Wednesday, April 16, 2008
Queremos tanto a Dexter:
ASESINAR EN SERIO
Por Alberto Fuguet
Dexter Morgan, el querible protagonista de Dexter, la serie que lleva su nombre y de la que todo-el-mundo-está-hablando, por fin está asesinando a los que merecen ser asesinados para deleite y satisfacción de los suscriptores al cable local. Pero los primos, hermanos y parientes de Dexter Morgan (que crecen por hora: basta surfear la web para ver el grado de fanatismo sicótico que produce) hace tiempo que han elevado a Dexter como su mejor-amigo-nuevo y andan con fotos de un sospechosamente sonriente Michael C. Hall en sus celulares o desktops. Porque si matar en serie es una compulsión, hace tiempo que ver series también lo es. Y de todas, quizás Dexter es la más adictiva y compulsiva porque ese es –justamente- uno de sus temas.
Ya está claro que las series se ven de dos maneras: como rito, esperando semana a semana, aquello que pasará; o sicopática y desesperadamente: un episodio tras otro, comiendo maní, cereal o papas fritas hasta que la oscuridad de la noche se transforma en esa luz blanca que se parece a las pantallas que ya no transmiten. Para aquellos que están sobreconectados, que están más al día con la información y la entretención que está circulando digitalmente por el globo, el tener que esperar, el estar obligados a cumplir con que el distraído ejecutivo de programación decida cuando dar la luz verde, Dexter ya es parte de la familia qué rato. Un tipo que ya al capítulo cinco había ingresado a la galería de los grandes personajes de la cultura pop (de hecho, imaginarse otro título para la serie da escalofríos y te hace pensar en una reunión de creativos de TVN).
Dexter Morgan no sólo ha matado mucha gente, ha cercenado clichés y asentado sensibilidades. Se ha vuelto una excusa para juntarse con amigos para verla o para enviar mails al otro grado del globo para celebrar sus últimas matanzas. De hecho, mientras acá estamos en la primera temporada, algunos en esta misma ciudad, y en toda ciudad del mundo donde haya conexión a internet, ya se han devorado la primera temporada (los primeros doce ya esán en dvd). Es más: escribo este artículo mientras aún no me recupero de la belleza del final de la segunda temporada. Hace tiempo que no veía un cierre tan lúcido, epifánico y acaso chekjoviano, un momento íntimo y cósmico donde, por un lado se cierra un ciclo pero al mismo un hombre –un asesino- se libera y se abre.
Mi código ahora es mío, tal como lo son las relaciones que cultivo. Ya no soy sólo mis disfraces pero los necesito, aunque me vuelvan vulnerable. Ya no soy el discípulo de mi padre. Soy su maestro. Una idea que ha trascendido y se ha convertido en vida… Para continuar en mi camino necesito necesitaré trabajar más, necesitaré rituales nuevo, evolucionar. ¿Soy malvado? ¿Soy bueno? He terminado por tratar de responder esas preguntas. Yo no tengo esas respuestas. ¿Alguien acaso las tiene?
Así habla Dexter Morgan en off.
Así piensa.
Así te clava el bisturí y te transforma en su víctima.
Dexter, está claro, no es cualquier programa de televisión. Es una Dostoievski en Miami, mezclado con Robert Bresson, mezclado con algo de cine-negro, más la basura trash pero digna de las novelas de consumo de John Lindsay. Dexter supera su fuente original con creces. Es posible argumentar que Dexter tiene en su ADN mucho Hannibal Lector o el Patrick Bateman de American Psycho de Easton Ellis, pero lo cierto es que eso es ir muy lejos y muy poco. Es una conclusión obvia para una serie que no tiene nada de obvia y que es original, compasiva y está del lado de todos sus protagonistas menos de sus vícitmas.
En ese sentido, Dexter da vuelta en 180 grados todas las leyes narrativas con que uno se ha criado: aquí se está del lado del malo porque es bueno y no desea que lo atrapen. Los malos no son los malos porque no vale la pena. ¿Para qué? En el Miami según Dexter, los malos son asesinables, punto. Los antagonistas, por llamarlos de alguna manera, son mucho más que eso: son una galería de gente, que trabaja para la policía, y que es gente fracturada, compleja y, por sobre todo, muy vacía como necesitada. Pero Dexter estira aún más la cuerda: aquí el enemigo de Dexter es Dexter. Y es, claro, para enredar las cosas, la única persona en la que puede confiar. Si esto ya fuera una novela o una película, ya sería audaz. Que esta sea la premisa de una serie de televisión es sencillamente radical.
