Saturday, October 27, 2007

Filebo

Por Francisco Mouat

Un amigo, editor de la página cultural de Las Últimas Noticias, me escribe el miércoles temprano en la mañana: "Acaba de morirse Filebo, mira qué pena. Se murió bien: de repente, leyendo un libro". Al otro día leo la noticia desplegada en la misma página donde publicaba sus columnas. Luis Sánchez Latorre, Filebo, tuvo una muerte soñada y literaria: leía en cama, de madrugada, con la lámpara de lectura encendida, el libro De los días perdidos, de su amigo Homero Bascuñán, cuando un paro cardiorrespiratorio acabó con su vida sin dolor ni agonía.

Según la crónica del diario, antes de irse a la cama a leer y a dormir Filebo había estado con su amigo periodista Enrique Ramírez Capello, a quien le comentó durante la velada su preocupación por la salud de Julio Martínez, viejo partner también de Las Últimas Noticias: "Encuentro que está muy gordo", le dijo.

Hace apenas dos semanas, viajé en taxi al centro con un chofer que sabe que soy periodista, y que luego de pasar revista a cuanto viejo crack del periodismo chileno se detuvo en "ese hombre bajo, de bigote, ¿cómo se llama?, uno que escribía en Las Últimas Noticias, uno que yo creo que está muerto porque era bastante viejo". Imaginé que hablaba de Sánchez Latorre y se lo nombré, pero le aclaré que estaba vivo, era Premio Nacional, tenía cerca de ochenta años y uno podía leer todos los sábados su columna "Pasando y pasando". "Sí", dijo, "de él le estoy hablando, vivía cerca suyo; no sé si seguirá donde mismo, ahí por Martín Alonso Pinzón, pero lo llevé muchas veces al diario".

Viejo zorro y previsor, Sánchez Latorre dejó cuatro columnas escritas que lo sobrevivirán en las próximas semanas, y que al leerlas sabremos que fueron sus últimas columnas pergeñadas en vida. Las escribía a mano y luego su hija María Eliana las transcribía y las enviaba por mail. Hasta no mucho tiempo atrás, escribía sus columnas a máquina y las despachaba por correo certificado: "No se equivocaba nunca, era un periodista de la vieja escuela de la Underwood y el golpe seguro, fuerte sobre la tecla".

De las últimas columnas que escribió en vida, hay una que me quedó grabada: Filebo se quejaba amarga y lúcidamente del escaso espacio e interés que despiertan el arte y la cultura en los medios de comunicación de hoy. Busco su crónica y cito su último párrafo, lleno de orgullo por el oficio al que dedicó su vida: "El escritor, en estos años penosos, ha seguido siendo símbolo de la palabra. No ha mentido. No se ha dejado engañar por la exigencia colectiva, porque no ha perdido jamás su virtud crítica. De ahí el arrinconamiento a que lo somete el imperativo categórico de las masas".

Extrañaré sus crónicas. Esas referencias que hacía a menudo a escritores chilenos de segunda y tercera fila, que sabía rescatar con memoria elegante, humor y anécdotas justas. Recordaba con igual entusiasmo al poeta Enrique Lihn, al filósofo Jorge Millas, al periodista deportivo Renato González, Míster Huifa, que según él se distinguía "por una cualidad rara en el periodismo de nuestro tiempo: escribía".

El libro que leía la noche en que murió, el de Homero Bascuñán, que en verdad se llamaba Humberto Cortés, contenía probablemente una notable historia narrada una vez por Ramírez Capello, que podría apostar la escuchó de boca de Luis Sánchez Latorre. A lo mejor la volvieron a recordar esa noche, antes del último respiro. Bascuñán había crecido en la pampa salitrera, y un buen día le preguntó a su profesor: "¿Cuál es el plural de la palabra crisis?". El profesor no supo qué responder, quedó de consultar un libro en la noche y traerle la respuesta al día siguiente. Contestó el profesor al otro día: "El plural de crisis es crisisis. Pero no se usa crisisis porque la única crisis que se conoce hasta ahora es ésta, la del salitre". Homero Bascuñán no volvió más a la escuela, se hizo a pulso, y Filebo murió en paz, de madrugada, con un libro suyo en sus manos.

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