Monday, July 30, 2007

Chao negro

Impresentable!: Murió Roberto Fontanarrosa Adiós humor negro (1944-2007)
Una extraña enfermedad terminó con la vida del escritor y dibujante argentino la tarde del jueves en Rosario. Y ahora que sólo nos queda el goce de estar tristes, Aldo Schiappacasse, Eduardo Galeano y Rudy lo despiden sin solemnidades, con pena y bronca, esperando el momento de volver a cagarse de la risa con sus historias.
Nación Domingo

EL SEXO VA PRIMERO
Aldo Schiappacasse
Fontanarrosa me enseñó una de las lecciones más importantes de mi vida: el método de conquista tradicional –comer, beber y luego hacer el amor– no sirve. Uno se llena de gases, come ansioso, no mastica ni degusta, con lo que el ejercicio erótico se hace peligroso y ciertamente impredecible. Invertir el orden de los factores hace que mejore el producto. Sexo primero y comida después garantiza doble disfrute.
Su cuento “El mundo ha vivido equivocado” fue lo primero que le leí, en una época imprecisa en que compraba los libros por sus títulos. Eran los ’80 y mis ídolos ya eran el Turco Asís y Osvaldo Soriano cuando descubrí –en una librería de Huérfanos, la de Jorge Edwards, parece– un ejemplar de tapas negras con un tipo gordo deprimido junto a un inmenso globo terráqueo.
Desde entonces, Fontanarrosa fue mi ídolo. Culpable de algunas odiosas obsesiones, por lo demás. En su extraordinaria introducción para “El fútbol es sagrado” hacía mención a una película, “Match en el infierno”, húngara, en blanco y negro, inspiración de John Huston y Sylvester Stallone para hacer un remake bastardo que llamaron “Evasión o victoria”. No descansé hasta tenerla, aunque en el camino tuviera que consumir casi 200 películas de temática futbolera que conforman la colección más cara, imbécil y sin sentido de la historia reciente.
Esperé ansioso cada uno de sus libros de cuentos, leí todas sus novelas, me senté a su lado sin hablarle en un partido Argentina-Estados Unidos en Paysandú (Uruguay), y finalmente llegué atrasado –sin grabadora– a una entrevista que era la antesala a la presentación de una... (impresentable) agenda en la Feria del Libro de la Estación Mapocho, donde una vez más un inspirado artista –en el más absoluto de los relajos– desarrolló su rutina de humorista-escritor con genial maestría.
¿Por qué? Pues es una pregunta difícil de responder. Quizás, y sólo quizás, porque siempre vio la vida como una sucesión de hechos absurdos, sin sentido, que terminaban plasmados en una historia. Porque consideró que la realidad era una comedia permanente donde la amistad es primordial. Porque comprendió que el fútbol era un pretexto para contar a los relatores, a los cracks, a los hinchas, a los entrenadores. El juego era más juego en sus cuentos futboleros, y la pelota era más sabia cuando Fontanarrosa la hacía rodar.
“Es mentira que con los años uno se va poniendo más sabio. Con los años uno se va poniendo más mañoso, más insoportable, más pelotudo. Yo, por ejemplo, no sé si sufro más ahora con Central que cuando era chico. Creo que si no se entiende que esto es una pasión, y las pasiones son bastante inexplicables, no se entiende nada de lo que pasa en el fútbol”, dijo esa tarde en la estación.
He seguido todo lo que se ha dicho tras su muerte. Visité cada sitio, cada blog, cada homenaje que circula en la red, casi como una manera de asumir lo que no se entiende. Hay, es cierto, gente que no debería morirse, pero estaría mejor dicho que nadie merece morirse así, y mucho menos el Negro. Nada de lo que pueda decirse tendría la gracia sublime, la sorna perfecta, el matiz elegantemente sombrío de su propio epitafio. Pero estoy seguro que no estaba preparado, que no sabía, que no lo predijo.
Lo único que sé es que el fútbol ya no era lo mismo sin Soriano. Ahora que se fue el rosarino, es poca cosa lo que va quedando. No jugaron, no atajaron, no dirigieron ni un miserable partido, pero me lo explicaron mejor que el más encopetado de los estrategas, el más elegante de los líberos, el más explosivo de los goleadores. A mí me gusta el fútbol que ellos me contaban porque parecía más lindo, más amplio, más cercano, más sublime, más universal. El otro día, viendo por televisión la final del sub 20, cuando los argentinos eran definidos como mafiosos y arteros, especialistas en el arte de la provocación y la trampa, pensé que el Negro recién había muerto, y en un acto de homenaje final, pequeño y triste, le bajé el volumen a la tele y le agregué un pensamiento triste a una noche que Fontanarrosa habría explicado mejor que nadie: por qué los policías canadienses golpearon a nuestros niños.
... que lo parió, como solía decir. Habrá que empezar de nuevo, releer todos los tomos, mirar todos los monitos, reírse otra vez sabiendo que será la última. Recuperaré los ejemplares repartidos entre mi hermano, mi vieja, mis amigos y reconstruiré una biblioteca armada con devoción a partir de la lección aquella del sexo.
De ahora en más, la repisa de Fontanarrosa no la toca nadie. Es la herencia que les dejaré mis hijos.
MUERTE PUTA
Por Eduardo Galeano
Somos muchos los que hemos quedado solos de él. Por nosotros me duele. Lo digo y me digo que es un dolor egoísta, porque sé que la muerte lo liberó de esa maldición que lo estaba matando de a pedazos. Sí, sé. Con la cabeza sé que esto fue lo menos malo que le podía pasar. Con la cabeza: el resto de mí, dolido resto de mí, se niega a enterarse.
Viudo de Mendieta
Juan Sharpe

