Wednesday, October 31, 2007

Pauls

Alan Pauls (Buenos Aires, 1959) es autor de "Wasabi" y "El Pasado", entre otros libros. Colabora en varios suplementos culturales.

Libro

Vladimir Nabokov. Los años americanos, de Brian Boyd. Anagrama, 2006

Como los partidos trotskistas, la cofradía de los nabokovófilos cultiva el vicio delicioso de la autosegregación. Está la facción prorrusa, que sólo tiene ojos para el Nabokov emigré, alimentado a los saltos, publicado casi en secreto por oscuras editoriales de expatriados y animado -como dan fe obritas maestras de la calaña de Rey, dama, valet, La defensa o Desesperación- por el regocijado y solvente fuego literario de la aristocracia presoviética. Está la facción pronorteamericana, cuyo día de gracia es el 28 de mayo de 1940 (día en que el barco que los Nabokov abordaron en St. Nazaire, Francia, pasa ante la estatua de la Libertad y atraca en el puerto de Nueva York) y cuyos estandartes son Pnin, el best seller abyecto Lolita y Pálido fuego, tres novelas que no habrían siquiera nacido si el distinguido políglota que revolucionó la lepidopterología no hubiera mancillado sus impecables zapatos de europeo elegante en el fango de la sociedad más filistea del siglo XX. En una segunda línea pululan grupúsculos ínfimos (pero no menos recalcitrantes): los que prefieren Pálido fuego contra Ada, los que enarbolan Ada contra Pálido fuego, los que exaltan al Nabokov exégeta -autor de una edición monumental pero no unánime del Eugenio Oneguin de Pushkin- por sobre el escritor de ficciones, los que ven en Lolita una cima de talento que Nabokov nunca volvió a alcanzar, los que atribuyen todo el talento y la responsabilidad a la abnegada Vera, etc. Baste decir, para abreviar, que entre la facción proamericana hay suficientes problemas como para gastar energías en controversias infinitesimales. Uno de ellos es el que provocó la publicación del primer tomo del Nabokov de Brian Boyd, dedicado a "los años rusos". Después de leerlo, empalagados por tanto alarde de prestidigitación erudita, muchos nos vimos atrapados en un dilema atroz. Habíamos aceptado digerir el mamotreto ruso envalentonados por la promesa del segundo tomo, el de "los años americanos". Pero ¿los soportaríamos narrados por Boyd? Ahora, con la estupenda edición de Anagrama en la calle, podemos contestárnoslo. Los soportamos. (Y teníamos razón: los americanos son los mejores, los años más nabokovianos de Nabokov.) Los disfrutamos aunque Boyd -que no dejó archivo municipal del planeta sin hurgar, factura de tintorería sin interrogar, epistolario privado sin violar- persista en la peor de las veleidades que un biógrafo puede cometer: mimetizarse con la escritura de su biografiado. No es fatal: no moriremos por leer que el barco se acerca a Nueva York "envuelto en una bruma matinal color lila". Celebraremos en cambio todo lo que siempre quisimos que nos contaran de nuestro ídolo y nadie se había dignado a publicar en un solo volumen: la amistad explosiva con Edmund Wilson, el acontecimiento Lolita, el affair Eugenio Oneguin (que enemistó para siempre a Wilson con Nabokov), el encuentro payasesco con Stanley Kubrick, la fama… Celebraremos y nos extasiaremos con las fotos (un hombre viejo en shorts con una red en la mano: ¿hay mejor imagen de un escritor?) y nos preguntaremos: ¿cómo es posible que hayan sido necesarios dos tomos de casi mil páginas cada uno para contar la vida del escritor más feliz, más satisfecho, más determinado del siglo XX?

