EntrevistaHaruki Murakami:
"Quiero que los lectores bailen con mis palabras"
Reconocido por la crítica internacional como uno de los novelistas más importantes de la actualidad, el autor de "Tokio Blues" señala que la soledad es el principal tema de su obra, habla de sus gustos literarios y de su interés por la cultura popular, y reflexiona sobre la importancia de la música en su escritura.
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JUANA LIBEDINSKY
(La Nación, de Buenos Aires/GDA)
Son las cuatro y media de la mañana en la célebre Waikiki Beach, pero en el mar ya hay centenares de surfistas esperando las olas perfectas que trae el amanecer. En tierra, sin embargo, en todo el hotel Halekulani, uno de los más tradicionales y glamorosos que dan a la emblemática playa de Hawai, hay una sola luz prendida: la de la habitación de Haruki Murakami que, como todas las mañanas, se levantó antes del alba para ponerse a trabajar. Murakami, uno de los escritores japoneses más importantes e internacionalmente aclamados de la actualidad, autor de novelas como Kafka en la orilla (2002), After Dark (2004), Underground (1997), Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1994) y Tokio Blues (1987), entre otros, luego saldrá a correr y nadar; almorzará, dormirá la siesta, escuchará jazz, traducirá clásicos contemporáneos del inglés y estará en la cama antes de las nueve. "Escribo cosas raras, muy raras -reconoce respecto de sus historias, que mezclan realidad y fantasía, y que los críticos occidentales han calificado de posmodernas-. Pero soy una persona muy realista. No creo en nada New Age: el horóscopo, el tarot, los sueños. Sólo hago ejercicio físico, como sano, escucho música y trabajo. Sin embargo, cuanto más serio me vuelvo en la vida real, más extrañas son las cosas que escribo", comenta en un perfecto inglés, fruto de una temprana pasión por Hemingway, Scott Fitzgerald y la literatura americana en general, además de largas estadías en las universidades de Harvard y de Hawai como escritor visitante.
Parte de esa seriedad implica un total rechazo a su fama en el mundo de las letras y una total aversión a ser reconocido. "Tengo pánico a convertirme en una celebridad y tomo todas las medidas necesarias para que eso no ocurra. Nunca aparezco en la televisión, no voy a las fiestas, no doy charlas, no tengo amigos famosos, no tengo amigos escritores, no aparezco en librerías para firmar mis libros, no uso Armani sino shorts y zapatillas siempre, y no dejo que me saquen fotos ni suelo dar entrevistas salvo casos como éste", dice. Y si bien Murakami (Kioto, 1949) es encantador y entusiasta respecto de las fotos, es evidente su sensación de alivio cuando todo acaba y se pasa a una charla más íntima, sin grabadora. "Nunca entiendo por qué los medios quieren saber de mí, porque la mayor parte del tiempo no me siento nada especial -confiesa-. Puede haber cierta magia cuando escribo, pero el resto del día soy nada más que un amante del jazz como hay millones por ahí".
-¿Cómo fue su primer encuentro con el jazz?
-En un cumpleaños muy especial: mis 16, cuando mis padres me regalaron una entrada para mi primer concierto. Era 1964, y Art Blakeley y The Jazz Messengers estaban tocando en Japón. Fue un instante que cambió mi vida, porque jamás había escuchado música tan sorprendente, así que me volví un gran fanático del jazz y más adelante, un escritor al cual el jazz le enseñó todo.
-También hubo un instante que cambió su vida cuando decidió ser escritor, ¿verdad?
-Exactamente. Estaba en un partido de baseball en Tokio, cerveza en mano, y al mirar al bateador pegarle a la pelota en una jugada clave y luego correr hasta la seguridad de la segunda base, me pasó por la cabeza la idea de que yo podía ser escritor. No se me había ocurrido antes. Con mi mujer administrábamos un bar de jazz y como mucho había soñado con ser músico. Pero supe que podía hacerlo, sólo que no tenía amigos con los cuales hablar de literatura ni nadie que me enseñase a escribir, así que tuve que basarme en lo que sabía, que para entonces era la música. Aún hoy, al sentarme frente al teclado de la computadora, pienso que estoy ante un piano y me pongo a tocar, y ya tres décadas después de haberme vuelto un escritor profesional, sigo aprendiendo mucho de la escritura de la buena música. Todavía tomo la constante autorrenovación de Miles Davis como modelo literario.
