Saturday, April 12, 2008

Energía

Por Francisco Mouat franciscomouat@gmail.com

Cuando veo cerca mío a cabros chicos correr de un lugar a otro, con prisa y sin pausa, y después jugarse tres pichangas al hilo, y al rato encerrarse en un computador hasta que les sale humo de la cabeza, no puedo creer la energía que estos bichos llevan dentro y son capaces de gastarse en un solo día. La energía la recuperan rápido, porque a la mañana siguiente, bien temprano, están listos para una nueva jornada, mientras uno a duras penas batalla con la carga normal del día a día, y precisa de pausas sistemáticas para recobrar el entusiasmo o al menos una cuota de vitalidad que te permita pararte en este mundo con cierto decoro.

Esta misma comprobación me lleva a pensar que, conforme pasa el tiempo, uno debe ser cada vez más selectivo con las energías de que aún dispone. Casi en una operación matemática, me animo a sacar cuentas de lo que me gusta hacer y lo que no. Y concluyo que debo tratar de hacer el máximo de cosas que sí me agradan, y reducir al mínimo las que me aburren o derechamente no quiero hacer. Una ecuación que al menos sirve para enfocarte, pero que debe confrontarse día a día con los benditos billetes que necesitamos para parar la olla.

A veces, tal vez en la mayoría de los casos, nada resulta como estaba previsto -por eso existen las Leyes de Murphy y todas esas tonterías que encierran sabiduría cotidiana- y nos pasamos un buen tiempo tapando hoyos, haciendo diligencias y trámites absurdos, sin el momento necesario para, por ejemplo, pensar. Simplemente pensar, o escuchar los latidos de la cuchara, o sentirle el gusto al agua que tomamos, o reparar en el brillo de los ojos de los que nos rodean, o leer en paz. Algo que sea distinto a funcionar, ese estado degenerativo que acaba atrofiándote el cuerpo y el espíritu si no reaccionas a tiempo.

Leer en paz ?con un lápiz y una libreta de notas junto a nosotros, para capturar alguna frase si es preciso? es una de las cosas que más necesito hacer para sentir que no malgasto mis energías. Ayer leí una entrevista al escritor italiano Umberto Eco. Una voz que me interesa y que una vez más no defraudó. Título de la entrevista: "El que se sienta totalmente feliz es un cretino". Gran frase. Jubilado a los 76 años, sigue dando clases, vive rodeado de libros nuevos y antiguos, se corta el pelo y recorta la barba donde Antonio, su peluquero, y no cree en la felicidad: "Creo solamente en la inquietud; o sea, nunca estoy feliz del todo, siempre necesito hacer otra cosa". Eco admite que en la vida hay felicidades que duran diez segundos, o media hora, como cuando nació su primer hijo, pero que suelen ser momentos breves, brevísimos: "Alguien que es feliz toda la vida es un cretino. Por eso prefiero, antes que ser feliz, ser inquieto. La verdadera felicidad es la inquietud. Ir de caza, no matar al pájaro".

Cuando chico, el mejor momento de ir a ver un partido de fútbol era la ceremonia previa: saber que uno iría al estadio, imaginarse la escena, subir unas escaleras y encontrarse con un paño verde inmenso de pasto en donde en un rato veintidós tipos de uniformes coloridos correrían detrás de la pelota, y donde, tal vez, te reservaban la gloria de gritar uno, dos o más goles de tu equipo. ¿Y cuál era el peor momento? Cuando faltaban cinco minutos para que terminara el partido y tu papá te decía que debían irse, cuando el resultado aún era incierto y podía más la obsesión por salir rápido, sin ninguna consideración por la escena dramática que se estaba consumando en ese escenario. Qué frustración más grande. Qué energía reprimida más feroz.

Me gustaría, como Eco, conservar energía suficiente para no echarme a morir aunque ya quede poco tiempo. Tener muchos libros encima aún por leer, alguna idea por escribir, y sendas conversaciones con hijos, amigos, mujeres del planeta. Repito con él: "La verdadera felicidad es la inquietud. Ir de caza, no matar al pájaro".

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