Saturday, December 01, 2007

Personajes recurrentes
Alberto Fuguet


Domingo 25 de noviembre de 2007

Ahora me doy cuenta de que las dos novelas que recientemente terminé, las leí no porque me sedujeran la cantidad de páginas o la historia en sí (las dos tienen mucho más páginas que historias y a las dos quizás les sobren cien páginas) sino por los personajes.

En un caso, era un personaje que ya conocía y quería y, en el otro, un personaje del que había escuchado mucho y que era un tanto mayor y, por lo tanto, tenía mucho cuento, mucho pasado y muchas novelas a su haber. Las novelas que leí fueron The Lay of the Land de Richard Ford (que saldrá pronto en español -me dicen- vía la costosa editorial amarilla de Barcelona) y Pastoral americana de Philip Roth. La primera cierra la saga de Frank Bascombe; la segunda es una aventura más, esta vez más tangencial que directa, de Nathan Zuckerman, un escritor que ha escrito y envejecido "en público" a lo largo de unas nueve novelas, y que -supuestamente- ha escrito su última entrega con la recientemente publicada Exit Ghost.


En el curso de un mes, me volví a encontrar con un viejo amigo (el caso de Bascombe) y con alguien que me gustaría que fuera un amigo, no sólo porque es un colega sino por la manera que tiene de ver y de robar historias al mundo. Al terminar de leer The Lay of the Land, me dio un poco de pena saber que no tendría más acceso a Frank Bascombe; al final de Pastoral americana quedé con ganas de seguir con Zuckerman, ya hacia atrás (rumbo al origen y a la juventud) o saltarme un par de años y ver cómo está con unos años más y con el fantasma de la mortalidad acompañándolo como una sombra.


Empecé a pensar en personajes recurrentes, gente "falsa", inventada, que se vuelve verdad no sólo con su voz y sus pensamientos y peripecias sino, en el caso de éstos, por la cantidad de páginas que han sumado y por algo no menor: por mutar, madurar, envejecer. O reinventarse. Es distinto una novela con un personaje memorable donde éste vive una situación extrema o clave a una edad determinada y en un sitio equis que otra novela donde este mismo ser, más viejo, en otro entorno, con otras prisas o derrotas a su haber, debe seguir adelante.

En nuestra literatura latinoamericana, esto de los personajes recurrentes es menos común, y cuando sí regresan, lo hacen por su profesión: tienden a ser detectives como Cayetano Brulé o Heredia o están ligados a un género (el Don Rigoberto de Vargas Llosa y sus andanzas eróticas). Pareciera que retornar con un personaje tuviera algo de repetición, de falta de originalidad o de querer aprovecharse de un éxito. En la literatura latinoamericana se repiten, a lo más, familias o pueblos o ciudades inventadas: Macondo, Santa María, Río Fugitivo.



La literatura norteamericana no tiene culpa y está llena de casos de personajes que siguen. Que saltan de novela en novela. Hay algunos que, como Huckleberry Finn, han pasado de personaje secundario, a tener una voz y una novela entera. Uno podría pensar que esto de "resucitar" a un personaje que funcionó tiene algo mercantil, oportunista. Por lo que sé, buena parte de los personajes "han regresado" cuando la novela que les dio vida tuvo cierto eco, ya sea crítico o comercial. Los ejemplos son innumerables. Desde John Updike y sus dos sagas (la de Rabbit Angstrom y la del escritor Bech) a autores más pop como Bret Easton Ellis y su disfuncional familia Bateman.


Muchos autores norteamericanos claves han sido extremadamente norteamericanos y prácticos y han llevado a la práctica eso de "si no está quebrado, para qué arreglarlo". Hemingway estrujó al bueno de Nick Adams y Scott Fitzgerald escribió y escribió historias donde Pat Hobby era el centro de todo. Charles Bukowski no quiso siquiera intentar imaginar demasiado e hizo que Henry Chinaski volviera una y otra vez. Lo curioso es que, dentro de la tradición norteamericana, esto de resucitar no se ve como "una segunda parte" sino como "una oportunidad"; pues estos autores enfrentan a sus personajes no sólo a una nueva aventura sino a la edad.

Los grandes personajes recurrentes son aquellos que, cuando reaparecen, son y no son ellos mismos. Bascombe, por ejemplo, envejece casi veinte años desde que, a los 38 años, habló por primera vez: "Me llamo Frank Bascombe y soy periodista deportivo". Al final, sigue con el mismo nombre, pero con otro cuerpo, y otra profesión: corredor de propiedades. Y Paul, su aproblemado hijo adolescente que es tan clave en El día de la independencia, pasa a ser, como para muchos padres, poco menos que un personaje secundario, algo olvidado, ajeno a sus preocupaciones y acaso a sus afectos.


Al final, si han pasado tantos años, y por el personaje también pasan los años, y su entorno también cambia, ¿estamos realmente hablando del mismo personaje? Sin duda que sí: pero ya no es una serie o una continuación. Es intentar hacer algo más que crear un personaje y una voz. Lo que autores como Roth y Ford están tratando de hacer es algo casi divino: están tratando de captar, en vivo, en tiempo real, una vida.

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