¿Pero quién es Dexter Morgan y por qué está matando a tanta gente repelente? I´m empty inside, confiesa Dexter, y este slogan se ha vuelto una suerte de mantra contemporáneo. Poleras, banners, calcomanías, mensajes de texto. Estoy vacío por dentro. Dexter Morgan, es un joven y simpático, pulcro y ordenado analista de sangre de la policía del condado Dade que resuelve crímenes de día, y luego mata a los culpables de noche cuando siente que “su pasajero oscuro” le habla. Así, tan simple y tan complejo. Es un asesino en serie, sí, pero también es un tipo serio y por eso Dexter Morgan y Dexter está mucho más cerca de Travis Bickle y de Taxi Driver que de un thriller sangriento. Tal como en el filme fundacional de Scorsese, Dexter no es un viaje al mal o a la oscuridad de un asesino (ya sabemos que el mal es oscuro; ok, ¿qué hay de nuevo, viejo?) Los creadores de la serie lo saben, tal como lo sabe el extraordinario actor Michael C. Hall (David Fisher, el hermano gay de Six Foot Under) que le da a su prestancia de beach boy una fragilidad de niño abandonado (que es lo que es: un niño abandonado y luego adoptado), todo esto mezclado con comentario en off donde el humor es tan ácido como caústico y siempre, siempre certero. Dexter no es misógeno u homfóbico sino desprecia al ser humano en general. No los entiende y no desea parte de ellos. Esto de no sentirse humano, que en muchos personajes sería su cruz, es lo que potencia a Dexter y lo que crea una extraña complicidad con él. Cualquiera que ha odiado, que ha despreciado a la raza humana, que no está del todo interesado en pertencer a ella o seguir sus leyes y costumbres, no podrá menos que enganchar con este asesino que intuye que no irá preso porque de alguna manera ya lo está.
En ese sentido, la radicalidad de la serie –creo- no que es que mate, es que no se mate. Es como vamos compartiendo la forma que Dexter Morgan tiene para sobrevivir. En tiempo donde uno duda de todo, donde toda la gente buena se comporta mal, por qué no tener a un asesino como alter-ego. Y eso es la fórmula del éxito de Dex. Morgan no es un personaje tipo James Bond que hace lo que no podemos hacer; ni tampoco es un héroe realista que conecta con nosotros porque se parece y hace y siente más o menos como nosotros. La comunión no va por ahí. Dexter Morgan produce adicción porque hace y vive como quisieramos.
Dexter, de alguna manera, mata por nosotros.
Lo fascinante de la serie es el acceso directo y privilegiado a un alma dañada, que es pura fractura, un ser que no se siente un ser y que no desea serlo, que vive solo y tranquilo en medio de una círculo de gente sola y ansiosa que, a diferencia de él, no tiene la capacidad de matar para poder liberarse. Dexter puede ser es uno más de los chicos abandonados por Dios pero tiene una misión, un hobby, un escape y está bendecido por la falta de ansiedad y la falta de ganas de pertenecer. Tal como en algunas de las grandes películas es su voz en off, sus pensamientos más profundos, los que terminan por sellar un pacto: mientras él es sincero con sus confesiones, nosotros (los espectadores) no lo denunciaremos. Es más: estaremos de su lado. Para siempre.
Soy Dexter y no estoy seguro quién soy. Sólo sé que hay algo oscuro en mí y que lo escondo. Ciertamente no hablo de ello pero está ahí, siempre. Es el pasajero oscuro y cuando me está conduciendo, me siento vivo.