DVD

El fantasma del paraíso, de Brian de Palma.20th Century Fox

La vi cuando se estrenó, en 1974, y las huellas que me dejó sobrevivieron a todo, avivadas por esa extraña caldera que enciende los archivos de la adolescencia. Volví a verla hace un par de semanas, amparado en uno de esos pretextos escandalosos que elegimos a veces para volver a alguna región particularmente obscena de nuestro pasado: mostrársela a mi hija. A los dos minutos, mi hija (13 años) reanudaba relaciones con su game boy mientras yo entonaba a los alaridos, una por una, todas las canciones de la película. No, no es una obra maestra. Tampoco es un gran musical. Ni siquiera es una de esas películas "geniales" (Carrie, por ejemplo) que Brian de Palma hacía cuando no sabía que era Brian de Palma. Pero es algo así como un extraño film pionero, a la vez lúcido y desquiciado, que se atreve a mezclas (la cruza de El fantasma de la ópera con el Fausto y con La bella y la bestia), a cambios de registro (el musical, el cómic, la rock movie) y a problemáticas (el reciclaje pop como "superación" del dilema arte-mercado) que el cine recién manejará con despreocupación una década más tarde. Y está la bella, pálida, inepta Jessica Harper, a quien nunca quise volver a ver en una pantalla y que ahora, cuando se deshace de su sombrero y canta "Special to me", vuelve a hipnotizarme como hace más de treinta años.


Blog

blissout.blogspot.com

Curiosidades nacionales: mientras los bloggers argentinos (incluso los lúcidos) usan estos flamantes púlpitos del ciberespacio para alborotar diferendos gremiales o atizar insignificantes rencores privados, en Inglaterra hay gente como Simon Reynolds (Londres, 1963) que los usa como lo que muchos soñamos alguna vez que merecían ser: espacios donde la práctica crítica más sofisticada -ese tipo de lecturas e intervenciones culturales que ya nos habíamos resignado a buscar, no siempre con posibilidad de encontrarlas, en el formato grave y espaciado de los libros- podía reconciliarse con la inmediatez, con la dimensión política del día a día. Ex crítico de Melody Maker, Reynolds es una especie de Greil Marcus que de pequeño, como Obélix, cayó ex profeso en una marmita donde hervían juntos Theodor W. Adorno, Jacques Derrida y Roland Barthes. El accidente no podía ser más fructífero. Las tres antologías de textos periodísticos que publicó hasta ahora (Blissed out: raptures of rock, de 1990, sobre la despolitización de la cultura joven y el pop en la era Thatcher; Energy Flash: a Journey Through Rave Music and Dance Culture, de 1999, sobre la cultura rave y la escena electrónica, y Rip It Up And Start Again, sobre la cultura punk y pospunk, de 2006) prueban que el campo del pop es un laboratorio de experimentación teórica y crítica de una extraordinaria fertilidad. Preocupado por cuestiones tan diversas como YouTube, la vigencia del situacionismo hoy, J.G. Ballard, el sello Mordant Music o la espectrología según Derrida, Reynolds, además de devolverle a la crítica sutileza y nitidez, dos fuerzas que prácticamente había perdido, redime la práctica del periodismo alzándolo en armas contra sus dos peores enemigos: el mercado y la publicidad.

Disco

The voice of love, de Julee Cruise. Warner Bros

Si Angelo Badalamenti es la atmósfera de David Lynch, Julee Cruise es el soplo vital, esa fuerza extraña, fantasmal, que los filósofos antiguos y los teólogos llamaban neuma. El trío se cruzó por primera vez en 1985, cuando Lynch y Badalamenti trabajaban en una canción para el soundtrack de Blue Velvet. Necesitaban una voz "inquietante y etérea", y Badalamenti sugirió el nombre de Cruise, que entonces hacía de coach vocal de Isabella Rossellini. "Canta como un ángel", le dijo. Para el artista de la corrupción y la caída que es Lynch, la palabra "ángel" debió sonar tan irresistible como para Roman Polanski "bachillerato" o "uniforme escolar". "Mysteries of love", la canción que Cruise cantó para Blue Velvet, fue la primera de una fértil serie de colaboraciones que incluyeron un primer disco (el experimento retro-pop de Floating into the night, 1989), una performance sombría llamada Industrial Symphony No. 1 y la banda sonora de la serie de TV Twin Peaks. The voice of love, de 1993, es el segundo disco del trío. El contraste entre el título y la cabeza monstruosa que ilustra la tapa es sólo un aperitivo. Escritas y producidas por Lynch-Badalamenti, todas las canciones del disco encuentran en la interpretación de Cruise -la voz más engañosa del mundo- el tono equívoco, la mala intención y la sensualidad evanescente que exigían para producir la misma sensación única que depara el cine de Lynch: una mezcla perfecta (es decir: escandalosa) de deseo y escalofrío.

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