Saturday, October 27, 2007

Sumergidos en su propio yo

Por Felipe Berríos, S.J.

Hace algunas semanas se dio a conocer una noticia que me impactó profundamente. Decía que cerca del puerto de Talcahuano, mientras transcurría un tranquilo domingo, una adolescente que tomaba fotos con su familia resbaló y cayó por un acantilado al mar, desapareciendo entre los roqueríos donde rompen las olas. La frenética búsqueda para rescatarla con vida comenzó de inmediato. Pasadas las primeras horas y transcurrido el primer día, sólo se halló su chaqueta; lentamente, la búsqueda en las frías aguas, entre las rocas y en la costa, fue convirtiéndose en un minucioso rastreo para hallar su cadáver. A dos días del accidente, cuando su familia había levantado una capilla ardiente en su casa, lloraba su pérdida y se consolaba con una profunda fe, manteniendo sólo la esperanza de que el mar se apiadara de ellos y les devolviera el cuerpo de la joven, fueron sorprendidos con la increíble noticia de que la niña había sido hallada en una caverna submarina sana y salva. Los pormenores de la sobrevivencia eran tan impresionantes como la hazaña misma. A la niña no sólo no le pasó nada al caer al mar por el acantilado, sino que mientras trataba de nadar a la orilla fue arrastrada ochenta metros por una corriente marina que la llevó al fondo de una estrecha caverna submarina. Contó que el agua le llegaba a la cintura, pero cuando ingresaba le cubría por completo, y que la única alternativa que tenía era mantener la respiración. Sentía mucha sed, pero nunca intentó tomar agua de mar.

Por mucho que nos esforcemos, cuesta imaginarse lo que esa chiquilla vivió durante dos días dentro de la cueva submarina; la incertidumbre, el frío, la sed, el hambre. El constante rugido del mar, la oscuridad, la marea insistiendo en cubrirla y minutos eternos de una espera que no tiene límite.

Es natural preguntarse ¿cómo pudo esta muchacha sobrevivir?, ¿de dónde sacó tanta fuerza para resistir, tanto deseo de vivir? Parte de la respuesta está en que ella no vive sola, la rodea una sociedad organizada que alertada por su familia se movilizó entera. Y detrás del buzo que la rescató estaban otros buzos y las patrulleras de la Armada, como también las autoridades locales, los carabineros, bomberos, los pescadores y todo el aparataje propio de la institucionalidad. Lo otro que la salvó fue su fe. Como ella misma no se cansaba de repetir: que sólo su fe en Dios la ayudó a sobrevivir. En la oscuridad de la caverna y en la adversidad total su fe le dio el valor y la resistencia necesaria para esperar lo imposible que se hizo realidad.

Al conocer esta historia no puedo dejar de hacer un paralelo con tantos jóvenes que se van lentamente deslizando por el acantilado del individualismo hasta que quedan sumergidos en su propio yo, como una verdadera caverna submarina. Allí los cubren los miedos, respiran su propio aire, quedan solos con el frío de su individualismo que les cala el corazón. Ya no tienen una luz que les indique la salida. Lo único que les ayuda ilusoriamente a ser más llevadera su tediosa vida es el aturdidor carrete o el consumo desenfrenado. Tantos jóvenes que los tenemos sumergidos en sí mismos, con problemas imaginarios como las sombras al interior de una caverna. Están enfermos de ellos mismos.

Qué ganas de rescatarlos. Tomar esta historia como una moraleja y hacerles entender que ellos, al igual que la niña de la noticia, no pueden vivir solos, necesitan de la sociedad; es decir, de los otros. Como también necesitan de la fe, de las ganas de vivir, para ver más allá de las sombras, para enfrentar la adversidad y mantener la ilusión tan necesaria para existir. Sin fe y sin vínculos con otros, vivirán sin vivir, serán arrastrados al fondo de una virtual caverna, sobrevivirán pero atrapados en ella y lentamente el individualismo les irá arrebatando las ganas de vivir.

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