Una de las rarezas por la que se juega Dexter es justamente la rareza, lo anómalo: mientras todos los expertos televisivos tienen la fórmula para llegar a todos, pareciera que los creadores de Dexter sólo quieren seducir a los verdaderos asesinos en series y sus amigos (si es que los tienen). Dexter, la serie, se articula primero en el trabajo: tal como sucede en la vida, la serie nos quiere decir que buena parte de los lazos de la gente se forman, para bien o para mal, en el trabajo (moraleja: ten cuidado donde y con quién trabajas). Dexter, además, es casi el único blanco y americano en un mundo global, multiracial, donde el castellano es acaso el primer idioma de la ciudad, lo que lo transforma aún más en un outsider. Y en una sociedad cegada por el deseo de conectar, Dexter es inteligente, moralista, autista, narcisamente solitario e adolescentemente infranqueable. Es decir, se parece a un segmento no menor de personas que aún no han sido segmentadas. Luego, la serie no basa su relación principal en chico-chica. O quizás sí. La relación chico-chica donde hay más amor y sentimientos de por medio es la hermano-hermana (mientras la relación de pareja se basa es que no tienen nada en común, no se conocen paara nada, lo que realmente los une realmente son los hijos de ella y que el sexo casi no existe, una suerte de chiste-observación mordaz sobre las relaciones de pareja en sí). La dupla Dexter y Deborah (su hermana adoptiva) es algo que yo nunca creo haber visto en pantalla y pocas veces en la vida: no se trata de una relación incestuosa, algo que sería obvio y retorcido, sino son un par, una dupla, y además, colegas. Para Dexter, Deborah es su cómplice, su mejor amigo, su colega y contacto con la realidad. Que además Deborah es un gran personaje en sí no molesta: tan dura como insegura, flaca como un espárrago, con el vocabulario de un estibador, a Deb le gusta el sexo duro, resolver crímenes y es tal su necesidad de afecto y atención que siempre, siempre, termina involucrándose con el tipo equivocado. Tal como todos en la serie, Deborah también está condenada porque el hombre de su vida es, en el fondo, su hermano y, dos, es un asesino; para más remate, es la persona que ella lleva dos años persiguiendo. Pocos lazos se han fundado en tanta verdad y en tanta mentira.
Dexter puede a veces asustar y hacer reír pero Dexter es, ante todo, una trageda. Para qué hablar del lazo padre-hijo. Aquí no hay rebeldía alguna sino, muy por el contrario, respecto absoluto. A través de flashbacks vamos aprendiendo muy pronto que el padre, un policía que adoptó a Dexter, capta que su hijo no es igual a los otros. Las escenas en que el padre le enseña tanto a matar y como comportarse como un ser humano a pesar de no ser exactamente uno (otra moraleja: aquellos que han sido muy dañados de chicos pueden crecer pero nunca serán del todo humanos), son extrañamente emotivas por lo retorcida y, a la vez, generoso del acto del padre. Más que querer cambiarlo, Harry, el padre, prefiere protegerlo para que Dexter pueda sobrevivir y, de paso, transformar su compulsión en hago que haga el bien.
¿Por qué Dexter Morgan no asquea, repele, asusta?
Se ha especulado porque Dexter tiene un código moral estricto, que es el de Harry su padre: no matar a inocencentes. No creo que sea por eso. Es por su humanidad y sus fallas que lo hacen parecerse tanto a gente cercana (y, por cierto, a uno) que Dexter termina no aterrando sino ganando nuestro afecto. Otro factor que ayuda a la serie es que quizás a estas alturas todo aquello ligado a la sangre y los crímenes ya es parte de nuestro disco duro. Estamos en la era de CSI y el término gore ya no necesita traducción. La idea del asesino en serie ya no parece algo imposible, sobre todo cuando, cada tres o cuatro meses, alguien se derrumba, estalla y empieza a matar en una universidad o en un mall. Dexter en ese sentido aprovecha el estado de las cosas y, como toda gran obra de arte que conecta, construye sobre lo ya sembrado: el terreno por el cual pisa lo hemos caminado.
Donde la serie realmente quiebra terreno es en tocar acaso uno de los más grandes temas contemporáneos: la identidad. ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Qué importa? No es azar que I´m Empty Inside se ha vuelto un nuevo You Talking To Me? El pasajero oscuro, el Dexter que le habla a Dexter, le interesan temas que son acaso los temas de esta era de messenger, chat, facebook y blogs: el vacío, la fragilidad, el miedo, la necesidad de conectar en medio tan tanta conexión, todas las formas que existen para protegerse y no conectar. En Dexter, todos son capaces de hacer cosas incorrectas. Todos son, de alguna manera, monstruos.
Dexter quizás mata, pero todo de matan a ellos mismos de a poco. Dexter Morgan es, sin duda, único, singular, inolvidable. Pero quizás esa no es la razón porque Dexter guste tanto. Dexter no se alza como uno de los grandes personajes de la narrativa del nuevo siglo sólo porque es único y distinto y genial sino porque, al final del día, se parece a todos nosotros. Todos, de alguna manera, somos Dexter.
Que Dios lo bendiga y protega.
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