Monday, December 17, 2007

Diario de lectura Roberto Merino
Poesía en el tiempo


En un breve texto sobre parnasianismo, Alfonso Reyes opina que ningún gran poeta ha sacrificado el arte por ir tras "el misterio". Este misterio no es otra cosa que ese componente tan difícil de explicar, cuya presencia nos permite saber que unas cuantas palabras constituyen poesía y al cual siempre se le ha tratado de definir con figuras: un vaho, un resplandor, una brasa que se extingue.

En un reacomodo funcional, la dicotomía arte-misterio se podría también expresar en la fórmula conciencia-poesía: dos esferas intersectadas que han subsistido a través de las épocas.

Se podría decir que la poesía, como actividad natural, como tendencia espontánea, ha sido siempre la misma, y ha despertado intempestivamente junto al fogón de la tribu, en las glorietas de los paseos cortesanos o en las aglomeraciones del Metro de cualquier ciudad. La conciencia de la poesía, en tanto, ha sido tan variable como las costumbres: se ha confundido con la normativa (en el caso de Boileau y del siglo XVIII en general) y ha insistido en el concepto de tradición, de ruptura, de encantamiento, de disposición, de canción, de escritura; ha insistido incluso en el concepto mismo de conciencia.

Los viejos -es decir, la gente de la edad de mis abuelos (que hoy tendrían como 120 años)- solían tener muy claro antes qué era poesía: un texto rimado, en el que se expresaran sentimientos sublimes de melancolía o de gloria, y cuyas palabras fueran escogidas del repertorio culto. Esta gente, en su juventud, reprodujo parcialmente su poética al dorso de tenues postales en que aparecían ninfas con sus cántaros en el límpido remanso, o bien sátiros con patas de cabra oteando desde una explanada de mármol semioculta por la vegetación boscosa.

A lo que voy es a que la opinión común hace cincuenta años había separado a la poesía de la retórica, confundiendo de paso a la una con la otra. A esta mayoritaria opinión le costó admitir que la poesía pudiera ser entendida como actividad, y que por tanto se abriera a utilizar actitudes y palabras no sancionadas como poéticas.

El misterio ha estado, está y estará siempre en el lugar donde circulan los nimbos y las auras: esto es, en cualquier parte. Es cierto que los poetas que más se perfilan en la memoria colectiva son aquellos que hicieron algo en la esfera del arte, de la técnica y aun de la conciencia de la poesía.

Los textos a veces maravillosamente misteriosos de los locos y de los niños han quedado en las actas de la literatura psiquiátrica y en los boletines de los colegios. Pero hay algo más: en cada poeta célebre hay un mito instaurado con mucha certidumbre, que se afirma un poco más cada vez que se intenta derribarlo con pruebas de que su detentador no fue más que un pobre hombre, un venal o un narcisista.

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