-¿Cómo relaciona su escritura y la composición musical?
-El ritmo es lo más importante porque es la magia, lo que invita a la audiencia a bailar y lo que yo quiero son lectores que bailen con mis palabras. No quiero que entiendan mis metáforas ni el simbolismo de la obra, quiero que se sientan como en los buenos conciertos de jazz, cuando los pies no pueden parar de moverse bajo las butacas marcando el ritmo. Luego viene la melodía, que en literatura es un ordenamiento apropiado de las palabras para que vayan a la par del ritmo y la armonía. Después llega la parte que más me gusta: la libre improvisación. Yo empiezo a escribir sin ninguna estructura, apenas con alguna imagen o una serie de personajes que me interesan. Por eso creo que la libre improvisación es simplemente llegar a la esquina sin aliento para ver qué hay al girar en ella, con un sentimiento de excitación que debería ser transferido a los lectores, lo mismo que la sensación de libertad. Esto ya es el punto final, la elevación, esa emoción que uno experimenta al completar su interpretación y sentir que ha alcanzado un lugar nuevo y significativo, que ha logrado mover a la audiencia del punto A al punto B, que la ha transformado y nunca volverá a ser la misma. Cualquier libro que logra eso se ajusta a mi definición de un buen libro.
-¿Qué libros lograron que usted se sintiera otra persona luego de leerlos?
-Uff, muchos, Dostoievski, Kafka, Dickens, Scott Fitzgerald, Carver, García Márquez, Manuel Puig.
-Me sorprende que mencione a Puig y no a Borges, sobre todo porque varios críticos lo han comparado con él.
-Borges es un gran escritor, pero nunca me sentí muy atraído por su trabajo. Por supuesto, es un honor la comparación, pero creo que la imaginación de Borges es, cómo decirlo, mucho más terrenal que la mía. En cambio, con Manuel Puig me siento muy identificado, tenemos una imaginación más posmoderna o contemporánea supongo. En los años 80 me la pasaba leyendo a Manuel Puig. La traición de Rita Hayworth la debo de haber leído infinidad de veces. Me gusta mucho la imaginación de Puig, tan libre que le permitió sobrevivir a pesar de ser una persona muy sensible y solitaria, que sufrió mucho. Encuentro un punto en común muy fuerte entre su literatura y la mía: el tema de la soledad. Como soy un hijo único, criado entre mis discos y mis gatos, pude entender su fascinación por el cine, porque se trata de un lugar muy íntimo donde uno puede establecer con los personajes de la pantalla las relaciones profundas que tanto cuesta entablar con las personas de verdad.
-Lo atrae mucho la cultura popular.
-Sí, soy fanático de la serie Lost en televisión, hasta compré la casa en Hawai donde se filmó la primera temporada; la única otra serie que recuerde que me haya gustado tanto fue Twin Peaks, de David Lynch, hace años. Estaba tan obsesionado con el programa que no podía esperar el capítulo siguiente. Yo no soy un tipo inteligente de gustos sofisticados: me gustan las buenas historias y punto. Si una buena historia está en un libro o en la televisión, para mí es lo mismo, la admiro. Pero a las cosas intelectualosas sin una buena historia detrás no las admiro, porque no tengo gustos académicos.
-¿Se inspira en la cultura popular?
-Para mí la cultura popular, incluso la más comercial, es como una gran reserva natural de donde los escritores podemos tomar infinitos temas para establecer una comunicación directa con los lectores. Si yo tomo como título de un libro el de una canción de los Beatles, como en mi novela Norwegian Wood (Tokio Blues), sé que a muchos eso les va a sonar y así se crea algún nexo entre nosotros. A la vez, la cultura pop es como el agua, y con algo tan simple como abrir la llave podemos tomarla para nutrirnos. Es tan imposible escapar de ella, como del aire que respiramos. Todos comemos una hamburguesa de McDonald's, miramos la televisión o escuchamos a Michael Jackson. Es algo tan natural que ni siquiera nos paramos a pensar que todo eso es cultura. Por eso, si uno escribe sobre la vida en la ciudad, no incluir estas cosas sonaría falso. Supongamos que describo a una chica cualquiera que se despierta con una canción de Madonna y se va de compras al shopping, ¿qué tiene de especial eso? ¡Nada! Y justamente yo quiero que la gente sienta que lo que escribo no es forzado. Por eso tengo que colocar referencias a la cultura popular todo el tiempo. Y además, porque me gustan los Rolling Stones, los Doors, las películas de terror, los cuentos de detectives. No es que yo quiera escribir como quienes hacen la ficción más popular en cuanto a contenido, pero sí tomar las estructuras de la cultura popular y rellenarlas con cosas mías.
