Wednesday, April 09, 2008

Diario de Lectura
Mentirosos


Por Roberto Merino

Todos los mentirosos sistemáticos terminan rayando el terreno de la literatura. Su arte está orientado a la manipulación de las palabras y su fin es sostener frente al interlocutor mundos imaginarios e identidades falsas. Una sola falla en la construcción del relato le significaría al mentiroso un estruendoso desenmascaramiento.

Pícaros y estafadores abundan entre nosotros hilando cuentos brujos ante un público poco advertido. Los vemos cada cierto tiempo en las fotos de los diarios, caminando hacia una fiscalía con la cabeza gacha, esposados y flanqueados por un par de detectives. Siempre caen finalmente. Ni aun el Bello Marcelo, príncipe de falsarios, logró mantenerse resguardado detrás de sus mentiras. Engolosinado por la adrenalina de la mendacidad, construyó demasiadas líneas narrativas en su autobiografía, y éstas en un momento le cerraron el paso. Enamoró mujeres que lo ayudaron en su condición de estudiante extranjero, sin saber que en otras ciudades aparecía como próspero corredor de bolsa.

Éste es un caso de mentira por usufructo monetario, una actividad cuyos mecanismos son lógicos y comprensibles. Los motivos del mentiroso literario, en cambio, nos dejan siempre en un terreno incierto. En ellos se mezclan la vanidad con la fragilidad y la sensación de omnipotencia, y a veces también el fastidio ante una vida chata sin horizonte ni luz.

En Chile la mentira literaria es casi una tradición. Sus epónimos son quizás Augusto D'Halmar y Eduardo Molina Ventura. D'Halmar se inventó un pasado a la medida de un ego desmedido, ya que nunca pudo cerrar con duelo alguno la herida del abandono de su padre, aunque también adulteró el presente con efectos exotistas. Molina Ventura especuló igualmente con entronques nobiliarios y con un París secreto del cual él conocía las claves y los itinerarios.

Algunos de mis amigos se inscriben en esta línea. Cuentan historias difíciles de probar y ante cualquier encrucijada cotidiana fabulan con desenlaces fantasiosos de los acontecimientos. Como generalmente mezclan hechos verdaderos con otros inventados, hay que haber escuchado sus cuentos durante varios años para detectar en qué momento mienten.

Estos amigos son graciosos y sobre todo muy entretenidos, pero copan una cierta cuota de resistencia ante la ficción: yo no quisiera conocer a ningún mentiroso adicional que me signifique un nuevo proceso de adaptación. Pensándolo bien, si no sabemos con certeza qué es la realidad, afantasmar más aún esa categoría con embelecos de la imaginación no revela más que un ocio ilimitado y una notoria tendencia a creer que la vida es una pura chunga.

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