CONFESIONES DE UN ADICTO DIGITAL:
MI VIDA PODCAST
¿Qué son los famosos podcast? ¿Algo Útil o un lujo de techno-freaks? ¿Son de verdad el nuevo medio de expresiÓn o sólo otro invento con que nos abruma la tecnología? "Sábado" le pidió al escritor Alberto Fuguet que se sacara, por un rato, sus audífonos y explicara por qué estos programas de radio "a medida" pueden ser una buena opción.
Por Alberto Fuguet
Hace un par de semanas, caminando de noche por una calle de Providencia llena de cerezos en flor, en medio de esas espesas neblinas de agosto que lo invaden todo, me enteré de que Sam van Halgren, uno de mis mejores–amigos–nuevos, partiría de mi órbita. No fue un momento agradable, lo confieso, y no estaba para nada preparado. La desaparición de Sam –anunciada por él mismo– me hizo pensar en si uno puede considerarse amigo virtual de alguien con el cual nunca ha estado ni ha visto, pero al cual ha escuchado por más de un año con leal atención. Escucharlo, sí, porque nuestra amistad fue, digamos, una amistad podcast, de esas que sólo nacen cuando uno se aísla del mundo con unos audífonos para entrar en otro muchas veces mejor, más culto y con mejor pronunciación, que nada tiene que ver con la dictadura de lo actual, del chiste rápido y la información al instante, que no mide minutos ni posibles audiencias y donde lo único que importa es el flujo de la conversación y el interés en aquello que a la mayoría no le interesa nada.
¿Acaso eso no es como se mide en parte la amistad? ¿Juntarse con alguien para poder escuchar lo que nadie más es capaz de contarte?
En el mundo podcast, el medio no es masivo y, por lo tanto, puede darse un lujo que ni siquiera la televisión por cable digital puede darse: los creadores de estos programas radiales tratan primero de complacerse ellos antes que al resto. Bienvenido a la segmentación de la segmentación, donde todo es gratis (los podcast se descargan por cero, que es más o menos la suma que un podcaster gana por emisión) y la idea de pensar que alguien puede ser medido por lo que tiene (ABC1) y no por sus gustos y pensamientos (fanboys, cinéfilos, republicanos recalcitrantes, gourmets veganos, adictos al tenis, seguidores de Lost) parece ofensivo y pasado de moda. En la moral podcast no se trata de convocar a todos, sino al revés: una o dos personas (a lo más un grupo) se juntan para hacer un podcast (una conversación acerca de su reducido mundo personal) y esperan que lleguen los indicados.
A diferencia de la radio, donde el aire no sobra y todo está regulado, el ciberespacio es tan grande que aunque grites es perfectamente posible que nadie te escuche. Pero a veces sí. Y por cada tres docenas de podcast sin auditor alguno aparece un programa que seduce a millares (o millones).
Sam van Halgren abandonó mi programa radial semanal favorito (perdón, mi podcast favorito) pues ya no podía seguir viajando de Milwaukee a Chicago y debía ganarse la vida en algo serio. Escuchar a Sam conversar/discutir/pelear de cine junto al sobregirado Adam Kempenaar en www.filmspotting.net fue una experiencia auditiva intensa y divertida, una junta semanal donde, después de sesenta y tantos minutos (en el mundo podcast no todo es ni tiene que ser tan riguroso y exacto), yo terminaba potenciado, arriba, con ganas de crear, de ver películas nuevas, al tanto de lo que se estaba estrenando en las carteleras americanas y en los festivales de cine del mundo. Cuando me enteré de la partida de Sam capté al menos dos cosas: ya llevaba más de un año escuchándolo y que ciertos podcast ya eran parte inseparable de mi existencia, una de las tantas maneras en que me enteraba de la vida, del mundo y de lo que estaba sucediendo más allá. Pero quizás lo más importante: vía los podcast podía leer escuchando, matar dos pájaros de un tiro y acceder a información y confesiones que no había encontrado antes en ningún otro medio.
