Monday, June 18, 2007

2046 Cristián Ramírez

No hay nada de malo en ir al cine como quien va a una catedral, parece decir la bellísima película del honkonés Wong kar Wai, siempre y cuando se esté dispuesto a jugar con sus propias reglas.
Nunca falta quien anda repartiendo certificados de defunción del cine, pronosticando su imparable decadencia y su pronta desaparición. Lo más probable es que esa gente ande hablando de la muerte del cine que "le gusta", de las películas que se acostumbró a ver desde siempre y según ellos ya no se hacen más.
El crítico británico David Thompson se quejó de eso. Según Thompson hay poco que hacer en un mundo digital post Matrix, aunque en ningún instante el tipo levanta la nariz más allá de Hollywood. Pero ¿y más allá?
Más allá, sinceramente, no hay límites. Desde hace años parte del mejor cine del mundo se está haciendo en oriente. Allá hay que rastrear las obras maestras absolutas (Yi yi, 2000), los mejores ejemplos de cine comercial (Oldboy, 2003), impecables obras de género (Memories of murder, 2001), fantasías inclasificables (Dead or alive 2, 2000) y un abanico de maestros cuyo promedio de edad no supera los 50 años (Tsai Ming Liang, Hou Hsiao Hsien, Edward Yang, Hong Sang Soo y Takashi Miike). La mayoría de este material ha llegado por estos lados en DVDs Zona 1 o a través de copias pirateadas, pero toparse con ellas en la pantalla grande es una casualidad tan feliz que no queda otra que poner atención.
ENSUEÑOS PRIVADOS
Es lo que ocurre de tanto en tanto con los filmes del honkonés Wong kar-Wai y en particular con su recién estrenada 2046, la historia del Sr. Chow: un mujeriego con ínfulas de escritor que pasa sus penas imaginando ficciones ambientadas arriba de un tren futurista, que corre a toda velocidad hacia una metrópoli de 2046 (el último año en que las autoridades inglesas tendrán alguna injerencia sobre la administración de Hong Kong). Aún con lo rebuscado de su premisa, esta apretada descripción no hace más que empequeñecer los cuatro años de rodaje y el increíble esfuerzo desplegado por el director y su equipo en un proyecto que comenzó como una secuela de la hoy legendaria película Con ánimo de amar, pero que fue transformándose en un mamut cinematográfico de proporciones.
A falta de un mejor ejemplo, se podría decir que el símil más cercano de 2046 no es necesariamente el cine sino la escena, o quizás una mezcla de ambos (como las suntuosas producciones de los británicos Powell y Pressburger, Las zapatillas rojas y Los cuentos de Hoffmann). Wong no pone al frente las intrigas amorosas en que se ven envueltos los protagonistas sino las pasiones que de ahí resultan y luego las deja macerar en un caldo de colores, sombras, luces y decorados, hasta que el espectador deja de pensar, anula su juicio y simplemente se sumerge en la sensación. En el eros.
La mitad de ese camino el cineasta y su público ya lo habían recorrido en Con ánimo de amar (2000), filme que narraba cómo la pena de un marido engañado (Tony Leung), se transmutaba en una suerte de pasión mística por una vecina de departamento (Maggie Cheung). Un sentimiento que tal vez le salvaba la vida, pero que era imposible de concretar de forma carnal.
Para todos quienes se sintieron transfigurados (y con razón) por los efectos públicos y privados de esa enorme cinta, puede ser una sensación amarga ver de regreso del mismo personaje (el Sr. Chow, nuevamente encarnado por Leung), pero convertido en un ducho vividor, que se mete en el bolsillo el romanticismo que lo caracterizaba mientras va de local en local, de mesa en mesa y de cama en cama, a sabiendas que ya no hay posibilidad, recursos ni ganas de dejarse abrasar por otra cataclísmica pasión. Wong y su director de foto, el increíble Christopher Doyle, se encargan en todo caso de que a su protagonista las oportunidades no le falten y lo enfrentan con cinco actrices inolvidables: Faye Wong, Zhang Ziyi, Carina Lau, Gong Li y una breve reaparición de Maggie Cheung. Ante todas ellas, el señor Chow funciona como caja de resonancia que sólo amplifica la soledad y las ansias de sus respectivas amantes, negándose conscientemente a dar nada a cambio.
Esta laboriosa autoprotección se vuelve abierta crueldad en la relación con Bai Ling (Zhang Ziyi), su vecina de la habitación 2046 del Oriental Hotel, una alegre aventurera que no tiene la menor idea del pozo de negrura en el que se está metiendo.
Es muy probable que por un buen rato, el espectador tampoco. Siguiendo un modelo parecido al de Cenizas del tiempo (su filme épico de 1994), los métodos narrativos que Wong utiliza en 2046 tiene más que ver con los estados de ánimo que con la solución de conflictos dramáticos, como si cada personaje estuviese sumergido en ensueños privados que de tanto en tanto se intersectan con los del prójimo. Ese es el carácter de la ficción que el señor Chow escribe en sus ratos libres: las historias sobre Tak, un atormentado pasajero con el corazón roto, a bordo del robotizado tren que corre hacia 2046. Es el único lugar donde lo que queda de su antiguo y romántico carácter puede desenvolverse y tener alguna suerte de diálogo con los hechos de su vida real. Los abstractos decorados futuristas, la sensación de un viaje sin fin y la reprimida pasión que Tak siente por una de las androides azafatas que lo atienden han movido a diversos críticos a relacionar a la cinta con 2001 -otra película bautizada a partir de un número, marcada por ambiciones sin límites y de significados esencialmente ambiguos- pero el mundo de Wong kar-Wai siempre ha estado más cerca de la claustrofobia presente en los filmes de Minelli y Fassbinder que del frío cálculo de un Kubrick.
Los momentos más efectivos y magnéticos del filme son los que trascurren en espacios cerrados: las pequeñas habitaciones del hotel, separadas por paredes no más gruesas que el barroco papel mural que las tapiza; pequeños cubículos en restaurantes y terrazas que parecen suspendidas en el vacío. Wong les asigna un valor clave dentro de un rosario de dramas pasionales que se van sepultando y no se resuelven en términos de lógica retórica, sino de ebriedad visual.
En su crítica para el New York Times, Manohla Dargis se refería a esa sensación al escribir sobre una extraña cavidad metálica "que semeja la trompeta amplificadora de una Victrola o un orificio sexual de procedencia desconocida", en la que la cámara se zambulle repetidas veces en distintos momentos de la historia y que parece cumplir muchas funciones. Recordar el intenso desenlace y los secretos compartidos en Con ánimo de amar, reforzar la idea de 2046 como una travesía sin destino (que Wong se negaba a finalizar y que llegó a última hora a la edición 2004 del Festival de Cannes), y por último, el escape de un festín de colores, música y belleza -pero también soledad, insana y desesperación- en pos de una cómoda y primal oscuridad.

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