Monday, April 07, 2008

Paul Theroux
Maestro de los viajes



Ha publicado innumerables artículos y decenas de libros de crónica y de ficción inspirados en sus travesías. Este año llega a Chile su más reciente obra, The Elephanta Suite, en que desnuda el alma de la India convertido, como siempre, en un viajero invisible.


Por Sergio Paz

Ahí está Paul Theroux; en su finca apícola en Oahu, Hawai, el lugar que eligió para retirarse cual Sherlock Holmes, el célebre detective que pasó sus últimos días recolectando miel y más miel.

A los 65 años, el autor de Costa Mosquito –su novela más célebre, protagonizada en el cine por Harrison Ford– amén de una decenas de libros de viaje que lo convirtieron en una autoridad en el tema, ahora cría abejas e impulsa Oceania Ranch Pure Hawaiian Honey; un emprendimiento paradojal, considerando que el escritor siempre se ufanó de no haber vivido "más de un año en el mismo lugar".

Claro que, en rigor, eso no ha cambiado: Theroux vive la mitad del año en Hawai. Y, cada verano, parte a su casa en Cape Cod, Massachusetts, muy cerca del lugar donde se crió yendo a los scouts de un colegio católico. Probablemente fue ése el origen de su pulsión viajera; la misma que le reportó gonorrea, disentería, dengue, malaria y parásitos intestinales, pero además le permitió escribir monumentales obras como El caballo de hierro; el resumen de sus andanzas en tren por Siberia, Mongolia y China, quizás su libro de viajes más emblemático.

Ahí está Theroux: un domingo como hoy limpia panales y, de tanto en tanto, se conecta a la web para contestar mails que le envían fans de todo el mundo. Incluyendo, tiempo atrás, el de Michel Shapiro, un cronista de viajes que ha seguido su huella y que, tras el intercambio de correspondencia, escribió el perfil más iluminador que existe hoy de Theroux; un misterioso viajero del cual no pocos biógrafos han dicho que es imposible saber quién es en verdad. "Nunca –le dijo entonces Theroux a Shapiro– he escrito un grandioso best seller ni he escrito la gran novela americana. Sí el reflejo de donde he estado y lo que vi".

Y eso no es poco. Es más, es la identidad de Theroux; un confuso alter ego de ficción forjado en un fantasmagórico tránsito por andenes, aeropuertos y carreteras. Los que admiran su obra lo saben muy bien: Theroux siempre viaja solo, jamás toma fotos ni registra entrevistas con grabadora. Theroux sólo redacta notas que, cada cincuenta páginas, fotocopia y mete a un sobre que dice "Penélope". Penélope es como él llama a su segunda mujer. "Un buen viajero –dice él– no tiene poder, no tiene influencia ni identidad. Es por eso que un viajero necesita optimismo y un corazón fuerte. Sin seguridad en sí mismo todo viajero es una miseria".

Ahí esta Theroux: tras egresar de la Universidad de Massachusetts parte a Urbino, Italia y un año después a Malawi, África, como miembro de los Cuerpos de Paz. Poco duró: acusado de participar en un golpe de Estado contra el dictador, es expulsado. Consigue trabajo en la Universidad de Kampala, Kenia, tiempo en que no sólo cosecha una profunda amistad con V. S. Naipaul, luego premio Nobel de literatura, sino que además aprovecha de viajar y escribir sabrosos relatos para Esquire y Playboy. Eso sin abandonar su ideario político, sensible a los agobios de África, tras lo cual el auto en el que viajaba con su esposa, recién embarazada, es víctima de un atentado. Theroux sobrevive pero huye de África decidido a trasformarse en escritor–nómada profesional. Décadas tardaría en volver: eso para hacer Dark Star Safari, el agobiante relato de un viaje –cargado de horror y humor– que parte en El Cairo y termina en Cape Town, siempre en búsqueda de un África que el escritor terminaría catalogando no de lugar sino de trasero.

