Refugio
Por Francisco Mouat fmouat@mercurio.cl
Vine esta mañana temprano a mi escritorio a refugiarme en la lectura. Encendí la radio, puse música de Erik Satie en piano, y separé –como he hecho tantas veces en las últimas semanas– los libros de Elías Canetti que compré hace poco: la edición completa de sus Apuntes, y Fiesta bajo las bombas, volumen en que narra sus años vividos en Inglaterra: "Cuando me invade la tristeza, generalmente al caer la tarde, extraigo del fondo un recuerdo. El hecho de que sea un recuerdo disminuye la tristeza. Mucho de lo que sucedió en Inglaterra fue aburrido, pero desde que ingresó en el recuerdo ya no resulta aburrido. Al resurgir brilla. No quiere convertirse en noche".Ambos libros de Canetti los compré a crédito, y en el caso de Apuntes creo que es el libro por el que más dinero he pagado en toda mi vida. Lo hice sin ningún cargo de conciencia. Se trata, usando las palabras de un amigo, de un libro definitivo. Un libro que justifica plenamente acabar pobre después de su compra. Como pensaba Tomás Moro, bienvenida la pobreza si es a causa de comprar libros. Libros definitivos que nos acompañarán a donde vayamos, que releeremos una y otra vez. Libros que concurrirán con su cargamento de palabras a despedirnos.Leer en tiempos de tormenta es también sanarse un poco. O enfermarse sin perder el control de uno mismo. Como hacen los meteorólogos, a veces adivinamos las tempestades que vienen. En alguna parte leí que pescadores chilotes hacen quelcún mientras el invierno los azota: reparan sus casas, calafatean los botes, esperan creativamente que el mar vuelva a ser navegable. En el Caribe, los ciclones tienen su época del año marcada con rojo en los calendarios, y la norma es que los habitantes de esas regiones prevengan hasta donde puedan el efecto devastador de la naturaleza.Del mismo modo que los chilotes o los del Caribe, uno puede pasarse el invierno refugiado del exceso de realidad en la lectura y en los recuerdos.Hay tardes en las que el mal tiempo tampoco trae buena cara y cuesta reír. Mi amigo, el doctor Kin, me dijo tantas veces que en mitad de la tormenta había que dejar de pensar. Que el exceso de pensamiento es dañino para la salud y fuente de locura. Cuando entro en una cueva oscura y mal ventilada, me refugio en su enseñanza. Cuando las ideas no sólo no resuelven nada, sino que se vuelven implacables en contra tuyo bloqueando las puertas de escape, lo mejor es dejar de pensar y buscar un refugio amable en la lectura.Elías Canetti se refiere a su padre en Fiesta bajo las bombas; dice que él se convirtió en "el fundamento moral de su vida" al llevarle desde muy pequeño libros para leer. El otro día mi padre me llevó a su escritorio y me dijo que si había un libro suyo que me interesara especialmente, me lo llevara. Que nosotros, sus hijos, tenemos un tiempo mayor por delante para disfrutar lo que él tuvo durante tantos años en las estanterías. Canetti escribe: "Un libro sobre Guillermo Tell me familiarizó con Suiza, uno sobre Napoléon me dispuso en contra de él. Los cuentos de Grimm y de Las mil y una noches se sucedieron pronto los unos a los otros. El gusto por las historias y los mitos no me ha abandonado desde entonces. Robinson Crusoe me regaló la soledad y los pueblos lejanos; Dante, el juicio riguroso".La próxima semana, cuando vuelva sobre la biblioteca de mi padre, le pediré su edición empastada e ilustrada de Las mil y una noches, en la que pretendo refugiarme durante este invierno y los que vendrán. Será un libro definitivo, y leerlo, un viaje imaginario junto a mi padre, una manera de hacernos compañía.
Monday, June 04, 2007
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