Monday, October 08, 2007

Crónica roja

Por Francisco Mouat

Todos los seres humanos llevamos adentro el gen de la maldad. Para qué venimos con cuentos. Lo que sucede es que en general eso que llamamos buena educación intenta arrinconarlo, reducirlo, anestesiarlo hasta donde sea posible para que no haga daño ni nos autodestruya. Habría que considerarse victorioso en el tema cuando nuestro demonio aflora en dosis bajas, que no alcanzan a poner en riesgo la integridad física del vecino o la propia. Hay un verso de Nicanor Parra en su Epitafio que nos resume a todos, sin distinción: "¡Un embutido de ángel y bestia!".

De eso se trata por lo demás la convivencia ideal en una sociedad moderna supuestamente pacífica: ejercer la tolerancia, bajarle el tono al hombre salvaje que nos ocupa, dejar que el del lado haga uso de sus derechos, siempre que a cambio no te paguen con abuso y te pasen por encima con una aplanadora.

El problema es que la fórmula sigue siendo imperfecta, por supuesto. Está hecha por nosotros mismos, que junto con la maldad inventamos la trampa. Cada mañana la crónica roja en Chile y el mundo nos sorprende con una nueva historia. A un muchacho lo despacharon el otro día para robarle un teléfono celular. A otros los han liquidado antes para quitarle una bicicleta, un billete o un cigarrillo. Un chino bien vestido mata a su mujer, deja botada a su hija en un aeropuerto de Australia y se fuga. Hay violencia intrafamiliar a cada rato en el barrio alto, en las casas de clase media, en las poblaciones.

Nada nuevo bajo el sol. La gran diferencia es que ahora existen más armas sin control y todo se transmite por televisión, y se repite en cámara lenta, y hay televisores encendidos en cualquier parte: desde el living de tu casa hasta el bar de la esquina, desde la estación de metro hasta la peluquería del barrio.

Antes la gente leía en el diario la crónica roja para devorar los detalles más escabrosos del crimen de moda. El otro día mi papá recordaba el asesinato de Alicia Bon, una muchachita de la calle Franklin muerta de un balazo en 1944, en lo que entonces era un sector apartado de Santiago, Pedreros, donde ahora está el estadio de Colo Colo. De lo que más se acordaba mi viejo era que el diario Las Noticias Gráficas empezó a venderse como pan caliente gracias al crimen de Alicia Bon, que entonces tenía sólo 17 años. El primer sospechoso fue el médico Guy Pelissier, a la sazón algo así como su novio, un hombre de 31 años que conducía el Chevrolet del 39 dentro del cual la chica recibió el disparo. Pellisier alegó inocencia, dijo haber sido asaltado cuando ellos conversaban esa noche de domingo dentro del auto estacionado, pero al comienzo nadie le creyó, ni siquiera la familia de Alicia Bon. En la prensa lo llamaban "monstruo", "doctor asesino". Las escaramuzas del caso fueron un deleite para los santiaguinos. Afortunadamente para Pelissier, pronto pudo comprobarse que el homicidio había sido responsabilidad de dos campesinos con antecedentes policiales, "El Flaco" y "El Loco", que habían llegado a cogotearlos. La gente hacía fila en el centro para comprar cada nuevo día la edición fresca de Las Noticias Gráficas. El reportero gráfico José Pichanga Muga, de la revista Vea, llegó al extremo de montar guardia durante varios días escondido en unos matorrales cercanos al lugar donde mataron a Alicia Bon, para tener la exclusiva de cuando se hiciera la reconstrucción del crimen. Cuando finalmente se hizo, para darle mayor realismo a la escena, los detectives obligaron al criminal a disparar en serio, y fue en ese momento cuando Muga salió de su escondite con los brazos en alto y su cámara Leica diciendo "no disparen, aquí hay gente".

Pellisier, que después se supo resistió el asalto y por eso provocó la reacción de los cogoteros, jamás pudo zafar del estigma de haber sido sindicado como culpable del crimen. Murió en 1988, y de su muerte apenas se escribió un par de líneas.

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