Saturday, July 21, 2007

El taxi-vaca
Por Francisco Mouat / franciscomouat@gmail.com

¿Para qué sirve una crónica? A grandes trazos, para nada. El cronista brasileño Rubem Braga hizo una excursión hace medio siglo a Paraty, bonito pueblo colonial situado entre Rio de Janeiro y Sao Paulo, alguna vez puerto del oro que sacaban a manos llenas de la región de Minas Gerais, y escribió una crónica en que narraba las bondades del sitio, pero en la que deslizó su queja por los estridentes altoparlantes de la plaza principal que no dejaban descansar a nadie el domingo.La crónica de Braga provocó algún revuelo en Paraty, según se enteró el cronista tiempo después. Fue comentada por la gente, y más de alguien convirtió el tema de los altoparlantes en un debate público con la autoridad municipal. Braga no supo más de Paraty hasta veinticinco años más tarde, cuando regresó al lugar y comprobó un domingo que los altoparlantes continuaban despidiendo una zalagarda tremenda en la Plaza de la Matriz. "La gente que escribe no produce ningún adelanto", comentó después Braga, resignado, en una entrevista.Escribir y denunciar con bombos y platillos a los patos malos, como se acostumbra ahora, ¿rebaja los índices delictivos acaso? El gen de la maldad y la trampa viene de fábrica, y no hace demasiado distingo de raza y clase social: a ella sucumben desde choros y monreros hasta ladrones de salón y cabecillas de mafias escondidas en palacios de alcurnia. A propósito de viveza criolla, uno de mis hermanos contaba el otro día que nunca olvidó cuando fue testigo de un lanzazo en el centro de Santiago hace una montonera de años: un cabro joven le había robado una cartera a una vieja y arrancaba a toda velocidad por la calle, y a unos metros de él lo perseguían unos tipos gritándole te vamos a agarrar, conchetumadre, suelta la cartera, lo que obviamente llevó a que nadie más se interesara en ir a cazar al lanza, porque la justicia estaba próxima a llegar. Mi hermano quedó muy impresionado cuando después le contaron que esa artimaña de los perseguidores era antigua: los que perseguían estaban coludidos con el ladrón, y ésa era la mejor manera de salir invictos de la escena del crimen.La trampa extendida es la que nos lleva a ser esencialmente desconfiados de todo y de todos los que nos rodean. Este no da puntada sin hilo, no te fíes de nadie, ojo al charqui, cuídate de fulano. El discurso de la desconfianza es anterior a la comisión del delito, y forma parte de nuestra cultura.El otro día mi hija Antonia tuvo una experiencia que le arrebató el candor de un plumazo. Se cruzó en un negocio donde entró a comprar con un sujeto que alardeaba a viva voz de pegarle a sus hijos porque así los "enderezaba". La dependiente que lo atendía le decía que sí, que tenía toda la razón, que darles un buen correctivo a los cabros chicos era necesario. Antonia se sintió presa en un manicomio. Salió de allí indignada con "este par de imbéciles" en los que nunca podría confiar. Hizo detener a un taxi para volver a casa en Bilbao con Pedro de Valdivia. Cuando lo estaba abordando, se dio cuenta que el taxi era especial: los asientos todos forrados con cuero de vaca artificial, y una luz rosada fosforescente al interior del vehículo que la hacía sentir dentro de un estudio de televisión. Vaya, dijo: hoy es mi día. El taxista, joven, le preguntó amablemente si le molestaba la música, le dio la bienvenida oficial al que llamó su "taxi-vaca", y le fue hablando de su motivación: hacerle pasar un momento agradable al pasajero en esta ciudad de tanto estrés, desconfianza y malas caras. La Antonia lo pasó chancho en el taxi-vaca, y al bajarse escuchó un bocinazo de despedida del chofer que resultó ser un largo mugido.Las crónicas no sirven para nada, pero pueden fijar en la memoria la imagen de un taxista en Santiago que después de cobrar la carrera hace reír repartiendo mugidos de vaca.

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