Monday, July 16, 2007

La vida literaria Por Rafael Gumucio

Recordando con mi hermano nuestra común infancia reparamos en la extraña visión del futuro que tenían nuestros padres. Exiliados, revolucionarios, no recuerdo haberlos escuchado nunca hablar de previsión, de vejez, o de seguros de vida. De alguna forma, su vida, y la de sus amigos, se asemejaba a la de los bohemios de las óperas, o la de los artistas desadaptados en las malas películas americanas. Mis padres no escribían, ni pintaban, ni componían sinfonías, pero vivían como artistas. Extranjeros habitando casi en secreto buhardillas en París, empeñados en ser pobres pero con gustos lujosos, estudiantes eternos, imprevisores, improvisadores y sin embargo obsesionados con el mañana, el Mañana con mayúscula, un Mañana improbable y glorioso que nos redimiría a todos algún día.Muchos artistas -buenos, malos o más o menos- se sienten incómodos en la vida bohemia casi obligatoria a la que se ven sometidos. Muchos pintores, escritores, o músicos, aman sus casas con jardín. Muchos de ellos sacan justamente de esta aparente rutina -nacida muchas veces de una lucha épica- la fuente de inspiración para sus obras. Algunos se adaptan a la obligada vida picaresca del artista antes de que llegue la fama, otros le sacan partido a la contradicción, otros muchos sucumben y, asqueados por la especulación de los bohemios, de la gente que se disfraza de poeta, abandonan la pelea y se dedican a regar sus jardines.Otras muchas personas que no tienen ningún talento artístico, aman, necesitan y sólo pueden funcionar razonablemente, en la vida bohemia. Porque aunque la publicidad y los matinales insistan en lo contrario, no todo el mundo ama ser rico, o vivir tranquilo, no todos soportan los horarios restrictivos y la ropa bien planchada por la mañana. Muchos no artistas sienten una artística repulsión a la luz de la mañana y a las oficinas y a los casinos. La revolución en los años sesenta le dio a este gran contingente de artistas sin artes, de bohemios sin obra una causa en que emplear sus energías. En el siglo XVI, la teología y los conventos, con sus disputas y reformas, absorbieron esta tipología humana. En la época de Alejandro fue la guerra, en la de los romanos la política, en Atenas la filosofía, siempre en todas las sociedades civilizadas hubo una manera de vivir sin tiempo, de vivir sin plata. Hay gente, incluso, que necesita fracasar, que se siente más realizada en lo que no es rentable, en lo que no funciona pero igualmente vive, existe y tiene su propio sentido, el sentido profundo del fracaso tan viejo, tan sabio, tan necesario como el éxito.Vivimos, en ese aspecto, una época de transición. La escapatoria revolucionaria es para los amantes de la vida artística cada vez más imposible de defender (en el islam la han reemplazado por el terrorismo religioso), pero no hemos aún inventado una nueva causa en que emplear a los artistas sin arte, un nuevo mito con qué proteger el espacio sagrado de esos hombres y mujeres que han preferido vivir de una manera estética. El artista mismo es desde cada vez más joven exitoso, empresario; cada vez es menor el tiempo de la miseria y la incerteza bohemia, cada vez más mínima su posibilidad de fracasar, de equivocarse, de combatir infructuosamente contra el mundo entero. El modelo de vida es cada vez más uno solo: el de la de rentabilidad, el trabajo duro, y los resultados. De alguna manera el éxito de Bolaño o Vila Matas, al margen de la calidad de sus libros, nace de la nostalgia por esa vida artística cada vez más restringida e improbable. Frente a la uniformidad actual, hasta las miserias, hasta las incoherencias de los poetas, que estos escritores denuncian en sus libros, son leídas por los nostálgicos de la vida artística como un bálsamo. Los poetas mentían, los poetas engañaban, los poetas falseaban, piensan los nostálgicos, pero eran poetas y tenían el sagrado y extinto derecho de vivir como tal. Nada tiene de raro que los nostálgicos de la revolución se unan en el llanto, en el canto y en la lectura, con los nostálgicos de la poesía. Echan de menos el mismo tiempo sin tiempo en que sus cuerpos y sus sueños eran sagrados.Por mi parte he luchado toda mi vida contra esta visión sagrada de la poesía y su asquerosa vida poética adosada. La beatería literaria me parece tan horrible como la otra, más horrible quizás porque pretende ser iconoclasta. La vida artística no es para mí otra cosa que un cúmulo de miserias, de especulaciones y mentiras asquerosas. Bolaño seguramente estaría de acuerdo conmigo aunque sus lectores y algunos de sus libros digan lo contrario. Para mí la vida nunca ha estado en otra parte, siempre me ha interesado la que sucede aquí mismo. Pero, ¿sabríamos que sucede aquí mismo, si no comparáramos con ese improbable otro mundo? ¿Podríamos celebrar esta vida sin otra, incómoda, distinta, vecina a la nuestra? A veces, la literatura no es otra cosa que una larga respuesta a estas dos breves preguntas.

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