Monday, April 28, 2008

Juan Carlos Eichholz blogs de El Mercurio
Lunes 28 de Abril de 2008
¿Qué queda?


Todo empezó con Ricardo Lagos. Y no me refiero sólo a EFE, Transantiago o los tribunales de familia, sino, muy especialmente, a casos como el Hospital de Curepto o a estilos como el de Yasna Provoste. Me refiero a eso de la política efectista, a eso de gobernar a través de la maquinaria comunicacional, a eso de poner más énfasis en las apariencias que en la realidad, a eso, en fin, de privilegiar la propia imagen por sobre el beneficio para el país.

La surrealista inauguración del Hospital de Curepto -digna de un libro de García Márquez- es una señal de alarma, que muestra cuán lejos y hasta qué niveles del aparato público ha llegado esta forma torcida de hacer política. Porque no se trata simplemente del director del servicio de salud o del intendente, ni aun de la avanzada presidencial, sino de una cultura que se ha ido instalando en la política.

Lo de Yasna Provoste es lo mismo. Llegó al cargo por sus habilidades comunicacionales, muy útiles para aplacar el conflicto estudiantil, y lo dejó mostrando cuán inefectivas son éstas para atacar los problemas de fondo, y hasta qué punto se puede abusar de ellas para intentar proyectar una imagen personal. Pero, nuevamente, no se trata de Yasna, sino de la cultura política -y hasta ciudadana- que permite su existencia. Es el mundo al revés: a quien hace la pega -como Eduardo Bitran, por ejemplo-, provocando el ruido que esto naturalmente conlleva ("Si los perros ladran, es señal de que cabalgamos, Sancho") se lo saca, y a quien no hace la pega se lo mantiene hasta las últimas consecuencias.

Y después de todo, ¿qué queda? La verdad es que poco, porque las luces y los aplausos iniciales ceden frente al descubrimiento de esa realidad que distaba de lo que se pretendía mostrar. En el corto plazo, todo bien: la gente contenta y la popularidad en alza. Pero luego, muchas expectativas frustradas y desilusión. Es el juego del gatopardo, es como que hacemos que hacemos, pero sólo por encima, como un maquillaje que se va desvaneciendo, dejando la verdad al descubierto.

Desgraciadamente, no sólo la política padece de este creciente mal. También se ha enquistado en muchos otros lados, y todos corremos el riesgo de caer presa de él. Es cosa de observar(nos) con más atención: cuando nos movemos por el resultado inmediatista, cuando buscamos nuestra propia gloria, cuando nos saltamos a las personas, cuando aparentamos, cuando nos negamos a colaborar por defender nuestras pequeñas cuotas de poder. Es como vivir en un mundo de mentira, donde todo se esfuma, porque, finalmente, el efectismo se impone a la efectividad. Y actuando así, poco queda.

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