Monday, July 02, 2007

Ritos viajeros

Sergio Paz

Invitamos a mi mamá a pasar un fin de semana en la playa. Hacía frío. Estaba húmedo. Y, en medio de la noche, se me ocurrió revisar si la puerta de la cocina había quedado bien cerrada. Entonces me llevé una sorpresa: dentro del lavaplatos, sobre una olla, la luz de una vela luchaba tenazmente contra el viento que se colaba desde el bosque. Extrañado me fui a acostar. Al otro día pregunté: "¿Mamá, qué onda la vela?". "Es que tu hermano –respondió ella– acaba de partir de viaje. Y, cada vez que alguno de ustedes sale, prendo una vela para que no le pase nada". Se me apretó la guata. Jamás hubiera imaginado que, antes de pisar Policía Internacional, ya estaba encargado a San Antonio. "En Rusia –dijo mi mujer, sumándose a la conversación– la gente hace algo muy extraño. Da lo mismo donde estés, la gente se sienta y durante sesenta segundos se queda inmóvil, en silencio. Es un rito obligado para que el que viaja regrese con vida".Diablos. ¿Una ceremonia, personal, antes de viajar? Chuta: quizás una. Trato de llegar temprano al aeropuerto, hago rápido el check–in y de inmediato subo las escaleras para zamparme una hamburguesa. No es por suerte. Es por hambre. ¿Qué más? Nada más. ¿Quién soy yo? ¿Ibn Battuta, el viajero árabe del siglo 14 que todos los días realizaba estrambóticas ofrendas? Entiendo que hay gente que, antes de iniciar un viaje, frota su pasaporte con ramas de hierbabuena. Otros (fíjense en el aeropuerto) atan una cinta amarilla a sus maletas, el color de Mercurio, protector de los viajeros. Y no pocos se acercan al que siempre me ha parecido el rincón más misterioso de Merino Benítez: esa pequeña capilla, siempre abierta al último rezo antes de dejar por un rato (o para siempre) el aeropuerto.Ahora... ¿Por qué los rusos se quedan estáticos antes de que un ser querido inicie un viaje? ¿Por frío? Ridículo. Mientras esbozo una teoría, recuerdo Casa de Campo, la novela en la que el viejo Donoso cita el viaje anual de los Ventura a las salvajes tierras de Marulanda. La historia es así: año a año, según un oscuro rito, los adultos montan sus cabalgaduras y durante un día se ausentan del campo. Mientras, los niños deben arreglárselas solos, pues el mismo viaje dura para ellos en verdad un año. Luego viene la conclusión: el tiempo de cualquier viaje es relativo. Y, de hecho, en la literatura, se habla de la stasis, el espacio–tiempo en el que todo queda suspendido. Todo pasa. O nada pasa. Depende de cómo lo mires. O a dónde viajes.¿Se explica así el minuto de silencio? Probablemente no. O quizás sí. Quién sabe. Sólo una cosa me queda clara. Y eso es que, cada vez que viajo, la llama de una vela intenta no apagarse. O alguien está en silencio. Sin moverse. Quizás por el mismo tiempo que se desea prolongar la ausencia.

Blog Archive