Monday, July 02, 2007

Columna de Mouat

Vértigo

Por Francisco Mouat franciscomouat@gmail.com

No lo niego: es un vértigo agradable a los sentidos y al espíritu. Desde que dije hace unas semanas que a fin de mes dejaba el trabajo, ando por la vida más ligero de equipaje, y dicen los vecinos de oficina que con la cara más risueña. Será.Los primeros momentos después del aviso fueron de ansiedad. Dormía con suerte dos horas en las noches y pensaba en el día en todo lo que podría hacer en esta nueva vida, ahora que hipotéticamente tendría más tiempo. Ya sabré que lo último que se vende es la ilusión.Completé más de nueve años en la misma oficina dirigiendo la misma revista. En mi caso, al menos, un récord de permanencia que se explica, entre otras cosas, porque aquí lo he pasado muy bien y especialmente porque he trabajado con gente sana y grata. Pero algo sucede, algo venía pasando hace un tiempo, que de pronto, en cuestión de minutos, tomé la decisión: partir. Dejar la seguridad de un buen contrato, el calor de tu oficina en invierno. Una oficina que, dicho sea de paso, sin necesidad de concurso califica como la más desordenada de todo el diario, a mucha honra: un cerro monumental de libros y papeles y revistas y carpetas y diarios y chinches y clips y cedés y fotos y tazas y calendarios y sobres encima de la mesa, en el piso, metidos en bolsas de cartón, en los cajones, en las estanterías. Hasta el magnético de un viejo pascuero rastafari hay pegado en una de las puertas metálicas de un librero. Me lo trajo no me acuerdo quién de uno de sus viajes. Si abro el primer cajón de mi escritorio, encuentro entre otros trastos una cafetera sin uso, un tazón de aluminio que alguien me regaló, restos de café de grano, botellas de agua a medio beber, sacarina, apuntes de viajes remotos y hasta unas bolas de acero con las cuales hacer ejercicios de relajación de tarde en tarde.Entre mis papeles más preciados de estos años conservo a lo menos un centenar de cartas que me ha enviado religiosamente el lector Sergio Miranda desde La Serena, alias Remigio Sandar, enseñándome su resolución del último puzzle y comentando algunas de las crónicas de la última edición. No conozco otro caso en que un lector durante años ejercite el ritual de resolver el puzzle semanal de una revista, lo fotocopie y le agregue apuntes sueltos escritos a mano del ejemplar que acaba de leer, para luego ir al correo a despachar la carta.Renunciar al trabajo sin tener aún nada a cambio es una buena manera de experimentar el vértigo al que me refería en las primeras líneas. Hay un poema de Pohlhammer en su último libro, Vírgenes de Chile, que termina así: "Sálvanos de los gatos pasados por liebres/ Sálvanos del deseo de ser alguien en la vida". Leo su libro de corrido en un día de lluvia, solo, sin más ruido que el que provocan sus palabras. Leo una vez en silencio y otra en voz alta, para recordar mejor estos versos: "Sálvanos de hundirnos en nuestros propios zapatos/ Sálvanos de los fenómenos celestiales que envilecen a los astronautas". Líbrame, digo yo, Virgen de Concepción, de la arrogancia y el arribismo, permíteme en esta oportunidad, en que tengo que decidir qué hacer con mi tiempo, abandonar cualquier carrera para ocuparme en vivir. Permíteme nuevas y mejores lecturas y relecturas, la plata justa para parar la olla, sostener la casa y pagar las cuentas y las deudas. Déjame caminar bajo la lluvia por gusto, como me dijo un amigo que hizo cuando estaba sin trabajo. Cuán feliz fue, que lo recuerda hasta hoy. Y han pasado años.Seguiré buscando, a través de estas crónicas y de los libros que espero vengan en el futuro, y de alguna clase universitaria donde encontrarnos cara a cara, y de algún taller; seguiré buscando, digo, una respuesta que no existe, un camino que sólo se puede andar a medias, un indicio, una señal que permita, aunque sea ilusoriamente, que la vida le gane a la muerte mientras estamos juntos y se quedan las palabras entre nosotros.

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