Sunday, April 13, 2008

John Fante y Agota Kristof Novelas de golpes y porrazos:
Los niños no lloran
Pese a la distancia cultural y de época, ambos autores retratan sociedades hostiles desde la mirada de chicos obligados a crecer para sobrevivir. Es aquella infancia forjada con rudeza, donde se paga el precio por entrar al mundo de los adultos y arrastrar el estigma de los inmigrantes malvenidos.



Patricio Jara Revista de Libros

Más allá de ciertas destrezas como el dominio del lenguaje o el razonamiento matemático, por sobre la adquisición de aquello conocido como buenos modales y del desarrollo de las primeras habilidades sociales, la infancia es aquel terreno donde se cultiva el carácter y se templa el espíritu; aquella zona de tránsito en la que se comienza a ver el mundo con ojos propios y se allana el camino para el día en que los cachorros se alejen, de una vez y para siempre, de la manada con la que han dado sus primeros pasos; para el día en que se enfrenten a las consecuencias de sus propios actos.

La experiencia, a fin de cuentas.

Bajo esta premisa, de poco sirve hoy poner nuevamente en el caldero el concepto con que suele asociarse a la novela de aprendizaje, aunque sí es necesario establecer, valga la redundancia, que hay aprendizajes y aprendizajes: aquellos que funcionan como edificantes lecciones de vida y los que siguen la tradición de las cosas que sólo se enseñan a palos. En ambos casos, muchas veces se trata de relatos protagonizados por niños donde la llamada etapa del pensamiento mágico cede su lugar al instinto de supervivencia. Son historias que hablan de crecer a la fuerza, sin polleras donde refugiarse ni guardianes en el centeno.

Mucho de esto hay en las aventuras (porque eso finalmente son) de Claus y Lucas T., los hermanos que protagonizan la trilogía que la húngara Agota Kristof (1935) iniciara a mediados de los 80 con El gran cuaderno, novela que representa un hito dentro de aquellas historias protagonizadas por niños que han crecido a costalazos, de los metafóricos y los de verdad.

"En este libro los que hablan son los niños y más o menos de la manera en que lo haría un niño al momento de comenzar a escribir. Quizás por eso se da en varias escuelas", ha declarado la autora a propósito de una obra que no se tradujo al húngaro sino hasta el fin de la Unión Soviética y que por su crudeza previamente tuvo dificultades para hallar a un editor que se atreviera a sacarla a la calle en Francia, donde apareció originalmente.

Pero así como Kristof habla de chicos que se crían en medio de una guerra al Este de Europa (una guerra que puede ser todas las guerras), a varios kilómetros de allí, en Colorado, en el Oeste de Estados Unidos, el novelista John Fante aporta una mirada similar, aunque esta vez centrada en la debacle luego de la Gran Depresión y hace foco en los hijos de aquellos padres envilecidos por la falta de trabajo y por el hambre que les mordisquea los talones. Es otro el escenario y otra la idiosincrasia, pero carga un nivel de violencia de proyecciones similares a las de un campo de batalla.

Hermanos Macana

Reeditado bajo el título Claus y Lucas (El Aleph), el volumen de Agota Kristof se compone de tres novelas publicadas entre 1986 y 1991: El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira, las que en conjunto retratan la infancia, juventud y adultez de dos gemelos puestos en custodia de su abuela durante la guerra y luego separados por la frontera; un contexto que, más que un hecho histórico constatable (la Segunda Guerra Mundial), parece un destilado de todo lo que depara cuando se rompe el cascarón: la presencia de la muerte, del dolor, del miedo y, sobre todo, de la violencia física para la que los hermanos deben prepararse como si fuera una maratón.

"No ha dolido. Al cabo de cierto tiempo, efectivamente, ya no sentimos nada. Es otro quien siente dolor, otro el que se quema, el que se corta, el que sufre", apuntan los hermanos, y luego se alistan para resistir la agresión sicológica: "Cuando oímos esas palabras se nos pone la cara roja, nos zumban los oídos, nos escuecen los ojos y nos tiemblan las rodillas. No queremos ponernos rojos, ni temblar. Queremos acostumbrarnos a los insultos y a las palabras que hieren. Nos instalamos en la mesa de la cocina, uno frente al otro, y mirándonos a los ojos, nos decimos palabras cada vez más y más atroces".

Aquello se hace aún más evidente al tratarse de dos chicos educados para hacer siempre lo correcto; chicos cultos y respetuosos; mateos, si se quiere, pero que dentro de un pueblo consumido por los bombardeos, con sus habitantes humillados por la inminencia y lo inevitable del desastre, resultan tan extraños que lindan en lo monstruoso. Su sentido del deber los hace parte de situaciones grotescas que terminan confirmando aquello de que cualquier chico que hable y se comporte como adulto, tarde o temprano será un hombre peligroso.

