Friday, July 27, 2007

Dejen tranquilo a Murakami

EL NIPÓN IMPASIBLE
Haruki Murakami es el descubrimiento literario más importante de lo que va de la década, un posible Nobel, el escritor que todos dicen leer. Acá revisamos tres de sus obras fundamentales publicadas en castellano. Por Vadim Vidal

KIOTO SONG
Hay escritores que se esfuerzan por ser novedosos, por recopilar historias inverosímiles, aventuras exóticas o pequeñas leyendas urbanas para hacer de sus novelas algo increíblemente nuevo. Es una opción.También hay una vieja máxima que dice que más importante que lo que se cuenta, es lo que no se cuenta. En definitiva, las historias no importan si detrás de ellas no hay nada. Porque la suma de buenas anécdotas no hacen necesariamente una buena novela. Haruki Murakami sabe eso. En sus novelas mayores, prácticamente “se siente” la historia que fluye por debajo de lo que uno lee. Al igual que en las películas verdaderamente grandes, en las novelas capitales de Murakami uno es conciente de estar leyendo algo más complejo y profundo que la acción que el escritor va desenvolviendo en sus páginas. Si bien sus historias están saturadas de elementos, digamos extraños (gente que puede hablar con los gatos, lluvias de sanguijuelas, hombres que entran a un foso seco para tener claridad frente a lo que les ocurre, mujeres que se meten en los sueños de otros para prostituirse, etc.), lo importante sigue pasando bajo la superficie. Algo que cohesiona el sinfín de rarezas, que le da un sentido a la historia y que demuestra que el japonés juega definitivamente en las grandes ligas. Murakami se hizo conocido en Occidente por su primera novela traducida al castellano: Tokio Blues (87) . Entonces se habló del escritor japonés más occidental de todos, de que había sido dueño de un club de jazz y que era fanático de autores como Carver, Irving y Salinger. Después vinieron declaraciones como las que dio para La Vanguardia de España donde decía valorar tanto la cultura nipona como a Radiohead. En suma: un excelente producto editorial. Una versión más madura y mejorada de Banana Yoshimoto. Claro que después se tradujeron otras novelas. Y quedó en claro que Tokio Blues (87) era la excepción a la regla. Que el resto de sus obras estaban muy lejos de MacOndo y se situaban en un lugar a medio camino entre García Márquez y David Lynch. De todas ellas la más alabada es Crónica Del Pájaro Que Da Cuerda Al Mundo (94) . Un relato de setecientas páginas que comienza con una anécdota intrascendente y termina con el barco chocando de lleno contra el iceberg. POZO CIEGO "¿Por qué me gustan las medusas? No lo sé. Las encuentro bonitas. Antes, mientras las miraba, he pensado una cosa. Escucha, lo que nosotros vemos es sólo una pequeña parte del mundo. Damos por hecho que esto es el mundo, pero no es del todo cierto. El verdadero mundo está en un lugar más oscuro, más profundo, y en su mayor parte lo ocupan criaturas como las medusas. Eso nosotros lo olvidamos. ¿No te parece? Dos terceras partes del planeta son océanos y lo que nosotros podemos ver con nuestros ojos no pasa de ser la superficie del mar, la piel. De lo que verdaderamente hay debajo no sabemos nada". (Kumiko durante una cita con quien sería su marido, Tooru Okada en un acuario en Tokio). Casi al final de la novela Tooru Okada, el protagonista de Crónica Del Pájaro Que Da Cuerda Al Mundo (94) , dice que lo suyo era algo simple. Un día se le perdió el gato que tenían con su esposa. Después se fue ella y de ahí empezó a complicarse todo. Apareció una adivina para localizar al gato y luego darle señales de donde estaba su esposa. Junto a ella aparece la “prostituta mental”. Después el teniente Mamiya, un veterano de la Segunda Guerra que le cuenta que vio cómo dos soldados mongoles desollaban vivo a un espía nipón. Historia que funciona como mensaje en clave. El mensaje lo lleva a una casa vecina que tiene un pozo seco. Tooru Okada baja hasta ahí para ver las cosas, literalmente, desde el fondo. Una cosa ligada a la otra de un modo intrincado. Así todo el libro.Crónica Del Pájaro Que Da Cuerda Al Mundo (94) es una novela extensa, compleja y caótica, que se lee como si se bajara por el remanso