Sunday, April 13, 2008

Loco por el cine
Un interés sostenido y creciente ha generado Una vida crítica, un repaso a los cuarenta años de ejercicio del crítico de cine Héctor Soto. Más allá de las películas elegidas o ignoradas por él, el volumen merece ser comentado por su calidad literaria.



Camilo Marks Revista de Libros El Mercurio

Hay pocos textos tan estimulantes publicados en Chile durante los últimos meses como Una vida crítica, de Héctor Soto. Cuarenta años dedicados a expresar lo que las películas han significado para el autor conforman una considerable cantidad de tiempo, y resulta asombroso comprobar la coherencia interna, la fidelidad a sus ideales, la poderosísima energía y, claro, también la persistencia de algunas manías y fobias, siempre desafiantes, en la carrera de Soto. Los mejores editores son siempre los grandes amigos o quienes admiran a un escritor; en este caso, Alberto Fuguet y Christian Ramírez parecen ideales, insuperables y Soto debe tener plena conciencia del favor inmenso que prestan al estupendo libro.

Si hubiera que buscar coordenadas o directrices en medio de tamaño material -el tomo es demasiado extenso-, las resumiríamos del modo siguiente: Soto opina que la cinematografía es, en esencia, profundamente democrática, se expresa con elegancia, claridad, entusiasmo, detesta los lenguajes técnicos, especializados, crípticos, siente afecto por las debilidades de las personas y lo manifiesta de manera graciosa, con talento y, desde sus comienzos hasta el presente, carece de prejuicios ante cualquier cinta en exhibición, sea en los ámbitos masivos o en el llamado círculo de filmes de autor. El resultado es tan saludable que cuesta creerlo: nadie que lea un comentario de Soto se sentirá tonto o poco inteligente porque trata mal una cinta que a muchos puede haber atraído, y ninguna persona que coincida con él acerca de la maestría de tal o cual título considerará que es un genio debido a que sus juicios se vean tan bien articulados en el papel. ¿Puede decirse algo superior sobre un apasionado analista que trata a su público de igual a igual, sin pasarse de listo ni intimidarlo, sin fraseología o jerga impenetrables y, sobre todo, situando al producto fílmico en cuestión dentro del contexto ético, social, estético e histórico en que fue concebido?

Una vida... se divide en seis partes: "Ir al cine", "La marcha del tiempo", "Puertas adentro", "Rostros", "Clint, Martin y Woody" y "Clásicos revisitados". En la primera, se pueden advertir los aspectos que ya dijimos, en tanto a lo largo de la segunda, lejos la más amplia de esta antología -231 páginas-, hay unas 130 reseñas, a veces de dos o tres cintas en un mismo artículo. Soto quizá cree que el gran cine francés terminó con la Nueva Ola -su fervor por este movimiento es evidente-, ignora a realizadores como Dassin, Clouzot, Carné, pasa por alto el neorrealismo italiano, desde Monicelli a De Sica o del primer Visconti a Rossellini, ignora olímpicamente las gestas épicas de la era soviética, siente escasa afición por las imágenes en movimiento alemanas, sean del expresionismo o ulteriores, es harto benévolo con las producciones criollas y sus preferencias, decididas, marcadas, podrían darnos la idea de que estamos frente a un hombre con un registro limitado, severo, más bien adusto.

Pero sería un error garrafal, arribar, en un dos por tres, a semejante conclusión. En primer lugar, todos somos dueños de nuestros propios gustos y el oficio de la crítica consiste, entre otras cosas, en justificarlos. ¡Y cómo lo hace Héctor Soto! Nadie le corre un metro en la defensa de actores, actrices, directores que él venera, hasta el punto de llegar a convencernos de que ciertos nombres, ciertas obras que estimábamos despreciables bodrios, son joyas supremas, inquietantes, perturbadoras (ello ocurre, en especial, cuando se hace cargo de categorías "menores", como las historias de terror, la designada clase B, los denominados géneros inferiores). El examen de Soto, como el de pocos en la escena local, se detiene con minuciosidad pero sin pedantería, con interés pero sin frenesí, en el trasfondo, para entregarnos algo que va mucho más allá de la recensión y constituye un documento único, depurado, de rigor estilístico, detrás del cual se adivinan posiciones muy individualistas, aunque libertarias, generosas, a veces destempladas, mas nunca oscuras o abstrusas.

El capítulo que se ocupa de Clint Eastwood, Martin Scorsese y Woody Allen posee 32 piezas en torno a tres creadores favoritos de Soto. Ni Antonioni ni los divertimentos satíricos de Risi, ni Buñuel, Von Stroheim o los majestuosos documentos clásicos galos merecen sus desvelos. Poco importa ante la agudeza el atinado lenguaje con que Soto nos proporciona su visión de lo que le fascina y por qué ello es así.

Una vida... debe abordarse con moderación, puesto que los temas tratados son tantos que, de un tirón, pueden causar empacho. Como sea, es uno de esos estupendos volúmenes que reflejan la clarividencia de uno de nuestros más singulares expertos en el fenómeno más trascendente del siglo XX.

El libro de Héctor Soto va mucho más allá de la recensión y constituye un documento único, depurado, de rigor estilísti

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