Saturday, December 01, 2007

La lengua de las mariposas

Por Francisco Mouat

Puedo pasarme semanas enteras sin leer un diario, y no me impaciento. Es el modo que escojo para librarme de esa vorágine de noticias y sucesos que día a día pueblan tu mente de nuevos fantasmas con los cuales no sabes mucho qué hacer: si dejarles un espacio en algún rincón de la memoria o expulsarlos de tu cabeza sin miramientos. Otras veces leo durante días consecutivos mecánicamente, aquí y allá, uno y otro diario sin que te quede nada o casi nada: apenas el rumor de un episodio que no alcanza a convertirse en el tiempo ni en el flash de tu última pesadilla. Pero también sucede que hay mañanas en que te acercas al diario con otra disposición: sin ansiedad, sin apuro, deteniéndote en alguna esquina y haciendo relaciones que hasta hace sólo un momento ni sospechabas que iban a formar parte de tu día.

Leo que se ha muerto a los 86 años, parece que de un cáncer, Fernando Fernán Gómez, aquel viejo actor español, feo como un sapo, protagonista de La lengua de las mariposas y El abuelo, dos películas entrañables que quisiera ver nuevamente ahora mismo. Me entero que Fernán Gómez dirigió también sus propias películas, y que publicó novelas y sus memorias, y que se despachaba cada tanto unas columnas en diarios y revistas que, a juzgar por las citas que trae hoy el periódico, me habría encantado seguir en el tiempo.

La frase que más me gustó de las que reproducen hoy fue una que escribió en El País Semanal: "He leído algunos libros, he interpretado unas cuantas películas y obras teatrales, he escrito unos pocos renglones. Y, al cabo del tiempo, hombre amante de las tertulias, del diálogo, de la conversación, he llegado a la consecuencia, como muchos otros, como el pintor, de que mejor estoy callado".

El papel que representa Fernando Fernán Gómez en La lengua de las mariposas es el de un profesor rural, don Gregorio, que enseña en una pequeña aldea gallega antes de que estalle la Guerra Civil Española, en 1936. El maestro establece una complicidad especial con uno de sus alumnos, un muchacho al que llama Gorrión y con quien sale en fines de semana a cazar mariposas de distintas especies. Don Gregorio les hace leer en voz alta a los niños poemas de Antonio Machado en la sala de clases y les habla de enseñarles a ser hombres libres. La tragedia se desencadena cuando estalla la guerra civil, y entre los detenidos se recorta la figura del profesor, humillado ahora por los propios habitantes del pueblo que quieren zafar de la garra franquista y lo acusan a viva voz con nuevas palabras prohibidas en la España de entonces: "Rojo, traidor, ateo". Entre los acusadores se encuentran en primera fila los padres de Gorrión, con quienes don Gregorio había construido algo parecido a una amistad.

Es notable verificar cómo el miedo a la represión en un momento histórico, que a la mayoría casi siempre parece tomar medio de sorpresa, puede llevarte a la indignidad más absoluta y flagrante. En todos los sitios donde hubo levantamientos militares o persecuciones políticas o raciales, hay un primer gesto –esperemos que de verdad guiado por el miedo–, un gesto primitivo que puede convertirte sin que te des mucha cuenta en un sujeto miserable, más pequeño que nunca. En un delator, por ejemplo. Ese miedo a la represión, que es también miedo a la pobreza, a la cesantía, al destierro, a la muerte, te deja más solo que nunca y vacío de contenido, y finalmente te hace cómplice. ¿Tendrá todo esto algo que ver con la idea enunciada por el propio actor Fernando Fernán Gómez, que después de amar tanto la conversación prefiere estar callado?

Blog Archive