Con esta imagen de Mendieta en su portada del viernes, el diario argentino “Página 12” despidió a Fontanarrosa.En enero de 1974 crucé en tren la pampa argentina –infinito hábitat del gaucho y el quiltro más entrañable– huyendo de los gorilas. Trasplantado a la urbe bonaerense –un mar infinito y deslumbrante para un huaso de Mulchén–, me hice adicto a Pappo, Spinetta y Lito Nebia, dioses de la cultura under de la Argentina del último Perón. Descubrí el cómic, un arte de seducción fulminante donde reinaban las revistas “Satiricón” y “Hortensia”, pero el profeta de ese destierro fue Inodoro Pereyra y, sobre todo, Mendieta, que había sido cristiano pero que fue “emperrado por causa de un eclipse”. Mendieta, bicho libre, era el socio del gaucho “renegau”, un filósofo que según Inodoro era “incapaz de llevar el ganado, pero nadie como él para llevar una conversación”. O sea, la Argentina en estado puro. Nadie fue mejor compañero pateando piedras porteñas y hablando la noche que el perro que hoy llora la fuga de su patrón, el finao Roberto.
Nos dejó Fontana
Por Rudy. Humorista y editor del suplemento Sátira 12 del diario argentino “Página/12”.
Para muchos era “el negro”, para otros “Fontana”, en los documentos figuraba como Roberto Fontanarrosa, y aparece la foto de un hombre barbudo, nada parecido a Inodoro Pereyra el renegau, ni a Boogie el aceitoso, sus hijos literarios.
Nacido en Rosario, hincha irredimible de Central, integraba la OCAL (Organización Canalla Anti Lepra) –en Rosario, “canallas” son los hinchas de Central; “leprosos” ,los de su rival, Newells Old Boys–, institución “fundamentalista” que sigue festejando el gol con que hace más de 35 años lograran el campeonato, relegando, justamente, a Newells.
“En la división internacional del trabajo, a los argentinos nos tocó hacer reír”, solía decir, y si así fuese, él sería entonces “workaholic”, porque el humor más que un oficio, una profesión, era parte indiscutible de su identidad.
En alguna de esas mesas de humoristas que solía organizar Ediciones de la Flor en la Feria del libro, dijo, en relación al descubrimiento de América: “Ustedes saben que la madre de Colón se apellidaba Fontanarrosa… así que estamos haciendo los trámites para recuperar las tierras de nuestro tataratatarabuelo…”. Otra vez se le preguntó por qué Eulogia (la compañera de Inodoro Pereyra) era taaan fea. Y rápidamente respondió: “Por celos… no podía soportar que él tuviera una mujer más linda que la mía”. Y después, agrega Inodoro: “La Eulogia no es fea… es mucha”.
Algunas de las frases de Inodoro: “La muerte no me asusta, Mendieta; sólo sus consecuencias”; “¡Sepa que soy hombre de una sola pieza!”. “¿Alquila o es propietario?”. “¿Ansina que Tata Dios nos está mirando todo el tiempo, Mendieta?”. “Ajá”. “¿Y no se aburre?”. “Si me baño me descapitalizo; ¿usté sabe lo que vale la tierra por esta zona?”. “Le puedo contar el cuento de la lombriz que se metió en un plato de fideos creyendo que era una orgía”.