Theroux, deben saberlo quien aún no lo han leído, no es nice. A Naipaul lo retrató como un egótico en un libro y ya no se hablan. En sus viajes Theroux evita museos, iglesias, tumbas y monumentos. Si se da cuenta de que poca gente va a un lugar, le parece una gran razón para ir. De los sitios que visita dice lo que piensa. Si va al Pacífico puede decir, por ejemplo, que los samoanos son adorablemente hospitalarios mientras hayas pagado la cuenta. Incluso recomienda: ¿Quieres convertirte en escritor de viajes? Pues ándate de casa. Solo. Ya. La universidad no importa. Sí leer. Sé independiente.

Eso fue, al menos, lo que hizo Theroux quien, desde 1967, no ha parado de publicar libros año tras año. Primero fue Waldo; una novela nada especial. Luego una y otra hasta que, aprovechando su estadía en Singapur, publicó Saint Jack; el vívido relato de la vida de los ingleses en Indonesia que, años después, se convertiría en una película protagonizada por Ben Gazzara y dirigida por Peter Bogdanovich. Luego el escritor se lanza a viajar como enfermo. Publicando, entre destino y destino, monumentales relatos de viaje que no son otra cosa que una personalísima historia de la geografía humana mundial.

"¿Qué leo? Algunas guías como Lonely Planet, novelas ambientadas en los lugares que voy a visitar, pero especialmente leo mapas".

Una fría mañana de 1978, Theroux viaja en tren desde Boston a Argentina. En el camino se queja de los hinchas del fútbol de El Salvador y, ya en Buenos Aires, del encuentro con un aburrido Jorge Luis Borges. Puede, claro, que Theroux haya estado terriblemente cansado. Para llegar, en plena era Carter, ha debido cruzar toda América abordo de trenes que ya ni siquiera existen, entre ellos el Lone Star, el viejo Amtrax que iba desde Chicago a Houston; o el Águila Azteca que conectaba Ciudad de México con Monterrey; más, claro, la destartalada Estrella del Norte que unía Tucumán con Buenos Aires; sin olvidar el subte argentino. Toda una obsesión los trenes en la vida de Paul Theroux. De ellos ha dicho: "Ir por tierra es la única manera seria de viajar. Y por tren es la manera más fácil de hacerlo". Theroux es un hombre marcado. Él mismo dice que el viaje que más lo impactó fue el primero: de Boston a Hartford en un tren suburbano, cuando aún era un chiquillo.

Quizás fue ahí donde comenzó a planear El gran bazar del ferrocarril, el libro que, dos años antes del viaje a Argentina, escribió tras montar míticos trenes como el Theran y el Mandalay Express: en total cuatro meses uniendo Europa, Medio Oriente, India y el Sudeste asiático.

Se cuentan por decenas los libros de viajes de Paul Theroux. Para hacerlos da la vuelta a Inglaterra, a pie, por la costa. Luego navega por los mares de China. Más tarde viaja en tren desde Peshwar a Chittagong, siguiendo la Ruta Imperial; y, aún no exhausto, el mismo año decide volver a la Patagonia para despejar una discusión que tiene con Bruce Chatwin respecto a la influencia de la mítica región en la historia de la literatura. Theroux no quiere, no puede parar. Una y otra vez llega a la estación Victoria de Londres y desde ahí inicia aventuras a remotos lugares. Siempre con un plan literario muy claro. En una ocasión, buscando las famosas columnas de Hércules, la última frontera del Mediterráneo, inicia un viaje desde Gibraltar a El Cairo.

"¿Viajar? Siempre sueño con eso. Aún hay lugares que no conozco y a los que siempre he querido ir", le dijo Paul Theroux a Saphiro, poco antes de publicar su más reciente libro: The Elephanta Suite, una cruda visión de la India moderna.

Ahí está Paul Theroux: a los 67 años, recién cumplidos, todavía ganoso de seguir patiperreando. Sólo una cosa ha cambiado. Ahora le gusta pasar más tiempo en el mismo lugar; en la finca que, entre otras cosas, le fascina porque jamás ve a sus vecinos. Sí le encanta Hawai: de hecho, de tanto en tanto, toma su auto y recorre la Kamehameha Highway hasta llegar a la bahía Waimea; su lugar favorito. Al regreso, para a veces en la peluquería de Kenny. Luego vuelve donde sus abejas. Las observa. Escribe. Lo mismo que ha hecho siempre.

"El viaje perfecto –dice Paul Theroux– aparte de los lugares casi inaccesibles, no está más lejos de donde encuentras la soledad".

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