Saturday, October 13, 2007

Ovejas descarriadas

Por Francisco Mouat

Leo en la prensa sobre la reciente expulsión de la iglesia católica del cura Domingo Faúndez, ex párroco de Pelluco, allá cerca de Puerto Montt, donde empieza la Carretera Austral. Hace años que lo tenían en la mira y lo llamaban al orden, pero Faúndez resistía y enfundado en su sotana negra continuaba adelante con entusiasmo la misión pastoral a que ha consagrado buena parte de su vida. Un reciente decreto del Papa quiso ser la lápida en su carrera sacerdotal, pero a estas alturas del partido Faúndez, que tiene 53 años, no está para acatar sanciones que considera injustas, ilegítimas y contrarias al espíritu cristiano. "Antes de verme arrepentido tendrán que matarme", dijo a viva voz. Y remató: "Menos mal que no estamos en la Edad Media, o si no me queman vivo".

Revisar la historia de fray Domingo Faúndez es como viajar en el tiempo. Alguna vez, en Chile, en los años cincuenta, expulsaron de la iglesia con bombos y platillos al cura Catapilco, también por rebelde. Catapilco, que se llamaba Antonio Zamorano, era de armas tomar. Una vez dijo, a propósito de la castidad, que a él en el Seminario no le habían hecho ninguna intervención quirúrgica, y que bajo la sotana era un hombre como cualquier otro. Separado de la iglesia, Zamorano se hizo personaje nacional, primero como diputado del frente de izquierda y después como candidato presidencial en 1958, cuando arriba de un caballo recorrió Chile, sacó más de cuarenta mil votos y dejó con los crespos hechos a Salvador Allende.

Los curas botados a choro suelen caer bien entre sus fieles más sencillos y menos apegados a las formas. A fines de los años setenta, en Iquique, el nuevo obispo de la ciudad recurrió a los pacos para sacar de la casa parroquial del barrio El Morro al cura Domingo Soto, porque ya no soportaba que el sacerdote viviera allí con mujer e hijos y no se retirara de la iglesia. En el caso de Soto, su gran pecado a ojos de la jerarquía era ejercer como cura y tener una familia como Dios manda, a pesar de lo cual era sumamente querido por buena parte de los vecinos de El Morro. "¿Sabe, Doris?", le decía Soto a su mujer cuando recién la estaba seduciendo, "muchos curitas tienen mujeres, lo que pasa es que lo hacen a escondidas".

Esto, que mueve a risa pícara, no debiera sorprender a nadie. Está a la vista la gran cantidad de sacerdotes que abandonan el barco porque prefieren mantener una relación de pareja sin tener que ocultarla, para no hablar de los casos de abusos sexuales en que han estado involucrados curas en todo el mundo, y donde la represión sexual sin duda juega también un papel determinante.

En el caso de fray Domingo Faúndez, no ha sido el celibato el eje de la discordia con la jerarquía. El propio Faúndez, que es sumamente transparente en sus declaraciones, ha dicho que se ha pegado sus "buenos atracones", pero que al final las mujeres se decepcionan. También ha confesado, en su ingenuidad, haber oficiado misa alguna vez "con la caña", pero que hace dos años que no toma. Esos son detalles, dice él. Pelos de la cola. Lo que en verdad ha molestado y molesta de Faúndez a la jerarquía es que hable de "la riqueza inmoral del Vaticano", de "cómo se lucra con los santos", de "cómo se aburguesa la iglesia y se aleja del pueblo". Un periodista de Las Ultimas Noticias lo fue a ver hace un par de semanas a su casa en Piedra Azul, cerca de Pelluco, y le preguntó qué le diría hoy al Papa. Faúndez le contestó: "Que abra las ventanas del Vaticano para que entre airecito fresco. Y nada más. No le pediría nada".

Lo escuché también cuando habló en una entrevista con la radio Cooperativa, y al final el cura Faúndez, sureño de tomo y lomo, choreado de que lo trataran como a un gran pecador, dijo: "La papa está pelada, y no queda otra que seguir adelante. Di la vida por Cristo, y la daré hasta el final". Por alguna razón que seguramente muchos católicos no comparten, no sólo me divirtió escuchar al cura. También me emocionó. Hablaba con una inocencia y una convicción cristiana infrecuente en estos tiempos.

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