Sunday, April 27, 2008

sábado 26 de abril de 2008

Pepa de oro


FRANCISCO MOUAT

"No creo que para escribir sea necesario ir a buscar aventuras", escribió Julio Ramón Ribeyro en sus Prosas apátridas. "La vida, nuestra vida", dice, "es la única, la más grande aventura".

Sintonizo con Ribeyro y me dejo seducir por sus palabras. Anoche recordé y narré en una mesa de amigos un episodio que conservo en la memoria como pepa de oro: la vez en que estaba próximo a editar mi primer libro, y decidí pedirle a Julio Martínez que escribiera el prólogo.

Lo había citado tantas veces en mis textos, lo había escuchado en la radio y lo veía con frecuencia en sus comentarios deportivos en televisión, pero nunca había cruzado una palabra con él. Más de una vez me tocó acompañarlo subiendo las largas escalinatas del estadio Nacional que desembocan en las casetas de transmisión, y no me atreví a hablarle.

Julio Martínez era una institución del periodismo, y yo un mozalbete que hacía sus primeras armas en el género de la crónica y quería su bendición. Averigüé cómo contactarlo, y el teléfono de la casa de Jota Eme era un secreto de Estado. Lo mejor, me dijeron, era ir a hacerle guardia a la radio Minería, a donde iba todos los días a la hora de almuerzo a hacer su programa deportivo. Fui: nervioso, expectante, con los originales fotocopiados del libro bajo el brazo, esperé a que asomara por el hall de la radio sin saber demasiado bien qué decirle.

A la hora señalada asomó Julito, y lo abordé. Me miró con cara de sorpresa, pero se detuvo a escucharme.

–Don Julio, buenas tardes, soy periodista, tengo escrito un libro de crónicas de fútbol, y para mí sería un honor que usted me escribiera el prólogo ?le dije, extendiéndole la carpeta con las fotocopias.

Julio Martínez recibió la carpeta y rápidamente me contestó:

-Mire, muchacho, yo no sé si su libro me va a gustar o no. Vuelva en exactamente dos semanas más, y si el libro me parece, aquí estará su prólogo. En caso de que no me guste, le dejo aquí en recepción su carpeta. ¿Está bien?

Por supuesto que estaba bien. Esos fueron días de mucha ansiedad. Saber que Julio Martínez estaba leyendo mis crónicas, y que al mismo tiempo las estaba juzgando, me ponía derechamente nervioso. Al cabo de dos semanas, fui nuevamente a hacerle guardia en la radio, y Julio Martínez apareció por el hall con un sobre de color café en sus manos. Supe de inmediato que dentro de ese sobre estaba su prólogo.

-Me gustó su libro, muchacho. Así que le escribí unas líneas, que espero le parezcan bien –disparó al aire, cordial.

Le di la mano, no sé qué palabras usé para darle las gracias, y bajé rápidamente a la calle para leer cuanto antes su texto escrito con máquina de escribir sobre papel roneo. Era septiembre de 1989.

Hasta hoy guardo esas dos hojas de papel, más la copia de una fotografía que nos tomaron en la estación Mapocho cuando presentamos el libro un mes más tarde junto a mi amigo Nibaldo Mosciatti y el propio Julio Martínez, que por supuesto se robó la película y los aplausos ese mediodía en que recordó los años de la vieja democracia en Chile, cuando la estación Mapocho era local de votación o cuando el andén se desplomaba por la cantidad de gente que venía a recibir al actor mexicano Jorge Negrete.

Julio Ramón Ribeyro escribe que el arte sólo se alimenta de aquello que sigue vibrando en nuestra memoria. Puede ser "el empapelado de un muro que vimos en nuestra infancia, un árbol al atardecer, el vuelo de un pájaro o aquel rostro que nos sorprendió en el tranvía". Ahora que Julio Martínez está muerto, quedan ciertos recuerdos suyos fijos en mi memoria. La espera en el hall de una radio, un sobre color café, palabras suyas que me empujaron, me dieron aliento, me hicieron soñar nuevos libros, viejas y nuevas historias para contar.

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