-Sus escenas de sexo son mucho más fuertes de lo que tradicionalmente se encuentra en la literatura japonesa contemporánea. Incluso, para muchos, usted es el escritor que mejor retrata el sexo hoy.
-Escribo las escenas de sexo porque la actividad sexual nos ayuda a abandonar por un rato el mundo exterior y entrar en nosotros mismos. Es también una forma de comunicación y a la vez es algo festivo, que implica que hubo una historia detrás. Freud sostenía que todas las actividades humanas derivan del sexo. Mi entendimiento del tema es distinto, pero sí creo que el sexo es la puerta más común para entrar en las profundidades de la mente. Hay otras puertas, como la enfermedad mental o la creación, pero el sexo es la más fácil.
-¿Y divertida?
-Supongo que sí, en la mayor parte de los casos, pero no para quien escribe acerca de eso. Cuando empecé a escribir sobre sexo, 26 años atrás, me daba una vergüenza tremenda y me sigue costando horrores, no sé dónde meterme. Tampoco podía escribir escenas de violencia, pero practiqué y fui mejorando, supongo. Para mí, escribir de sexo o de violencia es lo mismo: es un desafío que me pongo, parte de la responsabilidad de ser escritor y retratar la vida.
-Se lo califica de escritor posmoderno, ¿qué quiere decir exactamente eso?
-Supongo que tiene que ver con que no me interesan nada las historias realistas, por eso amo a García Márquez o Manuel Puig. Siento que mi trabajo como escritor es entrar en lo más oscuro de mi ser, explorar las zonas más peligrosas y raras de la mente sin ningún mapa o direcciones, para sacarlas a la superficie y ponerlas sobre papel. Ahora, si uno no puede volver a la superficie, es un infierno, entonces hay que estar bajando a las profundidades más aterradoras y volviendo a subir a cada rato para no quedar atrapado dentro de uno mismo. Hay que ser un buen corredor de distancias para hacerlo, es como meterse, una vez más, en una maratón.
-De maratón usted entiende bastante, es un corredor casi profesional. ¿Cómo se vincula su entrenamiento físico con su escritura?
-En general no pienso en nada al salir a correr, como mucho, escucho música. Muy cada tanto me aparece una idea y pienso, ¡sí! Pero básicamente correr es parte de mi rutina como escritor y escribir es parte de mi rutina como corredor. Hawai es la Meca de los triatlonistas, y participé hace poco del triatlón de Honolulu. Mientras me entrenaba, durante ocho meses, escribí mi última novela, que saldrá en breve. Todo el último año estuve invitado por la Universidad de Hawai y avancé mucho en mi escritura, sobre todo porque a diferencia de lo que ocurre en Tokio, aquí no suena el teléfono a cada rato. La gente viene de vacaciones a Hawai: yo vengo a correr y trabajar, dos de las cosas que más me gustan.
-A partir de ese momento en que está corriendo y se le ocurre una idea, ¿cómo se va formando una novela?
-En general, la idea es una situación muy pequeña. Por ejemplo, en mi última novela, After Dark , arranqué con una escena en la que una chica de 19 años está en un restaurant tomando un café y leyendo, y un chico de 21 se le acerca y le pregunta si su nombre es tal, ella dice que sí, y él le dice: "Te conozco". A partir de eso, sentí que podía armar toda una novela. No sabía quién era el chico ni quién era la chica, pero con esa escena llegó la confianza de que podía hacerlo. Si uno quiere escribir un libro, esa confianza es imprescindible. Yo veo mi trabajo de escritor como un oficio de paciencia, en el que solo debo esperar a que llegue esa confianza para ponerme a escribir.
-¿Cómo sabe si un libro suyo es bueno?
-Dependo enteramente de mi mujer. Ella no escribe nada, pero es una crítica implacable. Cuando algo no le gusta, me lo dice y lo voy cambiando, en general, tres o cuatro veces hasta que me da el OK. A veces, pero muy pocas, un manuscrito le gusta tal cual se lo entregué, y entonces se lo llevo directamente al editor. Confío plenamente en ella. Además, cuando algo le gusta mucho, ¡después cocina unas cosas fantásticas para mí!
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