Saturday, March 15, 2008

Amigo mío

Por Francisco Mouat

A veces un supermercado es el sitio escogido por el destino para abrazar, como lo harás pocas veces en la vida, a uno de tus mejores amigos. Sucedió ayer en la tarde. Apenas entré al supermercado, divisé a lo lejos, sentado en un café, a uno de mis grandes amigos acompañado de su mujer. Les hice señas mientras avanzaba hacia ellos. Qué están haciendo aquí, pensé. ¿Qué hacen a esta hora comiéndose un sándwich tan lejos de sus trabajos?

Pero a medida que me fui acercando a la mesa empecé a advertir que algo no andaba bien. Ambos estaban cabizbajos. Cuando ya derechamente estuve a tres o cuatro pasos de ellos, mi buen amigo me vio, se levantó, lo abracé, vi sus ojos enrojecidos, pensé fugazmente que estaban discutiendo, y él me dijo en voz baja, casi al oído: "Mi papá se murió".

Nos abrazamos fuerte. Contuve su llanto durante cerca de un minuto, hasta que recuperó parte del aliento y volvió a sentarse. Recordé de inmediato la última vez que vi a su padre, pasado de copas, alegre y dicharachero el día del matrimonio de su hijo, mi amigo, hace no tantos meses.

¿Qué había pasado? Un infarto, durante el sueño. Fue encontrado muerto en su cama cerca de las siete y media de la mañana, a la hora del desayuno. Lo último que le vieron hacer, la noche anterior, había sido levantarse un momento a tomar agua.

Pocos lugares como este supermercado hay más ajenos a nuestra amistad, acostumbrada a la charla distendida en boliches santiaguinos de otro carácter: una parrilla uruguaya, una trattoria en Vicuña Mackenna, el tranquilo comedor de un hotel con vista al cerro Santa Lucía. Y sin embargo fue aquí, en este café impersonal y cosmético, donde nos abrazamos y donde compartimos la noticia de la muerte de su padre. Él mismo dijo: "¿A quién se le puede ocurrir venir a comer a un sitio como éste, entre personas que mueven sus carros llenos de mercadería y una música ambiental interrumpida por extraños mensajes cifrados? Tal vez a los demás les suceda lo mismo que a nosotros, y pasen aquí el rato amargo de una muerte feroz".

Encendí el teléfono celular frente a él –llevaba apagado varias horas– y me encontré con seis mensajes. Todos querían avisarme esta muerte, y la iglesia cercana al supermercado donde lo estaban velando.

La noche anterior, me cuenta mi amigo que no durmió pensando en cabos sueltos de su nuevo trabajo mientras, sin que él supiera y sin aviso, su papá dejaba de respirar. En su nuevo insomnio lo acompañarán ahora las imágenes más nítidas de su padre, y también las más recientes, como el almuerzo del último domingo, en que estuvieron juntos hasta cerca de las seis de la tarde y hablaron del futuro con toda la naturalidad del mundo.

Amigo mío: cómo darte aliento. Busco palabras, párrafos, versos. Hay un poema de Raymond Carver que se llama "Fotografía de mi padre en su vigésimo segundo aniversario". Dice hacia el final: "Toda su vida mi padre quiso ser un tipo seguro. / Pero los ojos le delatan, y las manos/ al mostrar blandamente las percas/ y la botella de cerveza. Padre, te quiero/ pero ¿cómo puedo darte las gracias, yo, que tampoco sé tolerar el alcohol, y que ni siquiera conozco los sitios donde se pesca?".

Mi amigo y su padre compartían jornadas en el Hipódromo Chile o largos almuerzos de fin de semana, con charla y bajativo. Él tenía sólo 67 años, y se controlaba médicamente con rigor. Le encantaba andar en bicicleta, hacer muchos kilómetros, sortear desafíos físicos. ¿Qué quedará de él en el espíritu de mi amigo? Episodios de la infancia, imágenes fugaces, muchas imágenes, palabras sueltas, un tono de voz, fotografías vueltas a ver, y la sensación inequívoca de sentirte más huérfano que nunca, sin la costumbre todavía de experimentarlo más como un recuerdo que como una de las grandes experiencias de tu vida.

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