BLOGS AUDITIVOS
Alguien me pregunta qué son los podcast, cuánto valen y si son como los blogs. Obviamente no sé qué responder o, al menos, me demoro, pues ya son tan parte de mi cotidanidad como para algunos es googlear cualquier duda. Le explico que, para mí, algunos de estos podcast son muchísimo más importantes que ciertos programas de radio, o columnas o suplementos de la prensa análoga. Luego le explico que son sin costo, que es cosa de suscribirse (gratis) usando un software tipo iPodder o cualquier podcatcher que todo computador posee o puede poseer si se baja (en mi caso personal uso el iTunes que se actualiza automático cada vez que aparece un nuevo episodio de un podcast al que estoy suscrito). Lo más cómodo es subir el podcast a tu aparato reproductor de mp3 o iPod, aunque también se puede escuchar directamente del ordenador. Pero lo cierto es que el sitio natural para escucharlo es el iPod, pues así te permite acceder al programa a la hora y en el sitio donde uno desea (estos reproductores también se pueden conectar a los parlantes del auto). Escuchar una entrevista a Richard Ford caminando por la precordillera o saborear el acento noruego de Liv Ullman al recordar a Ingmar Bergman en el Metro de las 19 horas son placeres adquiridos y del todo civilizados.
–Y los blogs– me dice. Detesto los blogs.
Le respondo que son parientes, que parten de la misma premisa (armar tu propio medio o forma de expresión) y utilizan una tecnología parecida, aunque un podcast es claramente más pesado y de mayor complejidad.
–Ah, son como blogs auditivos.
–Algo así– le respondo.
–Entonces no me interesan, no tengo tiempo; con todo el respeto que me merece, lo que puede hablar un chico depresivo de Illapel no me seduce en los más mínimo.
A mí, al parecer, tampoco. Desde luego, no estoy suscrito a ninguno que tenga esas características. Y el supuesto chico depresivo de Illapel, por lo general, tampoco tiene un podcast, aunque es probable que sí tenga un blog y hasta un fotolog. Los podcast –incluso los peores– son después de todo un programa y necesitan de disciplina, trabajo, inversión y, sobre todo, constancia. Los podcast requieren de esfuerzo y trabajo (y tarjeta de sonido y micrófonos), y quizás sea ése el factor que los separa del resto de la comunidad digital por ahora.
La llegada de los podcast es un grano más en lo que algunos llama control de los medios: no en el sentido de ser sus propietarios, sino de tener control sobre lo que podemos escuchar y leer y eso ocurre simplemente porque ahora tenemos muchas más opciones. No sólo podemos leer, y escuchar y navegar por la web; podemos crearla (blogs, páginas web, fotologs, podcasts y una extraña forma de tv/cine llamado Youtube). Quizás no es el fin del mundo ni el comienzo de otro, pero sin duda está modificando el real.
Tal como en mi caso, este nuevo invento (ojo: podcast fue la palabra nueva, de moda, más usada y sobrecitada del año 2005 por The New Oxford American Dictionary, así que todo esto lo estaba viviendo con un cierto retraso), ya es una parte decisiva de cómo se informa (o divierte o aprende) mucha gente. El término podcast nació después de una sesión de sexo entre un iPod (el primer aparato portátil de audio digital) y la palabra broadcast (transmisión), aunque un grupo no minoritario de gente anti–Apple dice que podcast viene de pod, portable on demand.
Lo más fascinante, y donde compiten mano a mano con la prensa análoga (para definir la tradicional), es que estos podcast no tienen que competir y no tienen problemas de tiempo o de pauta. ¿Un escritor paquistaní, un jazzista malayo, un arquitecto sueco? Todos pueden ser entrevistados por largo tiempo vía un podcast. Es más: el rango de posibles programas supera la imaginación. Hay de humor, de historia, de sexo, de cocina, de moda y cotilleo, de autos y ciencia. También hay muchísimos de cine y de televisión, donde, entre otras cosas, te actualizan o ponen al día con una serie tipo 24, o Alguien te mira, por ejemplo.
Como estos podcast son relativamente recientes, el aspecto nuevo negocio aún no ha fraguado. Cualquiera que recuerde la fiebre de internet de fines de los 90 tiene claro que muy pocos ganaron dinero y casi todos quebraron. Los podcast aún no alimentan a nadie pero, especulando, debe haber un par de docenas de ellos que ya tienen sus fans incondicionales y, por lo tanto, pueden empezar a cobrar por avisos que llegarán a un segmento extremadamente segmentado, pero, hasta el momento, son hobbies profesionalizados o son extensiones de radios o medios impresos, y aquí es donde la realidad cibernética se acerca y se funde con la realidad real.
