Sunday, April 13, 2008

"Into the wild": Ruta y sacrificio


Christian Ramírez Artes y Letras de El Mercurio

Con todo el cariño que los estadounidenses profesan por las narraciones de carretera y por las historias que suceden en el camino, no deja de ser una ironía que los mayores cineastas norteamericanos contemporáneos -salvo quizás Robert Altman y Clint Eastwood- hayan fallado una y otra vez en sus aspiraciones por crear grandes ficciones "on the road". Las que mejor resultaron siempre fueron las menos ambiciosas, con cierto sesgo criminal y narradas de espaldas a la sociedad (Bonnie & Clyde, Two lane blacktop, Badlands, Corazón salvaje). Y tal vez es por eso mismo que Into the wild -la cinta que Sean Penn dirigió a partir de un libro de Jon Krakauer basado en hechos reales- resulta tan inolvidable, porque apuesta por todo lo contrario: su relato de la fuga de un veinteañero, que abandona la universidad, dona todo su dinero a la caridad y deja atrás a su familia por abrazar su fantasía de vivir "en la naturaleza" (sólo para enfrentarse a duras consecuencias), es de una ambición y un candor descomunales, imposibles.

Ya lo eran a principios de los 90, cuando Christopher McCandless emprendió su ruta sin rumbo por Estados Unidos, un camino que según él tenía como objetivo final los salvajes parajes de Alaska (donde finalmente llegó, en 1992) y en el que el espectador casi se siente como un compañero: autobautizado como Alexander Supertramp, recorre praderas interminables, navega por ríos furiosos, trabaja la tierra, se convierte en homeless en plena ciudad, se distancia de las personas y los afectos sólo para volver a reencontrarlos, se deja atrapar por el paisaje, se convierte -y se pierde- en él. En estos tiempos post-todo, aventuras de este tipo podrían leerse como actos poéticos que se disfrutan en retrospectiva, emotivos souvenirs de juventud o lecciones de nostalgia anticipada, pero pronto se vuelve evidente que los realizadores no invirtieron tanto de sí mismos para hablar de algo que ya fue, vender una serie de magníficos paisajes o extraer moralejas de una historia ambientada en los días de la Guerra del Golfo, pero cuyos ecos resuenan directo sobre la Norteamérica de hoy, agobiada por la Guerra contra el Terror.

Retratando una nación a la deriva, donde ya no hay proyecto común posible y toda experiencia humana se reduce a fragmentos, Penn y su gente se juegan el pellejo por recrear la vida de alguien que se lanzó directo a una tragedia individual; pero, en pleno trayecto, el gigantesco armazón del filme, su estructura de novela (con capítulos y todo), su escrupulosa y bellísima reconstrucción de la ruta de McCandless, su desmesura y vastedad visual terminan al servicio de lo que parece un ritual, un sacrificio que se renueva generación tras generación. Al hacerlo, Into the wild no está redescubriendo la rueda, pero -como pocas obras de arte de su tiempo- rinde tributo a un ciclo natural donde las ideas de promesa, comunión y esperanza nacen, florecen, se traicionan y destruyen, sólo para volver a renacer.

Lo que parece una aventura juvenil es el retrato fiel del fracturado espíritu de todo un país. Gran película.

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