Saturday, March 29, 2008

Mirageman

Ascanio Cavallo

Esta película llega a las salas rodeada de una simpatía crítica de la que no gozó Kiltro, la aventura debutante de la dupla integrada por el director Ernesto Díaz y el especialista en artes marciales Marko Zaror. Por lo que recuerdo, Kiltro fue presentada como una excentricidad dudosa; Mirageman viene en la cresta de una ola de admiración.

De lo que no hay duda es de que la propuesta de ambas películas no sólo es legítima, sino congruente con un cine que, como el chileno, aspira al desarrollo pero se mueve en un ambiente cultural subdesarrollado. Igual que Kiltro, Mirageman parte de una mirada crítica hacia la sociedad en que se mueve, una sociedad con problemas odiosos y difíciles de superar, donde un héroe justiciero no es posible sino como una suma de sus limitaciones.

En todo esto, Mirageman se parece a Kiltro, aunque la voluntad irónica se multiplica. Maco Gutiérrez (Marko Zaror) es un sujeto solitario y parco, que trabaja como guardia en el Passapoga, y que carga con la cruz de un hermano traumatizado, Tito (Ariel Mateluna), que fue violado durante un asalto al hogar de los Gutiérrez. Tras salvar a la infumable periodista Carol Valdivieso (María Elena Swett), Maco descubre que la curación de su hermano depende de que él se convierta en un justiciero imbatible. Entonces nace Mirageman: de los sueños de un niño para combatir a sus monstruos.

Sobre esa idea magnífica (que, sin embargo, la película reduce inexplicablemente a una caricatura hospitalaria) se construye este héroe imposible, del que se burlan el público, la televisión y la prensa, y que ni siquiera cree mucho en sí mismo: un Batman tercermundista, que no da con el disfraz apropiado, que se enreda en la basura, que viaja en micro y que tiene la capacidad expresiva de un mineral.

Todo esto comporta un aire crítico muy ajustado a la estética popular que está implicada en la elección del género. Sin embargo, en contradicción con ese origen humilde, casi marginal, Mirageman elige los terrores de la clase media (el delito, la violación, ¡la pedofilia!), se entrega al coqueteo con los medios masivos (incluyendo un titular de diario con falta de ortografía) y concluye con un acto de heroísmo, cuya violencia y seriedad contrarían todo el ánimo paródico. En su tributo a la corrección pequeño burguesa, Mirageman termina siendo una parodia de la parodia, y una sombra de la verdadera crítica, que, en cambio, es fugazmente encarnada por el mejor personaje, el Pseudo-Robin (Iván Jara), auténtico redentor de los pobres.

Kiltro abrió una opción estética inesperada en el cine chileno de los 2000. Mirageman debió ser un paso adelante en esa dirección, un poco solitaria, un poco difícil, pero siempre admirable. Temo que eso no ha ocurrido y que, si no es derechamente un retroceso, Mirageman está más cerca del estancamiento que del salto hacia nuevas perspectivas fílmicas.

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