Sunday, April 27, 2008

EL COMELIBROS
Antígonas


Por Álvaro Bisama

Leo sobre un grupo de voluntarios judíos que se dedican en Israel a recoger los fragmentos de los cuerpos de víctimas que han muerto en atentados suicidas. Ellos cogen los miembros dispersos de los fallecidos y componen, lentamente, un cadáver que pueda ser entregado a los deudos y depositado en una sepultura digna, acorde con la ley.

Hay algo conmovedor en aquel trabajo. Pero también perturbador. En un universo cultural que ha consagrado a los forenses como los detectives del momento -gracias a todas aquellas variaciones de C.S.I o al Dexter Morgan de Jeff Lindsay-, podemos percibir algo literario en la labor de la Z.A.K.A (abreviatura de Zihuy Korbanot Ason, que traducido quiere decir: "Identificación de víctimas de desastre").

Hay una novela ahí. Un libro inquietante sobre gestos mínimos que se disparan para sobrevivir el horror; sobre los modos del luto que se deshilachan o se traman desde las señales de la violencia. No en vano, aquella novela posible tendría algo de tragedia y citaría a la Antígona de Sófocles del mismo modo en que lo hacía Silvio Caoizzi en "Fernando ha vuelto", donde una familia enterraba por fin a su detenido desaparecido, luego de confrontar perplejos en las osamentas depositadas en una mesa del Instituto Médico Legal los modos de su ausencia.

Aquel libro -ese relato sobre los fragmentos del cuerpo- no podría ser otra cosa que un libro político porque, en palabras recientes de Martin Amis, ese es el lugar que ocupa, que debe ocupar la novela como género estos días. Dice Amis: "Creo que la novela ha sido siempre política, de alguna manera todas las novelas son políticas (...). Supongo que lo ocurrido el 11-S tiene mucho que ver, desde entonces todo el mundo parece más interesado en política, en terrorismo, estos son los temas que la gente tiene presentes, y los novelistas, de alguna manera, debemos enfrentarnos a esa realidad".

Puede que Amis tenga razón. En estos días confusos habría que radicalizar la escritura de novelas que indaguen en los fragmentos dispersos, pero también en algo más; en la certeza de que es la ficción el lugar perfecto para hacer esa clase de autopsia. Como libro posible, la historia de la Z.A.K.A. no podría ser otra cosa que una colección de relatos interconectados donde el puzzle de la memoria se desparrama en un montón de señales mudas. Su silencio provendría tal vez del hecho de tener los oídos rotos, producto del estallido de las bombas. Esos cuerpos reconstruidos serían los signos de una escritura comunitaria, de una metáfora del país, de las direcciones perdidas desde donde se desplegaría el mapa de la ciudad al modo de un enigma.

Por supuesto, me intriga si aquello puede suponer una tradición literaria que va cambiando, creciendo incesantemente. Hace un par de años se revelaron, en un escándalo, los errores en la identificación de las osamentas de los desaparecidos. El Fernando de Caoizzi era uno de ellos. El documental, finito, se convertía en una pregunta abierta. Una pregunta que encontraría respuesta en los libros escritos sobre Hans Pozo; en Criminal, de Jaime Pinos; en La parte de los crímenes, de Bolaño; en las utopías de la deformidad de Donoso; en la soledad asesina de Violeta Parra; en el empampado de Francisco Mouat.

De este modo, leo sobre la Z.A.K.A. y creo que leo sobre Chile, sobre un país hecho de retazos que esperan una Antígona que venga a unir los pedazos de los cuerpos y escribir, por medio del hilo y de la caligrafía del trauma, algo parecido a la memoria.

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