se alimentan" del inconsciente (de hecho, es la razón por la que un artista inteligentísimo como David Lynch se ha negado a sicoanalizarse), pero ese inconsciente bendecido por el sentido común es el de los sueños, las imágenes raras, los relojes derretidos de Dalí. El "inconsciente literario" que exhuma Guebel en "Derrumbe" no es visual, plástico, estético; es orgánico, 100 % hormonal. Es el inconsciente de la envidia, el rencor, la frustración, la impotencia, la ambición truncada, la indolencia. Es cierto: parece transcurrir en una dimensión menos recóndita que las caras-nucas de Magritte, pero sus chispazos suelen ser mucho más silenciados porque son bajos, mezquinos, destilan abyección por los poros. Además del "The crack-up" de Fitzgerald, sólo hay un texto con el que esta novela conmovedora y bestial acepta medirse: "Escritor fracasado", el gran tratado de Resentimiento Artístico con el que Roberto Arlt sigue emponzoñando el aire esterilizado del mundo de las Bellas Letras.

Blog Archive