Por muy freak, energético y políticamente incorrecto que sea el blog/podcast cinéfilo local http://cineconchile.wordpress.com, por ejemplo, no puede ni debe ni quiere competir con The Treatment o The Business, dos programas de cine realizados por la grandiosa National Public Radio (NPR) norteamericana, un servicio radial del Estado pero que se financia con los aportes de los (muy liberales y demócratas) oyentes. Uno de sus mejores programas, Fresh Air, famoso por entrevistar a escritores y pensadores, me llega a mi iPod vía mi suscripción al podcast que ellos cuelgan minutos después que el programa salió al aire. ¿Y por qué no? Para escuchar ese programa tendría que vivir en Estados Unidos y ajustar mi horario para estar cerca de una radio a la hora de la emisión. ¿Pierde NPR algo al podcastear sus programas? No. Antes, un programa emitido se disipaba en el aire. Hoy, cada uno de sus programas no sólo quedan almacenados, sino pueden ser escuchados por mucha gente en el mundo. ¿En qué importa que yo escuche un programa de, no sé, la radio Horizonte, en un podcast y no en una radio? ¿En qué afecta que alguien escuche algo de la radio a su manera, que siguiendo la pauta de hierro de la radioemisora? La opción contraria es claramente más dañina: simplemente no escucho la radio. Punto. Todos pierden, partiendo por el auditor sin tiempo pero con ganas de poder escuchar algo que otro (una radio, un podcast, una persona) le quiere ofrecer. Una cosa a su favor que tienen los podcast es el rating. Mientras la radio mide su rating con un sistema antiguo (encuestadores), los podcast se descargan, por lo que un podcaster (o una radio que tenga podcast) puede enterarse minuto a minuto cuántas descargas está obteniendo sin siquiera dudar del sistema de medición.
LA MORAL DEL MAKING OF
Otro amigo me confiesa que no tiene idea de lo que son los podcast y que duda que podría escuchar uno, pues "apenas escucha unos minutos de radio" al mes. En su caso particular, la radio implica el auto. Por lo tanto, él alcanza a escuchar un poco yendo a dejar a los niños al colegio y, a la noche, algo a la hora del taco.
Antes parecía que las radios estaban en todas partes. Mientras los conglomerados compran radios, los aparatos de radio en sí de alguna manera están desapareciendo. Cada vez se venden menos radio de autos, por ejemplo, y no porque se las roban. Cada vez hay menos transistors o walkman con radio, de ésas en que, años atrás, estudiantes escuchaban Haciendo Ruido en la Rock and Pop. Claramente, estamos en la era del iPod o de sus hermanos menores y más baratos. El hábito de escuchar radio en sitios fijos se ha reducido drásticamente: al despertarse o en la ducha (casos aislados) o en la cocina haciendo las labores domésticas (aquí la radio pierde frente a los matinales y programas de farándula de la TV). Donde mejor les va es en las oficinas, ya sea vía radio online del computador o en un viejo aparato sin pretensiones de alta fidelidad.
¿Estamos ante el fin de la radio?
Para nada. Hay mucha gente que anda en auto, durante horas, pero no hay que ser un futurólogo para darse cuenta de que pocos llegan a casa a escuchar radio. No todo el mundo tiene, además, radio. Los equipos de sonido se están saltando la radio, y si la tienen, mucha gente está más preocupada de los CD. Y ahí volvemos de nuevo al iPod o su equivalente: mucha gente ha optado por concentrar su música en este aparato. ¿Y la radio satelital? Es más cara, generalmente está ligada al auto (o a la TV cable) y su talón de Aquiles tiene que ver –de nuevo– con el tiempo real. En Chile, casi todas las radios transmiten en tiempo real, es decir, luego de apretar unos links, El diario de Cooperativa se puede escuchar perfectamente tanto en Nueva York como en Moscú. Pero de nuevo topamos con el factor tiempo y espacio: lo que queda del día se transmite a un horario impresentable en Varsovia. En dos palabras: los podcast te liberan del tiempo y del espacio.