de un río caudaloso, sin saber si después vienen los rápidos, continúa la calma o termina en una cascada. Sus múltiples historias se abren como esas muñecas rusas dentro de la cual hay otra y luego otra y luego otra. “Crónica…” es de esas novelas difíciles de resumir a la hora de recomendársela a alguien, precisamente porque las historias, si bien son ingeniosas y atrevidas, no son lo más importante. Como en la teoría de sistemas, acá el total es más que la suma de las partes. Las historias por si solas no explican nada.COMO LENNON EN LAS PELÍCULAS Más que una novela, Tokio Blues (87) , originalmente llamada Norwegian Wood al igual que una canción de los Beatles, es un experimento. El esfuerzo de Murakami por hacer una novela convencional. Una historia simple.Todo parte cuando Toru Watanabe, un tipo de 37 años, escucha por los altoparlantes del avión en que viaja, la vieja canción que aparece en Rubber Soul (65) . Eso le hace recordar su historia con Naoko, la novia de su mejor amigo de universidad, de quien se enamoró luego del suicidio de este. Tokio Blues (87) es una novela de iniciación. La historia de un chico en la edad donde los temas no se resuelven, sino que se evaden. Una pequeña historia de descubrimientos y bellos momentos que parecen alumbrar la existencia. Uno de ellos: Watanabe conoce a otra chica, Midori. Una muchacha que posee toda la vitalidad que le falta a la oscura y depresiva Naoko. La va a visitar a su edificio. Suben a la azotea y se quedan contemplando desde allí un incendio peligrosamente cercano. En un momento ella dice que le gustaría quedarse ahí sin importar que el fuego llegue hasta su azotea. Watanabe decide acompañarla. Ella le promete que para la próxima visita le tendrá un incendio de postre.Tokio Blues (87) tiene todos los elementos de novela generacional: códigos pop (ambientados en 1968), cierta pesadez existencial y una cuota de vagabundeo beat. Es una novela que no tiene más de tres acordes, los necesarios para hacer con ellos una pequeña ópera adolescente.GATO SAMURAI Ya en “Crónica…” aparecía retratada la guerra de forma cruda, con la historia del Teniente Mamiya, la que se ligaba de manera tangencial con el presente.En la novela Kafka En La Orilla (02) , en un episodio digno de los Expedientes X hace que uno de los protagonistas, Nakata, pierda por entero la memoria durante los años de la Segunda Guerra, lo que lo transforma prácticamente en una personalidad limítrofe de ahí en adelante. Con una salvedad: puede hablar con los gatos.Paralelamente, Kafka Tamura, decide convertirse en el chico de 15 años más fuerte del mundo, escapando de su casa al lugar más lejano posible. Pero, más que huir de alguien en específico, huye del destino que le profetizó su padre. Sí, Kafka En La Orilla (02) es otra novela extensa y llena de historias interconectadas de modos inexplicables. Otra novela semi lyncheana de Murakami, salvo por un punto: copia a exactitud a Edipo, la tragedia griega. No sólo en el destino que tiene marcado el protagonista, sino en los elementos clásicos de una representación helénica.La última novela traducida al español de Murakami tiene personajes que cumplen la misma función que el coro en las tragedias clásicas: recordarle al héroe su destino. Avisarle que se dirige irremediablemente a cumplirlo, aunque él crea lo contrario.Esto hace que “Kafka…”, si bien tiene pasajes delirantes y sobrenaturales, obedezca a un canon establecido. No tiene la libertad sin límites de “Crónica…”, lo que la deja por debajo de esa obra capital.Lo bueno es que una vez desatada la tragedia (no del todo literal, con varias escenas oníricas en vez de “reales”) Murakami regala 80 páginas más donde saca a sus personajes del estereotipo que deben cumplir para transformarlos en personajes queribles. Hacia el final, hay pasajes de honor propiamente orientales, nobleza de corazón, crecimiento personal y emotividad apenas contenida. Acá Murakami demuestra que puede estar en la frontera de lo cursi sin llegar a traspasarla. Y termina de demostrar (como si hubiera hecho falta) lo grande que puede llegar a ser la obra literaria que está construyendo.

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