Algunas frases de Boggie: “Yo no creo ni en la penicilina”. “Agradezca que quiero violar a la correspondencia y no al cartero”. “No soy mujeriego. Más de tres mil mujeres pueden afirmar lo contrario”. “Bah… más gente muere en accidentes de tránsito (que en la guerra); hubieran construido rutas en Vietnam y entonces sí hubiera sido una masacre”. “¿Qué siente cuando mata a un hombre, Boggie?”. “Si uso silenciador, no siento nada”.
Dicen que el pasado jueves, Fontanarrosa “nos dejó”. Es cierto, nos dejó… cuentos, chistes, historietas, para que nos sigamos riendo por décadas. Gracias, Fontana.
PORMENORES
El 26 de noviembre de 1944 suena el pitazo inicial y “el Negro” Fontanarrosa llega al mundo en Rosario (Argentina). Momento sublime en su vida el primer partido de Rosario Central a los diez años de edad, mientras los estudios avanzaban tembleques, opacados por el tiempo que Fontanarrosa dedicó a copiar otras historietas y a un curso de arte por correspondencia. Deserta de los estudios formales y en los tempranos ’60, rechazado por una editorial bonaerense, vuelve a Rosario a trabajar en publicidad.
Un policía muestra su bastón manchado de sangre y dice: “No hay ninguna duda, eran comunistas”. Ese es el primer chiste que Fontanarrosa recuerda haber firmado, en 1968; mismo año en que se enrola en la revista “Boom”, ilustrando portadas serias y haciéndose cargo de una sección humorística botada. Envalentonado con el primer campeonato ganado por Rosario, escribe su primer cuento, “19 de septiembre de 1971”, y el mismo año vendrá la respuesta sudaca a James Bond, “Boogie, el aceitoso”, todavía en una versión preliminar de la cual sólo se publicaron algunos capítulos en una revista rosarina.
Será en “Hortensia”, una revista de Córdoba, donde incubarán sus hijos de tinta, Boggie y también “Inodoro Pereyra, el renegau”. 1972, y Ediciones de la Flor preguntaba “¿Quién es Fontanarrosa?”, en el primer volumen de humor gráfico que el argentino se anotaba. El perro Mendieta encuentra otro patio: en 1976, el diario “Clarín” lo acoge en sus páginas. Los ’80 estiran la viñeta, cuando Fontanarrosa comienza a escribir guiones para Les Luthiers, y publica su primera novela, “Best seller” (1981). “El mundo ha vivido equivocado”, compilación de cuentos, sigue el otro año.
La historieta argentina perdía su ingenuidad con la revista “Fierro” y Fontanarrosa también ocupa sus páginas. El donante comprometido “Sperman” y “Semblanzas deportivas” dan sus primeros pasos en 1984. Diez años más tarde, “Clarín” abre la cancha del autor cuando lo convoca para comentar partidos de fútbol. Su obra ya camina sola: Inodoro celebra 25 años mateando y Fontanarrosa gana el Premio Konex. Ya había dejado de dibujar por complicaciones con una afección neurológica, y no hubo descuentos en el partido: la vida del humorista gráfico y escritor acaba a unos tempranos 62 años. Una enfermedad neurológica degenerativa le provocó una insuficiencia respiratoria. “Posiblemente padecí una atrofia monomiélica, una neurona que se muere antes de tiempo”, confesó al periodista de “Clarín” Camilo Sánchez, sin poder contener la risa.

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