Por Cristián Warnken
Todos los hijos están perdidos y todos regresan. Todos los padres son pródigos y también están perdidos, y también regresan. He visto a algunos esperar, hasta el último minuto de sus vidas, que entre un niño nunca del todo crecido, corriendo hacia ellos, y les diga al oído: "He regresado para que partas".
Siempre hay un hijo o una hija que se van, y se pierden en el mar o en una tempestad muy lejana. Siempre hay una madre o un padre que buscan, y que no dejan de buscar, entre los rostros de la multitud, el rostro puro y único de su hijo. He visto a madres muertas levantarse de sus tumbas para ir a acunar a sus niños, cuando nadie las ve, en la noche. He visto a padres recorrer largas distancias detrás de un hijo del que no saben ni el nombre.
¿No escuchan las voces de las madres, de los padres, de los hijos, llamándose en medio de la nada, diciéndose cosas que nunca se habían dicho antes, cosas que sólo los padres y los hijos pueden decirse en la noche? ¿No los escuchan hablar como locos, como poseídos, como fantasmas de carne y hueso? Escucha la voz de este hijo que llegó tarde, muy tarde, después de tanto tiempo fuera de casa: "Todo esto ha estado sobre la tierra y permanecerá siempre. Pero tú te has ido, y en la noche están nuestras vidas arruinadas y rotas. Ven a nosotros, padre, mientras ululan los vientos en la oscuridad".
¿Y cómo no oír al rey Lear decir esas feroces palabras a su amada Cordelia, esas palabras que lo devastarían todo y, en primer lugar, su cansado corazón?
Sé de un hijo que viajó a los límites del olvido, a una ciudad vacía, llena de fantasmas, a una tierra estéril, sólo para encontrar a su padre: "Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Pero no pensé cumplir la promesa. Hasta que ahora, de pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y, de este modo, se fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala".
Pero también, bajo la lluvia torrencial, oí a otro hijo decir: "Es él. Está lloviendo. Es él. Mi padre viene mojado. Madre, ya va a llegar, abramos el portón, dame esa luz, yo quiero recibirlo antes que mis hermanos... Pasa, no estés ahí, mirándome sin verme, bajo la lluvia".
Cordelia, Miguel Páramo, Telémaco, Ulises, Lear, todos hablan, se pierden, se buscan, se olvidan, se recuerdan, vuelven a empezar otra vez, una y otra vez. De un país a otro, cruzan una frontera o una calle, de una pieza oscura a otra llena de luz. Ellos son más vulnerables, ellos tienen mucho miedo y mucho amor: uno mira al otro en su cuna, al mismo que lo mirará, años después, sobre su tumba.
Veo a John Lennon diciéndole a su mujer que prefiere no ir a comer fuera esa noche, que quiere imperiosamente volver a su departamento, abrazar a su hijo antes de que se duerma. Un "fan" lo esperará en la puerta para matarlo, esa misma noche.
Veo a un padre y una madre acercarse a la cama de su hija y encontrarla vacía, en un balneario en Portugal. Oigo a alguien recibir la noticia de la muerte de su madre, al otro lado del mundo, y preguntar: "¿Acaso no ven al niño que sale de mí llorando, un niño a la carrera, con su capa en llamas?". Veo a un padre diciéndole a su hijo pequeño, bajo un farol: "No nos olvidemos de este momento nunca". Veo a la Presidenta de un país mirar a su hija mientras duerme. La veo en toda su soledad y en toda su esperanza. Y estoy con ella, en esa pieza, con todos los que nos hemos perdido y hemos regresado.
Todos los hijos, todos los padres, todas las madres estamos ahí, con ella, mientras afuera un viento huracanado sopla. ¿Siente acaso ella, como todos esperamos, el regreso de esa hija, que ahora también es nuestra, en medio de la tempestad?
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