Los podcast, en rigor, fueron inventados para que chicos depresivos de Illapel hablaran de sus problemas como si fueran Cristián Slater en la vieja cinta de culto Suban el volumen. Pero los entes vivos mutan y buena parte de los podcast que triunfan (y que yo personalmente escucho) están ligados a entes análogos, del mundo real. Esto puede parecer un fracaso mayor, pero quizás es simplemente naturaleza humana. Ya lo vimos con los periódicos: los sitios noticiosos más importantes son justamente de los diarios. Buena parte de los podcast que yo descargo están ligados a una radio muy particular: la ya mencionada NPR, que se puede dar el lujo, por no tener que vivir de avisos, de tener programas semanales como Bookworm (entrevistas a fondo a escritores) o Studio 360, una suerte de estelar cultural animado por un tipo en extremo curioso y culto llamado Kurt Anderson (www.studio360.org). Filmspotting, mi podcast fetiche, era y es un programa menor que se transmite en la radio pública de Chicago. Hoy por hoy, buena parte de su feedback llega de sitios como Malasia o Portugal; antes, a lo más, cuando tenían suerte y el viento soplaba a su favor, sus ondas llegaban a Iowa. Otros podcast son hijos auditivos de páginas web con una cierta trayectoria o fuerza digital. Filmcouch sale de www.spout.com y Filmschool es el podcast de la Escuela de Cine de la Universidad de Irvine, en California. Esto no implica que uno a veces caiga o escuche podcast alternativos, pero, por lo que he averiguado, los más descargados son justamente aquellos que están ligados a un medio o una institución.
Y no siempre a una radio. Curiosamente, cada vez los diarios están ofreciendo podcast notables. The New York Times le pide a cada uno de sus editores que conversen con sus periodistas, colaboradores y columnistas acerca de lo editado durante la semana. La revista The New Yorker hace eso, y es por eso que no me pierdo el podcast de Sam Tannenhaus de The NYTimes Book Review (www.nyt.com) o el despacho de Joe Morganstern, el crítico de cine de The Wall Street Journal.
En Chile, los diarios aún no podcastean; al menos no me he dado cuenta. Las revistas online como Paniko o Super45, sí. Las radios curiosamente tienen pocos podcast. Alguien me dice que les asusta. No entiendo por qué. Los más podcastablen son, en efecto, programas semanales o programas cortos que no son noticiarios duros. Para seguir por estos lados, existe un sitio a cargo del ingeniero y cantante Andrés Valdivia llamado www.podcaster.cl, que no sólo crea contenido especial, sino que guarda y sube los podcast de seres más anónimos que graban sus podcast y los postean ahí para que muchos puedan descargarlos (un servicio no menor, pues los podcast pesan y un año de podcast, ocupa un buen espacio). El abanico de temas y voces que ofrece Podcaster es tan sorprendente como variado, aunque, y siempre terminamos volviendo a Darwin, unos podcast terminan claramente venciendo a otros y, por ahora, no está claro si esto será un negocio en el sentido clásico del término. Pero si una persona desea darse a conocer, claramente éste es un sitio a visitar.
El programa Filmspotting, al final, no desapareció. Al revés. Era difícil que ocurriera. Sigue y ahora es, de alguna manera, mejor, pues es más profesional. La vida post Sam van Halgren existe. Apareció un tal Maddy, un adolescente eterno, cesante, que no hace otra cosa que ver películas. Maddy Robinson vivía –mal– en Nueva York, pero se trasladó, sin pensarlo dos veces, a Chicago, para unirse a Adam y transmitir, semana a semana, el evangelio según Filmspotting. La vida, después de todo, sigue. Y el cine también. La última vez que los escuché ellos estaban en el Festival Internacional de Toronto y yo en una estancia en medio de la pampa argentina pensando, curiosamente, en Manuel Puig, y en cómo él sería un fan de un programa (de un podcast) como éste y como, de existir, quizás hubiera terminado animando uno o, lo que pudo ser peor, transformándose en un adicto y no escribiendo nada.
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