Monday, April 07, 2008

Mirageman
De ingenua, nada
23 de marzo de 2008
Juan Pablo Vilches
Artes y Letras, El Mercurio

Dirección: Ernesto Díaz Espinoza

Elenco: Ariel Mateluna, Mauricio Pesutic, María Elena Swett, Marko Zaror


La historia de un superhéroe del subdesarrollo, que anda en micro y no es muy vivaz, funciona como un buen artefacto de entretención y como una caricatura, no siempre muy aguda, de varios rasgos transitorios y permanentes de nuestro país.

La obviedad que viene a continuación suena mejor si es dicha por el gran cineasta taiwanés Hou Hsiao-Hsien: “Una buena industria cinematográfica debe tener dos áreas: una masiva-comercial y otra alternativa”. Muchas de las películas chilenas han tenido la pretensión de lograr el éxito comercial a través del “sutil develamiento” de ciertas verdades profundas del ser nacional, y han naufragado lamentablemente en ambos intentos; no logran un éxito masivo ni se constituyen como un aporte cultural de peso. Cuando se estrenó Kiltro en 2006, presenciamos un raro ejemplo de un cine de género de inequívoca vocación comercial, ecléctico en sus influencias pero absolutamente apegado a las leyes de una cinta de artes marciales que se respete. Y el resultado fue sólido, por decir lo menos.

La dupla compuesta por Marko Zaror (productor, coreógrafo y protagonista) y Ernesto Díaz Espinoza (director y guionista) buscan con Mirageman profundizar la veta que ellos mismos abrieron, aunque con ambiciones mayores en complejidad y relación con su contexto. Estas ambiciones se concretan en parte pero traen consigo algunos problemas que la película no puede resolver.

IMBUNCHISMO EN EL SIGLO 21

Maco Gutiérrez (Marko Zaror) vive y entrena solo en un sótano como el protagonista de Taxi Driver, pero con la diferencia de que no es taxista sino guardia del Passapoga. Otra diferencia es que Maco es un sobreviviente del asesinato de sus padres y de la violación de su hermano (Ariel Mateluna), ahora confinado en una habitación del psiquiátrico. Traumatizado con la delincuencia y la violencia, Maco decide frustrar un robo a punta de patadas, y accidentalmente rescata a una periodista de TV (María Elena Swett). Sin quererlo, se convierte en noticia nacional. El positivo efecto que esto tiene en la salud mental de su hermano lo decide a repetir su acción y convertirse en superhéroe.

El proceso por el que Maco crea su identidad paralela es particularmente hilarante debido a la atinada dirección y a su montaje, y al hecho más pedestre de que el protagonista no es muy inteligente y tiene la misma edad mental de su hermano menor, el que a veces opera como si fuera una parte de su mente. La música de serie policial setentera evoca una estética callejera y decadente que funciona bastante bien con un Santiago que no es mostrado para que luzca bonito, sino todo lo contrario. La larga secuencia de Mirageman cambiándose de ropa al lado de un basurero antes de enfrentar a una banda de ladrones, es un buena síntesis del ánimo absurdo y algo grotesco que encaja perfectamente con uno de los rasgos más permanentes del ser nacional: ése que Joaquín Edwards Bello denominaba “imbunchismo”.

A la fealdad después se le suma la estupidez. Mirageman deja un correo electrónico para que le escriba la gente con problemas, y nuevamente la película aprovecha la ocasión para mostrar y reírse de lo que hacemos los chilenos desde el anonimato. Mientras Maco recibe centenares de correos con burlas e insultos (y repetidos correos de un aspirante a partner), la TV y la prensa escrita hacen su negocio con su volubilidad característica. Consecutivamente ensalzan y denigran al nuevo héroe, mas las risas que saca la película a este respecto se deben más a la exageración que a la precisión.

CON LA VISTA HACIA ORIENTE

A partir del rapto de la periodista (ahora una celebridad gracias al superhéroe), la película empieza a deslizarse hacia terrenos más incómodos. A una larga y predecible secuencia –en su desarrollo y sus resultados– parecida a un videojuego, le sigue un intento fallido de agregarle drama que rompe el ritmo de la cinta, y con ello, empieza a hacer evidentes ciertas fallas de diégesis que de otra forma habrán pasado inadvertidas entre la acción y las carcajadas. Este problema de guión impide que esta película se constituya en un artefacto semejante a aquellos que en Oriente fabrican en serie y con tanta maestría: esas películas de acción que entremezclan las patadas, las lágrimas, las carcajadas y hasta los comentarios políticos en una estructura perfecta y dosificada, y que no necesariamente son buenas películas pero que no se pueden dejar de mirar.

Lo que en buena medida se logró con Kiltro, en esta película se deslizó entre los dedos por querer abarcar demasiados temas y demasiados registros, aunque lo que quedó en pantalla sigue funcionando como un artefacto de entretenimiento muy bien hecho, donde lo único ingenuo es su protagonista. Es una gracia que esta cinta no pretenda descubrir el agua tibia y que base buena parte de sus premisas y sus ideas en un ejercicio de sana cinefilia, ésa que no está para ser exhibida con referencias inútiles sino para conocer el terreno sobre el que se quiere construir. Por eso Mirageman no es ingenua ante las fracturas personales y familiares que sostienen el género de los superhéroes (exploradas soberbiamente en El protegido), tampoco lo es sobre su escasa efectividad real en el combate de las grandes lacras sociales (Watchmen) y menos lo es aún sobre el extraño proceso de auto-convencimiento que culmina con la postura de un traje ridículo a los ojos de un mundo cínico. Este último aspecto fue tratado brillantemente por la obra maestra del género, Zebraman (Takashi Miike, 2004), y Mirageman tuvo el mérito de hacerlo creíble en un entorno caricaturizado pero relativamente parecido a una realidad que tiene mucho de caricatura.

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