Monday, April 28, 2008

David Gallagher
Viernes 25 de Abril de 2008
Vallejo y Paz


En estos días se ha conmemorado la muerte de dos grandes poetas. La de Octavio Paz, en México en 1998; y la de César Vallejo, en París en 1938. Paz muere a los 84 años con todos los honores que se merece como el escritor más influyente de su país. La muerte de Vallejo, a los 46 años, se da, más desoladamente, en un doble exilio: del Perú, que dejó en 1923, y de Santiago del Chuco, el pueblo serrano en que creció, cobijado y protegido, hasta que la muerte de su madre en 1918 lo lanzara sin cordón umbilical al caos de la vida. Nunca se resignó a esa muerte de su "lavandera del alma. Que mañana entrará/ satisfecha, capulí de obrería, dichosa/ de probar que sí sabe, que sí puede/ ¡como no va a poder!/ azular y planchar todos los caos".

Muy distintos son Vallejo y Paz. Vallejo encarna la insondable melancolía del hombre de la sierra, y si busca traspasar límites, salir de sí mismo, es para constatar que no hay salida, que no hay cómo evitar golpearse la cabeza en las paredes, y quedar más contorsionado e impedido que nunca. "Traspasaré mi propio frente/hasta perder el eco/ y quedar con la frente hacia la espalda", dice, encerrado entre "cuatro paredes albicantes/ que sin remedio dan al mismo número". En cambio Paz es un optimista que busca saltarse cualquier lindero simplemente porque la vida cotidiana le queda chica, y porque se siente con derecho a probar el éxtasis al que lo invita "la otra orilla". No hay espacio que lo confine. "Todo es puerta/ todo es puente/ ahora marchamos en la otra orilla", proclama, triunfante. Si para Vallejo, que iba a ser cura, la cópula es fuente de angustia y de culpa, "el toroso Vaveo/ de egoísmo y de aquel ludir mortal/ de sábana", para Paz es un acto liberador. Es un viaje al "otro lado". El mismo cuerpo de la mujer es "Un arca/ de agua que al tocar la otra orilla/se vuelve aire". Y lo es en cualquier parte. "Hoy es cualquier día/ en un cuarto cualquiera/ festín de dos cuerpos a solas/ fiesta de ignorancia saber de presencia.../ esculpimos un Dios instantáneo/tallamos el vértigo".

La de Paz es una poesía voluntarista que se propone nada menos que tallar vértigos. Reconocer que éstos son efímeros es lo más cerca que llega al pesimismo. En cambio Vallejo lo lleva en los huesos. Pero es un pesimismo muy particular, lleno de humor y de ironía: el del bufón que siempre se tropieza en la misma cáscara de plátano, y que se da volteretas en el aire para sacarse la piedra en el zapato. "Sé que hay una persona/ que me busca en su mano, día y noche,/ encontrándome, a cada minuto, en su calzado".

Si Paz se postula como un creador que ha de transformar la inerte piedra en agua y sol, Vallejo es el oyente pasivo que deja que hable el lenguaje que tiene apostado en las trastiendas de su mente, para que exprese no lo que debería ser, no lo que quisiera, sino lo que hay, lo que es, por complejo, particular y hermético que sea. Es con ese afán que Vallejo rompe con las estilizadas bellezas del modernismo para dejar que de sus entrañas salgan "versos antisépticos sin dueño". El resultado es siempre personal, diferente, aun en un poema político sobre la guerra civil española, donde en vez de incurrir en lugares comunes heroicos, les dice a los niños que si cae España "¡cómo va el corderillo a continuar/atado por la pata al gran tintero!/ ¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto/ hasta la letra en que nació la pena!" Estos inigualables versos no son reducibles a resúmenes o explicaciones. Decirlo no es desmerecer los versos de Paz, que logran trazarnos un camino entre vertiginosos despeñaderos, para que como águilas o ángeles, flotemos por el abismo, sin miedo a caernos.

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