Chicos prodigiosos
Segundas chances y paraísos perdidos
19 de noviembre de 2000
Christian Ramírez
Artes y Letras, El Mercurio

Chicos prodigiosos
Wonder boys
2000
Dirección: Curtis Hanson
Guión: Steve Kloves

Elenco: Michael Douglas, Robert Downey, Jr., Katie Holmes, Tobey Maguire, Frances McDormand, Rip Torn


El cine norteamericano ha construido toda una mitología en torno a la redención, el fracaso y la segunda oportunidad, pero rara vez concede esta última a los filmes que fallan, a las películas que el público - en primera instancia- dejó escapar.

En cien años, los cineastas han comparado las películas a diarios de vida, trozos de pastel, inmensos trenes eléctricos, frescos sociales y pesadillas imaginarias, pero aquellos que han logradopersistir en el medio no olvidan lo único que un filme nunca deja de ser. Un producto. La observación puede ser ruda, pero es la única constante para un medio en el que la diferencia entre el triunfo y el fracaso se define por lo recaudado durante el primer fin de semana después del estreno. Aunque Toro salvaje, Crímenes y pecados, La ley de la calle y otros clásicos de los últimos años hayan explorado a fondo los callejones de la redención y la vida después del fracaso, el mundo real no ofrece - por lo general- una segunda chance para las películas. Y cuando las otorga, el filme mismo cambia, adquiere valor agregado, vida propia y - en una de esas- estatus de "obra maestra desconocida".

El más reciente candidato a esta categoría es Chicos prodigiosos, basada en la estupenda novela Wonder boys - del estadounidense Michael Chabon. Estrenada a principios de año, marqueteada como comedia y rápidamente olvidada por los estudios Warner, Wonder boys resucitó milagrosamente gracias a que la compañía productora necesitaba desesperadamente un filme de calidad que candidatear en los próximos premios Oscar. La cinta - uno de los grandes fracasos económicos de la temporada- se reestrenó la semana pasada en Norteamérica y, de paso, consiguió distribución mundial. La discusión acerca de ella repentinamente dejó de ser monetaria y se transformó en asunto de calidad artística. Era hora. No se trata de la mejor película de año, pero bien puede funcionar como el perfecto epílogo en el arco abierto por dramas urbanos como Felicidad o Boogie nights y continuado más tarde por Belleza americana y Magnolia. No tiene - ni de lejos- la perfección estilística, las ambiciones o el espesor moral de las anteriores, pero posee mucha de la simpleza, accesibilidad y solidez que uno espera en los buenos filmes menores, y, por si fuera poco, contiene en su interior al menos un personaje para los anales: Grady Tripp, desastrado escritor y profesor universitario, aficionado a la marihuana, cuya crisis de mediana edad se viene de golpe y cuando menos lo necesita.

CAER Y CAER MÁS BAJO

Tripp, uno de los personajes más desvalidos en este año de masculinidad mancillada, trata al mismo tiempo de terminar una novela (que ya va por las 2 mil páginas), engatusar a su desbocado editor que exige el libro en forma urgente, enfrentar el abandono de esposa, cuidar de su amante embarazada - que además es la rectora de su Universidad- y manejar como puede a su alumno preferido, un ser tan disfuncional y fallado como él. Necesita una segunda oportunidad, un salvavidas, un respiro, a toda costa, pero el caos que ha creado a su alrededor es de tal magnitud que parece claro que la vida no le ofrecerá compensaciones. No así como así.

Encarnado con infinita compasión por Michael Douglas - a quien no se le veía tan cómodo habitando la piel de alguien desde sus días de principiante en Las calles de San Francisco-, Tripp pierde todo en el lapso de un fin de semana, literalmente se desmorona en pantalla hasta quedar reducido a su mínima expresión, repitiendo en cierto modo el proceso que convirtió en peleles a sujetos como Lester Burham (Kevin Spacey, en Belleza americana) y Frank Mackey (Tom Cruise, en Magnolia).

Estos dos tuvieron su segunda chance y -en el transcurso del filme- Tripp obtiene también lo suyo, pero una vez que llega hasta allá, él y el público no pueden más que esbozar una sonrisa amarga ante el ambiguo resultado de sus aventuras. Ese tono gris es lo que precisamente salva al filme de ser un producto 100% comprometido en sus afanes redentores, y lo convierte, además, en el perfecto opuesto de películas como Desafío al tiempo (Frecuency), otro reciente estreno de la cartelera.

En dicha cinta, un policía de 1999 consigue comunicarse por radio con su padre - un bombero en 1969- , tiene la chance de evitar la muerte de éste y gatillar así una imparable cadena de cambios que corregirán una y otra vez los resultados de esa tragedia inicial. Ficciones como esas no tienen nada de malo, pero el filme no quiere correr riesgos y recompone la relación padre e hijo hasta las últimas consecuencias, tratándola como si fuese un tierno comercial de café o de hojas de afeitar, sepultando y sanitizando como si nada las zonas oscuras.

No es que Wonder boys no las haya suavizado un poco - al contrario de lo que ocurre en el libro, el filme es plenamente condenatorio de las varias adicciones del protagonista e incluso se acomoda para destinarle un fin mucho más tolerable que el que le otorga el autor de la novela- , pero las cuotas de denigración a las que Grady Tripp es sometido en el camino son tan altas que ni siquiera le obligan a hacerse un autoexamen.

OTRAS REDENCIONES

Es curioso que el deseo de redención latente al interior de Chicos prodigiosos haya terminado por proyectarse fuera del filme. No sólo se trata de su reestreno y posible candidatura de la cinta a los premios de la Academia; la película misma está repleta de gente que aspira o necesita conseguir una nueva chance, en el medio y consigo mismos: Michael Douglas, que pasó más de una década anclado en papeles de macho alternativamente dominador (Wall Street) y dominado (Atracción fatal, Bajos instintos, Acoso sexual y varias otras); Robert Downey Jr. - en el rol de Terry Crabtree, el desbocado agente de Grady Tripp- quien finalizado el rodaje fue a parar derecho a la cárcel por violación de libertad condicional; el guionista Steve Kloves, que ha trabajado poco y nada en Hollywood pese a haber dirigido la memorable Los fabulosos Baker Boys; Michael Chabon, el autor del libro, quien se lanzó a escribir "Chicos Prodigiosos" después de fracasar en su intento por terminar una novela de la que llevaba 700 páginas (situación muy parecida a la del protagonista) y, por último, Curtis Hanson - el propio director del filme- quien aún se encuentra a la búsqueda de su identidad cinematográfica después del extraño caso de "Los Ángeles al desnudo, respetado y respetable filme, pero una completa decepción en el terreno económico.

Difícil es saber, a la larga, lo que ocurrirá con su nueva cinta. A juzgar por el buen destino que han sufrido en Chile otras películas disfuncionales como ¿Quieres Ser John Malkovich?, lo más probable es que Wonder boys se gane un lugar entre los "filmes de culto" de la temporada, harto prestigio y una taquilla nada desdeñable.

Es más, puede que prepare el camino para Alta fidelidad, la notable película de Stephen Frears sobre un adicto al rock que trata de recomponer su descalabrada vida amorosa y un filme - si es posible- aún más acido y desencantado que Chicos prodigiosos, pero igualmente imprescindible. Tal como esta última, Alta fidelidad fue un fracaso total al momento de su debut y tampoco iba a ser estrenada en Chile. Seis meses de éxito en Argentina y el explosivo interés provocado por la difusión de copias piratas del filme cambiaron la cara del asunto: la cinta llegará a fines de enero. Le dieron una nueva oportunidad. Por raro y milagroso que parezca.