"Agota Kristof acaba de un plumazo con la idea convencional de la infancia inocente", precisa Chantal Maillard, crítica de El País. "El niño es sin duda inocente, pero ¿en qué consiste, en realidad, esa inocencia? Suele confundirse el término con uno de los dos polos de la moralidad: entre el bien y el mal, la inocencia se entiende como carencia de maldad; la inocencia es pureza y la pureza es el bien. Pero no es así; la inocencia es ese estado que se sitúa más allá del bien y del mal porque es anterior a toda moral".

Maldito Macarroni

Lejos de los tiroteos, pero inmerso en un panorama tanto o más desolador, el norteamericano John Fante (1909-1983) rescata de su Colorado natal la vida de los hijos de aquellos obreros vapuleados por la crisis económica de 1929. Son los retoños de hombres que además cargan el estigma del inmigrante malvenido y pasan de la infancia a la adolescencia dándose portazos con la miseria y la derrota de sus familias vencidas por un país que no termina de aceptarlas.

"No creo que lo que escribí hace tanto tiempo me reporte la paz de estas fantasías, pero tampoco tengo ánimo suficiente para mirar atrás, para abrir esta novela primeriza y leerla otra vez. Tengo miedo, no soporto que mi propia obra me desnude", anota el autor a propósito de Espera a la primavera, Bandini, su primera novela, publicada en 1938.

Tal como Agota Kristof, Fante acompaña a los personajes mediante sagas. En su caso, se trata de dos familias, los Bandini (Pregúntale al polvo) y los Molise (La cofradía de la uva), que se mueven por caminos paralelos entre los pueblos de Colorado y las añoranzas de la Italia natal, mientras sus hijos no tienen más alternativa que esperar el milagro de la bonanza, pues la oportunidad de hacer riqueza es todo lo que les mueve en la vida.

Mucho de esto se encuentra en "La orgía", uno de los dos relatos póstumos de Al oeste de Roma, el cual narra la historia de un hijo de albañil y minero ocasional que conoce el mundo real a través de la mirada de Frank Gagliano, el socio de su padre, un ateo, "un malvado discípulo del diablo", quien pese a todas las desconfianzas que genera en su familia, es el primero que lo tratará como a un hombre: el día en que el niño, que ayuda en las faenas de su padre, exija un aumento de sueldo, Gagliano pedirá la palabra para decirle unas cuantas verdades, probablemente como nunca nadie lo hizo antes.

"-¿Puedo decir algo?

"-Adelante -dijo mi padre, algo sorprendido.

Frank me miró con cara de pocos amigos.

"-Escucha, golfo. No es asunto mío, pero ¿quién coño te compra los zapatos? ¿Quién te alimenta y paga las facturas del médico y los cortes de pelo y pone un techo sobre tu cabeza?

"-Él.

"-¿Y ahora quieres meterle la mano en el bolsillo y robarle como un ratero de tres al cuatro?

"¿Meter la mano en su bolsillo? ¿Robarle? ¿Yo, un ratero del tres al cuatro? Ni siquiera era capaz de imaginar cosas tan espantosas".

Tu abuela

Pero hay otro rasgo que conecta la obra de ambos autores. Los dos hablan de niños que saben realmente qué tipo de personas son sus padres gracias a la figura de la abuela, el arquetipo de la matriarca que, para el caso, es una anciana decadente y malhablada, pero que inequívocamente representa todo aquello de lo cual escaparon.

Si en El gran cuaderno el personaje se describe como alguien que "no se lava jamás. Se seca la boca con la punta de su pañoleta cuando ha comido o bebido. No lleva bragas. Cuando tiene que orinar, se queda quieta donde está, separa las piernas y se mea en el suelo, por debajo de la falda", en Espera a la primavera, Bandini, se dice que "Donna Toscana era una mujer voluminosa que vestía siempre de negro desde la muerte de su marido. Llevaba enaguas debajo de la seda negra exterior, cuatro enaguas, todas de colores chillones. Sus tobillos hinchados semejaban otros tantos cuellos afectados por el bocio. Sus zapatos diminutos parecían a punto de reventar bajo el peso de sus ciento veinte kilos".

En ambos autores, hay que creerles, se trata de imágenes y sagas familiares que no surgieron de un plan de escritura deliberado, sino de todo cuanto los autores no pudieron sacarse de encima: Kristof sabe lo que es atravesar clandestinamente una frontera huyendo de un régimen totalitario y Fante lo que es ser hijo de inmigrantes en un país donde las oportunidades no se ofrecen para todos; son obras producto de una inevitable reincidencia temática, aquella que se acumula en la memoria como sólo ocurre con el sedimento en lo profundo de un estanque.

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