Tuesday, July 17, 2007

Blancos finales

Roberto Merino

Si alguna vez un entusiasta se decidiera a compendiar y analizar finales de cuentos y novelas, no podría obviar las últimas líneas de Los muertos, de Joyce. En ese breve espacio se concentra un amargo reconocimiento -el de Gabriel, el protagonista, sobre los pasos perdidos de su vida- y aparece además, en toda su complejidad, la epifanía de la nieve que sepulta las costas y los campos de Irlanda.No es tan sólo la muerte el tema de esta escena final -una muerte, por lo demás, sin muertos en primer plano- sino la conciencia intemporal en cuyo flujo lo caduco y lo vigente encuentran una misma forma de expresión, así como lo pasado y lo presente, lo físico y lo metafísico, lo perdido y lo recobrado.La nieve en su caída es equivalente al famoso río de Heráclito: es incontable e inmóvil. Su lenta gravedad favorece la sustracción mental de quien la contempla y el afantasmamiento general de la realidad. No otra cosa le sucede al Gabriel de Joyce frente a la ventana, en su fin de fiesta, cuando las conversaciones del día persisten como un eco arrastrado y asistimos al momento emotivo de una verdad revelada.¿Es blanco también el final de Arthur Gordon Pym, de Poe? Así al menos figura en mi memoria y no quisiera ser desmentido: el narrador-protagonista asido a la proa de la embarcación mientras se interna por un mar lechoso, del que no se vislumbran las orillas. Se trata de algo más intolerable que la muerte, ya que Gordon Pym ha sobrevivido a numerosos accidentes y espantosas penurias. La muerte a escala humana -ya se trate de balazos, persecuciones o desbarrancamientos- ha sido conjurada por él. La otra, la muerte en sí misma, si se pudiera llamar así, la muerte que simplemente se muestra, rebasa su entendimiento y su equilibrio mental.Poe es pródigo en lo que Joyce mezquina: la acción, sin embargo, pareciera que en términos de experiencia la inenarrable vida común y la mil veces cantada vida heroica tienen un mismo espesor. Es un hecho, por lo menos, que cuentan con una misma estructura.Es probable que Gabriel sea un agonista tan formidable como Arthur, sólo que prescindente de los viajes y confinado a lejanos interiores burgueses. Se parece más a nosotros, que todos los días enfrentamos aventuras hechas más que nada con las sutilezas del lenguaje. Claro, eso es lo que nos corresponde, ya que no somos capaces de comandar ejércitos ni estamos en situación de escamotearles tótemes a tribus de aborígenes lunares y carnívoros. No somos, en verdad, capaces siquiera de neutralizar a un perro ofuscado que sale de una reja, como los que martirizaban a Joyce en sus últimos días en Francia. Y hasta donde yo sé, Poe viajó por barco solo una vez: a Inglaterra, en un período más bien oscuro de su vida.

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