Tuesday, December 11, 2007

La vida transfigurada

El Sábado, 13 de agosto de 2005

Patricia May


Cuando pensamos en los momentos culminantes de nuestra vida, generalmente los relacionamos con hechos concretos, fechas significativas, como algún cumpleaños, entrada o salida del colegio, título universitario, los primeros sueldos, nacimiento de hijos, aniversarios... Sin embargo, hay otras experiencias significativas tanto o más importantes que éstas por la impronta que podrían dejar en nosotros, en especial si nos damos cuenta y no las dejamos pasar porque son sencillas y les falta espectacularidad.

Momentos únicos en la vida que ocurrieron sin que los esperáramos, momentos en que todo pareció claro, en que pudimos ser íntegros, totales, sentirnos vivos en una intensidad no conocida.

Momentos en que toda la confusión desapareció y nos vimos con total claridad.

Éstos son los grandes tesoros de nuestra vida: instantes largos o fugaces en que hemos podido Ser, en paz, en coherencia, en total certidumbre y expresión.

Quizás ocurrió mientras caminaba por la calle y no esperaba nada, o cuando levantamos la vista del computador, o cuando conversábamos con un amigo, o trabajaba, entonces vino una comprensión de plenitud en que supe que no necesitaba nada más, nada más que ser en cada momento íntegro, nada más que estar completamente allí.

Todo se transformó, el mundo cobró encanto y se me reveló la cara oculta de las cosas. Pude ver el brillo y la dignidad de vivir, pude entender al mundo como un "vaso sagrado", al decir de Lao Tse, de donde brota la confianza y el entendimiento de que siempre se está en el punto preciso.

En una cultura en que todo es productividad, en que todo tiene valor en un sentido instrumental, o sea en un beneficio medible, ojalá económicamente, tendemos a no prestar atención a este tipo de experiencias, sin embargo ellas son la sal de la vida, y reprimirlas u olvidarlas es ahogar la posibilidad de vivir una vida con significación y sentido.

No se trata sólo de solazarse con momentos agradables (lo cual ya es válido en sí) o encantadores, sino que de despertar a otra visión, una donde los excesos, sobreestímulos, la permanente ansiedad por tener más y más cosas y experiencias ya no constituyen los espejismos que conducen nuestro vivir, sino la simplicidad, la sensibilidad, la sutileza, la comprensión que aparecen naturalmente cuando acallamos el rollo mental que no nos permite valorar lo sencillo y escuchar los mensajes internos.

Entonces es cuando todo lo que parecía insignificante cobra relevancia: el gesto, la palabra, la respiración, la luz que cae sobre un objeto, el alimento, el escuchar y hablar, todo, hasta los más mínimos detalles se vuelven significativos; porque la claridad de una nueva consciencia los alumbra y ya no necesitamos nada extraordinario en nuestras vidas porque todo, hasta lo más cotidiano, se ha transfigurado.

Entender esto es llegar a una gran comprensión que nos libera de la esclavitud del deseo de cosas exteriores porque portamos la plenitud en nosotros mismos. Nos libera de vivir pensando en el futuro, de proyectar constantemente hacia adelante el día en que al fin seremos felices o dejaremos de vivir en el sinsentido. Nos hace entender que todo está aquí y ahora, que no necesitamos nada, que la gran Vida siempre fue pródiga, que quizás fuimos nosotros los que por estar obsesionados con nuestros deseos, no supimos Ver.

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